viernes, 30 de agosto de 2019

Volver después de tanto tiempo vol.1







¡Seguimos una semana más con la hornada de relatos splatterpunk! Hoy os presentamos  la primera parte Volver después de tanto tiempo, del autor Manuel Gris, que también colabora con sus reseñas y artículos de opinión en la revista digital Yellowbreak. Dentro de un par de semanas disfrutaréis de la segunda parte, pero mientras recordad que podéis votar a pie de página para que podamos mencionar los autores y relatos que más os han encantado ;)


Hacía mucho que no sentía algo así. Demasiado.

     Hay cosas que no sabes que echas tanto de menos hasta el momento que vuelves a tenerlas delante de tus narices, dándote patadas en las espinillas con una bota de buzo. Cuando era pequeño, creo que con unos 6 años, tuve esa sensación por primera vez. Se trata del mismo sentimiento que nos transmiten los momentos que perduran en nuestra memoria para siempre, por ejemplo el primer viaje al extranjero o el regalo que te hizo tu abuelo el día de la comunión. Como dije, recuerdos que están siempre ahí.
 
     La noche antes del día señalado para sacar a Antonio de la faz de la Tierra, me invadió el mismo cosquilleo suave y a la vez molesto que noté en mi interior hace 30 años. Recuerdo que era la noche de reyes y, ansioso, esperaba encontrar a la mañana siguiente sobre el hueco del sofá destinado a mis regalos, el fuerte de Playmobil. Tenía ganas de jugar con él, de montarlo cuidadosamente y después organizar una guerra entre indios y vaqueros para hundirlo con violencia. Se podría decir que ya entonces pensaba en matar, solo que no me daba cuenta debido a la perspectiva inocente de aquel juego .

     Volviendo a mi historia, había escogido el viernes 12 de marzo debido a que había una alta probabilidad de que mi víctima apareciese. Si por un casual no era así, contaba con la ayuda de mis compañeros, los Ángeles Negros para acudir al club a diario hasta que el tipo diese la cara. Necesitaba su ayuda porque los sábados no podía acudir debido a mi trabajo. Desde hacía 2 años trabajaba todos los sábados de 2 a 8 de la madrugada como bajista de una banda que toca en directo para un programa que adoran las abuelitas solitarias. Las pobres mujeres solo saben gastarse el dinero de sus difuntos maridos en llamadas telefónicas para escuchar los consejos del "gran" Sandro Rey. Lo que voy a decir puede resultar extraño, pero no es un mal tipo, lo único que hace es mentir a cambio de dinero como cualquier vendedor a domicilio, director de empresa o presidente del gobierno. Conozco bien a su camello y es muy fiable, hasta el punto de que nuestras hijas medianas son grandes amigas.

     La noche anterior a mi plan, no pude pegar ojo. Opté entonces por usar el mejor somnífero que existe en el mundo: el buen sexo. Pero después del segundo polvo mi mujer, H, me mando a la mierda y me dijo que me la cascara. Ella tenía que madrugar al día siguiente, comprendí su desgana y miré con desesperación el reloj de mi mesita de noche.

     Las 4:33. Puta mierda.

    Me levanté de la cama, fui a beber agua, después al lavabo y a la cocina. Decidí sentarme en la mesa mientras contemplaba el paisaje a través de la ventana.

     No había ni una maldita nube, todo estaba en calma y silencioso. Fantaseé con convertirme el único ser humano vivo en el mundo. Abandonado por mi especie, seguramente acabaría muriendo por mi escasa pericia culinaria. Aún a pesar del riesgo, la idea de una vida en la más completa soledad me produjo alivio. Hacía demasiado tiempo que estaba cansado de la escoria que habita el mundo. Me refiero a esos seres frívolos que presumen de tener yates y licores de 500 euros la botella. Por desgracia, frecuento esos ambientes debido a mi trabajo y he llegado a sentirme exactamente igual que en ese preciso momento: sólo y olvidado, fuera de lugar.

     Por desgracia, jamás habrá esperanza para los que sí merecen habitar el mundo. Transitan en silencio, y aunque piensan que tal vez deberían coger un rifle y matarnos a todos, prefieren permanecer en el anonimato.

    Tan absorto estaba en esas ideas, que no escuché los pasos que se acercaban a la cocina.

     —¿Papá? —era la mediana. Siempre ha tenido un sueño muy ligero. Se parece mucho a mí.

     —¿Sí, cariño?

     —¿No puedes dormir?

     Se acercó mientras arrastraba la sábana por el suelo, era una manía que tenía. Decía que cuando paseaba por la casa de noche, se sentía más segura si tenía algo con lo que protegerse de los malos.

   —No —nunca he podido mentirles. Como mucho he maquillado la verdad, mentir me cuesta muchísimo. —. Es que estoy nervioso. Mañana va a ser un día muy importante.

     —¿Por qué?¿Vas a conocer a Melendi? —se le iluminó la cara. Era muy fan de su música, al igual que la de da Sabina, aunque no entendiese ni la mitad de lo que cantaba, cosa que, como ya he comentado antes, me hacía la hostia de feliz.

    —No, cariño. Mañana voy a conocer a alguien nuevo. Alguien a quien muy poca gente conoce.

     —¿Dónde lo conocerás, en uno de esos concursos de la tele que tan poco gustan? —mis hijas me conocían demasiado bien.

     —No, pero no te preocupes que cuando tenga algo suyo te lo enseñaré. Seguro que te gusta. —he aquí una de esas verdades maquilladas. No valía la pena entrar en detalles, y menos con mi hija. Preferí traerle el disco de alguno de esos nuevos talentos por los que nadie apuesta hoy día. Las coartadas, con los niños son lo mejor que hay en el mundo. Todos ganamos.

     —¡Bien!

     —Shhhh... Que tus hermanas duermen.

     —...Perdón...

    Se me acercó y trató de escalar por mi pierna, fallando estrepitosamente, así que la cogí en brazos y la senté sobre mi rodilla derecha. Apoyé su espalda en mi pecho y seguí mirando por la venta ventana mientras sentía el calor de mi hija.

     —¿Y por qué te pone tan nervioso conocerle?

  —Porque lo que voy a hacer con él va a ser muy importante. Es algo que tengo que hacer para unos amigos.

    —¿Más músicos?, —en realidad pronunció mújicos, pero he preferido no resaltar su mala dicción ahora mismo —¡qué bien!

    —Sí, hija, —trate de calmarla. Noto cuando la mediana está a punto de animarse hasta el límite de perder el control de su cuerpo y comenzar a dar vueltas por toda la casa bailando y gritando. Se parece mucho a mí. —son músicos también. Nos estamos ayudando los unos a los otros para seguir adelante y ser felices.

    —A mí también me va a hacer feliz vuestra música, papá

  —giró su cabecita tratando de mirarme, y cuando lo consiguió me clavó esos enormes, brillantes y redondos ojos del color del cielo que había heredado de su madre. Estaban tan llenos de vida, comprendí que esa criatura estaba en un pleno despertar, tenía que ver y vivir tantas cosas, tantas... Entonces le dije algo que, un año más tarde, acabaría tatuado en mi gemelo izquierdo.

     —De tu felicidad nace la mía.

……

     El coche parecía ir a la misma velocidad que mi corazón. Exactamente a la misma. A veces los objetos parecen tener vida propia, un alma que se une a la nuestra cuando experimentamos fuertes sensaciones.

     —Cariño, te he dicho que no.
 
   Por muchos años que pasemos juntos, nunca voy a aprender que para H. un “no” es algo así como un susurro inaudible.

     ─Quiero hacerlo, F. Y lo voy a hacer. Déjalo ya porque tendrías que estar pensando en otras cosas y no en tratar de convencerme, algo que no va a pasar.

