viernes, 27 de marzo de 2020

Magia con plumas (Parte 1)





Consideradas un objeto mágico en el ámbito de las culturas primitivas, las plumas constituyen una fuente de alto poder. Están dotadas de un amplio abanico de significados en función de sus colores, así como de la lectura chamánica del animal al que pertenecen o las creencias religiosas y/o culturales de los creyentes. La cosmovisión es una forma de interpretación del mundo, evidentemente abstracta, y las aves han formado parte de esta perspectiva desde hace siglos. La interpretación sagrada de estos seres ha ido cambiando en función de unos u otros dogmas y tenemos varios ejemplos. Algunos de ellos forman parte del imaginario común, como por ejemplo el águila, un animal sagrado en varias culturas norteamericanas, así como en muchas otras culturas de diferentes partes del mundo donde su aspecto regio es vinculado a la realeza o al poder. Tenemos, además, otros ejemplos como los pavos reales, venerados actualmente en la india como aves sagradas, cuyo significado aparece en diferentes culturas relacionado con las castas nobles y la buena fortuna. No sucede lo mismo con el gallo, asociado durante siglos con la magia negra por su aparición en uno de los episodios más trágicos de la biblia: la traición de Judas. No en vano, según la disciplina Feng Shui, el gallo es un símbolo de buena fortuna y se utiliza como amuleto de la buena suerte. Y así sucede con otras muchas especies cuyo poder iremos revelando a lo largo de esta sección.

   Sin ánimo de dilatarme demasiado, procederé a continuación a exponeros las características del ave a tratar en este capítulo y las virtudes del uso de sus plumas dentro de la ritualística. Espero que esta iniciación sea de vuestro agrado.






ABEJARUCO



  1. Social
  2. Fiel
  3. Espontáneo
  4. Precavido

   Atendiendo a esta descripción y teniendo en cuenta la gama de colores que presenta el abejaruco, más cálidos en la parte superior (marrón en algunos ejemplares, un color ligado al equilibrio y a la estabilidad) y azules en la zona de la cola y el pecho, podemos valorar estas plumas para un uso variado. Los colores en el ámbito de la magia y la ritualística están bien definidos, siendo el rojo un color asociado a las pasiones, la sangre y la agresividad, el amarillo un símbolo de intelectualidad y valor (representa al Sol), y el azul y sus derivados una representación del mundo onírico, además de serenidad y templanza. Por tanto, las plumas de color rojo son idóneas para hechizos de amor o de amarre, en este caso para atraer un sentimiento mutuo de fidelidad. Usaremos las plumas amarillas si pretendemos emprender asuntos financieros; la plumas amarillas de abejaruco invocan también la precaución y sirven como protección contra el riesgo. Si las plumas son azules, han de usarse para hacer un llamamiento a la calma, sobre todo en el caso de que se nos presente una relación sentimental o familiar complicada. Gracias a su poder podemos hacer un llamamiento a la reflexión y apelar al entendimiento entre ambas partes.

  Antes de comenzar con los procedimientos a seguir para este tipo de prácticas, he de advertir que tales rituales no tendrán efecto si no se trata de plumas encontradas. JAMÁS deben usarse plumas compradas o extraídas conscientemente. 


RITUAL PARA EL AMOR

   Los amarres de amor con plumas de pájaro son muy conocidos, pero en mi opinión sus intenciones no son lícitas, por lo que mi decisión es enfocar esta magia de otra forma con el fin de avivar los sentimientos y atraer el amor en su justa correspondencia. El ave puede ser utilizada como arquetipo, espíritu del aire que logra que el hombre entre en contacto con la naturaleza. Mediante este espíritu es como logramos potenciar nuestro conocimiento para adquirir un nivel superior que nos ayude a enfocar nuestra energía en un propósito directo.

      El paradigma que voy a tomar es el del ritual chamánico directo que consiste en:

  1. Relajación y respiración profunda.
  2. Levantar la pluma, llevándola hasta nuestros labios.
  3. Soplar sobre la pluma para transmitirle nuestra esencia.
  4. Concentrar toda nuestra energía a la hora de pronunciar en voz alta nuestra petición amorosa.
  5. Dar gracias a la naturaleza por las dádivas que nos otorga.

Nota: Si la pluma es de color marrón beneficiaremos la estabilidad de pareja. 

  
RITUAL PARA EL DINERO

     Los rituales para la economía son un clásico, resultan muy funcionales y cualquier persona con un mínimo de práctica en estas lides puede valerse de ellos. A continuación expondré una ritualística común realizada con plumas de color amarillo según principios chamánicos.

  1. Relajación y respiración profunda.
  2. Levantar la pluma, llevándola a nuestros labios.
  3. Soplar sobre la pluma, para transmitirle nuestra esencia.
  4. Concentrar toda nuestra energía a la hora de formular nuestra petición económica. Si se trata de una petición de negocios conviene que la escribamos en un papel y la enterremos posteriormente. Colocaremos unas caracolas de mar sobre la arena, y de este modo uniremos un símbolo de fortuna, las primeras, y otro de abundancia, la segunda.
  5. Dar gracias a la naturaleza por las dádivas que nos otorga.


RITUAL PARA LA CONCORDIA

         Los hechizos para la unión y la concordia son extremadamente positivos, ya que no tienen otro fin que el de atraer la armonía. Su proceder es sencillo:

  1. Relajación y respiración profunda.
  2. Levantar la pluma, llevándola hasta nuestros labios.
  3. Soplar sobre la pluma para transmitirle nuestra esencia.
  4. Concentrar nuestra energía para atraer las buenas vibraciones. Debemos decir en voz alta el nombre de la persona o personas que se están distanciando de nosotros para que los espíritus del aire puedan transmitirles nuestro mensaje en el mundo onírico.
  5. Dar gracias a la naturaleza por las dádivas que nos otorga.


OBSERVACIONES

      Antes de emprender cualquier tipo de ceremonia, conviene llevar a cabo una limpieza exhaustiva de los elementos —en este caso plumas— mediante incienso, dado que el incienso, además de tener un valor litúrgico importante es un gran depurador debido a sus propiedades relajantes y a su aroma. Su simbología es muy completa, la barrita de incienso representa el presente y las cenizas tras su quema lo que deseamos desterrar. Por esto, nuestros dedos no deben entrar en contacto con la ceniza y, a ser posible, recogerla con una cuchara o arrastrarla desde la superficie con cualquier objeto para depositarla en un recipiente.

           Sabemos que las velas están muy ligadas a la magia. Estos rituales verán su efectividad incrementada con la utilización de velas orientadas a los cuatro puntos cardinales. Deberemos escoger el color (rojas, amarillas, anaranjadas o azules) siendo consecuentes con nuestro propósito.

            Es preferible que los rituales se realicen al aire libre, ya que el chamanismo busca un contacto íntimo con la naturaleza. De no ser posible podemos escoger un lugar cómodo, amplio y bien perfumado.



