domingo, 30 de octubre de 2022

Nazis en Mar del Sud

 



¡Ya tenéis disponible la nueva entrada semanal! David López Cabia nos habla nos habla de la investigación llevada a cabo por Laureano Clavero, Julio Mutti y el periodista Facundo Di Genova. Esta interesante entrada, es un magnífico entrante para lo que os traeré la próxima semana...



A primera vista, Mar del Sud es un pueblo apacible, remoto, donde nunca ocurría nada. Sin embargo, ¿quién iba a decir que la pequeña localidad argentina iba a ser puerta de entrada y refugio de nazis fugados de Europa? Gracias al incansable trabajo del cineasta e investigador Laureano Clavero, arrojaremos luz sobre este gran enigma.

    Todo comenzó la noche del 10 de junio de 1945. Por aquel entonces, el Tercer Reich ya había sido derrotado y, misteriosamente, el submarino alemán U-570 salió a la superficie frente a las costas argentinas. Dos días después, el también sumergible alemán U-977 emergió a la superficie. Los comandantes de ambos submarinos terminaron entregándose a las autoridades argentinas en la localidad de Mar del Plata.

    Pero, ¿qué hacían los temibles submarinos germanos merodeando tan lejos de su patria cuando Alemania ya había perdido la Segunda Guerra Mundial?

    Otto Wermouth y Heinz Schäffer, los oficiales de la Kriegsmarine que comandaban el U-570 y el U-977, negaron haber desembarcado a nazis en territorio argentino. Pero los periódicos, los testigos y la documentación disponible evidenciaba una realidad muy distinta. Un claro ejemplo es el testimonio de Osvaldo Aramendi, que afirma haber visto cómo, en julio de 1945, un submarino alemán emergía cerca del pequeño pueblo de Mar del Sud.


Otto Wermouth


Heinz Schäffer

 
    No era la primera vez que los agentes alemanes ponían pie en las playas de Mar del Sud. Ya en 1943 los espías alemanes Wilhelm Seidlitz y Friedrich Wolff llegaron a Argentina y descubrieron en Mar del Sud la clase de enclave apartado que buscaban, la puerta perfecta para la entrada de nuevos agentes nazis.

    Ambos agentes se pusieron en contacto con el empresario de ascendencia alemana Karl Gustav Eickenberg, cuyas propiedades en Mar del Sud servirían como escondrijo para los alemanes que desembarcasen en Argentina.

    De hecho, durante el invierno austral de 1945, el ciudadano argentino Justo Rodolfo Charra recordó haber visto cómo grupos de hombres salían de los submarinos para subir a bordo de los botes y echar a correr al llegar a las arenas de las playas de Mar del Sud. No solo eso, sino que también vio cómo los fugitivos se ocultaban en las propiedades del mismísimo Eickenberg.

    Pese a que era más que evidente la presencia de los nazis en Mar del Sud era más que evidente, se ordenó a los campesinos que llevaban alimentos a las propiedades de Eickenberg que mantuvieran en secreto la presencia de los misteriosos huéspedes alemanes.

    Mucho tiempo después de la llegada de los alemanes a Mar del Sud, la hija de Eickenberg fue preguntada por los desembarcos de nazis huidos de Europa. Inngeborg, la hija mayor de Eickenberg, cargó la culpa sobre alguien a quien conocían como “el piernas” debido a las prótesis que utilizaba. Ingeborg añadió que “el piernas” acusó a Eickenberg de refugiar a nazis, circunstancia por la que fue condenado a un año de cárcel.

    Más allá de los desembarcos clandestinos de nazis en Mar del Sud, el pequeño pueblo también fue lugar de residencia de un destacado jerarca nacionalsocialista.

   Todo comenzó mientras estaban realizando reformas en una apartada casa de Mar del Sud. El albañil se percató de que su taladró no le permitía perforar la superficie. Bajo el suelo halló una lápida con dos nombres alemanes Clara Probst y Richard Schmidt.


Registros del partido nazi argentino en los que figura Richard Schmidt



    Pero había más piezas de aquel inquietante rompecabezas, pues bajo el salón fueron descubiertos desgastados libros en lengua alemana. No cabía duda de que aquellas evidencias habían sido escondidas a conciencia por algún oscuro motivo.

    Fue así como Laureano Clavero decidió seguir indagando. En su investigación contó con la inestimable colaboración de Julio Mutti, quien conoce en profundidad la historia de los nazis fugados a Argentina. Así pues, Mutti se zambulló en archivos y documentos. Fue entonces cuando hallaron el nombre de Richard Schmidt en los registros del Partido Nacionalsocialista argentino.

    Schmidt era mucho más que un simple militante, pues llegó a ser el número dos de las finanzas del Partido Nazi argentino. Más aún, su nombre también figuraba en la documentación de la Sociedad Alemana de Gimnasia, una organización con estrecha relación con el nazismo.

    Laureano Clavero prosiguió atando cabos y solicitó las escrituras de propiedad de la vivienda en la que se encontró la lápida. Uno de los anteriores propietarios era Juan Jorge Leopoldo Augusto Erico Erdmann, militante del sindicato nazi DAF.






Más pruebas fueron halladas, pues dieron con numerosas fotografías de los 60 y de los 70 de los propietarios alemanes. Tras examinar los documentos relacionados con Schmidt, dos nombres llamaron la atención de Julio Mutti: Max Ratlaff y Karl Ratlaff. Ambos habían sido los primeros nazis en llegar a Sudamérica y en difundir la ideología nazi en el continente.

    Desde luego, la investigación sobre la lápida hallada en la apartada casa de Mar del Sud no termina ahí y Laureano Clavero, Julio Mutti y el periodista Facundo Di Genova aún deben ensamblar las piezas de este complejo y enigmático rompecabezas.







domingo, 23 de octubre de 2022

Díptico experimental de Marian Dora: "Peste de la humanidad" y "El deseo de María D.”

 



¡Estrenamos por todo lo alto! Jose Ángel Conde regresa a Caosfera, y lo hace para hablarnos de las dos últimas producciones firmadas por el controvertido director Marian Dora. Un artículo "exquisito" para los amantes del cine más crudo y difícil de digerir...



Marian Dora sigue ofreciendo una de las filmografías más incómodas, polémicas y transgresoras de lo que llevamos de siglo y que, pese a sus excesos formales y sus mixtificaciones promocionales, se nos revela cada vez más coherente y madura. En este mismo blog ya le dedicamos un extenso artículo, “Marian Dora, la melancolía de lo extremo”, donde analizábamos en profundidad el estilo y las principales obras del director de La melancolía del ángel (Melancholie der Engel, 2009), la película de culto que dio a conocer su universo extremo. A ese texto remitimos para ampliar más sobre su figura, la de un autor con devoción por los límites. El lector también encontrará muy útiles dos entrevistas en inglés publicadas por la web especializada Severed Cinema: Bending morality: the world of Marian Dora y Blight of morality: the world of Marian Dora, de la cual reproducimos algunos extractos a lo largo de este artículo.