     Aun así la quiero más que a mi vida.

     Según mis planes,  el trabajo de H. se limitaba a estar en el club y llevar a Antonio hasta la sala privada. Allí, yo le administraría una dosis de cloroformo. H. sólo tendría que ayudarme a meterlo en el coche y marcharse a casa. Pero no sucedió nada de eso.

     —Pero, ¿por qué quieres estar en la Caja conmigo?, ¿por qué quieres participar ahora? —H. dijo que sólo quería mirar, pero nunca, jamás de los jamases, nadie me había observado mientras lidiaba con la repugnante escoria que tenía como clientela. Me resultó extraño.

     —Sólo quiero estar esta vez. No sé cómo explicarlo, —hizo una pausa y continuó mirando a través de la ventanilla. Los árboles parecían haber sido dibujados por un enfermo de párkinson con deficiencia mental y las nubes caramelos masticados y escupidos—. Quiero estar contigo cuando acabes con ese cabrón —volvió a mirarme —, lo necesito.
 
     Tras tantos años compartiendo nuestra vida, entendí que necesitase estar presente en ese momento. H. necesitaba ayudarme hasta el final. Era un Ángel Negro en la sombra.  Actuaría como testigo de nuestro crucial acto.

    —Vale, cariño —le acaricié la barbilla con mi mano derecha, olvidándome de la carretera —. Vamos a hacerlo.

……


     El club estaba tranquilo. Había algo más de 10 personas.  La mayoría hombres que se hartaban a copas mientras contemplaban el “ganado”, tal era la forma en la que se referían despectivamente a las trabajadoras que paseaban vestidas de forma provocativa y en ropa interior.
 
     Yo era un mirón más. Nadie reparó en mí. Lo importante era no llamar la atención, pasar por otro cliente onanista.

     Cuando llegamos a la puerta trasera del local, Josef nos recibió con palabras amables, abrazos sinceros y miradas de aprobación. Nos dijo que las chicas estaban al tanto del asunto. Ninguna me hablaría a no ser que Antonio estuviese hablando conmigo. En ese momento todas me tratarían como un cliente VIP. En el caso de que Antonio se tragará el anzuelo, lo cual era algo casi seguro, aparecería H. Había escogido un conjunto de ropa interior de esos que las casadas solo se compran para aniversarios o viajes especiales. Nosotros nunca hemos sido de esas parejas que buscan situaciones especiales para regalarse cosas o para hacer el amor salvajemente, era algo tan común como ir a cenar al chino todos los sábados. A veces decimos, en broma, que nuestra vida en pareja parece sacada de un catálogo de Victoria’s Secretm excluyendo la anorexia y las caras de asco características de las modelos de hoy en día.

     Mi primera copa estaba empezando a quedarse sin hielo, por lo que el color rojizo de mi cubata empezaba a ser algo más cercano al del té que usan en las películas para simular whisky, pero no me pedí otro. Mi atención debía estar al 300% en la gente que entraba. H. daba vueltas por la sala, quitándose de encima a los puteros que preguntaban por sus servicios. A juzgar por las caras de estos, debían ser cantidades estratosféricas. Sonreí y, de repente, se obró el milagro.
 
     La víctima cruzó el umbral

     Su dos guardaespaldas rusos tampoco eran tan grandes como me había imaginado. Era cierto que parecían peligrosos, pero los hombres muy musculados suelen ser exageradamente lentos en las peleas. Calculé que podría defenderme en caso de que algo saliese mal. Me relajé por primera vez en todo el día. Miré la cara de Antonio, el puto cabrón que había causado un sin fin de lágrimas a un montón de familias, además de a mi amigo Julio. Acababa de firmar su sentencia de muerte.

     Hice una nota mental. Decía “pregúntaselo más tarde”.

    La silla de ruedas eléctrica se acercó lentamente a la barra, haciendo que todo el mundo se apartará. Se acomodó a pocos centímetros de mí. Le pedí a Sarah, una guapísima polaca que aquella noche le tocaba turno de barra, que me sirviera un vodka con naranja y grosella. Aquella era otra de las señales que habíamos acordado para que todos se pusieran al corriente de que la víctima había llegado.

     Me lo sirvió guiñándome un ojo y  usó el móvil para enviar el mensaje que debía poner en marcha la maquinaria.

     Era mi turno. Debía comenzar mi acercamiento.

     Fingiendo que me había tomado las copas necesarias para ser locuaz sin llegar a borracho pesado, me di una vuelta por la sala, lo cual me sirvió para poner al tanto a H. Me acerqué de nuevo a  la barra y me acomodé en un taburete cercano al hijo de puta y sus perros.

     —¡Joder!, ¡que tío más grande eres!

     Antonio se giró para mirarme, al tiempo que uno de sus guardaespaldas lo sentaba en el taburete. Hizo un amago de sonrisa.

     —¿A que sí lo es? Yo tampoco había visto a ningún tío tan alto hasta que le conocí. —me sorprendió que Antonio se dirigiese tan pronto a mí, que me tratase como una especie de amigo. Eso me gustó, porque sería mucho más sencillo llegar a esa parte de la conversación a la que me interesaba llevarle.

     —Es que da miedo, la verdad ¿De dónde ha salido tú amigo? —me dirigí directamente a Antonio. Era el momento de acercarme más a él.

     —Es mi guardaespaldas, no mi amigo. Mi padre les obliga a ser mi sombra —hizo un gesto a la camarera, que se acercó y le tomó nota. Una ginebra con tónica —. Son un coñazo.

     —Sobre todo en un lugar así. ¿Qué hacen cuando estás con alguna de estas zorras? ¿Te dan ánimos desde la puerta?

     Antonio dejó escapar una carcajada sincera. De las que no se pueden controlar.

     —¿Te lo imaginas, Iván, tú en la puerta viendo como una puta de estás me la chupa? Ja, ja, ja —su risa hizo que algunos clientes se girasen, buscando ese chiste tan gracioso —. Que bueno, joder.

     Di el último trago a mi copa y le hice una señal a Sarah.

     —¿Qué desea, señor Sam? —me guiñó un ojo, como hizo al servirme el vodka

     —Lo de siempre, preciosa. ¿Ha venido hoy Cinder? —lo dije lo suficientemente alto como para que Antonio me oyese sin que pareciese que era lo que buscaba.

     —Claro, señor Sam. Ella siempre está cuando sabe que va a venir usted —me sirvió mi cubata y, después, volvió con Antonio, que miraba la escena con una intriga que podía verse en la venas de su frente— . ¿Qué es lo que me pidió usted?

     Mi nuevo y sorprendido amigo le contestó sin dejar de mirarme. Me estaba haciendo una radiografía.

     ─Así que señor Sam... Sí que te tratan bien.

     —Bueno. Digamos que vengo bastante. Este es mi patio de recreo, siempre que mi mujer viaja, que es muy a menudo, acabo aquí las noches.

    —Entiendo —me guiñó un ojo, acompañado de una sonrisa pícara  —, y esa tal Cinder… ¿Quién es?

     Para que un pez pique el anzuelo solo hacen falta dos cosas: un buen cebo y que sea estúpido. Mi besugo cumplía ambas condiciones. Sólo era cuestión de tiempo.

     —Una muy especial. Solo viene de vez en cuando porque es demasiado selectiva. Solo acepta a unos pocos clientes.

     —Entiendo… ¿y no hace excepciones?, je, je, je. Ya me entiendes.

     —Bueno… no sé yo… —me hice el interesante —quizá si le digo que eres amigo mío… quien sabe. ¿Puedes pagarla? te aviso que es cara de cojones.