NOTA FINAL

              La palabra magia, tal y como la conocemos, es un concepto con un amplio significado en las culturas más ancestrales. El término original persa mageia procedía a su vez de la raíz protoindoeuropea magh-, que alude a determinadas capacidades especiales encontradas en algunas personas de naturaleza especial. Más tarde, el término mageia daría origen a la palabra magister, actualmente transformada en maestro. El mago no es ni más ni menos que un maestro que se sirve del conocimiento, a su vez adquirido por otro maestro, para aplicar unas determinadas leyes o normas con el fin de lograr su propósito. existen diferentes tipos de magos con unos objetivos distintos, pero todos ellos presentan una denominación común: apelar al poder mediante el conocimiento. Las variables para acceder a este poder son interminables, pero SIEMPRE, SIEMPRE hemos de tener en cuenta que sean las que sean las que elijamos debemos valernos siempre del camino de la luz y el conocimiento, ya que la verdadera magia (ilusionismo no, magia), la mageia que tanto reivindicamos pero que tan poco conocemos está dentro de nosotros.

        Apelando a la libertad de métodos, principal característica de la Caosfera o magia del caos, os traigo estas ideas ritualísticas tan lícitas de usar como cualquier otras que tengáis en mente, ya que los magos del caos nos valemos de este principio de libertad metódica.



NIEVES.





   

viernes, 20 de marzo de 2020

Armin Meiwes, el "Caníbal de Rotemburgo"







¿Creíais que íbamos a faltar a nuestra cita del viernes? Hoy precisamente venimos con más fuerza debido a la situación delicada que estamos viviendo y la necesidad de ofreceros, por ello, contenidos interesantes. Hoy tenemos el lujo de recibir de nuevo a nuestro colaborador, José ángel Conde, que nos trae un interesante artículo con apuntes criminológicos y bográficos de uno de los asesinos que más impacto han causado en la sociedad: Armin Meiwes, apodado "El caníbal de Rotemburgo". Y no sólo eso, si no que también nos regala esta estupenda ilustración de su autoría. Si os gustan la escritura y el arte de José Ángel, recordad que podéis seguirle a través de su página de Facebook



Pese a no ser en propiedad un asesino en serie, la verdad es que las escabrosas y excepcionales condiciones que rodearon la consumación de su único homicidio fueron suficientes para convertir al alemán Armin Meiwes en uno de los psicópatas más inusuales jamás conocidos, y no sólo en la historia reciente. Un hecho tan macabro fue lo que animó a los medios a principios de este siglo a bautizarlo finalmente con el ya desgastado, pero sin duda adecuado, apelativo "el Caníbal de Rotemburgo" y la definición más alemana Der Metzgermeister (“El Maestro Carnicero”). 

   La "vorarefilia" (acortado "vore"), comúnmente conocida como "canibalismo", es una parafilia que se ha convertido en motivación para innumerables crímenes y la principal obsesión de muchos de los más crueles asesinos psicópatas, tanto en el mundo real (Jeffrey Dahmer, el "Carnicero de Milwaukee " o Andrei Chikatilo, el "Carnicero de Rostov") como en la ficción (el maquiavélico Hannibal Lecter, personaje principal de la serie de best sellers de Thomas Harris). Aunque la antropofagia como tal tiene un controvertido trasfondo histórico-cultural, al haber formado parte no solo del patrimonio mitológico sino también de la idiosincrasia práctica de ciertos pueblos y civilizaciones, es necesario distinguirlo del término "vorarefilia", más moderno y científico, que podría traducirse del griego como el "deseo de devorar", refiriéndose a una desviación o impulso sexual que lleva a algunas personas a sentir el deseo erótico de ser consumidos por o, a veces, de consumir a otra persona. 

  En el caso específico del "Caníbal de Rotemburgo", la ambigüedad del concepto y la extraña motivación de los involucrados fueron factores determinantes para obstaculizar el trabajo de los juristas a la hora de emitir un veredicto final. En primer lugar, en 2003, el año en que comenzó el primer juicio, el código penal alemán no tipificaba el canibalismo como delito, tal vez porque se lo consideraba un tabú impensable o demasiado perverso para su propia sociedad, pero la verdad era que suponía partir de un conflicto muy complejo en los términos. Por otro lado, y lo que sin duda es el punto más inusual en nuestra historia, el acto criminal que luego se juzgó había sido totalmente consensuado, es decir, planeado, consentido y ejecutado en la práctica por ambas partes, de modo que la verdadera dicotomía se encontraba en determinar si era un asesinato o una especie de retorcida eutanasia. 

  Armin Meiwes nació el 1 de diciembre de 1961 en la ciudad de Essen, Alemania Occidental, y disfrutó de una infancia normal con sus padres y sus dos medio hermanos. La familia solía pasar los fines de semana y las vacaciones escolares en su casa de campo en Rotemburgo, donde el pequeño Meiwes desarrolló un gran amor tanto por los animales como por la naturaleza. Sin embargo, a fines del verano de 1969, cuando tenía 8 años, fue testigo de cómo su padre abandonaba la casa de campo para no volver nunca más, lo que significó una experiencia muy traumática para el niño. Sus dos hermanastros también se fueron poco después. De repente, Meiwes se quedó solo con su madre, Waltraud, una mujer de 50 años que había pasado por tres matrimonios fallidos y que, después de este nuevo duro golpe, se aisló por completo. Al trauma emocional también se sumó la precariedad económica, ya que el padre había vaciado las cuentas bancarias de la familia al marcharse. Waltraud Meiwes vivió desde entonces encerrada en la gran mansión, creando un mundo de fantasía en el que ella y su hijo se vestían con trajes medievales y volviéndose una madre controladora que gobernaba la vida de Armin según sus propios deseos y caprichos. El niño buscó consuelo creando un hermano pequeño imaginario que, al comienzo de la pubertad, terminaría convirtiéndose en objeto de deseo sexual, al igual que los niños reales que comenzaban a despertar en él la atracción propia de su edad. El carácter extremadamente solitario del joven le dificultaba mucho establecer relaciones, por lo que comenzó a desarrollar un tipo diferente de deseo, caracterizado por la necesidad de crear un vínculo tan estrecho que la persona deseada del mismo sexo tenía que convertirse, de hecho, en una parte de él, fusión que solo podía alcanzar al comerlo. Al llevar siempre a su amigo o amante dentro de él, sentiría cómo desaparecía su soledad. Sin embargo, Meiwes nunca tuvo la intención de obligar a nadie a cumplir esta fantasía, en la que el fetiche era la carne masculina, sino que esperaba que su víctima se sacrificara de forma voluntaria, demostrando así su amor hacia él. 

  Durante su adolescencia tuvo amistad con niñas y niños, pero nunca abandonó esta fantasía devoradora de hombres. Después de un tiempo se alistó en el ejército y pasó en él doce años, obteniendo varios ascensos y siendo reconocido y aceptado por sus compañeros, socialización que tal vez, vinculada con la lejanía de la influencia acosadora de su madre, le hizo desacelerar sus impulsos caníbales. Incluso comenzó una relación con una mujer llamada Petra, a quien conoció a través de una agencia matrimonial, pero la relación no fructificó y las mujeres que conoció después nunca disfrutaron de la aprobación de su madre. Waltraud sufre en 1996 un accidente automovilístico del que nunca se recuperará, haciendo que Armin vuelva a ser responsable de su cuidado y vuelva a sufrir sus requisitos obsesivos y constantes. Finalmente fallece en 1999, por lo que Armin se siente libre para comenzar con una nueva vida. 