    Las dos películas que analizamos a continuación, Peste de la humanidad (Pesthauch der Menschlichkeit / Blight of humanity) y El deseo de Maria D. (Das Verlangen der Maria D. / “The yearning of Maria D.” / “Dead center of desire”) fueron rodadas en 2018 y estrenadas en 2020 en el BUT Filmfestival de Holanda, para luego ser distribuidas en un cuidado mediabook de edición limitada a 666 copias, siendo como es el disco digital casi el único canal para un tipo de cine plenamente consciente de vivir al margen del gran público. El contenido incluye abundantes extras, como los dos documentales dedicados a cada una de las películas firmados por su productor ejecutivo y también influyente cineasta del underground alemán, Rene Wiesner: Tribut Der Unmenschlichkeit (2020) y Shooting underground (2020). El díptico supone el esperadísimo regreso al largometraje de Marian Dora tras Carcinoma, producida en 2014, un lapso de tiempo relativamente largo en el que sin embargo el realizador alemán no ha dejado de estar activo: mientras la deseada y ya maldita antología colectiva The Profane Exhibit (2013) sigue posponiendo su lanzamiento, el alemán aprovecha para pedir la retirada de su segmento Mors in Tabula, por “haber ido demasiado lejos y esto quizás podría tener graves consecuencias en Estados Unidos”, así que rueda un nuevo corto más “digestivo” y sin el material real que incluía el anterior; después de la congelación de otra película de episodios, Grimms Kinder, recupera algunas escenas de su capítulo Hänsel & Gretel y, tras la muerte de su maestro Ulli Lommel, las remezcla con escenas de la cuarta secuela de su saga Boogeyman, Boogeyman: Reincarnation (2016), donde Dora había trabajado en los efectos especiales bajo el pseudónimo “Marian Dallamano”, resultando la pieza Morbid Montage (2018), la cual se incluirá en una nueva versión extendida de Melancholie der Engel en Bluray; por último, este mismo año 2022 ha tenido lugar la premiere del que es hasta la fecha su último largometraje, Thomas und Marco, en el que vuelve a trabajar con el temperamental actor teutón Thomas Goersch.

    La idea del presente díptico es fruto de la perenne vocación experimental del director alemán. Según el propio Marian Dora, su intención era forzarse a rodar dos películas aprovechando una misma localización, una de las cuales se desarrollase de forma íntegra en exteriores y la otra en un escenario interior, un poco siguiendo las premisas que dieron origen a Reise nach Agatis (2010), que se filmó en pocos días en un yate navegando por aguas de Croacia. “Otra idea era llevar el concepto del minimalismo fílmico hasta sus extremos. Es prácticamente imposible emplear escenarios más reducidos: una película sólo con una actriz en una casa, la otra película con tres personas caminando en la naturaleza”. De hecho cada una de las dos películas comparte una secuencia que sirve de bisagra entre los dos espacios, al aparecer los personajes de ambas observándose y siendo observados a través de una misma ventana, cada grupo en su campo diegético correspondiente, un curioso y elegante juego de espejos metanarrativo que establece una unidad intencional y conceptual entre los dos relatos. Y esto es porque su objetivo común, bien que plasmado con tonos distintos y muy marcados como veremos, no deja de ser el mismo de toda la filmografía de Dora, a saber: la suspensión del juicio moral del espectador, una epojé que subvierta su sistema de valores habitual y le transporte a un estado de catarsis negativa donde todo es aceptado y los polos desaparecen para entremezclarse en una suerte de lucidez o inocencia oscura de la que no se puede escapar. El contrapunto deviene de nuevo la opción estética más lógica, en un sentido si se quiere brechtiano pero de facto más bien eisensteiniano, puesto que el montaje dialéctico es la principal arma técnica para llevar a cabo esta labor de extrañamiento, a base de promover la mayor colisión posible entre todos los elementos fílmicos a su disposición. A su cine se le suelen achacar elecciones formales ambiguas y el hacer gala de una truculencia tremendista, forzada y gratuita, y es seguro que estas dos nuevas películas no van a cambiar esa posición, pero a la hora de juzgarlo es imprescindible entender que la economía de medios resulta aquí decisiva, no menos el carácter minoritario de su cine. Porque Marian Dora se declara un creador de cine underground y esto para él significa seguir fiel a una filosofía que establece unas premisas muy concretas: autoría total (por la que el realizador lleva a cabo la mayor parte de los procesos de producción, incluida la música pese a carecer de formación en este campo, ya que al componerse ésta de forma intuitiva se consigue una mayor unidad expresiva y emocional), minimalismo técnico (ausencia de sonido directo, equipos ligeros y manejables), rodaje en continuidad (grabación espontánea y continua, es decir, filmarlo todo para luego darle sentido mediante el montaje), fisicidad en la interpretación de los actores (explotando su anatomía al máximo, fluidos incluidos) y anonimato (no sólo por razones de seguridad sino para que la obra sea apreciada por sí misma y no se vea enturbiada por el reconocimiento de la persona que la crea). La citada entrevista Blight of morality: the world of Marian Dora recoge detalles técnicos muy valiosos en torno a estas ideas y al proceso de producción de sus películas, lo que la hace muy recomendable para cineastas independientes, además de dejar en evidencia a la escolástica cinematográfica y mostrar un sabio escepticismo hacia el cine profesional, conceptos ambos con los que Dora siempre pretende (y consigue) establecer una separación militante y radical.





El deseo de Maria D.

(Das Verlangen der Maria D. / The yearning of Maria D. / Dead center of desire 2018)

Aunque el orden de visionado del díptico no debería ser estricto quizá sí que sería recomendable simular cierto crescendo comenzando por El deseo de Maria D., sin duda una de las cotas más líricas de toda la filmografía de Marian Dora, eso sí, teniendo siempre presente el muy personal concepto de belleza y la iconoclasta sensibilidad de su director. Se trata de una poética anticonvencional, dura para los sentidos, que enfrenta los aspectos más escatológicos, extremos y desagradables de la existencia, tabús que sin embargo son parte inseparable de ella al fin y al cabo. En este caso concreto se establece un marcado diálogo entre dos conceptos complementarios aunque habitualmente separados por el cine comercial, como son el eros y el thanatos, no en vano los dos ejes temáticos medulares del autor. Bien es cierto que Maria D. podría enmarcarse dentro de una serie de películas que en los últimos años se han atrevido a enfrentar al cuerpo femenino con la muerte y la decadencia, en títulos como Thanatomorphose (2012), Excision (2012) o Contracted (2013), por no olvidarnos del exponente más célebre en este terreno, la saga Nekromantik. Pero lejos de seguir una tendencia, y no olvidando que algunos de dichos films muestran diferentes intenciones, la dialéctica sexo-muerte siempre ha sido parte esencial del discurso del alemán. El título de la cinta remite en cierto modo al pseudónimo de su director, con lo que podríamos considerar que la peripecia de su protagonista no deja de ser una metáfora de la propia concepción existencial de Marian Dora, puede que no exenta de referencias autobiográficas.

