viernes, 29 de marzo de 2019

Lemegeton (parte 3)


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¡Regresa de nuevo nuestra sección dedicada a la llave menor de Salomón! Hoy, Milos de Azaola nos presenta a Amón y Amy, dos de los más poderosos "enemigos" del hombre.




AMÓN: Importante y poderoso Marqués del Infierno, adorado como dios por los antiguos egipcios. Su forma de mostrarse es la de un lobo con cola de serpiente. Para que adopte forma humana es preciso ordenárselo. Sin embargo, la transformación puede no ser completa, y se dice que a veces presenta una enorme cabeza de ave sobre unos hombros humanos normales. Entre sus funciones se incluye la de reconciliar a los enemigos, transmitir amor, adivinar el futuro y conocer el pasado, pero si se le invoca corre el riesgo de que cuente sus batallitas. Comanda 40 legiones. 


  —En el Antiguo Egipto me tomaban por un dios. ¡Aquellos sí que eran buenos tiempos! Tenía un oráculo y todo, ¿sabes? Mira que avisé a Tutankamón de lo que iba a pasarle, pero no me hizo ni caso... Y luego encima me encerraron con su momia durante no sé cuántos milenios, como si la culpa hubiera sido mía; os puedo asegurar que era una compañía muy aburrida... Cuando por fin salí de aquel agujero estaba muy enfadado, tenéis que entenderlo. A lord Carnarvon le dio un infarto en cuanto me vio, así que no pude deleitarme con su dolor, pero con los demás me tomé mi tiempo... 





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AMY: Es un poderoso Presidente de los demonios al que le gusta aparecer envuelto en llamas, por lo que es conveniente tener un extintor a mano cuando se le invoca. Al igual que otros espíritus, adoptará la forma humana cuando le sea ordenado. Es un ángel caído, antaño perteneciente al Orden de las Potestades. Su especialidad es la ciencia,  los magos pueden aprender astrología gracias a él en un abrir y cerrar de ojos. Gracias a su mediación, cabe la posibilidad de obtener cualquier tesoro escondido y custodiado por cualquier entidad. Además proporciona a quien lo invoca un espíritu familiar. También se le conoce como Avnas. Comanda 36 legiones. 


  Después de apagar las llamas con una de sus horribles túnicas, el joven y sudoroso Rappel le dijo a Amy por qué le había invocado: 

  —Quiero montar un gabinete, pero la verdad es que no tengo ni idea de astrología. ¿Puedes enseñarme los principios de esa ciencia? 

  —Puedo enseñarte a engañar a los ingenuos, que es más divertido le respondió el demonio.




PARA SABER MÁS


viernes, 22 de marzo de 2019

Ramree, las mandíbulas de la guerra



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¡Por fin! Ya tenemos un nuevo post para los amantes de la historia bélica. Hoy, David López Cabia nos trae uno de los episodios más polémicos y viscerales de la Segunda Guerra Mundial: la masacre de Ramree, registrada en el libro Guinness de los records como la mayor matanza llevada a cabo por animales. Recordad que, si os gusta la historia,  podéis visitar la página oficial del autor.



Era 1945 y el Imperio japonés se desmoronaba. Los nipones habían perdido el control de sus estratégicas islas en el Pacífico, y en Birmania el 14º Ejército británico del general Slim pasaba a la ofensiva. Los planes de los británicos consistían en invadir la isla de Ramree y la vecina Cheduba. Por lo visto, Ramree tenía un importante valor estratégico, pues se pretendía conquistar el aeródromo y avanzar hasta el puerto de Kyaukpyu. 


  Así pues, los británicos pusieron en marcha la denominada Operación Matador y el 21 de enero de 1945, tras un fuerte bombardeo naval, las tropas de la 26ª División India desembarcaron en Ramree. Por su parte, las fuerzas de tierra contaban con el apoyo del acorazado Queen Elizabeth, del crucero ligero Phoebe y del portaaviones de escolta Ameer. 


  Las tropas indias encontraron una fuerte resistencia japonesa, a los combates se sumaron los marines reales británicos. Pese a lo encarnizado de la defensa nipona, las tropas británicas e indias consiguieron flanquear a unos mil soldados nipones. Las tropas japonesas se hallaban en una delicada situación, podían rendirse o bien atravesar 16 kilómetros de peligrosos manglares. Rendirse no era una opción para los japoneses, pues se les había inculcado que la capitulación era la mayor de las deshonras, por lo que su única opción pasaba por abrirse camino a través de aquellos manglares infestados de cocodrilos, serpientes y escorpiones. 