   Pero esta "nueva vida" suponía en realidad mantener dos vidas paralelas. Por un lado, interpretó el típico rol del vecino "normal", un técnico en reparación de computadoras que navegaba con sus amigos y montaba a caballo, cariñoso y alegre. Nicole A., quien logró una estrecha amistad con Meiwes, hasta el punto de confiarle sus cuatro hijos como niñera, dice de él: "A los niños les encantaba verle y pasaban un buen rato con él. Confiaba en él absolutamente e, incluso entonces, después de todo lo que sucedió, todavía le confiaría a mis hijos en cualquier momento". Por otro lado, libre de su madre y solo en la enorme casa de campo, Meiwes se desató por completo e internet se convirtió en su segunda vida secreta. Navegaba todas las noches y, además de ver películas de zombis e imágenes de mataderos de animales, comienza a descubrir sitios web y foros de chat sobre el canibalismo, como The Cannibal Cafe. Al principio no los tomó demasiado en serio, pero pronto comenzó a sorprenderse por la cantidad de personas que se ofrecían para ser comidos, por lo que finalmente decidió responder a algunas de las ofertas y concertó varias citas. Su primer encuentro fue con un cocinero, quien le propuso un juego de rol o simulación en el que Armin pretendía matarlo y comérselo. Otro compañero obtenía placer sexual al pegar en su cuerpo etiquetas de papel con los nombres de los diferentes trozos de carne. Meiwes dijo que incluso había personas que pedían ser asadas o troceadas, pero que ninguno de ellos estaba realmente dispuesto a materializarlo y para él era esencial contar con el consentimiento explícito. Hasta que conoció a Brandes. 

  Bernd Jürgen Armando Brandes era un ingeniero berlinés de 43 años que también tuvo un pasado traumático. Su madre se suicidó cuando tenía 5 años y desde entonces la relación con su padre se deterioró hasta romperse definitivamente cuando su hijo le confiesa que es homosexual. Al igual que Meiwes, Brandes tuvo una doble vida como empresario y aventurero sexual. Jimmy F., un ex chapero de la concurrida estación de ferrocarril de Berlín Zoo que conoció en 1995, declaró que a Brandes "le gustaba sentir dolor", siendo su mayor fantasía que "le arrancaran el pene de un mordisco". Incluso le ofreció una gran cantidad de dinero y gran parte de sus bienes para que lo hiciera. Era la víctima perfecta para Armin Meiwes, quien inmediatamente respondió a su anuncio en línea titulado, según este último, algo así como "Cena" o "Tu cena" y cuyo texto ofrecía "la oportunidad de comerme vivo". 

  El 9 de marzo de 2001 se encontraron en la estación de tren de Kassel, desde donde Meiwes conduce a su casa en Rotemburgo. Durante el viaje, Brandes se excita y comienza a tocar a Armin. Una vez en la mansión, el berlinés comienza a desvestirse y la pareja va directamente a la habitación que más tarde se denominará "matadero", el lugar donde se cometería el crimen. Allí practican sexo, pero esto no satisface a Brandes, quien buscaba el éxtasis al ser devorado vivo, y acusa a Meiwes de ser "demasiado débil" para hacerlo. Cuando estaba decidido a regresar a Berlín, Meiwes le dijo en la estación que había cambiado de opinión. Se detuvieron en una farmacia y compraron pastillas para dormir, ya que Brandes consideraba que Meiwes sólo podría amputarle el pene si se mostraba completamente drogado. De vuelta en la casa y después de varias horas de conversación, Brandes le espetó a Meiwes: "No puedo soportarlo más. ¡Córtalo!". Ya habían planeado todos los detalles antes de esta reunión, incluido el uso de una cámara de video para grabarlo todo, ya que Brandes quería mirar su propio rostro en el momento de la amputación. La primera vez no funcionó porque el cuchillo no era lo suficientemente afilado. Meiwes fue a buscar otro y finalmente logró cortar la extremidad. "La sangre salía como si fuera una fuente", recordó, pero después de unos segundos, tras el shock y el grito inicial, Brandes le dijo que ya no sentía dolor y le pidió que cortara el apéndice amputado por la mitad. Sorprendido, Meiwes obedeció y luego llevó las dos piezas a la cocina, donde las preparó y las cocinó como si fueran un guiso. Sin embargo, la carne se encogió en la sartén hasta el punto de que no quedó nada comestible; aun así Brandes intentó comerla mientras sangraba. Después, Meiwes le introdujo en una bañera llena de agua caliente y se fue a la cama a leer un libro de Star Trek, visitándole cada quince minutos. En una entrevista posterior, el hombre de Rotemburgo incluso declaró que Brandes "estaba feliz de estar inmerso en su propia sangre". Unas tres horas más tarde decide abandonar la bañera y cae completamente inconsciente, por lo que Meiwes arrastra su cuerpo de regreso al segundo piso y lo deja en la cama. Todavía recuperaría la conciencia varias veces antes de morir, unas horas más tarde, a altas horas de la noche. Meiwes dudó sobre qué hacer a continuación, pero finalmente cortó la cabeza del cuerpo, colgó el cadáver de un gancho en el techo y procedió a desmembrarlo, almacenando los trozos de carne en bolsas debajo del falso fondo de un congelador. Estos restos serían cocinados y comidos sucesivamente durante varios meses. En el juicio posterior, reconoció que había consumido unos 20 kilos de carne humana. 

  Algunas de sus impresiones caníbales fueron recogidas en la entrevista realizada para el documental de Barcroft TV "Docs: Entrevista con un caníbal": 

  “Preparé la mesa como si fuera una ocasión especial. Decoré la mesa con velas bonitas, saqué mi mejor servicio de cena y freí un trozo de filete de lomo, un trozo de su espalda, hice lo que llamo “patatas princesa" y brotes. Después de preparar mi almuerzo, me lo comí.

  El primer bocado fue, por supuesto, muy extraño. Lo cierto es que no puedo describirlo. Había pasado más de 40 años deseándolo, soñando con eso. Y ahora tenía la sensación de que en realidad estaba logrando esa perfecta conexión interna a través de su carne.
  
  La carne sabe a cerdo, pero más fuerte. Es un poco más jugosa, aunque no creo que otros noten la diferencia si la comen. Sabía muy bien." 


  Dos días después el novio de Brandes denunció su desaparición, pero este ya había eliminado todos los archivos de su computadora y con ellos todas las posibles conexiones con su asesino. Sin embargo, Meiwes continuó buscando otra víctima a través de la red durante unos meses más, hasta que sus sospechosas respuestas llevaron a un joven estudiante austriaco a presentarse ante el jefe de la Oficina Criminal Federal (BKA), la policía criminal alemana. Cinco meses después, en diciembre de 2002, 6 policías entraron en la mansión de Rotemburgo con una orden de registro y, después de una inspección exhaustiva del lugar, encontraron el macabro hallazgo además de varios objetos incriminatorios: el ordenador de Meiwes, una cámara de video y numerosas cintas, 3 cuchillos, 1 hacha y un delantal de carnicero.