     —¿Ves a estos dos?, seguramente cobren al mes lo que todas estás putas en 1 año. Así que puedes apostarte lo que quieras a que podré pagarme los servicios de esta chica tan especial. ─volvió a guiñarme el ojo. Empecé a creer que era más un tic que no un gesto de amistad, pero que más daba.

     —Viéndolo así, seguro que querrá. Mírala, es esa de allí.

   Señale hacía donde H. estaba sentada, jugando con la caña que salía de un vaso de tubo vacío. Le daba pequeños y juguetones, de esos que a los hombres nos encantan que nos den cuando nos hacen una mamada.

    —Joder… pude notar en sus pupilas la erección que debería tener en sus pantalones si no fuese un jodido parapléjico—. Desde luego debe valer lo que me dices… —miro al ruso de su izquierda y le hizo una señal con la cabeza. El mastodonte respondió sentándole de nuevo en su silla de ruedas—. Pídete otra copa de mi parte —me dijo sin mirarme—, y cuando vuelva, si no me has mentido, te invitaré a la chica que quieras.

     —Vaya, encantado de conocerte…

    —Antonio. Antonio Manrique. El placer es mío, señor Sam.

     —El que tendré yo cuando te mate dentro de un rato —pensé.


domingo, 25 de agosto de 2019

Operación Flipper, el último tropiezo de Geoffrey Keyes



Imagen sujeta a derechos de autor


¡Nueva lección de historia! Y nos llega, como no, de la mano de David López Cabia, nuestro colaborador experto en la Segunda Guerra Mundial, a quien podéis seguir a través de su página de Facebook y su Página web oficial. RECOMENDADO.




Los sueños de Mussolini se basaban en devolver a Italia la grandeza de la que hizo gala durante el Imperio Romano. Para ello, ambicionaba conquistar Grecia y Egipto. Llegado junio de 1940, las tropas italianas, desde sus bases en Libia, penetraron en Egipto. Sin embargo, los británicos pasaron al contraataque e infligieron un severo varapalo a las tropas de Mussolini.

  Consciente de la catástrofe italiana en el norte de África, Hitler envió varias divisiones alemanas al desierto bajo el mando del mariscal Erwin Rommel, quien por sus éxitos terminaría siendo conocido como el zorro del desierto. Así, los británicos también sufrieron contundentes derrotas en el norte de África. Jamás se habían enfrentado a un rival tan difícil de derrotar. Los aliados contemplaban a Rommel con una mezcla de admiración y temor.

  Para colmo de males, las tropas australianas permanecían acorraladas en la ciudad portuaria de Tobruk. Alemanes e italianos asediaban la ciudad. Todos eran conscientes de la importancia de Tobruk, pues su puerto era necesario para poder abastecer una invasión de Egipto. Por ello, al tiempo que el 8º Ejército británico se preparaba para lanzar una ofensiva que rompiese el cerco a la ciudad (operación Crusader), se puso en marcha una misión para acabar con Rommel. Y es que, el temido general alemán era un comandante insustituible.


Tobruk durante la Segunda Guerra Mundial

   Los submarinos Talisman y Torbay partieron de Alejandría, transportando en su interior un grupo de comandos dispuestos para secuestrar o matar a Rommel. Se trataba de la Operación Flipper. Era una operación muy osada y con pocas posibilidades de éxito, pero privar a los alemanes de su mejor general era todo un aliciente.

  Las informaciones que manejaban los británicos indicaban que Rommel se encontraba en una tranquila villa de retaguardia en Beda Littoria (Libia). Un grupo selecto de 59 comandos bajo el mando del teniente coronel Geoffrey Keyes estaba dispuesto para llevar a cabo una hazaña inolvidable.

  Sin embargo, Keyes no era precisamente un gran líder. Todos sabían que su posición se debía a su padre, Sir Roger Keyes, héroe durante la Primera Guerra Mundial por el ataque al puerto de Zeebrügge. Además, había dirigido  varias Operaciones Combinadas. Keyes se había obsesionado con eclipsar la fama de su padre, y cazar al zorro del desierto, se le presentaba como una oportunidad inmejorable. Sin embargo, el teniente tampoco destacaba por sus cualidades físicas ni su puntería, pues tenía problemas auditivos y de visión, por no hablar de su aspecto enclenque. 


Teniente Geoffrey Keyes

  En la noche del 14 al 15 de noviembre de 1941, los comandos se prepararon para abandonar los submarinos, que estaban frente a las costas de Libia. Keyes, en lugar de animar a sus soldados, les amenazó con pegarles un tiro si encendían un cigarro en la playa o les dijo de manera despectiva que debían cortarse el pelo.

  Cuando los submarinos emergieron, la mar estaba revuelta. No eran las mejores condiciones para lanzarse al agua, pero la Operación Flipper no iba a detenerse por nada. A pesar del oleaje, los británicos se hicieron a la mar. Algunos murieron ahogados y otros no pudieron desembarcar debido a la marejada.



  Ateridos, los comandos fueron recibidos en la playa por el capitán John Haselden, del Grupo de Largo Alcance del Desierto que, disfrazado de pastor árabe, había efectuado un reconocimiento de la zona. Una vez en tierra, se refugiaron en un fuerte próximo para pasar la noche. 


John Haselden

  Al día siguiente, mientras avanzaban tierra adentro, los comandos de Keyes estuvieron a punto de ser descubiertos por un avión de reconocimiento alemán. Sin embargo, prosiguieron internándose a través de las colinas, ocultándose entre la vegetación y tratando de pasar desapercibidos entre los nativos, como si fuesen fantasmas. En su camino hacia Beda Littoria, una fuerte lluvia cayó asoló Cirenaica. Se trataba de la mayor tormenta que caía sobre la región en 40 años. 

  Para mantenerse con fuerzas, los británicos recurrieron a las pastillas de bencedrina. Si bien es cierto que, en un primer momento, aquellos comprimidos les proporcionaban una energía sobrehumana, los efectos fueron desastrosos a posteriori. Mientras tanto, se detenían a descansar en unas cuevas que los pastores de la zona utilizaban como refugio para el ganado. 

  Finalmente, la noche del 17 al 18 de noviembre sería la fecha del asalto a Beda Littoria, donde debían dar caza al temido zorro del desierto. Bajo una inclemente lluvia, con el estrépito de los truenos y los fogonazos de los relámpagos, los hombres de Keyes se aproximaron a su objetivo. 

 Los comandos localizaron su objetivo: un prominente edificio blanco de piedra con las persianas bajadas, por lo que Keyes y sus hombres debían entrar por la puerta principal. Sobre lo que ocurrió en el interior de aquella vivienda se han dado muchas visiones, por lo que el asalto a Beda Littoria no está exento de polémica. Hay quienes sostienen que Keyes murió heroicamente tras abrir la puerta de una estancia, mientras que el historiador británico y ex SAS (Servicio Aéreo Especial) Michael Asher defiende que Keyes cayó como consecuencia del fuego amigo. 

  Pese al caos y a la muerte de Keyes, la desastrosa incursión continuó y el segundo de Keyes, el capitán Campbell, terminó desplomándose al recibir un disparo en la pierna. Con las agujas del reloj corriendo en su contra y los soldados alemanes e italianos bajo alerta, los comandos abandonan al capitán Campbell por petición del propio oficial. El valiente Campbell, herido y cautivo, terminaría perdiendo la pierna como consecuencia de sus heridas. Así pues, ante semejante catástrofe, los comandos procedieron a la retirada. 