  Los soldados se internaron en los manglares; el agua y el barro les llegaba hasta la cintura. Entre aquellas aguas aguardaban toda clase de alimañas. Las picaduras de los insectos podían hacerles contraer la malaria, mientras que las picaduras de las serpientes eran letales. Por no hablar de los escorpiones o de los temidos cocodrilos de agua salada. Aquellos cocodrilos podían llegar a medir un máximo de 7 metros, mientras que su masa máxima rondaba los 1.500 kilogramos (en el caso de los machos). No obstante, las hembras eran de menor tamaño, tenían una longitud máxima de unos 3,5 metros y su masa se estimaba en 500 kilos. 





  El terreno era inhóspito, anegado por aguas negruzcas sobre las cuales volaban bandadas de insectos que se introducían en los manglares. La vegetación espesa hacía de aquel lugar un paraje impenetrable. 


  Por su parte, los marines británicos, situados en al borde de los manglares, impedían que cualquier japonés intentase escapar. El terreno se habían convertido en una trampa mortal. 


  Los nipones avanzaban entre el barro y el agua, debilitados por enfermedades como la malaria, a la que muchos sucumbieron. Las picaduras de serpientes e insectos también causaron estragos entre las filas japonesas, sin olvidar la deshidratación que causaba la falta de agua potable. 

  Al caer la noche del 19 de febrero de 1945 comenzó la masacre. Desde el límite del pantano, los británicos podían escuchar los alaridos de los soldados japoneses al ser devorados por los cocodrilos. 





  Los japoneses respondían a los enormes reptiles disparando, pero el estruendo, los gritos y el olor de la sangre atrajeron a más cocodrilos. Posteriormente, la marea arrastró a los heridos, que languidecían en el barro. Los cadáveres de los más desafortunados comenzaron a emerger.  


  Un soldado japonés pudo contar que los disparos no ayudaron a detener la masacre. Es más, aquel veterano afirmó que hubiera preferido morir a manos del enemigo. 


  En la oscuridad resonaban aullidos de terror y dolor, al tiempo que escuchaba el crujido de los huesos triturados por las poderosas fauces de los cocodrilos. Los japoneses trataban de abrirse camino en la oscuridad, pero los aviesos reptiles emergían de entre las aguas para devorar a sus presas, que desaparecían entre remolinos de barro y agua. 

  Javier Sanz, en su obra “Caballos de Troya” relata que un soldado japonés que había estudiado en Estados Unidos y Gran Bretaña se entregó a los aliados. Los aliados le pidieron que convenciese a sus compañeros para que se rindiesen, sin embargo, ningún japonés apareció. 





  Según el naturalista Bruce S. Wrighten solo encontraron una veintena de japoneses vivos. Los pocos supervivientes estaban deshidratados, faltos de alimentos y psicológicamente destrozados por la matanza. Por el contrario, para los aliados había sido la perfecta carnicería, pues simplemente se habían apostado al límite del pantano, esperando a que las enfermedades, las picaduras de insectos, las serpientes y los cocodrilos terminasen su trabajo. 

  
  Ahora bien, la versión del naturalista canadiense Bruce S. Wrighten ha generado una gran polémica. Hay quienes consideran que las muertes que Wrighten atribuye a los cocodrilos son excesivas. En su favor, Wrighten cuenta con el apoyo de la Burma Star Association, una asociación de veteranos de la campaña de Birmania que respalda las tesis de Wrighten. También el Libro Guiness de los Records ha recogido la masacre como la mayor matanza perpetrada por animales contra seres humanos. 


  Entre quienes critican la versión de Wrighten se encuentra el National Geographic. Ya en 2017 señalaron sus dudas respecto a la cantidad de muertos provocadas por los cocodrilos. Si bien las últimas versiones no niegan que se produjese la matanza, pero sí que reducen el número de muertes causadas por los reptiles. 

  El historiador Frank McLynn en su obra “The Burma Campaign: Disaster Into Triumph, 1942-45” argumenta que la población de cocodrilos de acuerdo a la versión de Wrighten era excesiva, pues no hubieran podido subsistir ni antes ni después de la masacre. Y es que, el ecosistema de los manglares no hubiera podido soportar la existencia de tantos y tan voraces reptiles. 




  Los cocodrilos no fueron la única causa de las masivas muertes de soldados japoneses. La deshidratación, la falta de alimento, la malaria y la disentería también se cobraron un buen número de muertes. 