  La noticia se difundió muy rápidamente, incluso a nivel mundial, causando una gran conmoción en su momento, como no podía ser de otra manera en un caso de esas características. La banda sueca de death metal Bloodbath reflejó el punto de vista de la víctima en su canción "Eaten" y los alemanes Rammstein también abordaron el tema en "Mein Teil" ("Mi pedazo"), siendo demandados curiosamente por el propio Meiwes, lo que hizo que la canción se prohibiera en Alemania durante un tiempo. Algo similar le sucedió a la película de Martin Weisz, Rohtenburg (Grimm Love Story) (2006). Otra versión de la historia fue Cannibal (2006), del extraño cineasta alemán Marian Dora.

  Las circunstancias del crimen hicieron que el primer juicio, llevado a cabo en la Audiencia Provincial de Kassel, fuera extremadamente complejo. Para empezar, como ya se ha señalado, porque no existe una ley contra el canibalismo en Alemania, y luego porque Brandes fue una víctima voluntaria, lo que demostró el video que la pareja había grabado y que fue proyectado durante la audiencia. Solo se mostraron 19 minutos de sus cuatro horas totales y algunos de los que lo presenciaron tuvieron que ser sometidos a terapia. Meiwes admitió haber comido a Brandes y expresó su pesar por lo sucedido. Los psiquiatras determinaron que ninguno de los dos tenía trastorno mental y que, por lo tanto, eran plenamente conscientes de sus acciones. La fiscalía solicitó cadena perpetua por "asesinato por motivos sexuales y profanación de restos mortales", mientras que la defensa alegó una condena por "asesinato con el consentimiento de la víctima". La primera sentencia, con fecha del 30 de enero de 2004, fue homicidio involuntario y condenó a Meiwes a 8 años de prisión.

  En 2005, la fiscalía apeló el veredicto y el Tribunal Federal Supremo (BGH) ordenó que se repitiera el juicio porque consideraba que algunas pruebas no se habían evaluado adecuadamente en el juicio anterior. Finalmente, en mayo de 2006, el Tribunal Territorial de Frankfurt declaró a Armin Meiwes culpable de asesinato y lo condenó a cadena perpetua. Actualmente cumple condena en una prisión de alta seguridad en Kassel.


viernes, 13 de marzo de 2020

¿Quién teme al lobo feroz?







¡Viernes Splatterpunk! Ya podéis disfrutar de otro de los relatos que tuvimos el placer de disfrutar a lo largo de nuestra convocatoria splatterpunk. En esta ocasión, se trata de una sangrienta, perturbadora y original alegoría de Caperucita roja que nos llega de la mano del autor sevillano oculto bajo el pseudónimo de Javier Lobo. La experiencia de Javier es amplia no sólo como autor, ya que ha editado un sinfín de trabajos de varios géneros y colaborado con varias revistas digitales entre las que se encuentra Círculo de Lovecraft, sino también al frente del programa de radio "El brillo de la tinta". Si queréis seguir a Javier podéis hacerlo a través de sus blogs El brillo de la tintaSecretos de R´yleh  y Smokin´ Guns, amén de en las redes Twitter Facebook Instagram o Wattpad. Para alquirir sus trabajos, tenéis el siguiente enlace de Amazon. Y ahora, sin más os dejo con Javier.




Camino por las calles, oliendo su podredumbre, disfrutando del gélido candor de esta noche de otoño, un otoño que parece más invierno que estación de paso. Camino libre sobre los aceitosos charcos, dejando mi impronta sobre las sucias aceras, bajo esta preciosa luna llena que me alumbra, que me observa con su pálida cara picada de viruela desde la oscura bóveda celeste. 

  Estoy de caza, y mi territorio es ilimitado. Cada avenida, cada bulevar, cada portal, cada sombra que va tomando consistencia y densidad más allá de las luces de las farolas, cada metro cúbico de aire, es mi coto privado. 

   Y esta noche busco presa... 

   Me gusta ese contacto íntimo y personal que me permite la caza. No me gustan las armas de fuego, aunque no sería la primera vez que las uso, pero prefiero, como ya he dicho, un contacto más íntimo y personal. 

  Me gusta sentir cómo la hoja de mi cuchillo separa las fibras delicadamente, obligándome a ir despacio y a saborear el dolor de cada milímetro de tejido que corto con su afilado acero. Es singularmente placentero el desollarlas vivas antes de comenzar el despiece de las piezas más jugosas... 

   Me gusta usar las manos porque me permite sentir ese último latido, ese momento en el que se extingue la vida y ya solo queda una carcasa mortal con la que poder entretenerme hasta destrozarla. 

   No todo es placer sanguinario; también me queda el placer sexual, en el que desarrollo todo su miedo, en el que logro que se estremezcan de pavor ante mí. 

   A fin de cuentas, soy el lobo... 

  Llevo años cazando, y nadie me ha encontrado aún. Soy una abstracción, una pesadilla viviente para recordarles que deben irse pronto a la cama, que los horrores existen sin necesidad de ver una película de miedo, que la más truculenta fantasía nunca podrá superar el infierno de la realidad. 

   Busco mi nueva presa... 

  Veo algo que me gusta: es una chica de unos diecisiete años, morena, menuda, de piel de porcelana y, al igual que ésta, de frágil belleza. La veo a través del ventanal de la biblioteca, estudiando como si el mundo fuera a desaparecer en cero coma dos segundos. 

  Curioso, porque así será... para ella. 

  Entro sin prisa, busco un libro al azar en una estantería y me siento enfrente, dibujando una invisible línea en diagonal que nos une y permite que nos veamos con facilidad. 

   Alza la mirada de sus apuntes, me sonríe, y se me queda mirando con cara de boba, como hipnotizada. Soy atractivo, lo sé. Llevo años cuidándome en los gimnasios y con mi dieta a base de carne humana. Conozco bien la psiquis humana, y puedo apreciar mil detalles con un solo vistazo que el resto obviarían. 

   Vive sola, no tiene a nadie que la pueda echar de menos o que viva cerca; necesita amor, pero ella misma se lo niega, no sé por qué; y también percibo la ausencia de una madre en su vida. 

   Frágil, muy frágil. Pobre huerfanita… 

   Bien. Me relamo por dentro, como el lobo que soy. 

 Nos presentamos. Comenzamos a hablar en voz baja, bisbiseando sobre temas insustanciales, lanzando risas quedas a la vez que miramos a nuestro alrededor para observar alguna mirada curiosa o reprobadora por nuestra conducta. Al cabo de un par de minutos, llega el primer roce de nuestras manos, al principio un instante fugaz apenas perceptible, que luego se convierte en un contacto continuo en el que ya no aparta su mano de mí. 

   Ya es mía. 

  Le ofrezco una taza de café mi piso, que vivo muy cerca, para seguir hablando, y le digo el nombre de una calle a muy poca distancia de donde estamos, una zona que puede conocer y que, a todas luces, tiene fama de tranquila. 

   Mortalmente tranquila. 

   Sonríe. Me dice que sí. 