    La trama de nuevo es tenue y sigue la evolución del personaje de Maria D., interpretado por Shivabel Coeurnoir, joven actriz y modelo cuya muerte se anunció el pasado 9 de julio de 2021, fatal casualidad que confiere un aura más maldita y alegórica si cabe al resultado final. Esta belleza israelí, aficionada al esoterismo y la magia, era una auténtica figura de culto por su vinculación con la escena witch house y en particular con Cosmotropia de Xam, otro de los representantes del underground teutón, convirtiéndose en uno de los rostros referenciales tanto de sus películas como de su proyecto video-musical Mater Suspiria Vision. Shivabel nos deja una interpretación soberbia que supera con sobresaliente el exigente y extenuante desafío que supone trabajar con un director como Marian Dora, que exprime al máximo la personalidad y el cuerpo de sus actores hasta el punto de la crueldad, o al menos ese es el estigma que lleva después de un rodaje tan traumático como el de Melancholie der Engel. De hecho ha declarado no haberse sentido cómodo trabajando con ella: “Tuve muchísimos problemas con Shivabel, se negaba a actuar. Cuando le pedía que mostrara emociones, se negaba. Me dijo que nunca le había ocurrido antes que un director quisiera que expresara emociones”. Y sin embargo Shivabel Coeurnoir lleva sobre sus hombros todo el peso interpretativo de la película como casi único actor de la misma, dando todo su ser, literalmente cuerpo y alma, para transmitir los complejos conceptos y navegar por todos los extenuantes niveles y registros que exige su personaje, en un inolvidable trabajo reminiscente del de Margarethe von Stern, musa del esotérico director Carsten Frank, ambos vinculados también en su momento al círculo del propio Dora. La desparecida actriz se erige en memorable psicopompo femenino que a través de la magia de la cámara nos introduce en su espacialmente limitado sancta sanctorum, pero abierto a infinitos portales de ternura, lujuria y violencia que culminan eventualmente en lo místico y lo sagrado, oficiando un auténtico ritual actoral.

    Maria D. es en realidad una sensual asceta, valga la contradicción, que desemboca en lo transcendente, quizá sin saberlo, pero de forma irreversible en el momento en que acepta su deseo y se entrega a él con todas sus consecuencias. Lo religioso y lo profano se funden y confunden en el enésimo contrapunto del director, que vuelve a recurrir a la imaginería cristiana para reforzar el impacto del mismo, en concreto la del cristianismo primitivo, con su fervor escatológico y brutal tanto en lo estético como en lo espiritual. Esta sensibilidad es la que impregna sobre todo el montaje de la primera parte del film, donde Maria D. se nos aparece en un entorno mediterráneo, abrasado por el sol, que no se especifica pero que recuerda a Grecia por la obsesiva presencia de la iconografía y el ritual ortodoxo. La protagonista se dedica a deambular por iglesias y toda suerte de lugares de culto, rodeada de devotos y turistas pero decididamente aislada de la multitud, abstraída en una atmósfera onírica pero no idílica, sino opresiva y asfixiante como lo era la de Reise nach Agatis, aunque en su fondo desesperado se respire esta vez un atisbo de melancolía que pugna por cristalizar. Es entonces cuando Maria D. profundiza en lugares más oscuros y menos transitados, principalmente panteones funerarios y osarios, entornos donde la cámara del director recupera el pulso necrófilo y la recreación en las imágenes macabras que caracterizaba a sus primeros cortometrajes (Die Toten von St.Angelo, Christian B., Subcimitero). En el abismo de las catacumbas percibimos que el personaje se siente más cómodo con los muertos que con los vivos, y así vamos conociendo la naturaleza de su soledad y como ésta es inevitable y elegida, autoconsciente. “Estoy siempre sola” dice insistentemente en el aislamiento íntimo de su casa, edén solipsista presentado con un aire infantil y vetusto, alejado de un mundo exterior que le parece hostil, donde los objetos y las sensaciones parecen tener vida propia y conformar un estado de cosas similar al de la infancia, un ensueño inocente, una nostalgia decrépita hacia no se sabe bien qué, remarcada por el implacable sonido de un reloj de pared.




    En la segunda parte de la película ya entramos en una narración plenamente intimista, con la voz en off, la música y las imágenes, lo interno y lo externo fundiéndose en una melodía audiovisual que nos va ir mostrando el ser completo (y complejo) de Maria D. a lo largo del relato de su clausura. Enseguida aparece el desencadenante, cuando la joven descubre en un edificio abandonado (de nuevo lo caduco) un cofre con unos restos mortales cuya identidad se resume en una placa con la fotografía de un hermoso muchacho, ante la que nuestra particular heroína tiene un flechazo, no se sabe si de amor o de puro deseo. Lo cierto es que a partir de aquí la película se centra en narrar las diferentes fases de la relación necrófila que se establece entre Maria D. y el cadáver, desplegando un poderoso contraste entre la suavidad etérea y la elegancia de una puesta en escena que recuerda a la de una película erótica de los años 70 (el cine exploitation como sempiterna referencia) y la crudeza en la presentación explícita de hechos escatológicos a la que Marian Dora nos tiene ya tan acostumbrados, envuelto todo en ese ambiente vaporoso y onírico que también es marca de la casa. Partimos desde el anhelo idealizado de una adolescente que descubriera el primer amor (de hecho así es, porque es la primera vez que conoce a la muerte), al que ella misma se refiere con el nombre “Thanos”, hasta la relación física cuando consigue hacerse con sus restos mortales tras pagar a un hombre para que los robe, Schroff, interpretado por el corpulento y experimentado Marco Klammer, único personaje que le sirve de enlace con el mundo exterior y que se muestra siempre primario y carente de empatía, progresivamente amenazador. Una vez reunida con su amado, Maria D. hace de su casa un templo y de su deseo una religión, desplegando todo su fervor en un crescendo de sensualidad y entrega mutua, desde el primer desnudo que abre la puerta al ciclo de intercambios sexuales entre la mujer y los huesos, para avanzar dejándose llevar por la voluptuosidad y el placer del sexo entre los cuerpos y las almas, una viva y la otra muerta, pero unidas y confundidas en un acto que tiene tanto de carnal como de místico. El desenlace tiene lugar mediante el martirio, en consonancia con la iconografía y el sentimiento católico latente durante todo el fluir fílmico, lo espiritual emergiendo cuando la sensualidad corporal sobrepasa sus límites. El dolor se suma al placer, como si hubiera que alcanzar los dos extremos para que la unión de los cuerpos se completara, condición de la trascendencia. El baile final con la muerte, casi un orgasmo visual, cierra el concepto de “danza macabra” (o cópula) que preside todo el film. Llegados a este punto no queda claro si el motivo central es el deseo o el amor, la necesidad de ambos o incluso el amor a la muerte como aceptación de su inevitabilidad, pero sin duda es esta ambigüedad una de sus mayores riquezas. Sobre ello podemos acudir de nuevo a la opinión de su director: “Al menos desde las películas de Nekromantik todo el mundo lo sabe: los necrófilos aman los cadáveres PORQUE están muertos. Pero María ama a Thanos INCLUSO AUNQUE está muerto”.