  Pese a los cientos de muertes que se atribuyen a los cocodrilos, se calcula que unos 500 japoneses lograron escapar con vida. En cualquier caso, la masacre de Ramree, nunca exenta de polémica, parece situarse a caballo entre el mito y la realidad.




MÁS DE DAVID LÓPEZ CABIA EN CAOSFERA






viernes, 15 de marzo de 2019

Entrevista a Toni López





¡Ya tocaba entrevista! Nuestro invitado (y amigo) de hoy es Toni López, escritor, director de Radio Trovador y locutor amén de otros menesteres. Espero de corazón que disfrutéis de esta entrevista y os pique el gusanillo de la lectura. Nos quedan muchos talentos por descubrir...



1. ¿Cuándo decidiste poner una pluma en tu mano la primera vez?


  Con diecisiete años. Comencé a escribir poemas de amor a una chica en el instituto. Gustaron tanto que sus amigas me pedían que escribiera en sus carpetas.



2. Tienes amplia experiencia en el campo de la locución y además diriges Radio Trovador. ¿De qué forma te gusta más expresar un sentimiento, mediante el papel o mediante la voz? 

  Creo que hay una conexión especial en los dos campos. En un texto se puede plasmar cada sentimiento, pero creo que con la voz se traspasa el límite que la imaginación del lector tiene ante las palabras escritas. Con los textos es el lector quien interpreta cada frase, pero con la voz solo cierra los ojos y disfruta en todos los sentidos.



3. Por cierto, ¿de dónde viene tu pasión por la radio?

  De hace muchos años. Siempre he seguido los programas musicales y mentalmente repetía las coletillas de los locutores, su forma de transmitir me encantaba. Escuchaba siempre los programas Milenio 3 y La rosa de los vientos con auriculares. A día de hoy no sé dormir sin la radio.



4. Eres un autor versátil, en tu haber cuentas tanto con poemarios como narrativa, ¿cuál de estas dos facetas te atrae más? 

  La poesía la llevo dentro, siempre estoy componiendo versos. Pero fue a raíz de escribir Domingo Triste cuando se encendieron mis ganas de avanzar. Suelo escribir relatos de cualquier tipo, reales o ficticios, de terror o eróticos, destinados no sólo a la lectura, sino a la dramatización radifónica. De hecho, muchas veces peco de lírica en los textos narrativos, será por mi alma de poeta… 



5. En cuanto a narrativa, ¿tienes algún autor como referente? 

  Mis escritores favoritos son muchos, pero si tengo que mencionar a algunos diría que Stephen King, Edgar Allan Poe y H.P Lovecraft. 



6. Y si nos introducimos más en el mundo de los versos, ¿Qué tipo de poesía prefieres como lector? Dime cuál consideras que es el mejor autor. 

   Para mí, la buena poesía es la que te acaricia el alma, independientemente de si es con métrica o libre. A cada persona le gustará un tipo u otro. A mí me encanta la erótica, seducir con letras e intentar estar a la altura de una mirada. Pero sobre todo lo que más me gusta de la poesía es la utilización de metáforas, que un verso u otro te llegue al corazón por motivos abstractos, eso es una maravilla. Para mí el mejor poeta de todos los tiempos es Federico García Lorca. 



7. Si te pregunto por una novela que pudiera recibir el calificativo de “perfecta”, ¿qué título me dirías?

 No sé si la perfección existe, pero creo que Misery de Stephen King es una OBRA MAESTRA 



8. Buena parte de tu trayectoria gira en torno a la literatura erótica, ¿qué opinas del auge de este tipo de literatura en España? 

   Creo que poco a poco se está desvaneciendo ese tabú. Cada día hay más autores de erótica, cada vez se tiene menos miedo de admitir lo que nos gusta de ese género. La pornografía es fácil de consumir, pero no es tan jugosa ni tan agradable como un buen poema o relato erótico. El erotismo puede ser sensual, ardiente y hasta soez, pero la mente del lector al fin y al cabo es quien elige dictamina la necesidad. Me alegra mucho saber que hay nuevos escritores que se decantan por el erotismo y ojalá no se quede en algo circunstancial. 



9. El terror también es una de tus vertientes, ¿crees que el género está lo suficientemente valorado a nivel nacional? 

  Con el terror pasa algo parecido a con el erotismo. Hay grandísimos escritores y muchísimos serían completos desconocidos si no fuese por las redes sociales. Stephen King vende por sí solo, y en cualquier librería te compras alguno de sus libros, y no vende por el género, vende por su nombre y su talento. Hoy parece que si no publicas por una gran editorial no eres nadie. 