Fotograma de la película de 1961: Un taxi para Tobruk

  ¿Y qué había sido de Rommel? El zorro del desierto ni tan siquiera estaba en Beda Littoria. Aquellas tranquilas instalaciones de retaguardia, en contra de las informaciones de que disponían los británicos, no eran su cuartel general.

  Los supervivientes del asalto a Beda Littoria, con el enemigo pisándoles los talones y peinando el terreno, regresaron a la playa donde aguardaba el teniente coronel Robert Laycock. Con el mar a sus espaldas, esperaban impacientes su evacuación. Acababan de sacudir un avispero y era cuestión de tiempo que las tropas del Eje terminasen descubriéndoles. Para colmo de males, la marejada hacía imposible la evacuación de los comandos. 

  Descubiertos por tropas coloniales árabes del ejército italiano, en un primer momento los británicos se las arreglaron para contener al enemigo. No obstante, la situación se tornó insostenible cuando llegaron más refuerzos alemanes e italianos a la playa. La evacuación por mar era imposible, por lo que el teniente coronel Laycock ordenó a los comandos dividirse en grupos de no más de tres hombres y que tratasen de escapar por sus propios medios. 

  Comenzó entonces una cacería. Ni los alemanes ni los italianos conseguían dar con los británicos, era como si se los hubiera tragado la tierra. Ante la falta de resultados, los italianos ofrecieron varios kilos de harina y azúcar por cada británico. Las tropas no tardaron en ser delatadas y solo el sargento Terry y el teniente coronel Laycock consiguieron atravesar el desierto y regresar a las líneas británicas. 

   Por su parte, el capitán Campbell, que había sido herido y capturado, recibió atención médica, aunque terminó perdiendo la pierna. En cuanto al difunto Keyes, Rommel ordenó que su adversario fuera enterrado con todos los honores militares. 


Tumba de Geoffrey Keyes




BIBLIOGRAFÍA 

Get Rommel, Michael Asher 

Kill Rommel, Gavin Mortimer 

Comandos y raids, Pere Romanillos 

Afrika Korps, Paul Carell



PARA SABER MÁS

Para conseguirlo, contactar
con David López Cabia

viernes, 16 de agosto de 2019

Algún día se encontrarán VoI 2


Imagen sujeta a derechos de autor


Os traemos, por fin, la segunda parte de Algún dia se encontrarán, un relato splatterpunk del autor José Martínez Moreno. No os perdáis este brutal desenlace y, por supuesto, no olvidéis votar al final del post. Vuestra opinión es importante.





Tras otro mes caminando sin prisa alguna llega a Chelyabinsk, donde acaba con dos vampiros más y con una maléfica bruja de gran poder. Desde allí parte hacia Moscú, donde llegará casi tres meses después para establecerse de manera definitiva. 


Moscú; año 1747. 

  Ha pasado casi medio siglo desde que Bolkoi despertara. En todo ese tiempo ha follado de forma esporádica con vivos y muertos y ha derrotado a infinidad de criaturas malignas, en su mayoría vampiros y hombres lobo. La ciudad es como una enorme despensa de maldad y se sorprende de la cantidad de seres oscuros que pueblan el subsuelo de la urbe. Aun así, en muchas ocasiones se ha alejado de ella para explorar las ciudades vecinas, movido por la curiosidad. Debido a eso ha pasado largas temporadas sin cruzarse con ningún ser de oscuridad, pero ha aprendido a controlar su hambre hasta el punto de poder aguantar años sin alimentarse. 

  El tiempo no hace mella en él y su aspecto es el mismo de siempre, pero su fuerza, destreza y habilidad han aumentado debido a ese entrenamiento que lleva a cabo desde el principio de su aventura. Ha progresado de tal manera que ha vencido a grandes manadas de lobos y también ha salido victorioso de emboscadas vampíricas perpetradas por más de diez monstruos. Su vida en los últimos años transcurre en una monótona sucesión de cacerías que afronta con paciencia.

  Es medianoche y Bolkoi se pasea por unas callejuelas solitarias cuando de pronto percibe una señal que le avisa de una presencia maligna cercana. Es tan intensa que se detiene en seco. Nunca hasta ahora en esos casi cincuenta años ha sentido el mal con tanta intensidad. Se mete con rapidez en una calle situada a su izquierda y, tras callejear un rato, la señal le lleva hasta un lóbrego edificio abandonado, frecuentado por vagabundos y gente sin hogar. Nada más entrar encuentra el primer cadáver. Un desgarro brutal en el cuello deja ver hasta las vértebras, pero ni pizca de sangre alrededor. Hay una expresión de total horror en los ojos del muerto, cuyo cuerpo lívido parece desmadejado, roto, como si una mano enorme lo hubiera exprimido hasta romperle todos los huesos. 

  Encuentra siete cuerpos más en idénticas condiciones; guiñapos humanos de gesto horrorizado, desangrados, vacíos, rotos. Bolkoi tiene una clara idea de quién lo ha hecho: un vampiro. Pero no uno cualquiera. Esto es obra de uno muy especial. Sabe que aquel al que sus siervos llaman El Creador, un ente mil veces más poderoso que cualquiera de ellos; un ser que en tiempos de Jesucristo ya llevaba miles de años ejerciendo su maldad sobre la faz de la Tierra. Pero a pesar de ese poder inmenso está seguro de vencerle, es otra de esas cosas que le dice su voz interior, aunque también sabe que no será nada fácil y que si se confía y no toma las debidas precauciones, podría morir en el intento. 

  Bolkoi siente que la señal se ha debilitado de repente. El Creador ya no se encuentra allí. Ha percibido que el vampiro también le había detectado y aunque no ha creído adivinar temor en el no muerto, sí ha sentido grandes cantidades de cautela, respeto... y odio. Por lo visto, hoy no es el día de enfrentarse a él. Quizá más adelante... 


Dos semanas después. 

A miles de kilómetros, en plena Siberia, algo turba la superficie del lago Baikal. En su lado norte, ocurre un hecho inusual. Sus aguas se agitan desde hace rato y burbujean como si hirvieran en un área circular de varios metros de diámetro. Unos pocos minutos después de comenzado el burbujeo, la tierra tiembla y los animales que se encuentran en las cercanías del lago huyen espantados. El cielo está encapotado y un formidable rayo rasga la negrura nocturna impactando muy cerca de allí. Cientos de peces muertos salen entonces a flote; acompañan a un enorme bloque de hielo que emerge desde las profundidades del Baikal y ve la luz por primera vez desde hace eones. El iceberg presenta un aspecto inquietante; posee múltiples aristas, su color es una mezcla heterogénea de rojos y negros, de tal manera que semeja una enorme brasa incandescente, siendo tan oscuro que resulta imposible ver lo que oculta en su interior. Porque, en efecto, algo esconde en sus entrañas. Algo que muy pronto va a despertar. 



*** 


  Bolkoi descansa tumbado sobre la cama cuando abre los ojos de pronto, con todos los sentidos alerta. Algo de una maldad extraordinaria y enorme poder destructivo ha hecho acto de aparición en la Tierra. Siente que él y ese ente desconocido están conectados de alguna manera y piensa que tal vez haya llegado el ansiado momento. 

  Siente una necesidad imperiosa de salir a la calle. Se viste con rapidez y sale al exterior. Callejea sin rumbo fijo por las calles de Moscú, sintiendo en su mente un eco pulsátil, como una alarma que se ha activado debido a la aparición de esa entidad. De pronto se detiene al pasar por delante de un parque. En la portada de un periódico que alguien ha dejado abandonado sobre un banco lee una noticia que le llama la atención de inmediato: «El cometa que se puede observar desde hace una semana —desconocido hasta ahora y recién catalogado por la ciencia—, ha emitido un peculiar e inusual destello rojizo durante unos cuantos segundos, justo cuando ha pasado por su punto de máximo acercamiento a la Tierra, y...» 