Peste de la humanidad

(Pesthauch der Menschlichkeit / Blight of humanity, 2018)

Culminar el díptico con Peste de la humanidad es aconsejable para el espectador que quiera ir en consonancia con la pretensión de epatar siempre inherente al cine de Dora, ya que si Maria D. es quizá su película más “accesible”, aquella es deliberadamente oscura y deja bastante desarmado al espectador para una posible explicación a las atrocidades contempladas. El resultado es realmente muy incómodo de ver y hace dudar de si hay en verdad un contenido detrás o si ese radicalismo gráfico no obedece sin más al afán de buscar el escándalo de forma gratuita para reafirmar su aureola de director maldito. Esta disyuntiva puede aplicarse a casi todas sus películas, pero sin embargo siempre parece inclinarse a su favor, no sólo porque las posibles razones comerciales quedarían ahogadas ante la minúscula distribución, sino porque estamos ante un autor tan visceral que sus obsesiones personales siempre acaban aflorando de un modo u otro, sin importar la brutalidad de las imágenes que utilice para distanciarnos.

    Continuando con el experimento comentado, Peste de la humanidad está íntegramente rodada en localizaciones exteriores en la provincia italiana de Varese, en los alrededores del mismo edificio donde Maria D. tiene lugar. Se trata de un paraje natural de bosques y lagos en cuya hermosura se regodea la cámara de Marian Dora, brindándonos planos de gran belleza visual, de factura casi publicitaria, demostrativos de que la madurez del alemán también es extensible a su capacidad fotográfica, sin renunciar nunca al amateurismo de los medios: “No usé cámara de cine, sino una cámara de fotos DSLR, y para las escenas de flashback de El deseo de Maria D. empleé Video 8. Algunas escenas las grabé con mi móvil cuando las baterías de la DSLR se acababan”. El tratamiento pues nos sumerge en una naturaleza casi idílica, tono bucólico que se refuerza aún más, al menos en un principio, si atendemos a lo pintoresco del comportamiento de los tres únicos personajes que van a hacer avanzar la historia: Frak (Jörg Wischnauski), un hombre maduro que parece ser un mentor o tutor que no para de dar repetitivos consejos sobre comportamiento a Marietta (Marietta Fiori), una joven de edad indeterminada, perversamente caracterizada como una niña, que muestra una pasividad y un mutismo cuyas razones no se nos explican (¿repentina orfandad?, ¿repudio familiar?) mientras carga con un cesto de mimbre (lo que remite a cierto simbolismo buñuelesco); cierra el trío Verus (Johnatan Maria von Gross), la desconcertante presencia de un enano incapaz de articular palabras inteligibles y que presenta evidentes indicios de retraso mental en su comportamiento caprichoso, impertinente e infantil. Bien pudieran ser figuras sacadas de un cuento de Lewis Carroll, entre lo lúdico y lo absurdo, pero cualquier ambigüedad victoriana que pudiera intuirse en un principio poco a poco va a ir desapareciendo para entrar en un terreno estrictamente vulgar. Una vez más la interpretación total es la que mueve el metraje, más que la inexistente anécdota argumental, una excusa para el acostumbrado ritmo progresivo de un nuevo teatro de la crueldad apoyado en la violencia hacia el cuerpo y el espíritu, algo en lo que tanto Jörg Wischnauski como Marietta Fiori poseen amplia experiencia por su trabajo con el director de porno ocultista Marco Malattia y su productora Vans La Furka Laboratories. Johnatan Maria von Gross es más desconocido, vinculado al productor Rene Wiesner, y sin duda logra convertirse en la gran estrella de la película, ya que logra una potente interpretación basculando entre la simpatía, la extrañeza y la náusea, no sólo por la naturalidad con que se sumerge en las acciones más repulsivas, sino porque la inocencia adánica, casi angelical (¿luciferina?) que logra conferir a un personaje a priori tan desagradable es fundamental para expresar el intrincado concepto que el propio Marian Dora nos escamotea a propósito con su narración.




    Durante toda la proyección seguimos al trío sin saber nada de su destino ni de sus intenciones, tan sólo asistiendo a la evolución y la metamorfosis de sus comportamientos como si de una terapia de grupo se tratase, con la naturaleza salvaje como único testigo y juez, pero también como influencia velada y eventual repositorio. Precisamente lo que supone este periplo es una regresión hacia lo primitivo, porque el aislamiento del campo, lejos de nuevo de la civilización, sin ataduras convencionales, contribuye a que aflore la auténtica humanidad, en el nihilista sentido en que la concibe Dora. Pronto la ridícula charla de adoctrinamiento moral con que Frak bombardea a la inane Marietta se revelará burda hipocresía ante la escalada en las molestas acciones de Verus, cada vez más hostil y agresivo hacia la joven. Frak le reprende al principio, incluso le golpea, pero como el enano insista en su intolerable conducta se producirá un incomprensible giro en su actitud al decidirse por dejarle hacer, excusándole primero por la supuesta inocencia de su condición, para después ir culpando a la propia Marietta de la violencia del enano. Porque este, ya no sin trabas, sino incluso con la connivencia y ayuda de Frak, llegará hasta el extremo, explorando primero su desnudez y todos sus orificios, invadiendo su cuerpo por medio de la tortura y la vejación después, hasta llegar a la aniquilación total de su ser, jugando incluso con sus restos y sus vísceras como si nada de lo que hiciera tuviera la más mínima importancia, para acabar dejando que el cadáver sea arrastrado por la corriente del río en otra alegoría de difícil comprensión. Por si esto fuera poco, el insano montaje de Dora no ha dejado de golpearnos sin piedad durante todo el nauseabundo proceso insertando imágenes de cerdos muertos y empalados en el barro del pantano, un repulsivo y estomagante paralelismo que puede llegar a exasperar al espectador por sus reminiscencias misóginas.