10. Ahora centrémonos en tu obra poética, ¿dónde encontraste la inspiración para tu trilogía de poemas Trovadores de lo místico y qué nos cuentas en ella? Además, cuentas con otros poemarios como El juglar de la tristeza y una atractiva fusión de poesía y Colage titulada Shambala: el paraíso perdido, que terminaste junto a una diseñadora. Háblame de estas obras y dime. ¿cuál refleja mejor tu yo intimista? 

   Antes de dividir en una trilogía Trovadores de lo místico, la idea era publicar un cancionero titulado Canciones en silencio, poesía para cantar, en ese momento mi afán era ser letrista. Pero las sabias palabras de un amigo, que me dijo que tenía que escribir un poemario, me guiaron para llevar a cabo la que hoy es mi primera publicación. Decidí separar los poemas por temática y así nació El Trovador de la Luna, un poemario que lleva mi nombre artístico y que acoge los que llamo poemas de luz, son poemas de cariño, de amistad, de nostalgia y dedicados. El trovador de las Tinieblas es un reflejo de mi pasión por el terror, además contiene textos de traición. Y como amante del erotismo escribí el tercero de esta trilogía llamándolo Trobairitz del placer, donde escribo con corazón de mujer. En este libro incluyo canciones que formaban parte de un proyecto, pero quedaron relegadas al cajón del escritorio. El juglar de la tristeza es una obra donde reivindico que la tristeza también es belleza. Cuando estoy mal y escribo versos tristes, consigo plasmar en el papel ese malestar, después le doy forma y te puedo asegurar que no me produce tanto dolor cuando lo leo. Es más, me produce satisfacción. Respecto a Shambala, fue una suerte para mí el poder crear junto a la diseñadora Gloria Sánchez un poemario tan bello. Consiste en una colección de collages a los que tuve el placer de poner texto, cada poema está inspirado en una verdadera obra de arte.



11. Escribiste la novela Domingo triste junto al escritor Cristóbal Marín, ¿Cómo fue tu experiencia mientras redactabas a cuatro manos? Tal y como adviertes al principio de la novela, Domingo triste no es un libro apto para personas sensibles, ¿qué opinas de la censura en el ámbito literario? 

   Con Cristo fue muy fácil, tenemos gustos similares en música, cine y literatura. Con la idea en la cabeza fue sencillo buscar información para llevar a cabo un buen desarrollo, pero también tuvimos la suerte de que cada vez que nos juntábamos para buscar esa información, aparecía al momento. El comienzo y la trama fueron cambiando durante el proceso, pero sin renunciar a los pilares básicos de la obra. En el ámbito de la censura creo que nos queda mucho por aprender. Es cierto que hoy se ve y se lee más que hace cuarenta años, parece que no hay censura, pero la hay. Una cosa es matar a alguien o ser testigo de un asesinato y otra distinta es la ficción.  En una historia, un personaje puede ser un asesino psicópata que mutile y descuartice a sus víctimas. Si eres capaz de describir este horror de tal manera que produzca sudor y nauseas al lector, eres un maestro. Pero para las mentes débiles ni eres escritor ni eso es literatura, al igual que si describes una nave alienígena destruyendo una ciudad te transformas en un flipado. Para eso hay censura, como en el erotismo. Sin embargo, estamos hartos de ver escenas de muerte, hambre, fanatismo (por desgracia, en la vida real), y pensamos: qué mal está el mundo. 



12. Sé que tienes en el horno una antología de relatos eróticos titulada Noches de negro satén. Espero, de corazón, que no tarde mucho en ser publicada. De momento, anima a los lectores a que escojan tu nuevo libro como entretenimiento 

   Si, jejejeje, volvemos al tema de la censura. Al parecer Amazon no desea que publique Noches de negro satén, otra colección de imágenes minimalistas de Gloria Sánchez que acompañan a una selección de relatos y poemas eróticos.  La censura de Amazon es un aliciente para que el público desee comprobar en sus carnes si este trabajo es tan "terrible" como para no haber pasado la criba. Creo que es un buen motivo para decantarse por su lectura. Pero dentro de poco habrá noticias al respecto con editorial de por medio…



13. Háblame de tus futuros proyectos y añade todo lo que desees. 

  Aquí os dejo los enlaces de todas mis obras publicadas. No os perdáis Noches de negro satén, que cada vez está más próximo... 