  Bolkoi no necesita leer más, pues ya tiene la respuesta que estaba buscando. Desde que despertó en la orilla del lago Baikal tenía la certeza de que estaba destinado para una misión de suprema importancia y que su naturaleza le sería revelada llegado el momento. 

  Ese momento ha llegado por fin. 

  La información acude a su mente de golpe y entonces todo cobra sentido. Cuando él hizo su aparición en este mundo un cometa fue la señal de su despertar. Ahora sabe que ese otro cometa anuncia el advenimiento de un ser con características muy especiales, porque se trata de su antagonista, su opuesto, su némesis: El Otro. 

  Bolkoi comprende que su meta es partir en busca de ese ser que acaba de resurgir desde el más remoto pasado y destruirlo. Debe aniquilarlo. Es una cuestión de supervivencia, pues sabe que su rival tiene la misión de destruirle a él. Son dos polos opuestos y es imposible que ambos puedan coexistir a la vez en el mismo mundo. 

  Él es un guerrero, único en su especie. El Otro es único también, aunque no es un guerrero, sino algo indefinible, rebosante de oscuridad y maldad. Un ente pernicioso hasta límites impensables, pero al mismo tiempo una fuente de alimento para él si consigue derrotarlo. Hace una eternidad mantuvieron en otro lugar una pugna feroz que quedó en tablas. Sin que logre recordar el motivo, se produjo un indefinido suspenso en su lucha, una incomprensible pausa espacio-temporal que acabó con ambos en las profundidades del Baikal, sumidos en un profundísimo letargo que tuvo efectos amnésicos en Bolkoi. 

  En estos momentos Bolkoi siente que ha llegado la hora de que esa batalla concluya, aunque hay un factor que le preocupa: ¿Por qué despertó tantos años antes de que su enemigo apareciera? ¿Acaso no es tan poderoso como él y por eso necesitana un «entrenamiento» exhaustivo para matar criaturas? No lo sabe con seguridad, tampoco le importa. Se siente preparado para la lucha, dispuesto para un combate que desconoce cuándo o dónde tendrá lugar. Lo que sabe con certeza es que será una batalla épica y definitiva, mortal para uno de los dos... o puede que para ambos. Pero eso no le asusta, es su destino. Lo tiene claro y por eso, con el firme propósito de eliminar a su enemigo, parte en su búsqueda. 

  Sabe que algún día se encontrarán.

viernes, 9 de agosto de 2019

Algún día se encontrarán vol 1




¡Seguimos con la hornada de relatos splatterpunk! En esta ocasión podéis leer la primera parte de Algún día se encontrarán, un relato del escritor José Martínez Moreno, a quien podéis leer en varias antologías. Entre ellas la reciente En nombre del mal, coordinada por el también escritor Narciso Piñero, donde participa junto a una servidora. Recordad que, si os gusta esta historia podéis darle la puntuación que merece al final del post ;)



Zona sur del lago Baikal, Siberia. Octubre de 1799. 


Las estrellas y la luna permanecen silenciosas en el firmamento, pero la abundante nubosidad no permite su visión. Un manto de oscuridad se cierne sobre la inhóspita región mientras el gélido viento sopla inclemente. A pesar de las numerosas tribus que habitan los alrededores, no se ve ni un alma.

  En el corazón del bosque existe un enorme lago que permanece helado durante los fríos y largos meses de invierno. De pronto se escucha un borboteo y un gran témpano de hielo emerge desde las profundidades tras atravesar más de mil seiscientos metros de agua, rasga la capa helada y queda a flote. Hay algo atrapado en su interior: un borrón oscuro de forma antropomorfa. 

   Dos meses después, el deshielo favorece que el bloque sea empujado por las corrientes hacia la orilla. Oculto entre la vegetación, el témpano tarda casi un mes en derretirse y cuando lo hace en el despunte de una mañana también nubosa y fría, deja a la vista el cuerpo desnudo de un hombre. O algo con aspecto de hombre. 

  Apenas dos horas después de que la extraña criatura sea liberada de su cárcel de hielo, un claro se abre entre las nubes y permite vislumbrar, durante unos segundos, el brillo de un cometa atravesando el cielo. Antes de que las nubes imposibiliten de nuevo su visión, el cuerpo celeste emite un imposible destello. 

   En ese preciso instante, el  ser abre los ojos. 


*** 


Cuando amanece, el manto de nubes ha desaparecido por completo. La criatura se  incorpora, no parece afectada por el airé frío que acaricia su piel desnuda. Tambaleante, camina a través del tupido bosque, escudriñando el terreno con atención. No sabe dónde está, no sabe quién es ni cómo ha llegado hasta allí. Pero hay una cosa que sí sabe: está hambrienta.

  Una pareja de jóvenes venados bebe agua muy cerca de donde él se halla, sin mostrar temor alguno. Los observa con indiferencia. Ninguna de las especies que habitan el boscoso terreno calmarán su apetito. Se siente como un bebé que busca por instinto el pecho de su madre. Sabe que para alimentarse debe abandonar aquel lugar. 

  Examina su cuerpo con interés. Comprueba que es robusto y musculado; sus brazos son firmes, sus piernas poderosas y posee un pecho amplio. Ni más ni menos que el cuerpo de un guerrero. Palpa su cabeza y su rostro, lo que le permite descubrir que posee una larga cabellera negra que cae sobre sus hombros, cejas tupidas y una frondosa barba. Tras el breve reconocimiento físico se pone alerta. La pareja de venados huye del lugar de manera precipitada y cuando echa una mirada a su alrededor comprende el motivo: está rodeado de una gran manada de lobos hambrientos. Se acercan poco a poco, estrechando el círculo mientras gruñen de manera amenazante. Sus miradas evidencian un hambre voraz. Las bestias le muestran su afilados dientes, pero él aguarda el ataque sin temor ninguno. Cuando apenas están a diez metros de él, un lobo enorme de espeso pelaje negro avanza. Se trata del macho alfa de la manada, un animal de formidable estampa. Emite un gruñido grave mientras observa al recién llegado con sus magnéticos ojos verdes, como si lo estuviera evaluando. El guerrero clava sus profundos ojos oscuros en los del alfa y el gruñido cesa. Tras unos tensos segundos, el animal adopta la típica postura de sumisión canina: orejas replegadas y rabo entre las piernas. Un momento después vuelve a erguirse con toda su majestuosidad, gira la cabeza hacia la manada expectante y lanza un aullido que es respondido por todos a la vez, formando un coro fantasmal. Tras la tétrica sonata, abandonan el lugar para ir en busca de alguna pieza con la que aplacar su hambre mientras el guerrero los observa marcharse, satisfecho. 

  De pronto, varias palabras le llegan como un fogonazo: «Moscú», «ciudad», «marchar»... Comprende que tiene que partir y se pone en marcha hacia esa distante ciudad. Un largo viaje que debe emprender porque así se lo dicta la voz de su conciencia. 

  Al pasar cerca de un grupo de árboles se fija en el cartel de madera clavado en uno de ellos. Se aproxima y lo lee. Alguien ha escrito en caracteres cirílicos el nombre de ese lugar, de esa enorme extensión de agua dulce: Lago Baikal. Le gusta el nombre, tiene una sonoridad que le fascina y por eso se bautiza a sí mismo con un nombre de semejantes características: Bolkoi.


Varios días después. 