    Terminada la proyección, los posos de la indignación y la confusión fermentan en nuestro cerebro durante el duro proceso de buscar una explicación a lo presenciado. La primera lectura puede concluir que hemos asistido a un despliegue de torture porn con ínfulas artísticas, pero con Marian Dora nada es nunca tan unilateral: la técnica del contrapunto es de nuevo omnipresente y apela al movimiento de nuestra conciencia. La historia remite a otras alegorías primitivistas donde la presentación de edenes negativos sirve para vehicular visiones escépticas, cuando no pesimistas o nihilistas, sobre el comportamiento del hombre fuera del yugo social, como ocurre en gran parte del cine mondo. Gualtiero Jacopetti y Ruggero Deodato serían aquí los declarados referentes de nuestro director si nos quedamos con la lectura reaccionaria de este tipo de cine, no exento de paternalismo criptocolonialista, donde se especula, entre otras cosas, con que un exceso de tolerancia hacia ciertas actitudes no debería ser permisible porque desembocaría en un empeoramiento de las mismas. Además Dora elige presentar unas acciones deleznables de forma cruda, con ese realismo falseado tan característico suyo, en el que no emite opinión ni nos ofrece información sobre los implicados, una neutralidad aterradora que recuerda mucho a la elección estética de Pier Paolo Pasolini en Saló. Sobre si esta política visual está justificada, Dora es bastante claro: “¿Está justificado mostrar sacrificios con el motivo de evitar más sufrimiento? No es posible encontrar una respuesta universal, pero es cierto que la actitud del cine underground a veces es esta: en algunos casos y bajo ciertas condiciones puede estar justificado”. El realizador también afirma que el juego moral que quiere proponer es la exposición del drama natural y ecológico inherente al consumo animal, mediante la extrapolación de la tortura que sufre Marietta, polémico asunto con el que se conjuraría la posibilidad de la misoginia y se buscaría proyectar la impotencia del crimen individual en el crimen de masas que la humanidad comete diariamente sobre las diferentes especies animales para alimentarse. El título de la película refuerza esta interpretación, de modo que la especie humana sería una “peste”, una plaga para el resto de los seres vivos con los que convive en la naturaleza. A muchos les sorprenderá este enfoque cuando el alemán siempre ha sido muy criticado precisamente por la forma de tratar a los animales en sus películas, ante lo que él se excusa diciendo que estos o bien aparecen ya muertos, o bien sus muertes son provocadas por otros o simuladas mediante el juego con el montaje y la manipulación visual.

    Pero las interpretaciones no tienen por qué terminar aquí. Aparte de la influencia del mondo, es más que patente una dimensión mucho más simbólica e incluso poética, pero aún más amoral si cabe, donde la inocencia prístina es afirmada por su pureza más allá del bien y del mal. El personaje de Verus, cuyo nombre significa “verdadero” en latín, sería aquí un ejemplo de la auténtica naturaleza del hombre, su parte más salvaje pero también más sincera por fin liberada, y así tendría sentido establecer también una lectura psicológica en la que los tres personajes representaran cada una de las instancias de la consciencia freudiana: Frak sería el superyó, Marietta el ego y Verus el ello. Y por encima de todo estaría la naturaleza idílica donde los inocentes desencadenan la tragedia porque esta es parte del propio ciclo vital, planteamiento que podría remitir al de El señor de las moscas pero, viniendo del propio Dora, conectaría más bien con la aspereza lírica del “cine Pánico” de Alejandro Jodorowsky y Fernando Arrabal (Fando y Lis, El Topo) pero sobre todo a uno de los filmes que el alemán considera uno de sus preferidos: Maladolescenza (1977) de Pier Giuseppe Murgia. Abundando más en esta paradoja podemos remitir a los últimos planos de tono trascendente del film, donde Marietta aparece en medio del lago fusionada con la naturaleza en unas hermosas tomas de dron que juegan con el efecto espejo entre agua y cielo, mientras por su parte Verus se solaza en el campo fotografiado en imágenes preciosistas que le dan la apariencia de un querubín. Aquí no hay ningún asidero religioso como en Maria D., como no sea el de un paganismo amoral o una inversión satánica, una moraleja a la contra que aceptara la grandiosidad de lo terrible. Si aquella era una afirmación de la muerte, Peste de la humanidad también podría ser vista como una afirmación de la vida, con todas sus consecuencias. Sea como fuere, al final Marian Dora nos ha vuelto a descolocar a base de no tener piedad: “Cualquiera que decida ver un film underground decide contra el escapismo y contra el entretenimiento. El underground siempre busca ser confrontacional. Por lo tanto, me gusta que haya gente dispuesta a exponerse al underground. Encarar la verdad no es el principal problema de este mundo. El problema es huir de ella”.





ENLACES DE INTERÉS







domingo, 16 de octubre de 2022

Historias de Dämon Schwarze & Ópal Mond Volumen 5





¡Nuestro querido Sergio Vargsson ataca de nuevo! Es un placer poder presentaros otro relato de la saga Dämon Schwarze & Ópal Mond, una saga llena de misterios, erotismo, terror y reminiscencias Lovecraftianas. Más completo, imposible...
 



¡El futuro siempre es intrigante...! Desde tiempos remotos la humanidad ha confiado sus temores acerca de lo que ha de venir a los oráculos, sibilas, adivinos y demás especialistas en el porvenir. Incluso, algunos sostienen la creencia de que, asomarse al futuro mediante medios tales como el tarot, puede dejar fijado para siempre el futuro de la persona.

    Por esto, hoy, cuanto los últimos atisbos de la luna llena mueren en el cielo tapados por nubes de mortecino color violáceo, Yo, Dämon Schwarze he regresado. Y vuelvo a estar con vosotros para mostraros la historia de una hembra poco común. De una mujer que tiene atisbos sobre el futuro...

    Con un leve giro de muñeca di la vuelta a la última de las cartas sobre la mesa. Las miré fijamente y luego respiré con profundidad. El significado parecía estar intuitivamente claro en mi mente. Algo extraño se avecinaba e iba a rodear mi vida al igual que la hiedra rodea un viejo muro derruido.

    Lentamente, recogí las cartas de encima de la mesa y procedí a barajarlas de nuevo. Era extraño y recurrente, desde hacía una larga temporada, cada vez que intentaba ver algo en mi futuro, tenía la misma sensación. Sin embargo, no siempre había sido así. Recuerdo cuando era una niña pequeña y vivía en aquella población, también pequeña y cercana a Massachusetts llamada Providence. Mis padres, habían muerto en un accidente de coche cuando yo era apenas un bebé por lo que me crié, con mi abuela materna.

    Ella, era una extraña mujer de adusto carácter, rasgos acusados y mirada intrigante. Probablemente, mi infancia no fuera especialmente diferente a la de cualquier niña de mi edad, salvo porque aquella anciana me hacía estudiar, a parte de las materias comunes que me enseñaban en el colegio, extraños textos que guardaba en una vieja arqueta de bisagras de hierro negro. Textos que hacían referencia a cuando la tierra era mucho más joven y deambulaban por ella seres primigenios que no se gobernaban por las leyes físicas que ahora rigen en el mundo material. Quizás fuera por esto o por una aguda predisposición hacia los temas ocultos, el caso es que fui desarrollando paulatinamente una especie de hipersensibilidad mística.

    Conforme iba madurando, cada vez iban siendo más frecuentes unos determinados flashes de conocimiento, en los cuales, me parecía ver el futuro más o menos lejano de la persona que tenía delante. Lo cual, causaba verdadero pavor entre mis condiscípulos y maestros, casi todos fruto de una educación aparejada con la nueva Inglaterra rural, de forma que al cabo de unos pocos meses, tuve como apodo susurrado a mis espaldas el apelativo de “la bruja, nieta de la vieja bruja”.