 Tengo que contener un estremecimiento de placer al escucharla. Siento una poderosa erección entre mis piernas, excitado ante la perspectiva del sabor de su sangre en mi paladar, y de su miedo flotando en el ambiente cuando me quite la máscara. 

  Cuando le muestre mi verdadero yo. 

  Salimos a la fría noche y caminamos despacio. Ella sonríe de manera estúpida, como lleva haciendo todo el rato, aparentemente divertida por mis gracias. Le digo que la llevo a mi coche, lo que sí es verdad, pero no dónde vivo, dónde pienso llevarla en realidad. 

   Tengo hambre... 

  Hago como que he pisado algún excremento de perro para retrasarme un par de pasos y así ganar distancia al quedar atrás mientras dejo que ella doble la esquina. Veo que, por delante, no queda nada ni nadie. Sólo estamos la noche, unas farolas de luz amarillenta que parpadea intermitentemente, y nosotros dos. 

  Es el momento. 

  Le salto encima, atenazando su cuello con los brazos y lo aprieto con fuerza. Es un sistema que me ha dado numerosos éxitos, ya que mis víctimas pierden el sentido en unos pocos segundos, pero siguen vivas, permitiéndome trasladarlas a mi madriguera para jugar como quiera con sus cuerpos y con su miedo. 

  —Caperucita, Caperucita... —le susurro al oído, apretando aún más su cuello. 

  Pero algo va mal. Súbitamente, un inmenso dolor me traspasa la pierna, se me afloja y pierdo pie. Un gruñido agudo que trata de ser un grito de dolor ahogado muere aplastado entre mis mandíbulas, mientras me llevo las manos al muslo para contener el daño. Cuando aterrizo en el suelo, veo una oscura y húmeda masa pardusca que se extiende por mi muslo. Un caño de sangre brota con fuerza prodigiosa a través del agujero en la tela, salpicando mis manos con su deliciosa calidez. 

   Me mareo. 

  La busco con la mirada sin encontrarla. Apenas sí percibo unas columnas de luz que no cesan de parpadear y que me supongo que son las farolas que nos rodean, alumbrando tristemente este rincón de la ciudad. Noto cómo una arcada trepa por mi garganta, dejando un regusto ácido en mi boca. 

  Oigo mi propia voz reducida a un grotesco sonido similar al de una rana al croar, pero logro contener el vómito que pugna por salir desde mis entrañas. 

  Mientras mi mente está calculando la cantidad de sangre que pasa por la arteria femoral, escucho un lejano repicar de zapatos acercándose. Parpadeo hasta que logro enfocar bien la mirada. 

   Veo a la frágil muchacha sosteniendo un cuchillo en una de sus manos. Tiene una hoja curva que se lanza al frente como el pitón de un toro. Lo conozco, es un kerambit. Yo mismo tengo un par, y sé perfectamente el daño que esa hoja es capaz de infligir en un cuerpo. 

  Me doy por muerto, pero sonrío. 

 Miro a mi Caperucita. De pronto, esa pátina de fragilidad a punto de romperse ha desaparecido. Su rostro es ahora una inexpresiva máscara en la que brillan dos oscuros ojos que emiten un frío glacial y no me pierden de vista ni por un instante. 

   —Lobo, Lobo —me dice en tono de reproche. 

  Camina muy despacio hacia mí. Siento un frío inhumano que se apodera de mi cuerpo y me hace temblar de manera incontrolable. Cada vez me cuesta más respirar, siento mucha sed, y moverme se convierte en una odisea, ya que mis miembros me pesan cada vez más y más. 

  —Te estaba esperando —me dice de sopetón. Ante mi mirada de incredulidad, se explica—. Mi mamá murió hace dieciocho años en este mismo lugar. Al parecer, hubo algún cabrón desalmado que la asaltó y la mató arrancándole la garganta con las manos. La policía dijo que podía ser obra de un asesino en serie al que llamaban el Lobo. Yo tenía en ese momento siete años. 

  Me quedo impactado. Parece más joven. 

  Todo esto es un engaño, y yo soy el tonto más grande del mundo. Recuerdo lo que me dice. Fue la primera vez que maté usando las manos desnudas. Recuerdo esa imagen de la piel y la carne desgarrada, con la sangre salpicándome a borbotones, y una cara de estúpida incredulidad que me excitó hasta hacerme llegar al orgasmo. El sabor de su piel en mi boca era salado, y se conjugaba a la perfección con el gusto metálico de la sangre que había entrado en mi paladar. 

  Continué masticando y mordiéndole el cuello para llenarme aún más el buche con su carne, hasta que ya no cupo más. Apenas sí podía masticar y respirar por todo el tejido muscular y dérmico que se me aglutinaba entre los maxilares, pero me daba igual. Me sentí frenético, y muy frustrado cuando entendí que, por mucho que la mordiera, no le iba a poder arrancar ni un pedazo más de su ser con los dientes, así que pasé a usar las manos. Tironeé de los jirones que aún mantenían su cabeza unida al cuerpo, que se agitó de un lado para otro como una pelota en una bolsa de plástico, mientras me salpicaba de la cabeza a los pies con su sangre, regándolo todo con la lluvia escarlata que manaba de su cuerpo. 

  Es la única vez que he sido tan sucio trabajando. Entendí inmediatamente que debía controlar mi frenesí si no quería pasar a ser yo la presa. 

  De aquello han pasado muchos años, muchos despojos en el camino, pero no soy capaz de dar crédito a lo que está sucediendo. ¿Esta chiquilla es, realmente, la hija de la mujer que abrió mi marcador particular de presas cobradas? 

  —Te crees un gran cazador, pero en verdad eres un torpe, y lo son aún más esos policías que te han estado persiguiendo durante todos estos años: no se han dado cuenta de que siempre actúas en las mismas zonas, ni cuál es el perfil de víctimas que te gusta acechar, ni que tienes debilidad por las noches de luna llena próximas a Todos los Santos. Pero yo sí, y me he estado preparando dieciocho largos años nada más que para disfrutar de este momento. 

  Se inclina sobre mí. Curiosamente, no siento miedo. El cuchillo brilla malévolo ante mis ojos. Su curvatura se adapta de manera siniestra a mi rostro. Un simple gesto y me quedaré sin mejilla, pero no me importa. Soy incapaz de dejar de mirar su fulgor. Me tiene tan hipnotizado como una serpiente. 

  Es un brillo que me encanta. 

  —¿Quién teme al lobo feroz? —canturrea esta versión de Caperucita, que es mi ejecutora. 

  Es la mismísima Némesis surgida por los pecados de mi pasado para acabar conmigo. Sí, quiere mi vida y, no sé por qué, no me importa; es más, la perspectiva de morir me hace sentir vivo de nuevo, agitando mis tripas con una emoción que no sentía hace muchísimo tiempo. 

  Me encanta, mi Caperucita. Me acabo de enamorar de ti. Una puesta en escena genial. Una ejecución impecable. Ni yo lo hubiera podido hacer mejor; de hecho, no se me ocurre un final mejor que éste para mis correrías. Una viuda negra cubierta con la capucha y la capa escarlatas, en plena cópula, a punto de devorarme cuando se haya satisfecho de mí… 

  —Te voy a contar un cuento —me dice, sentándose a mi lado. Se acomoda en el asfalto y carraspea—. Digamos aquello de érase una vez que se era… 

Me rio quedamente. Casi no me quedan fuerzas para hacerlo. 