Un callejón cualquiera en un barrio periférico de Irkutsk. Dos mujeres jóvenes: una está viva, la otra yace en el suelo. Sus ojos parecen congelados en un último instante de horror. Tiene la garganta, brutalmente desgarrada por el ataque de unos colmillos hambrientos. A través de la incisión puede verse la tráquea entre los restos de una masa de carne sanguinolenta. El culpable de la masacre acerca su boca hedionda y húmeda al cuello de la otra chica que aún sigue con vida, la cual solloza de terror. El vampiro sabe que le observan, algo que no es novedoso. Comprende que son muchos los seres humanos que, aunque se sienten horrorizados, sienten fascinación al verlo en acción. Sin hacer caso a sus espectadores, se prepara para hundir sus colmillos en el cuello de la joven. Entonces se detiene de pronto y se gira con rapidez sobrenatural. A escasos metros de él, oculta en la penumbra del callejón, se yergue una sombra. Observa a la criatura que se ha acercado en silencio, sin que él lo percibiera. Únicamente El Creador, El Amo, El Primigenio, sería capaz de haberse acercado con tanto sigilo sin ser descubierto. Es algo extraño, una novedad que le disgusta y le incomoda. 

  ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué no tiembla ante su presencia? ¿Por qué no intenta huir de él? Son interrogantes que fluyen en la mente del no-muerto, que necesita respuestas. 

  «¿Quién eres?» –proyecta la pregunta con la mente. 

  Es una artimaña que emplea a menudo para confundir y amedrentar a sus víctimas. Aunque no tiene problemas para expresarse oralmente, de hecho su voz es cavernosa y terrorífica, prefiere usar esta vieja táctica. Sin embargo, el desconocido se muestra imperturbable y responde la pregunta del mismo modo que él la ha formulado. 

  «Tu juez. Tu verdugo» –lanza con el pensamiento. 

  Esta cuatro palabras causan gran sorpresa en el vampiro, que no se esperaba semejante respuesta. Pero a pesar de que es la primera vez que alguien le responde de esa manera hosca y amenazante, procura no mostrar debilidad. Una criatura como él está creada para infundir temor, no para sentirlo. Durante sus más de trescientos años masacrando seres humanos y alimentándose de ellos, ha relegado ese inútil sentimiento al olvido. Es poderoso; se siente casi invencible, y esa figura oscura que tiene ahora frente a él, aunque supera el metro noventa con claridad y presenta un aspecto robusto, no es rival para él. Ningún humano lo es. 



  Contempla la insolente sombra mientras deja escapar una risa irónica, con aires de superioridad. 

  —Vas a morir, estúpido humano. Voy a reventar tu garganta y me voy a beber toda tu sangre. Luego arrojaré tu cuerpo al suelo como si fuera otra más de las mierdas de perro que pueblan este callejón repugnante. 

  Hace intención de atacar al desconocido aprovechando su velocidad, pero entonces ocurre algo que consigue provocarle una punzada de temor. La sombra se planta ante él, cien veces más rápido de lo que dura un parpadeo. Pero eso no es todo. De repente su estatura y corpulencia se han duplicado y ahora es enorme, alcanzando casi los tres metros de altura. El vampiro comprende entonces que no se halla ante un hombre. Pero a pesar de su inicial desconcierto no se amedrenta; él alcanza a medir los dos metros de altura y sigue pensando que es superior debido a su sobrenatural fortaleza, por eso se lanza sobre el extraño, dispuesto a destrozarle el cuerpo con sus garras. Adelantándose al ataque, el gigante le agarra ambos brazos con unas zarpas descomunales y los quiebra con una facilidad pasmosa. Entre los jirones de carne blanquecina asoman las puntiagudas esquirlas de los huesos quebrados. La carne se torna  grisácea y viscosa por la cantidad de sangre que resbala a ras del tegumento. El coloso le arranca los antebrazos y le revienta los ojos, dejándolo ciego. El no-muerto cae de rodillas mientras su garganta emite un seco alarido a causa del dolor extremo que siente y que ya casi había olvidado. Siente una furia inmensa hacia su enemigo, un odio feroz, pero ese odio apenas le dura un segundo, porque el gigante le sujeta la cabeza entre sus poderosas garras y se la arranca de cuajo con un descomunal estirón. Una miríada de coágulos sanguinolentos y negros como el petróleo salpican el suelo y el cuerpo del gigante, que en ese mismo momento exclama:

   — ¡Sh'k Anh'k! 

  Se trata de palabras de poder, vocablos primitivos que pertenecen a una lengua muerta, perdida en la noche de los tiempos y que él domina por puro instinto. Al decir estas palabras consigue algo primordial: que el vampiro al morir no se desintegre en una nube de polvo para así poder alimentarse de él. Contempla ahora la cabeza arrancada que tiene entre sus manos. La sujeta con la mano derecha por la parte baja del cráneo  y,  con una uña dura como el diamante, traza una línea que corta la carne y el hueso, bordeando el perímetro craneal. Levanta la tapa de los sesos igual que haría un forense en una autopsia. A continuación se lleva el hueso seccionado a la boca y lo lame con deleite. Una vez extraído, lo arroja a un lado y se fija en su objetivo principal: la masa craneal, que presenta un aspecto muy diferente al de un ser humano. Es una masa pulposa y negruzca bañada en un denso líquido cefalorraquídeo de olor pestilente. Un hervidero de larvas rojizas pululan por su superficie sin dejar de contorsionarse, alteradas por la luz.

  Lo extrae con ambas manos y lo alza sobre su cabeza. Entonces desencaja la mandíbula y aumenta el diámetro de su boca varias veces, algo parecido a lo que haría una serpiente para tragar una presa grande. Se introduce el cerebro contaminado en la boca de una sola vez, sin despreciar las larvas, por supuesto, y mastica despacio con evidente placer. 

  Cuando ha terminado de tragar el encéfalo del no-muerto aún tiene hambre y por eso se arrodilla ante su cuerpo. Hunde las garras en su pecho y le revienta el tórax para extraer el corazón. El cuerpo de un vampiro por dentro, sobre todo el de los más viejos, es un espacio casi hueco, con los órganos atrofiados y resecos igual que globos desinflados. El corazón es algo semejante a un trozo irregular de carbón brillante y pringoso. Se sujeta a las costillas mediante una especie de tendones negruzcos que lo mantienen amarrado. El sistema circulatorio es algo muy primitivo que no tiene tampoco nada que ver con el humano. La sangre no bombea, ya que el corazón no late. Al ser consumida se introduce en las venas y capilares, donde es almacenada. El organismo del vampiro la consume hasta agotarla, momento en el que siente de nuevo la necesidad de alimentarse. 


  Bolkoi arranca el negro órgano de su jaula de huesos y lo observa en su mano. Es extrañamente pesado e igual de frío al tacto que el cerebro y también emite un olor pestilente que repugnaría a cualquier ser humano. Pero Bolkoi no es un humano. Se acerca el corazón a la boca y lo introduce para masticarlo con calma y extraer todos sus nutrientes. 


  Una vez saciado el hambre vuelve a pronunciar las palabras de poder, pero en sentido inverso. De inmediato los restos del vampiro se transforman en cenizas y son barridos por un viento repentino que ningún humano puede sentir. 

  Un sonido llama la atención de Bolkoi, que ha retornado a su tamaño original. Se gira y ve cómo la chica superviviente, de la cual se había olvidado por completo, le contempla con los ojos llenos de terror mientras llora sentada en el suelo, agarrándose las rodillas presa del histerismo. Tras dedicarle una mirada de indiferencia, abandona el callejón. 


Tres meses después. 