    Mi abuela, guardaba en un viejo cofre sobre su mesita de noche, los dos únicos objetos materiales a los cuales le vi tener apego. Tratábanse éstos, de una vieja y muy desgastada por el uso, baraja de “tarot” y de una extraña joya labrada en plata antigua. Era, una cadena rematada por dos a modo de trenzas de cabello humano en los cierres, que asimismo tenía colgando en cada extremo unas extrañas efigies en miniatura, de una figura bípeda y escamosa, con alas desplegadas de murciélago y venenosos ojos rojos violáceos producidos por la incursión en el metal de cuatro de las amatistas de más extraordinarias que jamás habían contemplado ojos humanos. Bajo esos ojos, una uniforme masa tentacular ocupaba lo que debería haber sido el rostro de las criaturas.

    Recuerdo que la primera vez que pude contemplar la joya, cuyo extraño brillo hacía pensar que había extraño metal de fuera de este mundo aleado con la plata, pensé que era hermosa y atrayente y que el diseño de los adornos me recordaba a algunas de las figuras de uno de los libros que había estudiado cuando era más joven. La imagen de un demonio Primordial llamado Cthulu. Pero, lo olvidé casi enseguida y mi abuela, con una extraña sonrisa en la boca, me dijo que esos dos objetos serían un día mi herencia, ya que, se transmitían siempre a la rama femenina desde hacía generaciones.

    A decir verdad, nunca supe muy bien de que vivía mi abuela. No poseíamos ningún tipo de cuentas bancarias, ni grandes propiedades y ni siquiera bonos del estado, pero sin embargo, dos veces al año, un extraño hombre de tez muy pálida, con ojos de color indefinido, el pelo rubio y vestido enteramente de negro, nos visitaba, dejando en manos de mi abuela, grandes cantidades de dinero en efectivo que parecían servir para permitirnos vivir de una forma desahogada durante largos meses.

    En un principio pensé que era una abogado o algún tipo de albacea testamentario, pero cuando fui algo mayor me di cuenta de la fría mirada apreciativa a la que me sometía mientras sus labios parecían flexionarse en un atisbo de una cruel sonrisa. Así mismo, también me llamó la atención el servilismo con el que lo trataba mi abuela.

    Más tarde tuve que ir a la universidad y dejé de ver definitivamente a mi abuela. Sus lacónicas cartas me hacían referencia a que todo estaba bien en la antigua casa. Entretanto mis estudios seguían discurriendo y pronto pude ostentar un título de licenciada en psicología por la universidad de Miskatonic.

    Y una noche, en la que me hallaba tranquilamente viendo la televisión en mi apartamento, tuve, de pronto, la extraña sensación de que mi abuela había muerto. Fue como un helado rayo de conocimiento que traspasó la barrera del inconsciente pero, sin embargo, tuve la seguridad de que no se trataba de una falsa impresión. Me levanté del sofá y agarré el abrigo y salí a respirar aire fresco.

    Anduve y anduve hasta que llegué a uno de los parques del centro de la ciudad. Allí mientras observaba la luna llena en el cielo, me vi envuelta por una extraña niebla que parecía sofocar los ruidos y opacar las sensaciones, y entonces, allí, del mismísimo corazón del vaho extraño, apareció él. Con un paso que parecía no mover si quiera la hierba bajo sus pies. Avanzó a mi encuentro. Parecía no haber envejecido ni un día después de la última vez que le vi. Seguía teniendo el mismo pelo rubio y corto, los mismos ojos insondables y el rictus de crueldad retorcida levemente en la punta de su sonrisa. La negra gabardina parecía ondear a su alrededor como las alas de un gigantesco murciélago infernal... se acercó a mí y con una voz cono el apagado tañido de un gong de bronce me dijo.

    —Tu abuela ha muerto. No es necesario que vayas a sus honras fúnebres ya que la mansión ardió hasta los sótanos, y no se pudo recuperar nada de su cuerpo. No obstante, ha llegado el momento de que asumas tu herencia y hagas honor a tus antepasados...

    Y diciendo esto me alargó el antiguo cofrecillo de madera que había reposado sobre la mesita de noche de mi abuela. Con un estremecimiento extraño lo abrí sabiendo en mi interior lo que iba a encontrar dentro. La tapa giró con un leve chirrido mostrando agazapada en el hueco como una serpiente venenosa la extraña cadena. Bajo ella, estaba el antiguo mazo de cartas, yo, levanté la cabeza y mirando sus fríos ojos pregunté...

    —¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer?

    Con una gélida calma me respondió...

    —Debes hacer lo que tu interior te dicte. En todo caso, debes saber que en el momento en el que aceptes esta joya arcana, tendrás que estar dispuesta a aceptar las cosas tal y como vengan sin fijarte ningún tipo de límite y vivir plena y conscientemente y sin sujetarte a más leyes morales que las que tu te marques...

    A lo cual yo nada pude reponer, bajé los ojos y volví a observar durante unos segundos el contenido de la caja y al levantar de nuevo los ojos, el hombre de negro ya se había marchado. Casi parecía que jamás hubiera estado allí, sólo la caja y su contenido daban visos de realidad con su existencia física a la realidad de lo sucedido.

    Regresé a mi piso y mientras cavilaba a cerca de lo que me acababa de ocurrir, amaneció, y con la salida del sol una extraña premura asaltó mi mente. Debía de abandonar Providence y buscar un lugar en el mundo exterior... un lugar en la soledad.

    Al cabo de un par de meses de gestiones conseguí un trabajo como psicóloga clínica en un Hospital de Los Ángeles, un apartamento y sin dudarlo más me trasladé. Viví sin más sobresaltos más o menos durante seis meses y al llegar la fecha de mi cumpleaños, todo pareció precipitarse.

    Hacía tiempo que mantenía una relación con uno de los médicos internistas. Un joven cirujano de Wisconsin. Me había invitado a cenar, habíamos tomado copas juntos y por fin la noche de mi veintidosavo cumpleaños nos acostamos juntos. Debo decir que hasta el momento, el sexo no me había importado demasiado, pero al llegar a esta fecha fue como si algo cambiara en mi interior. De hecho, en cuanto mi acompañante se hubo dormido, me levanté y fui hasta la sala donde tenía un armario con un espejo de cuerpo entero, y una vez allí, me contemplé detenidamente, como nunca antes lo había hecho.

    Por primera vez en mi vida fui consciente de la carga erótica que tenía mi ondulada y larga melena, mis ojos de un verde fulgido, pasé despacio mi mano por el lateral de mi garganta de piel suavísima y muy blanca y, continué bajando la mano razonado mis pechos grandes, turgentes, redondos y alzados con los pezones largos y que el orgasmo aún mantenía enhiestos.

    Suavemente llevé mi mano sobre mi plano vientre y mis caderas y al final la introduje entre mis muslos , justo bajo el rojizo pelo pubiano que semejaba una llamarada sensual. Y de allí, retiré mis dedos manchados de sangre. La sangre de mi virginidad.