  —No seas frívola, Caperucita. No te va —replico. 

  Sonríe. 

  —El lobo le salió al paso a Caperucita en mitad de un bosque, junto a un riachuelo en el que gustaba dejar los despojos de sus víctimas. “Caperucita, Caperucita”, se relamió el lobo, “¿Adónde te crees que vas, Caperucita?” Por toda respuesta, Caperucita se sacó un cuchillo de debajo de la falda y sonrió maliciosa a la fiera. Sus ojos refulgieron más afilados que la hoja misma del arma —Y levanta su kerambit hasta que queda a la altura de su cara. La luz de las farolas resbala sobre su afilada hoja allí donde mi sangre no se ha quedado retenida. 

  —Ya lo veo. 

  Sin dejar de sonreír, sigue con su versión del cuento de los hermanos Grimm: 

  —El lobo tragó saliva. “Vaya, sí que ha cambiado el cuento” balbució. Fue lo último que dijo —Baja la hoja curva hasta mi cuello, apoyado su filo sobre mi garganta, adaptándose perfectamente a su contorno. Apenas hace una ligera presión, suficiente para hacerme sentir cómo corta las primeras capas de dermis sin llegar a hacer sangre. Si quisiera abrirme el gañote, sólo tendría que dar un golpe de muñeca, y mi esófago quedaría expuesto como una tubería sucia en el suelo—. ¿Últimas palabras, Lobo? 

  Quiero decir algo, pero me invade una intensa sensación de vértigo y no puedo. El frío es aterrador, y mi cuerpo tirita de manera incontrolada en un intento desesperado por hacerme entrar en calor, en tanto se me escapa la vida a chorros por una herida en la cara interna del muslo. 

 —Ahora viene mi parte favorita del cuento —dice, inclinándose sobre mí. 

  Coloca el curvo filo a un lado de la cara. La luz resbala sobre la hoja, haciendo brillar acero y sangre de manera siniestra. Pienso que es una lástima no haber traído los míos esta noche, porque habría sido un duelo muy interesante. Presiona con la punta de metal sobre mi párpado inferior, haciendo presión hacia el globo ocular. Mi mente me dice lo que va a pasar un momento antes de que ella misma me lo diga, pero es que es… evidente. 

  —En vez de abuelita te diré lobito, ¿vale? —me dice componiendo un puchero con los labios—. Lobito, lobito. ¡Qué ojos más grandes tienes! 

  Pero guardo un silencio que sé que la va a enfurecer, y eso me pone. Resulta paradójico estar a un paso de morir y no tener miedo al beso de la Parca. Más bien, me embarga una placentera sensación de éxtasis, absolutamente sexual, que hace retumbar mi corazón con gran fuerza. 

  Sí, casi deseo ya ese beso final, aunque aún no es el momento… 

  Podría decir que me muero por besar a la Dama de Negro… 

  Su rostro se congestiona, llegando a dibujarse algunas de las venas de sus sienes, bajo un ojo, en el cuello, al apretar el arma aún más fuerte contra la piel del párpado. Siento que me hace un corte por el que brota sangre. Vuelve a repetir la famosa fórmula del cuento, mucho más despacio que la vez anterior. 

  —Qué… ojos… más… grandes… tienes… lobito. 

  Le dedico una sonrisa un instante antes de lanzarle un esputo al rostro. Es una flama rojiza y espumosa que se resbala por sus mejillas muy lentamente. Su piel se sonroja aún más; las pequeñas venas que la surcan laten con vivacidad. 

  Me encanta, mi Caperucita… 

  No dice nada más. Empuja la punta del cuchillo dentro de la órbita, hundiéndola con mucho cuidado. El dolor es insoportable. Siento cómo un cortocircuito asalta mi cerebro y me deja aturdido, creando una intensa confusión en mí. Abro la boca para aspirar aire, para gritar, no sé para qué, pero lo único que logro es emitir un extraño gorjeo que me quema la garganta. 

  —¡Para verte mejor! —canturrea feliz, mientras trincha el globo ocular. 

  Con sumo cuidado, hace palanca durante unos segundos que se me hacen interminables hasta que, tras emitir un repugnante sonido de succión, una esfera sanguinolenta sale de mi cráneo, aún unida a la cuenca por un filamento carnoso. 

  —Te voy a hacer pagar lo de todos estos años, hijo de puta —me promete, al tiempo que cercena el nervio óptico de un rápido movimiento. 

  No siento nada en la mitad derecha de mi cara, excepto que ya no veo nada por ese lado. Deja caer al suelo ese fragmento de mi cuerpo que no forma parte de mí, y que rebota un par de veces como un huevo cocido antes de chafarlo con la suela de su zapato. 

  —Bueno, ¿seguimos contando el cuento? —propone, inclinándose sobre mí. Me acaricia la cara con el filo de la cuchilla, haciéndome un par de cortes superficiales en la piel—. ¡Qué orejas más grandes tienes, lobito! –me gruñe, en lo que resulta un remedo de voz masculina —Y noto el filo posicionándose tras mi oreja. 

  Cierro el ojo que aún me queda y, sin poder remediarlo, me entra la risa. Quiere hacer una faena que ni Manolete: me va a cortar las orejas, pero espero que me respete el rabo… 

  Como dije, contengo la risa. 

  —Córtamela de una puñetera vez —le pido—. Así no podré escuchar más tus putas sandeces, niña. 

  Escucho su respiración, pesada y ronca, mientras me tira del cartílago auricular. La he vuelto a cabrear, y eso me hace reír aún más, aunque me sale una tos aguda como un pitido. 

  —¡Son para oírte mejor! —grita, cercenándome los tejidos. 

  Siento que caigo por un tobogán. Me estoy desangrando muy despacio, y la pérdida de fluidos hace que me desmaye por unos instantes. Pero regreso a la luz, a esa penumbra que parpadea al ritmo de las bombillas de las farolas, en tanto me abofetea las mejillas. 

  —¡Ni se te ocurra morirte, hijo de puta! —me chilla, furiosa—. ¡Te voy a hacer pasar lo mismo que le hiciste pasar a mi madre, cabrón! 

  Toso. Una flema sanguinolenta me sube a la boca y me cae sobre la punta de la barbilla y el cuello, resbalando de manera repugnante en dirección al suelo. 

  —Tranquila. Antes de que termine la noche te reunirás con ella —le prometo—. Os voy a reunir después de tantos años… 

  Ciega de ira, me lanza un golpe al rostro, con la punta del kerambit asomando por el talón de su mano como el colmillo de un narval. Siento el impacto sobre el ojo que me queda sano y, al cabo de una fracción de segundo, el dolor me ciega. 

  Literalmente. 

  —¡Te voy a joder, hijo de puta! —grita por encima de mis alaridos para que la pueda escuchar—. ¡Cuando la veas, le dices que te mando yo, y luego será ella la que te haga sufrir para toda la eternidad! 