Trovador de la Luna: 


Trovador de las Tinieblas: 

Trobairitz del Placer:

Juglar de la Tristeza: 

Shambala, El paraíso perdido: 

Domingo Triste: 

Domingo Triste en papel: 



viernes, 8 de marzo de 2019

Nada





No sabía muy bien de qué forma ilustraros este relato que escribí por encargo hace ya unos años para el especial de Halloween de un buen amigo. La condición que me pedía es que apareciesen zombis, un tema tan trillado para mí que me vi sin saber muy bien lo que hacer. Finalmente, di con la cuestión que dio sentido a todo lo demás: ¿En qué demonios puede estar pensando alguien perseguido por una horda de zombis? Pues en vivir, claro, en volver a sonreír, en soñar... O en Nietzsche, como es el caso. Nunca se sabe.






Todo, he perdido todo. Rememoro con melancolía aquellos momentos en los que se ceñía alrededor mi cuello la soga del abandono. Tonterías. Infundados temores que me arrastraban a la autocompasión y que únicamente eran producto de un estado anímico desestructurado. Pasé por eso durante años, largos periodos que se me antojaban interminables. Sin embargo, en este preciso instante se me antojan exquisitas remembranzas que incluso logran que esboce una débil sonrisa. Qué irónico: la impronta de esa nada hipotética es lo único que me ofrece consuelo, transformándose en mi único todo, el único lazo que me mantiene unida a esta realidad tan incierta y terrible.

     Debido a mi naturaleza taciturna decidí hace ya bastante tiempo vivir la vida según mis convicciones, alejándome de todo aquello que pudiese perturbar mi universo intimista, idealista y, tal vez, muy distante de las inquietudes del resto de seres vivos con que me relacionaba. No podía quejarme, me sentía una persona querida a pesar de ser considerada extraña. Mis amigos, con toda la naturalidad y el afecto del mundo, comentaban con humor lo cuestionable de manías como la de encerrarme en la biblioteca durante todo el día con la intención de evadir compromisos sociales. No era una elección, pues mantenía una pugna conmigo misma que me animaba a luchar. De modo que me acomodé en mi burbuja particular, una crisálida blindada de aprendizaje y constancia. Mi entramado neuronal tejía una red de conocimientos cimentada sobre las ansias de realización que me obsesionaban. Aquello era mi vida, y no, no necesitaba mucho más para sentirme realizada. Acabé por renunciar prácticamente a casi todo. Tampoco me provocaba complejos haberme transformado en una persona hermética, alejada del influjo de medios de comunicación como la televisión o la radio, perdida en un ecosistema propio del cual no deseaba salir.

     Precisamente y a tenor de estos bellos recuerdos, me viene a la mente una reflexión que descolla entre la nada desdeñable cantidad de información que acumulé en aquella época intimista. Me la enseñó un señor al que admiraba por su pluma subjetiva y facilidad de palabra: «somos sanados del sufrimiento solamente cuando lo experimentamos a fondo». Mi querido Proust, cuánta razón tenías. Y en este preciso momento, cuando paladeo la amargura de mi desgracia, te pido perdón por esos años perdidos y por la decadencia de mi comportamiento trastocado a causa del dolor. 

     En fin, no es ni mucho menos mi intención resultar agobiante con estas disquisiciones de escaso interés y hasta pedantes, por qué no decirlo. Sólo que no sé explicar las cosas de otra forma, necesito un aliciente para entrar en materia y garabatear estas líneas cuyo verdadero objeto es dejar testimonio de mi desgracia. 

     Y así como empezaba, comenzaré de nuevo: todo, he perdido todo. Si la ignorancia de la verdad es la semilla de la felicidad, tal y como rezan algunas lenguas eruditas, debo decir que es una filosofía equivocada y que mi reniego del mundo dio lugar a una felicidad perecedera. ¿Por qué? Sencillo: tanto abracé la misantropía que, tal y como expuse anteriormente, opté por aislarme de esta mundanidad malsana. Así, desprecié casi cualquier forma de comunicación con el mundo exterior, y digo casi cualquiera porque reservé un breve espacio de mi vida a visitar de cuando en cuando a mis amigos y seres más queridos. Es cierto que prefería tratar con ellos de temas superficiales, pues la carga que me provocaban las alusiones a asuntos más preocupantes era terrible. A través de este único nexo con la realidad fue como empecé a tener conocimiento de ciertos brotes de enfermedad que comenzaban a ser un verdadero problema en el mundo, pero estas eran habladurías que me provocaban desasosiego y eludía constantemente este tipo de menciones. Precisamente, debido a tal inconveniencia, comencé a espaciar las visitas, más aún cuando palabras como «epidemia» y «pandemia» se convirtieron en el denominador común de todas y cada una de las conversaciones. Tampoco salía muy bien parada mi hipocondría cuando, con la mejor de las intenciones, se me daban advertencias mientras escuchaba referencias a cuadros clínicos de fiebre, dolor torácico, dolor de garganta, vómitos, diarrea, sangrado bucal y un horroroso y largo etcétera. Mi inocencia se resistía a creer que aquello era el principio del apocalipsis, en el fondo un bien por y para el mundo que, demostrando su carácter vengativo, había decidido recordarle a la especie sus excesos y pecados.