    Con un súbito impulso abrí el armario sacando el pequeño cofre de su interior. Abriéndolo saqué la baraja y la antigua joya. Me sorprendí al ver que tanto las cartas como la cadena no resultaron manchadas de sangre y que, la que ensuciaba mis dedos, había desaparecido cono absorbida por el material de los dos objetos sin dejar rastro.

    Lentamente, dejé los naipes sobre la mesita y me puse la joya y... al hacerlo, todo pareció cambiar. Las cosas parecían vibrar con auras desconocidas y mi visión abarcaba más dimensiones de las usuales. Invadida por un extraño sopor me volví a la cama y me dormí en un sueño agitado y lleno de visiones.

    Por la mañana nada había cambiado. Anthony y yo volvimos a hacer el amor y al terminar él pasó a la ducha, mientras, yo me demoraba desperezándome sensualmente sobre la cama. De pronto, algo pareció llamar mi atención. Era la baraja del tarot, que sobre la mesita parecía llamarme. Al cabo de un rato de indecisión, me decidí a cogerla y sin otra intención, empecé a tirar las cartas tal y como mi abuela me había enseñado. Al terminar de echarlas, no pude por menos sentir que las cartas me decían que lo mío y de Anthony no duraría mucho.

    El joven cirujano salió en ese momento de la ducha y al encontrarme embelesada con cartas empezó a reír de buena gana, a la vez que, me hacía groseros comentarios sobre el nivel cerebral de la gente que cree en el ocultismo. Después de un rato se vistió y salió para ir a trabajar, no obstante quedamos para vernos después del trabajo.

    Pasaron los meses y nuestra relación fue haciéndose más tempestuosa. Pasamos a compartir apartamento y Anthony, comenzó a iniciarme paulatinamente en una serie de prácticas sexuales a las cuales era muy aficionado, aún a despecho de que a mí, algunas de ellas me parecieran dolorosas y humillantes.

    Nuestra vida en común se fue degradando paulatinamente. Él se dedicó a traer otras mujeres a nuestro apartamento para practicar sexo en grupo y juegos de dominación. Yo, cada vez, me sentía peor. Iba cayendo paulatinamente en un pozo de depresión sin fondo. Cada vez dependía más de mis cartas para encontrar el centro de mi ser. Por supuesto, efectuaba mis prácticas a escondidas ya que Anthony me había pegado varias veces al encontrarme consultándolas llamándome aldeana, retrasada mental y otras lindezas.

    Hasta que por fin un día en el que fui humillada de forma cruel, siendo sometida a diferentes tipos de degradaciones físicas, con la cara manchada de diversos fluidos de entre los que se encontraba mi propia sangre, decidí dejarlo.

    Mi amante, había salido poco después de terminar nuestra sesión amorosa para acompañar a la profesional que había estado compartiendo con nosotros nuestro lecho, cuando me decidí a echar las cartas. Pero, mientras estada abstraída empapándome de las extrañas vibraciones que parecían surgir de ellas, Anthony volvió.

    Al ver lo que estaba haciendo montó en cólera y empezó a pegarme de forma brutal mientras de su boca, brotaban las peores injurias. Lentamente retrocedí de espaldas arrastrándome por el suelo hasta llegar a un rincón. Allí, me acurruqué como un bebé y mientras recogía mis piernas, hecha un ovillo, llorando histéricamente, agarré instintivamente la joya que colgaba de mi cuello y justo en ese momento...

    Una silueta negra pareció emerger de la baraja de cartas diseminada por el suelo. La sombra tomó entidad para transformarse en la macabra imagen de la carta de la muerte. Un descarnado esqueleto avanzó hacia Anthony blandiendo una afilada guadaña. Mientras este, todavía con el rostro congestionado por la ira no se apercibía de nada. Con los ojos desmesuradamente abiertos vi como demoníacos brazos de hueso blandían la curvada hoja para descargarla en un movimiento fulgurante. Al iniciarse el cual, sólo pude gritar mientras un piadoso velo negro caía sobre mis ojos privándome de la consciencia.

    Al despertar, me encontré en la sala de urgencias del hospital general. Por lo visto, mi grito había alertado a los vecinos que a su vez habían avisado a la policía, quién forzó la puerta del apartamento y nos había encontrado, a mí, tendida en el suelo con los rastros visibles de los golpes recibidos y a él, tumbado boca abajo en el suelo, víctima aparente de un ataque al corazón.

    Al cabo de unos días me dieron por fin el alta. Mientras abandonaba el hospital y me trasladaba a mi apartamento, deduje que la visión que había contemplado, muy probablemente había sido fruto de la tensión histérica del momento. De lo único que estaba segura es de que nunca nadie, volvería a tratarme como él lo había hecho.

    Por fin abrí el bolso que la policía me había traído al hospital desde mi casa junto con algunas prendas de ropa, cuando en el interior pude apreciar la silueta de la baraja del tarot y el mortecino brillo lunar de la extraña joya. Bañada en una calma interior que nunca antes había sentido, saqué del interior del bolso la antigua cadena y con una extraña sonrisa en mis labios me la puse, mientras que con los pensamientos cada vez más claros, devanaba lentamente la baraja pude advertir que faltaba en el mazo una única carta. La muerte.

    Y mientras me alejaba taconeando avenida adelante, exclamé en voz alta...


    ¡Qué diablos... parece que tendré que conseguir una baraja nueva si quiero que nadie me vuelva a tratar como él lo hizo...!

    Y con una cristalina carcajada dejé que la ciudad me tragara en su manto movedizo.




INFORME EXPEDIENTE FORENSE KW/678933421

A las 17:00 horas de hoy, ha sido conducido al depósito el cuerpo de un varón caucasiano de pelo castaño, constitución media, ojos claros, aproximadamente 80 kg. de peso y 180 cm de alto.

    Al serle practicado el reconocimiento preliminar se diagnosticó como causa aparente de la muerte, un fallo del músculo cardíaco o una fibrilación completa de la válvula mitral. De todas formas, al ser practicada la disección del órgano para comprobarlo se constató que la causa real del deceso fue, la intrusión de un cuerpo extraño en la víscera cardiaca. Concretamente, se extrajo del interior del tejido orgánico del centro del músculo del corazón, una carta de aproximadamente 10 x 6 cm. Perteneciente a una baraja clásica del tarot (según queda reflejado en el anexo 1 se rata en particular de la carta denominada “la muerte”), que fue la causante real del fallecimiento de la víctima. A decir verdad, se carece por completo de ninguna pista de cómo pudo llegar semejante objeto a dicho lugar, ya que, no se encuentran en el cuerpo señales de cortes, lesiones, rasgaduras u orificios de entrada a través de los cuales, pudiera ser depositada ahí.

    Visto lo cual, el equipo médico forense ha decidido dar como primera causa de la muerte, simplemente, infarto de miocardio, y dejar el expediente como anomalía científica y caso sin resolver.




    ¡Bien... bien... bien...!