  Jadeo mientras trato de recomponerme; si aún tuviera mis ojos, lloraría de dolor, pero no es así, por lo que me imagino que las lágrimas que recorren mis mejillas son de sangre. 

  —Ya… te… queda… menos para… ver… a mami —gimoteo, incapaz ya de mantener la compostura. 

  La oigo bufando durante unos segundos interminables mientras tironea de la pechera de mi chaquetón, obligándome a levantar el torso hasta que me deja sentado sobre el frío asfalto. 

  —¿Qué viene ahora, lobito? —canturrea con los dientes apretados, mientras golpetea de manera rítmica mis mejillas. 

  —Mis manos, Caperucita —gimoteo, procurando reubicar el dolor para mantenerme consciente. Aún no he dicho mi última palabra—. Para abrazarte mejor. 

Ríe. 

 —Exacto —Y me apuñala en los brazos, lanzando tajos para tratar de cortarme los ligamentos de las articulaciones para que no los pueda usar. 

  Mis extremidades caen lasas a ambos lados del cuerpo mientras la sangre mana, resbalando cálida sobre mi piel. Mi cuerpo tiene cada vez tengo menos sangre, y no puedo dejar de temblar estremecido por este frío que me muerde como un perro hambriento. 

  No, no puedo morir ahora. Ahora no. 

 Algo me golpea en la cara, provocándome un tremendo dolor. De pronto, me cuesta respirar, y la zona donde debiera tener la nariz deja de tener sensibilidad, pero el daño es atroz. Colapsado, mi cerebro deja de funcionar durante unos instantes. 

  —Lobito, lobito. ¡Qué nariz más grande tienes! —se burla—. ¡Uy, perdona! Que tenías. 

  La sangre brota a borbotones por la herida y se derrama dentro de mí como si fuera una cascada. No tardo en tener problemas para respirar. Toso sin parar, y mi boca expulsa una espuma sanguinolenta. 

  —¡Ya no me podrás oler mejor, como en el cuento! —se ríe—. Simplemente, no me olerás. 

  Frio, tengo muchísimo frío… 

  Noto un pinchazo bajo la barbilla. Usa la hoja como palanca y me obliga a levantar la cabeza, seguramente hasta donde las miradas quedan enfrentadas. 

  Bueno, la mía ya no. 

  —En fin, esto se acaba —suspira. 

  Noto que se sienta sobre mis piernas, dejando caer su exiguo peso sobre mis muslos, impidiendo que me pueda mover. Aferra con más fuerza el cuello de mi chaquetón y me zarandea. Una intensa sensación de mareo me sacude y me desorienta. 

  —Ya era hora —bromeo. 

  Se queda en silencio durante unos segundos. 

  —¿Cómo puedes seguir bromeando después de todo lo que te he hecho? —me pregunta sorprendida. 

  Logro esbozar una sonrisa en mi destrozada cara. Creo. 

  —¿Crees que no sé qué se siente, o cuánto se puede prolongar todo esto? — balbuceo entre toses. Mi voz emite pitidos intermitentes, sonando como un silbato roto—. ¿Cuántas veces crees que lo he hecho a lo largo de los años? 

  Suspira. 

  —Lo sé. ¿Sabes qué toca ahora? 

 Toso en lo que procuro que suene como una risa. 

 —Sorpréndeme. 

 —Ahora tocaría lo de los dientes, pero sólo tengo este colmillo —me explica, refiriéndose a la curva hoja que tiene apoyada sobre mi garganta—. Así que te rajaré la garganta poco a poco, como si te estuviera segando con una guadaña, hasta que se te caiga la puta cabeza de tus jodidos hombros. 

  Vuelvo a sonreír. 

  —Pues entonces tendrás que empezar preguntándome, Caperucita —desafío—. No querrás empezar rebanándome el pescuezo directamente, ¿verdad? 

  Silencio. Se prolonga durante varios segundos, como si estuviera meditando mis palabras; al final, desde una fría lejanía, escucho su voz decirme: 

  —¡Qué dientes más grandes tienes, lobito! 

  Su aliento me acaricia la piel, mientras aprieta la hoja hacia mi nuez. Sé perfectamente dónde se encuentra el arma y, sobre todo, dónde se encuentra ella. 

  Y, a fin de cuentas, soy el lobo. 

  —¡PARA COMERTE MEJOR! —rujo con voz ronca. 

  Mis brazos salen disparados desde el suelo: uno aparta lateralmente la hoja, mientras el otro la agarra por la nuca y atrae su cabeza hacia mí. La pillo completamente desprevenida, y la sorpresa de que aún sea capaz de usar mis brazos la deja helada durante un largo segundo, que es todo lo que necesito para actuar. 

  Siempre suelo llevar este chaquetón en las noches de invierno que salgo a cazar: no sólo es muy abrigado y me permite pasar desapercibido en la negrura, sino que también es de un material muy duro. El cuero, que tiene la curiosa virtud de dificultar las estocadas y los tajos que me puedan lanzar quienes se intentan proteger de mí. Descubrí su utilidad una noche cuando una de mis presas me destrozó un plumas con una pequeña hoja de esas que se disimulan en la hebilla de un cinturón y que se pueden comprar por internet por cuatro duros. 

  Ha creído que me ha cortado los ligamentos, pero no ha sido así, aunque no he logrado evitar que me perforase los músculos, y no paro de sangrar por esas heridas, aunque no me han incapacitado del todo, como está descubriendo horrorizada en estos mismos instantes. 

  Al cabo de un instante, siento la tersa piel del cuello contra mis labios. 

  Separo las mandíbulas hasta que escucho cómo chascan por la tensión de los maxilares, y la muerdo con fuerza. Un gran pedazo de carne queda atrapado entre mis dientes mientras la escucho chillar de dolor. Se debate con fuerza, desesperada por soltarse, pero sigo apretando la dentellada. 

  Mi boca se llena con el sabor de su sangre. Siento sus arterias palpitando contra mis incisivos antes de estallar, haciendo manar el geiser de sus humores fuera de su cuerpo. 

  Giro la cabeza y escupo el bocado mientras el caño de hemoglobina me empapa la cara. No se rinde, y me golpea con el brazo libre en un intento desesperado por escapar de mí, pero le demuestro que todo esfuerzo es inútil ya. 

  Soy el lobo… 

  Vuelvo a morder, arrancando nuevos jirones de tejidos de su cuello. Un nuevo torrente de sangre me salpica por todas partes mientras siento su cuerpo relajarse. Un extraño gorjeo llega a mis oídos. La piel de su cabeza se enfría de golpe. 

  —Te prometí que, antes de terminar la noche, iba a hacer que os reencontraseis tu madre y tú —le recuerdo. Acerco mi boca a donde creo que se encuentra su oreja—. Salúdala de mi parte —le susurro entre toses. 

  Su cuerpo se afloja por completo. Por mi oreja mutilada puedo escuchar el sonido del metal golpeando el asfalto. Su piel se ha enfriado más que la noche. 

  Ha muerto. Y a mí no me queda ya demasiado. He perdido mucha sangre. No podría salvarme ni con una transfusión; de hecho, considero que he tenido una suerte increíble al haber aguantado lo suficiente como para poder haberme cobrado esta última víctima. 

