viernes, 22 de febrero de 2019

Historias de Dämon Schwarze and Opal Mond Volumen 3




¡Por fin! hacía varias semanas que no disfrutábamos de un buen relato y más con un tándem de lujo. Regresa la tercera parte de la colección Historias de Dämon Schwarze and Opal Mond, por obra y gracia de nuestro querido Sergio Vargsson (Conversaciones con un vampiro). Y para más inri os lo traemos acompañado de una preciosa ilustración de la sinpar Líneas Sinmás (Líneas Sinmás ilustraciones). ¿Puede haber mejor plan?




¡Buenas noches, seres nocturnos! Vuelvo a ser yo, Dämon Schwarze, quien desde una lápida mohosa y agrietada con el nombre borrado por la lluvia va a proceder a contaros una nueva historia... una historia sobre hembras peligrosas....


  Fue a mediados de agosto del año 1995 cuando ocurrieron estos hechos que marcarían mi vida para siempre. A decir verdad, mi existencia hasta entonces se reducía a la triste y gris rutina de una empleada de codificación de datos informáticos contratada por una gran firma de seguros. Antes de comenzar, procuraré hacer todo lo posible para que el lector comprenda lo que puede suponer a nivel psicológico descubrir que tu herencia genética no es, para nada, común.

  Como ya os dije antes, mi vida era triste, fría y monótona. Hasta donde puedo recordar, siempre fue así. Nací en una pequeña comunidad rural de Massachusetts llamada Arkham. Se trata de una de esas pequeñas agrupaciones de labradores, cerrada a los forasteros y anclada en sus tradiciones que subsisten aún en la nueva Inglaterra de hoy. 

  Cuando tuve edad para optar a una carrera universitaria, mis madre se afanó en enviarme a uno de los mejores centros de pago. Pero a pesar del esfuerzo económico que aquello suponía para ella y de mi amor por el aprendizaje, me negué a permanecer en un lugar donde no me sentía querida. Mis compañeras, de elevada posición social, me despreciaban llamándome pueblerina hasta que un desgraciado enfrentamiento con una de ellas propició que me expulsaran para siempre. Jamás logré acceder a estudios superiores y opté por aprender codificación informática, que me serviría para conseguir mi actual trabajo.

  En cuanto a mis relaciones sentimentales, siempre han venido marcadas por el abandono de mis parejas, que prefieren alejarse de lo que supone un compromiso.

  Si hay algo que me fascina de toda la vida, es la luna. Cuando salgo a pasear sola bajo la luz de la luna llena, me siento completa y realizada. De pequeña, me encantaba salir de noche y permanecer bajo su brillo hasta que despuntaba el alba. Mi madre me decía, con una extraña sonrisa en los labios,que tenía espíritu de gato.
  Mi madre era muy hermosa, atractiva y lánguida. Ella me legó esta curiosa languidez. Jamás la vi ponerse otra joya que no fuese una cadena de plata cuyos cierres terminaban en una suerte de trenzas hechas con cabello humano. De estas trenzas pendían unas figuritas exóticas que representaban a una especie de deidad desconocida con cuerpo de lagarto bípedo, alas de murciélago y el rostro lleno de tentáculos. En los ojos de cada una de las figuras se habían incrustado sendas amatistas de un hipnótico color violeta. Estas piedras preciosas destacaban sobre el brillo lunar y blanquecino del metal. Como decía, no vi jamás a mi madre llevar otra joya. Cuando le preguntaba acerca de su origen, no solía responder. Una vez, cuando era mayor, decidió hacerlo y me contó que era herencia de su madre y que también debía pasar por mis manos.

  Mi padre, en cambio, era un sujeto gris y sin personalidad propia que desapareció sin dejar rastro un verano, cuando yo tenía diecinueve años.

  Como decía, mi vida era anodina hasta aquella noche de agosto del año 1995. Recuerdo que e cielo estaba iluminado por una extraña y rojiza luna llena. El calor me hizo salir de mi apartamento y caminar sola por las calles de Nueva York, hasta llegar a Central Park. Allí me detuve en un claro, bajo un grupo de árboles, y me quedé extasiada mirando el cielo. En mi interior notaba que pronto algo iba a cambiar. De repente, atisbé una figura cerca de mí y giré la cabeza. vi una silueta difusa que iba ganando corporeidad mientras avanzaba hacia mí.