Un hombre tiene retenida a una chica joven en una casa que parece una pocilga, en las cercanías de Krasnoyarsk. La ha obligado a desnudarse y la ha puesto de espaldas frente a una vieja mesa de madera. La tumba con brusquedad y la penetra analmente de forma brutal. El hombre da violentas embestidas mientras la chica grita. Es un violador y asesino habitual, está acostumbrado. Sabe muy bien que todas juegan a lo mismo, se hacen las estrechas, pero en el fondo lo que piden es ser folladas por todos sus agujeros. Y esta no es distinta a las demás. La muy puta grita que no, pero su cuerpo y el agujero de su culo gritan que sí. ¡Vaya si lo hacen! 


  Aumenta el ritmo de sus embestidas mientras ella aumenta el volumen de sus gritos. Casi está a punto de correrse. Algo metálico brilla en su mano derecha. Es el mismo cuchillo que ha utilizado en todos sus asesinatos. Hoy volverá a probar la carne, una vez más. Cuando está apunto de experimentar el orgasmo, comienza a apuñalar a la chica por la espalda de manera frenética. Los gritos de ella enmudecen pronto, justo cuando él siente que va a eyacular. Pero en ese momento un gigante lo agarra por detrás, lo estampa contra la pared y su cuerpo cae desmadejado al suelo, en estado semi inconsciente. El violador termina eyaculando sobre su propio cuerpo, moribundo. Bolkoi levanta con una sola mano al humano, que recupera la consciencia justo a tiempo de sentir cómo el gigantesco desconocido revienta su cabeza como si fuera la cáscara de un huevo con la mano/garra que tiene libre para sorber después la sangre y los trozos de cerebro que le chorrean entre los dedos. No es gran cosa 

como alimento, ya que la maldad de un ser humano, por muy abyecto que sea, no es comparable con la de otros seres y entidades malignas, pero algo es algo. Desde que partió del Baikal ha encontrado poca comida por el camino, algún vampiro recién convertido y poco más. 

  El hecho de sea enemigo de las fuerzas oscuras no se debe interpretar como que forme parte de los «buenos»; del mismo modo que comerte un par de ensaladas no te convierte en vegetariano. No hay en él nada de bondadoso, compasivo o humanitario. Sus ansias de despedazar a esos odiosos esbirros bebedores de sangre y otras criaturas no obedece a elevados principios morales como la bondad o la justicia, sino a algo mucho más prosaico: el hambre. Bolkoi se alimenta del mal —y de sus súbditos—, lo necesita para subsistir. 

  Todavía no sabe qué o quién es. Siente que pertenece a otro mundo distinto, quizás a otra dimensión. Lo que tiene claro es que es un guerrero. Con eso le basta.

  Después de alimentarse con la cabeza exprimida del hombre, hunde una garra en su pecho. Atraviesa la carne y le rompe las costillas como si fueran palillos. Consigue arrancarle el corazón con una facilidad pasmosa, extrae el g órgano todavía palpitante y lo devora en cuestión de segundos. Sigue pareciéndole poca cosa. El resto del cuerpo no es aprovechable para él. 

  La chica está muerta. No ha podido hacer nada por ella. Tampoco es que lo pretendiera, era una simple humana más. Contempla la obra del salvaje que la ha asesinado. El ano de la chica está desgarrado y de él sale una oscura mezcla de sangre y mierda. De pronto la visión de ese culo y de su cuerpo desnudo y sangrante turba su mente. Sin poder evitarlo, siente una erección poderosa e instantánea que endurece su polla al momento. Nunca ha tenido sexo con nadie desde que despertó y ahora es como si toda esa tensión sexual explotara de repente y se adueñara de su voluntad. Poseído por una lujuria desconocida e indomable, se baja los pantalones a toda prisa y su enorme verga asoma. Es tres veces más larga que la del violador y al menos dos veces más gruesa. Se acerca con una zancada veloz hasta la joven inerte y sin más le introduce la polla por el culo. Siente que el ano se desgarra un poco más y libera una nueva tanda de fluídos. Está excitado como un animal en celo y sólo tiene en su cabeza una idea: follarse ese culo hasta el final. 

  Agora es él quien embiste con ímpetu, con fiereza, casi con desesperación. Pronto sus jadeos aumentan de intensidad mientras empala una y otra vez el cadáver apuñalado de la muchacha, que se sacude con sonidos acuosos a causa de la sangre y mierda desparramadas. Acelera el ritmo y termina con un alarido de placer al tiempo que unos chorros blanquecinos salen disparados de su polla. Su eyaculación casi parece una riada. Bolkoi retira su miembro viril, todavía tan erecto como una estaca, cubierto de restos de sangre, mierda y esperma. Pero aún continúa excitado. Entonces voltea el cuerpo de la chica sin ningún esfuerzo. Agarra su cabeza, le separa las mandíbulas, le introduce la verga y viola su boca hasta conseguir otra ingente eyaculación que prococa que el cadáver expulse  borbotones de semen por la boca,la nariz, los oídos y los ojos. 

  Satisfecho tras su acto necrófilo, abandona la casa. 


Cuatro meses después. 

Bolkoi continúa su andadura a través de Siberia para llegar hasta Moscú. Sabe de manera instintiva que ese viaje forma parte de un «entrenamiento» que se extenderá de manera muy prolongada en el tiempo y que servirá para fortalecerle, por eso no tiene prisa por llegar a su destino. Ahora atraviesa una solitaria región cercana a la ciudad de Novosibirsk con la luna llena como única compañera. De pronto, un aullido escalofriante desgarra el silencio de la noche y él se detiene. Un recuerdo atávico irrumpe en su memoria y le permite identificar ese sonido familiar que acaba de escuchar. Sabe a ciencia cierta que no se trata de un lobo. Su instinto se pone de nuevo en marcha para advertirle que otro siervo del mal anda muy cerca.




*** 

A escasos kilómetros de allí, en una apartada aldea, Yuri y Valeria dan rienda suelta a su pasión en el granero de los padres de ella. Los besos y caricias preliminares han dado paso al sexo puro y ahora follan de manera apasionada, ajenos a su dramático final. La chica cabalga sobre el chico, que soba sus pezones enhiestos con ambas manos mientras ella, ligeramente echada hacia atrás, masajea sus huevos con una mano de manera que empuja su polla un poco más adentro en la cálida profundidad de su coño. Ambos jadean mientras se dicen obscenidades mezcladas con expresiones de cariño. Ahora cambian de postura y ella se pone a cuatro patas, ofreciendo su empapado sexo a la vista de Yuri, que guía su enhiesto falo hasta él y la penetra de inmediato. Permanecen durante unos minutos más follando en esa postura. Luego el chico se despega de ella, se tumba boca arriba y ella se sienta sobre su cara. Él hace resbalar la lengua por su clítoris una y otra vez mientras con los dedos explora el interior de su sexo. Ella gime con tal intensidad que la polla de Yuri se endurece como una de las vigas que sostiene el granero. Ahora es ella la que baja hasta su miembro y se lo introduce en la boca mientras le sonríe de manera pícara. Le mordisquea el glande con suavidad y él, loco de lujuria, le agarra la cabeza para que se la chupe hasta la misma base. La melena de Valeria sube y baja mientras sus labios y su lengua se deslizan por la férrea barra de carne que es la polla de su novio. Cuando está a punto de correrse, ella se detiene y vuelve a montar encima de él. Valeria gime al sentir el ardiente miembro de Yuri abriéndose paso dentro de ella. Comienzan a moverse rítmicamente y apenas un par de minutos después ella se siente al borde del orgasmo. Yuri lo percibe y empuja con más ahínco, también él a punto de eyacular, mientras le mordisquea los pezones sin parar. 

  —¡Más, más, más...! —grita Valeria a punto de entrar en éxtasis. 