  La policía no tardará mucho en encontrar nuestros cuerpos helados en este desolado lugar. Es posible que lo hagan antes del amanecer. 

  Y me encontrarán tendido a su lado, junto a ella. 

  Mi Caperucita…


viernes, 6 de marzo de 2020

Gas venenoso: el terror químico en la Gran Guerra


Imagen sujeta a derechos de autor




¡Viernes de historia! Nuestro querido David López Cabia regresa a Caosfera recordándonos que la historia esta muy presente en nuestro día a día y que no debemos olvidarla. Y en esta ocasión nos habla de la utilización de armas químicas durante la Primera Guerra Mundial, según sus acertadas palabras, un terrible desastre humano que tenemos la suerte de no haber vivido... 




La Primera Guerra Mundial, además de un terrible desastre humano, supuso una forma nueva de combatir. Los campos de Europa quedaron surcados por interminables alambradas y horadados por trincheras embarradas entre las que pululaban las ratas. 

   Entre las armas que hicieron su debut en la gran guerra se encontraban el carro de combate y la aviación militar. Fruto de este macabro ingenio puesto al servicio de la guerra, fueron las armas químicas. Y es que, el gas venenoso se empleó masivamente en la Primera Guerra Mundial. Ni aliados ni alemanes vacilaron a la hora lanzar grandes bombardeos con gas sobre las trincheras enemigas. 

  Ya en 1914 los alemanes habían utilizado bombas lacrimógenas. Estas bombas habían sido empleadas con fines policiales, pero su uso fue más allá y trascendió a los campos de batalla. Estas granadas provocaban una dolorosa irritación en los ojos e incluso podían ser perjudiciales para el sistema nervioso. Ahora bien, nada tenían que ver con las grandes nubes tóxicas que llegaron a emanar de los proyectiles disparados por los cañones. 

   El 31 de enero de 1915 tuvo lugar el primer bombardeo con gases tóxicos en la batalla de Bolimov, en el frente oriental. En esta ocasión, los alemanes lanzaron 18.000 proyectiles de bromuro de xililo sobre las posiciones rusas. El bromuro de xililo que es una variante del gas lacrimógeno fue lanzado con bajas temperaturas, lo que impidió que fuese efectivo. Para mayor desastre, el gas terminó precipitándose mediante gotas de lluvia sobre los soldados alemanes. 


Empleo de Gas venenoso. imagen sujeta a derechos de 
autor


  Pese a que la utilización de armas químicas estaba terminantemente prohibida por la Convención de la Haya, los alemanes fueron pioneros en el desarrollo de este tipo de agentes irritantes. Cabe destacar el nombre del científico alemán Fritz Häber, del Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín. 

   Así pues, el cloro, que había sido utilizado en la fabricación de tintes se convirtió en un arma de guerra. Se pretendía utilizarlo en forma de nube tóxica contra el enemigo. Ya en 1915, en Langemarck, el 22 de abril de 1915, los soldados franceses padecieron en sus carnes un bombardeo masivo de cloro. Una densa nube de tonalidades verdes grisáceas engulló las posiciones francesas. Lo que parecía una nube de humo para ocultar a la infantería alemana, era una devastadora nube de cloro. Fuertes picores en la garganta y el pecho castigaron a los franceses al aspirar el gas, pues el cloro afectaba al sistema respiratorio. 

   Ante los efectos provocados por el gas, las tropas francesas y argelinas dejaron una brecha en el frente. Los alemanes lograron ganancias territoriales, si bien el avance pudo haber sido mucho mayor. De hecho, la falta de máscaras de gas, la insuficiencia de reservas de cloro y el temor a caer en su propia nube, terminaron por limitar el avance alemán. 

   Alertados del bombardeo que habían sufrido sus aliados franceses, los canadienses llegaron a protegerse con mascarillas impregnadas con orina. 





   A medida que transcurría la guerra, se sucedían los ataques con gas y los aliados no dudaron en responder de forma idéntica a sus oponentes alemanes. En la batalla de Loos (septiembre de 1915), los británicos bombardearon con cloro por primera vez a los alemanes. Miles de cilindros fueron lanzados sobre las posiciones alemanas, pero el viento dejó de soplar en dirección a las defensas alemanas y la nube de cloro quedó flotando en tierra de nadie. Y es que, la dirección del viento podía resultar terriblemente peligrosa en un bombardeo químico. 

   Para que un bombardeo químico fuese efectivo había que contar con una favorable dirección del viento y lanzar una enorme cantidad de proyectiles sobre la misma zona. 

   Pero el desarrollo de las armas químicas no se detuvo y un nuevo gas entró en liza de la mano de Fritz Häber. Se trataba el fosgeno. Este gas, incoloro, resultaba asfixiante y era mucho más letal que el cloro. Además de llevar a la muerte por asfixia, también podía provocar terribles quemaduras. De hecho, un hombre podía sufrir una muerte por fosgeno de lo más agónica tras expulsar litros de vómito. 


Molécula de fosgeno


   También el gas mostaza tuvo efectos devastadores en las trincheras. Al entrar en contacto con la piel produce quemaduras y ampollas. Fritz Häber volvió a idear un agente químico que consumía la piel hasta llegar al hueso. Especialmente duros eran los efectos del gas mostaza sobre los ojos, sin olvidar que también provocaba dolorosos estragos en los genitales, la nariz y los pulmones. 

   Ante el peligro que significaba el gas mostaza, las tropas escocesas, que iban ataviadas con sus características faldas, recurrieron a las mallas femeninas para protegerse en caso de un bombardeo con gas mostaza. 

   Como contramedidas frente al lanzamiento masivo de aquellos agentes irritantes, se introdujeron las máscaras antigás. Inicialmente, fueron muy rudimentarias, pues consistían en mascarillas de caucho con un paño bañado en agentes químicos que quedaba a la altura de la nariz. Los modelos posteriores fueron mejorados, añadiendo cristales que permitían la protección de los ojos y un cilindro con un filtro que facilitaba la respiración. 

   También el cuero resultó de gran utilidad a los soldados que malvivían en las trincheras, pues les protegía de las quemaduras que podían causar los bombardeos químicos. 

  Para alertar a las tropas de un bombardeo químico, un soldado golpeaba una campana cada vez que el enemigo emprendía un bombardeo con gas. 

  Las armas químicas tuvieron un efecto terrible sobre la moral de los soldados, llegando a provocar el 3% de las muertes en combate en la Primera Guerra Mundial. Una imagen bastante familiar de aquel conflicto es la de filas de soldados con los ojos vendados, temporalmente cegados por el gas. 

   La conmoción que causó el uso de gases venenosos en la Primera Guerra Mundial llevó a que en 1925 se firmase el Protocolo sobre el Gas en la Tercera Convención de Ginebra. De este modo, quedaba prohibido el uso de armas químicas en la guerra. 






BIBILOGRAFÍA 

-La Primera Guerra Mundial, Michael Howard 

-La Primera Guerra Mundial contada para escépticos, Juan Eslava Galán 

-Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial, José Luís Hernández Garvi 

-Grandes Batallas de la Primera Guerra Mundial, Anthony Livesey