  Me estremecí por un momento al pensar que estaba en una de las zonas más peligrosas de la ciudad, pero conforme la figura se iba distinguiendo, una extraña tranquilidad pareció calar en mi espíritu. La persona que se acercaba era un varón blanco de tez muy pálida y cabello rubio. Vestía completamente de negro, incluyendo la gabardina que ondeaba movida por el cálido aire nocturno. Un estremecimiento placentero me recorrió al ver su altura y la anchura de sus espaldas. El desconocido se acercó a mí sigiloso, parecía no tocar la hierba, y alargó su mano. Su tacto era extrañamente frío, pero no desagradable. Tras mirarme fijamente a los ojos, soltó mi mano y me entregó un estuche de terciopelo negro que sacó del bolsillo. Cuando lo recogí, simplemente me dijo...

—¡Tu madre se ha ido... !

  Efectivamente, al abrir el estuche pude comprobar que en su interior descansaba la antigua joya que tantas y tantas veces había admirado.

  Me sorprendí al comprobar que mi corazón no se sentía destrozado por la triste noticia y, mientras me sentía extraña, el hombre de negro continuó hablando...

    —En el momento en que aceptes esta joya arcana, tendrás que estar dispuesta a aceptar tu destino. No debes fijarte ningún tipo de límite ni sujetarte a más leyes morales que las que tú te marques...

  Y sin decir más, retrocedió dando la vuelta para perderse en el interior de una extraña niebla que pareció surgir del suelo. Después de mirar por última vez aquel objeto que descansaba entre mis manos, cerré la tapa del estuche y volví a mi piso con la cabeza extrañamente ligera.

  Cuando me levanté para ir a trabajar, todavía seguía pensando en los extraños sucesos de la noche anterior. Hice una pausa para tomar café y fui abordada por George, el joven diseñador de la sección de proyectos. Era el típico rompecorazones que siempre se veía atraído por mi físico. Puedo parecer engreída, pero sé que mi mirada verdosa y el rojo fuego de mi cabellera, hacen que no pase desapercibida. Pero no soy idiota, también tenía muy claro que George sólo buscaba sexo fácil conmigo. Yo significaba sólo otra marca más que añadir a su agenda, ya que tenía la peor fama de conquistador de toda la empresa. Hasta ese día lo había rechazado sistemáticamente, pero esta vez, no sé por qué fue diferente. Me contoneé levemente ante él y quedamos en su apartamento para cenar.

  Notaba mi cuerpo excitado sin encontrar una explicación lógica. Llegué a casa y empecé a prepararme. Me bañé sensualmente usando las sales de baño que compré antes de llegar y me puse ropa interior de color negro, un ligero y unas medias caladas. Ceñí mi cuerpo en el interior de un vestido negro ajustado y abrí el estuche, para sacar la antigua joya de plata, que parecía relucir con un extraño brillo. Me la puse sin pensar.

  En el acto pude notar cómo el mundo adquiría una extraña dimensión, era como si conociese todo de nuevo por primera vez. Mis pezones se endurecieron sin motivo alguno. Con esa extraña sensación todavía flotando en el ambiente, tomé mi bolso y acudí a mi cita.

  Llegué al apartamento de George a última hora de la tarde. Él había preparado una cena ligera que tomamos a la luz de unas velas. El ambiente estaba milimétricamente preparado para seducirme, en aquel momento me pareció perfecto.  Las horas fueron avanzando y mientras pasaba el tiempo hablamos mucho sobre cada uno de nosotros. Me contó que no estaba satisfecho con su actual relación, que pensaba terminarla y que creía sinceramente que nosotros podíamos tener un futuro juntos.