    Resulta evidente que a partir de ahora va a haber que tomarse mucho más en serio el Tarot. Y si te acuestas con una mujer y ésta se empeña en echarte las cartas, mejor que midas y pese lo que dices, ya que, a pesar de que todas las adivinadoras suelen decir que “las cartas influyen pero no obligan...” al pobre Anthony, una carta le obligó a pasar a mejor vida...

    ¡Buenas noches, seres de la noche...!, espero que la luna os guarde. En todo caso, me voy a despedir hasta la próxima carta pero no sin antes saludaros a todos, mis pequeños monstruos.

Lou Cypher



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domingo, 9 de octubre de 2022

Frontera sangrienta

 




¡Se abre la nueva temporada de Caosfera! Con el otoño, llegan las novedades, y que mejor manera de arrancar que con un nuevo lanzamiento literario. Nuestro compañero David López Cabia, nos habla, al detalle, de su última novela: Frontera sangrienta, una obra histórica, descarnada, y muy bien documentada que no os podéis perder...




Con la contundente victoria aliada en Normandía y la liberación de París, el final de la guerra en Europa parecía encauzado. Todas estas esperanzas se vieron defraudadas en el otoño de 1944, cuando los aliados se aproximaron a las fronteras del Reich alemán.

    Una de estas amargas batallas tuvo lugar en el bosque de Hürtgen, un enclave situado al este de la frontera entre Bélgica y Alemania. Este duro enfrentamiento ha quedado olvidado. De hecho, son muchos los que parecen ver un paseo triunfal en el intervalo que transcurre desde la campaña de Normandía hasta la derrota definitiva del Tercer Reich. Por ello, para honrar la memoria de los caídos en el bosque de Hürtgen, decidí escribir mi novela Frontera sangrienta.

   Entre septiembre y diciembre de 1944, alemanes y estadounidenses se desangraron en una cruenta lucha en el barro. El bosque de Hürtgen, era un lugar frondoso, de aspecto fantasmal, poblado por un sinfín de enormes árboles, salpicado por quebradas y barrancos y escasamente poblado. El tiempo era gélido, las lluvias, el aguanieve e incluso las nevadas eran muy frecuentes, lo que hacía más miserable la vida de los combatientes, que languidecían entre el barro.

    Este es el trasfondo infernal que plantea la novela Frontera sangrienta y que deberá afrontar el teniente Boyle, un joven oficial con un incipiente pie de trinchera, al borde del derrumbe moral y con pocas esperanzas de sobrevivir. La moral de sus hombres es baja, se sienten enviados al matadero y deben obedecer las órdenes de oficiales carentes de toda empatía.

    En Hürtgen, la humedad era constante y las botas y calcetines de los soldados quedaban empapados. Todo ello dio lugar a una temida afección conocida como pie de trinchera. El roce del calzado, la humedad y la falta de transpiración de los calcetines de lana provocaban heridas en los pies que podían llegar a infectarse. Si la infección se extendía podía desembocar en gangrena y conllevar la amputación de los pies. Huelga decir que en Hürtgen, con unas lluvias casi constantes, mantener los pies secos se antojaba francamente complicado.

    Sin embargo, el pie de trinchera no fue el único problema que tuvieron que afrontar quienes combatieron en aquel bosque. La meteorología adversa, los constantes bombardeos, la pérdida de buenos compañeros, la brutalidad de la lucha y la falta de descanso podían llevar a los soldados a la locura. Era la temida neurosis de guerra, que se manifestaba en forma de llantos incontrolables, embotamiento, temblores y ataques de pánico.

    La particular dureza de las condiciones de batalla en Hürtgen provocó que proliferasen los casos de neurosis de guerra y las deserciones. De hecho, la 28ª División de Infantería, que en poco más de una semana de combate en Hürtgen sufrió más de 6.000 bajas, registró un alto índice de deserciones. Eran muchos los que preferían ganarse la vida como fugitivos en París que perder la vida en un gélido bosque.

    Resulta llamativo el caso del soldado Eddie Slovik, perteneciente a la 28ª División de Infantería. Si bien desertó antes de que su unidad fuese destinada al bosque de Hürtgen, fue arrestado y condenado a muerte. Pese a que apeló al general Eisenhower para librarse de su ejecución, el comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa ratificó la sentencia. Fue así como Slovik fue el primer soldado estadounidense en ser ejecutado por deserción desde 1864. Con su fusilamiento, los mandos aliados buscaban una ejecución ejemplar que disuadiese a los soldados de desertar.

    Sin embargo, Hürtgen fue una campaña horriblemente dirigida desde el punto de vista táctico, pues la espesura del bosque dificultaba el desarrollo de las operaciones y neutralizaba el poderío aéreo aliado. Igualmente, el general Hodges, responsable de la campaña de Hürtgen y comandante del 1º Ejército de Estados Unidos, insistió en una absurda estrategia de ataques frontales que dieron lugar a continuas masacres.

    En vista de esta funesta estrategia, no he escatimado en críticas hacia Hodges. Y estas críticas se hacen visibles a través de los protagonistas, un puñado de soldados de infantería a los que los días se les hacen años, que viven atemorizados, y que, tras desfilar triunfalmente por las calles de París, ven cómo sus esperanzas se hacen trizas en un deprimente escenario de barro, lluvia y muerte.

    No menos desesperada es la situación de los defensores alemanes. El Tercer Reich se encuentra al borde de la catástrofe. Alemania ha perdido 1.200.000 soldados en el aciago verano de 1944. Sus tropas están desmoralizadas, luchan en su propia patria y Hitler recurre a cualquier hombre. Prueba de ello es la 275ª División de Infantería alemana, formada por hombres demasiado viejos para hacer la guerra. Baste como ejemplo su denominada “compañía de los padres de familia”, donde no había un soldado menor de 45 años.

    Para colmo de males, los soldados alemanes, estaban mal alimentados, aunque pese a su estado físico, y como decía un combatiente estadounidense, tenían fuerzas para sentarse tras una ametralladora y apretar el gatillo.

    Así, en mi novela Frontera sangrienta, en el bando alemán, encontraremos a dos despiadados francotiradores. Su leyenda causa verdadero pavor entre los estadounidenses, no tienen piedad y a sus espaldas cargan con una larga lista de muertos. Se trata de dos tiradores implacables que se convertirán en los peores enemigos a los que debe enfrentarse un mentalmente castigado teniente Boyle.

    Estos son los ingredientes de Frontera sangrienta. Un bosque gélido, una lluvia constante, las astillas de los árboles volando en medio de salvajes bombardeos, un héroe que debe luchar contra sus demonios interiores y salvar el pellejo, dos francotiradores maquiavélicos y una joven que se ha ocultado de los nazis en un pequeño pueblo de Hürtgen y aguarda impacientemente el final de la guerra.

Los corazones de los hombres palpitan acelerados, mientras el vaho brota de sus bocas, cae la lluvia, las bocas de los cañones escupen proyectiles sin cesar y los soldados de infantería tratan de atisbar el peligro entre los árboles. El teniente Boyle amartilla su subfusil Thompson. ¡Ha llegado el momento de combatir!


Contacto: info@davidlopezcabia.es