     Sin embargo, para mí los días amanecían esplendorosos, abrigados por la dicha de esa ignorancia que me permito condenar en este instante. Vivía abrazado a esa rutina que nunca me ahogaba, entre madrugones que despejaban mis huesos, lecturas que cultivaban mi intelecto y afinaban mi escritura y una pequeña parcela de tiempo dedicada a otro tipo de obligaciones que me proporcionaban el pan. Obviamente, no podía renegar completamente del materialismo ni de mi condición. 

     Y aquí estoy, para mi desgracia, purgando por la felicidad de los momentos pasados, deplorando el presente y, lo peor de todo, sin comprender todavía qué fue lo que trastocó la pulcritud de aquella madrugada azabache. Se cumplen hoy tres días, tres días desde aquel jueves que tiñó de verdadero dolor mi existencia. Desperecé mi cuerpo, como muchas otras mañanas, ansioso por ofrecer a mis pulmones el soporte vital, transformado en Oxi-gonos. ¿Quién diría que no es el nombre de un Dios omnipotente, vengativo y misericordioso, a la usanza bíblica? Pegué un pequeño saltito al incorporarme de la cama e, inmediatamente, tomé unas prendas anchas que había colocado sobre la silla de mi escritorio, tal y como era costumbre en mí todas las noches antes de acostarme. Me puse, también, calzado cómodo: unas zapatillas de suela elástica y blanda un poco desgastadas. Y de esta guisa: pantalón holgado, camiseta de manga larga también amplia y pies desahogados, me dispuse a explorar aquel nuevo horizonte. 

     Abstraído en la suave brisa matinal, atravesé itinerarios ya conocidos, sumergiéndome en el aroma fresco de aquellas calles empedradas, delimitadas por veredas angostas repletas de árboles de Judea todavía jóvenes. Las tonalidades rosáceas de sus hojas redondeadas ofrecían un espectáculo visual digno de halago. No en vano, comencé a sentir en mi interior un atisbo de incertidumbre que, extrañamente, crecía en consonancia con la ligereza de mi paso. Una quietud agobiante enturbiaba la pureza de aquella alborada. Normalmente, solía tropezar con la presencia de algún que otro caminante taciturno, almas gemelas refugiadas bajo el halo de su timidez. Sin embargo, en el transcurso de aquella jornada, no hallé movimiento alguno ni escuché el sonido de pasos o vehículos. No existía signo alguno de vida humana. Caminé unos metros más, pero la inquietud comenzaba a apoderarse completamente de mi ánimo y, atemorizado, comprendí que era el momento de iniciar el camino de vuelta. 

     Jamás hubiese imaginado la desagradable sorpresa que me aguardaba al cruzar una pequeña pasarela que comunicaba con un barrio separado, célebre por su encanto y estética rural. Atisbé en la lejanía dos figuras que mostraban una actitud inquietante. Vi un hombre que parecía estar agachado sobre otra forma también humana que permanecía en posición supina. Mi corazón se aceleró ante tal estampa y, movido por una conducta solidaria y, lo reconozco, en ocasiones impropia, me acerqué a comprobar qué era lo que sucedía.

—Disculpe —alegué con voz titubeante—, ¿han tenido un accidente?, ¿necesitan ayuda?

     Cuando ya estaba muy cerca, ante mi estupor, la criatura que yacía agazapada —y digo criatura por que no encuentro término para definir semejante espanto— se volteó hacia mí, permitiéndome ser testigo de su monstruosa naturaleza. Mis ojos desorbitados contemplaron el tono pálido de su piel, la escasa luz de su mirada ocre, los borbotones parcialmente coagulados que brotaban de sus mejillas enjironadas, a través de cuyos retazos podían advertirse las piezas molares y nervios mandibulares. De su boca, agrietada y contraída en un rictus amargo, emanaban hebras de bilis que se mezclaban con trozos de carne regurgitados. La viscosa miscelánea resbalaba por el mentón, impregnando los harapos de rosáceos cuajarones. Escuché el gruñido primigenio que brotó de su garganta lacerada, al tiempo que mi mirada paseaba sobre los restos del masacrado cadáver. Me percaté de ligero temblor que sacudía sus extremidades inferiores, lo cual me daba lugar a pensar que se trataba de un crimen reciente. Su cavidad intestinal se había transformado en una abstracta masa sanguinolenta. Las secreciones orgánicas se desbordaban por los laterales del tórax. En su recorrido, la linfa creaba pequeños regueros que daban lugar a una macabra creación artística. Su recorrido a través de las teselas que formaban la superficie evocaba la imagen de un laberíntico entramado venoso. Por fortuna para mí, no acerté a ver la cara del mártir.