  Escuchaba sus palabras envuelta en una bruma rosada de algodones. Después, puso una música suave e incitante y nos pusimos a bailar estrechamente abrazados. Poco a poco, nuestras manos iniciaron los ritos previos al encuentro amoroso. Con mucha suavidad, me despojó de la parte superior de mi vestido y acarició con lascivia mis turgentes pechos, ahora completamente libres de la opresión del vestido. Tras besarnos con ansia procaz durante un rato, pasamos al dormitorio donde él me hizo sentarme en su cama. Una vez allí, me insinuó que me iba a enseñar a experimentar sensaciones nuevas y, recostándome de espaldas, procedió a encadenarme las muñecas con unos grilletes que tenía dispuestos en la cabecera del lecho. Sin preocuparse en absoluto de mi bienestar, desgarró mis braguitas y me usó de forma cruel y desconsiderada para su propio placer.

  Rebajada a la condición de mero objeto de placer, George se levantó de la cama y, soltando las esposas, dejó libres mis muñecas. Recogió mi vestido y me lo tiró encima mientras me decía con tono frío...

¡Ahora puedes vestirte y largarte... zorra!

  En mi interior fueron incubándose lentamente un odio frío y una ira que parecía abrasar mis entrañas. Mientras él entraba dándose una ducha en el cuarto de baño, me acerqué a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos llorosos. Contemplé el cielo nocturno y allí, por encima de las azoteas de los edificios, observándome como un enorme ojo perlado, estaba ella... la luna... en un precioso plenilunio que parecía iluminar las cosas con un halo sobrenatural, creando un universo fantástico.

  Se abrió la puerta del baño y George salió de la ducha mientras secaba con una toalla su cuerpo desnudo. Sus músculos destacaban poderosamente y el largo cabello húmedo empapaba sus hombros. Con una sonrisa sardónica dijo...

      —¡Vaya, vaya, putita! ¿Aún estás aquí...? ¿Es que no has tenido suficiente...?

  Avancé hacia él contoneándome y, mientras mis pupilas lanzaban unos sospechosos destellos verdosos, le dije con voz más ronca de lo usual...

       —¿Te has planteado que quizás... me haya gustado...?

  Con su masculino ego por las nubes, amplió su sonrisa y me dijo con voz cínica...

       —¡Si es que todas las tías sois iguales, mucho quejarse y mucho gritar pero en el fondo sois unas guarras que buscáis siempre los mismo! ¡Venga, pasa a la cama...!

  Avancé hacia él de forma sinuosa y mi figura pareció ondular y cambiar al contraluz, fluyendo como el mercurio. Por un momento, pude ver el terror en sus ojos cuando clavé mis uñas en sus hombros y le obligué a arrodillarse... Luego, todo se volvió negro...

   Desperté en mi apartamento y, al principio, creí que todo había sido un sueño, pero al mirarme las manos pude comprobar que estaban teñidas por un espeso y carmesí líquido que no daba lugar a confusión. Con extraña y placentera indiferencia, me desperecé sensual y gatunamente. Lamí mis manos con intención de limpiarlas. Mientras me dirigía a la ducha, pensé que jamás nadie volvería a tratarme de forma tan despreciable. Por cierto, me habría gustado ver la cara de la persona que encontró el cuerpo de George sobre su cama, con la garganta semi devorada. Pero lo más divertido fue la licencia "artística" que me tomé. Le clavé los grilletes de tal forma que atravesaron su cuerpo justo por debajo del esternón para asomar por la columna vertebral. Tal era mi bestial fuerza en aquel momento, ¡no podía creerlo! Se podría decir que  había encadenado su alma para siempre...

  Con una mueca maliciosa me complací en recordar la sonrisa truncada de George y su expresión cuando descubrió que la vulnerable mujer a la que había humillado,se había transformado en una bella, sensual y mortífera... pantera negra.



  ¡Bueno... bueno... bueno...!

  Parece ser que a partir de ahora tendrás que mirar muy de cerca con quién te acuestas, no vaya a ser que intentes meter una “gatita” en tu alcoba y luego te des cuenta que en lugar de eso, has metido en tu cama una verdadera fiera...

  ¡Salvo que quieras acabar como George, claro...!

  Y ahora me despido. El sol empieza a asomar por encima del horizonte y aunque estoy muy cómodo aquí, aún me quedan muchas cadenas de plata que repartir... ¡Buenas noches, queridos monstruos...!




Dämon Schwarze







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