     La biliosa criatura pareció olvidar momentáneamente a su presa y, llevado por la ira de mil demonios, me eligió como objetivo. Ni corto ni perezoso, comencé a entrenar mis recién desperezadas piernas. Maldije, para mis adentros, el instante en el cual no obedecí el impulso de mi sentido común. 

     Maldije la resistencia de aquel famélico ser que, dispuesto a no darme tregua, parecía ganar fuerza y velocidad a cada instante. Ansioso por obedecer sus instintivos arrebatos, el engendro emitía bramidos casi bestiales, del mismo modo en que lo haría un depredador sediento de sangre. Sin dejarme vencer por la fatiga atravesé dos calles y, cuando estaba a punto de llegar a la tercera, me salió al paso una figura de gran perímetro, inusualmente rápida para su sobrepeso. Esquivé a la depredadora mole que, contagiada por el mismo instinto perverso que mi primer persecutor, comenzó a seguirme. Bajo el fulgor, aún tímido, del incipiente amanecer, pude contemplar su ignominia: mujer en torno a unos cuarenta o cuarenta y cinco años, diría yo, con aspecto de haber padecido alguna enfermedad articular, a tenor de su caminar renqueante, pero que no parecía recordar su defecto, pues, como anteriormente dije, poseía una velocidad y fuerza impropias de su complexión. No pude observar los detalles de su rostro, pero sí aprecié en su mirada la misma iniquidad ocre que poseía mi anterior atacante. Advertí, también, la lividez de su piel y la presencia de una papada flácida que redondeaba su rostro . Eran ya dos las amenazas que me pisaban los talones, y mi estado físico no era, precisamente, el de un atleta. 

     Mi corazón, desbocado, alcanzó la última bocacalle. Mis piernas titubearon un par de veces por causa de los nervios traicioneros. A pesar de mi agnosticismo declarado, desvié la mirada hacia las alturas en un gesto de gratitud cuando, al torcer la siguiente esquina, pude ver la entrada de mi hogar, rutinaria visión que, jamás imagine, podría inspirarme tanto alivio. Aturdido, no acertaba a introducir la mano en el bolsillo del pantalón. Cuando lo logré, un temblor propició que la llave se me cayese. Viví tres segundos, tres eternos segundos protagonizados por el pánico más absoluto. El eco de las guturales gargantas que pisaban mi sofocada espalda ayudó a que mi mente respondiera. Sin titubear, me agaché y volví a coger las llaves al tiempo que, con valentía, sorteaba la escasa distancia que me alejaba de mi deseado destino. Para mi sorpresa, encajé el objeto en la cerradura sin problemas, no sin antes dirigir una última mirada a las pesadillas que pisaban mi espalda. Me despedí de sus repulsivas bocas con un profundo jadeo, producto de la sobreexcitación y el pánico. 

     Todo, he perdido todo, todo lo que nunca tuve, todo lo que creí haber tenido, todo lo que jamás lograré. No soy nada, nada. Un cúmulo de masa orgánica e ignorancia, un valor inútil elevado a la décima potencia. El declive de lo conocido anuncia tiempos inenarrables y, sin embargo, me encuentro aquí, aturdido, observando con dolor la decadencia del mundo a través de unos prístinos cristales. Mi esperanza es cada vez más remota y, cuando pienso en la agonía que se cierne sobre mí, contemplo la posibilidad de aliviar mi sufrimiento de una vez por todas. Pero no soy capaz, el ansia de vivir me devora por dentro, propiciando que estos terribles pensamientos carcoman mi conciencia. A ratos, me sorprendo sonriendo amargamente, sobre todo cuando viene a mi mente alguna que otra afirmación de esas que propugnaron respetadas personalidades a las que tanto venero: «La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre». Perdóname, mi querido Friedrich, pero no puedo evitar aferrarme a mi aliento vital, aún sumergido en esta vorágine de terrible incertidumbre. Tú tenías y tienes toda la razón: la vida es una gran mentira, el hombre vaga en una nada infinita sin saber a qué atenerse. Y así es como estoy yo, navegando a la deriva en medio de este gran silencio, a salvo en el interior de la crisálida de mi gran nada, testigo del declive de un planeta condenado por ese dios omnipresente, invisible y sanguinario que tanto ha necesitado el hombre...



viernes, 1 de marzo de 2019

Freehold








Título original: Two Pigeons

Director: Dominic Bridges

Nacionalidad: UK

Intérpretes: Javier Botet, Mandeep Dhillon, Mim Shaikh

Año de producción: 2017



A ver como decirlo, Freehold mola. Es rara, por eso se merece un pequeño espacio en Caosfera. Hace un par de años, la mencioné en el artículo lo salvable del 2017. Es obvio que me gustó bastante. No conviene tampoco crear expectativas demasiado elevadas porque, tal y como he apuntado, es curiosa y extraña. Tiene calidad, aunque su humilde producción y sus escasos medios pueden ser un inconveniente para que cierto tipo de público se decante por su visionado (ahora explico esto). La historia trata sobre un grandísimo idiota que trabaja en una inmobiliaria, un personaje insoportable interpretado por un actor que asume el rol a la perfección. Cuando el esperpéntico personaje sale de casa, ignora que su hogar está siendo invadido por una presencia non grata . Un hombre vive bajo su mismo techo en la más absoluta clandestinidad. ¡Qué mal rollo! te marchas a hacer la compra y mientras decides qué cereales llevarte, alguien sale de debajo de tu cama y se sienta a ver la televisión. Dan ganas de ponerse a revisar todos y cada uno de los rincones.

  Esta reinvención del mito del coco está representada de una forma minimalista. Pese a lo potente de su premisa, la historia dista mucho de sustentarse en una situación que podría definirse como dramática y acaba inclinándose hacia la comedia. La gracia del sabotaje radica en la cantidad de asquerosidades de las que seremos testigos y que nos podrán los pelos como escarpias. Nos daremos cuenta de que, poco a poco, la "hormiguita" irá ganando espacio hasta hacerse con el control de la casa. Lo curioso es que, como digo, el protagonista es un imbécil mientras que el villano cae simpático. El problema es que el conjunto resulta extenuante, porque la historia no evoluciona hasta el final. Todo el tiempo vemos lo mismo, lo cual me hace evocar Mientras duermes, el título de Balagueró que trata el mismo tema, solo que de una forma más oscura. Esta manía de relegar la parte más interesante al último cuarto, puede agotar al espectador.


  Javier Botet, el hombre con Síndrome de Marfan, demuestra ser un gran soporte, porque no interpreta al típico monstruo al que nos tiene acostumbrados, sino que es un personaje de verdad. Al tiempo que se las ingenia para no ser descubierto, nos relata de qué forma llegó a convertirse en el “monstruo” que habita la casa. En fin, lo borda. Su interpretación va más allá del asco –que está deliberadamente conseguido–. El aspecto dramático del film nos llega gracias a su personaje, aunque como digo la obra se mueve más en tono de comedia, y es un aliciente. Debo admitir que eché en falta su faceta “monstruosa”, es una pena que la película tenga al actor perfecto para crear algo sublime y que en ningún momento se aproveche el aspecto oscuro del personaje. Tampoco me hizo ninguna gracia el final… me pareció ridículo. Le resta toda la seriedad y el dramatismo a la crítica social de un tema como la estafa y la pobreza de muchos inmigrantes en UK.  




  No es la típica producción que se mueve en un único ámbito. Se trata de un “híbrido” a medio camino entre el terror, el drama y la comedia. Cabe señalar ciertos momentos escatológicos y un papel de gran peso para Javier Botet. Los fans del actor quedarán sorprendidos con su nueva faceta en Freehold, ya que demuestra tener más capacidad que la de un simple monstruo de película. 





A favor:

-Es un mundo aparte original y refrescante. 
-Javier Botet es un artista. Un referente de la diversidad actoral a nivel mundial. Hace que merezca la pena verla. 


-Las imágenes que "decoran" la reseña son una muestra gráfica de la película, que es muy explícita. Así que si la ves por esta recomendación y luego no te gusta, que sepas que el que avisa no es traidor.



En contra: 

-El final es penoso, se nota que el guionista no se encontraba por la labor de terminarla. Tenía todos los elementos para cerrarla de una forma creíble, cotidiana e incluso cordial. En su lugar, sólo supo incluir un chiste sin gracia. Lamentable.




7,5/10

Fdo: Redrum




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