  Pero ya no hay tiempo para más. Se estremece de placer mientras los chorros de semen escapan de la polla de su novio al ritmo de las contracciones orgásmicas que le abren y cierran el coño. El granero se llena con los sonidos de los amantes, que poco después despegan sus sexos empapados y se quedan abrazados uno al lado del otro. 

  Apenas unos minutos más tarde Valeria se sobresalta. 

  —¿Has oído eso, Yuri?

  Yuri la abraza más fuerte, posa una mano sobre una de sus tetas y le acaricia el pezón.
  
  —Creo que es el sonido de mi polla, que vuelve a levantarse —bromea él.

  —Hablo en serio. He escuchado algo. ¿Y si fuera mi padre? —dice preocupada, empezando a vestirse.

  —Sabes de sobra que tu padre estará en la taberna, bebiendo hasta las tantas, y tu madre estará roncando como un oso ahora mismo —contesta él sonriendo.

  Pero eso no tranquiliza a la chica y Yuri accede a echar un vistazo fuera del granero a pesar del frío. Se pone el abrigo sobre el cuerpo desnudo y sale, no sin antes darle un apasionado beso a Valeria.

  —Ahora vuelvo —le dice—. Ve calentando esa jugosa rajita tuya, que ahora mismo vamos a repetir.

  Ella responde con una sonrisa forzada. No se puede quitar de encima la inquietud que le ha producido el sonido, ni una repentina sensación de estar siendo observada. 

  Yuri asoma la cabeza fuera del granero. La luna llena en el cielo es como el ojo de un enorme cíclope que le observa con indiferencia. Hay un silencio extraño, como si el mundo estuviera envuelto por mantas que amortiguan los sonidos. Entonces escucha algo parecido al ruido de una rama al quebrarse, procedente de unos árboles cercanos. Sospecha que puede tratarse de algún animal que merodea por allí en busca de comida. ¿Qué otra cosa puede ser? Decide que está perdiendo el tiempo y prefiere volver junto a Valeria. Se da la vuelta para regresar y entonces escucha un ruido que parece provocado por algún animal grande y pesado. Con los sentidos alerta, pensando que tal vez se trate de un oso, se gira de nuevo en dirección a los árboles. Pero lo que ve allí no es ningún oso. Es una criatura enorme, recubierta de pelo con sus ojos, rojos como rubies, fijos en él. Yuri contempla aterrorizado sus fauces abiertas, de las que cuelgan hilos de espesa baba que caen desde los gigantescos colmillos. Se queda petrificado, sintiendo cómo se mea encima. En ese momento la enorme bestia salta sobre él .

  Valeria se extraña de la tardanza de Yuri. Tiene miedo y necesita su compañía, así que termina de vestirse y decide salir a buscarlo, pero antes coge una horca como arma. Se siente más segura. En cuanto sale contempla una escena dantesca, que la conduce al borde de la locura y le rompe el corazón al mismo tiempo. La joven cae de rodillas al suelo llena de espanto, con los ojos anegados en lágrimas. Desea morir en ese mismo momento. No tardará mucho en hacerlo. 

  Yuri yace despedazado en el suelo en medio de un gran charco de sangre mientras un animal gigantesco que se parece a un lobo devora sus restos. Su cabeza se halla a unos metros de distancia. La cara ha sido atravesada por un zarpazo y le falta gran parte de la mejilla y una oreja. Observa que uno de los ojos le cuelga del nervio óptico como si se tratase de un macabro yo-yo. Las piernas, arrancadas y medio devoradas, están tiradas a unos metros del tronco. Tiene el abdomen desgarrado y sus intestinos han sido amontonados, semejando un montón de gruesas cuerdas mojadas. Paralizada por el pánico, contempla cómo el hombre lobo se inclina sobre el sexo de su amante con el hocico totalmente cubierto de sangre, y de un solo bocado le arranca el miembro viril. En el silencio de la noche, se escucha el siniestro ruido que hace al masticarlos. Valeria se desgañita gritando hasta que pierde el conocimiento. Jamás despertará, pues la bestis se encargará de darle el mismo truculento fin que a su novio. 

*** 

Bolkoi posee un sexto sentido para el mal, algo semejante a un radar psíquico que se altera y le avisa cuando cerca de él hay alguna criatura o ser humano con una especial carga de maldad. Pero este infalible detector de maldad no es un detector de peligro, por lo que no consigue evitar que el hombre lobo al cual había detectado antes —el mismo que ha asesinado y devorado a Yuri y Valeria— se le eche encima por sorpresa. Una mole de casi dos metros y medio de altura, rugiendo de forma atronadora, apestando a sangre reciente y poseída por una furia indomable. Las garras de la bestia se clavan en su pecho, atravesado sus ropas y dejando unos profundos surcos escarlatas en su carne. Bolkoi lanza un grito de dolor al tiempo que repele la agresión de su enemigo de un potente empujón, pues de nuevo ha adquirido la estatura de un formidable gigante y ahora supera la de su oponente. 

  El guerrero observa con atención los ojos de la bestia, dos piedras rojas fulgurantes que parecen querer atravesarle. Nubes de vaho fluyen de sus fosas nasales debido al contraste entre el frío del ambiente y su elevadísima temperatura interna. Un bramido descomunal escapa de sus fauces instantes antes de abalanzarse sobre Bolkoi de nuevo. Pero en esta ocasión, aunque herido, el guerrero está preparado. Espera con tranquilidad la embestida del lobo y entonces realiza una maniobra espectacular al mismo tiempo que lanza dos salvajes zarpazos. Alcanza a la criatura en un costado y le provoca un aullido de dolor que reverbera en sus oídos hasta el punto de parecerle que van a reventar. La nieve queda salpicada de rojo al instante. A través de la herida abierta en el costado de la bestia mana sangre de manera abundante y asoma algo oscuro y brillante que sin duda debe ser alguna víscera. Bolkoi se observa las garras; trozos de carne sangrante con piel cubierta de abundante pelo negro están pegados a ella. Su visión le provoca una punzada instantánea de hambre y ahora es él quien ataca. Su rival está de espaldas a él, a cuatro patas en el suelo. Gruñe poseído por la rabia y respira con dificultad. Pero el lobo herido es un temible rival y su furia irracional es extremadamente peligrosa. Cuando Bolkoi salta sobre él para clavarle las garras en su poderosa espalda, la criatura se vuelve con una rapidez animal y lanza una salvaje dentellada que se hunde en el brazo del guerrero. El dolor trepa hasta el cerebro de Bolkoi, que lo siente como metal al rojo vivo horadando su carne. La bestia afloja su presa para lanzar frenéticas dentelladas hacia su rostro. A pesar del daño infligido, la garra del otro brazo del guerrero ha impactado en el pecho de su rival. El desgarro es tan grande que una pequeña catarata de sangre rocía a Bolkoi, empapando su rostro. Un olor metálico inunda sus fosas nasales y ahora es él quien se ve invadido por una descomunal rabia. La noche se llena con los furiosos rugidos de uno y con los rabiosos alaridos del otro. En kilómetros a la redonda los animales se esconden en sus madrigueras o se quedan petrificados, sin atreverse a mover un músculo. Bolkoi emplea entonces armas que desconocía poseer. Ensancha sus mandibulas y las proyecta hacia adelante; sus labios se retraen y de pronto asoman cuatro caninos de tamaño exagerado. Con un movimiento vertiginoso que apenas dura un latido, asesta un colosal mordisco en el cuello del lobo y le arranca la piel, los músculos y las vértebras, de tal modo que lo decapita en el acto. Los gruñidos enmudecen y el colosal cuerpo de la peluda criatura se desploma el suelo, bañado en sangre. La luna parece parpadear. 

  De inmediato Bolkoi lanza sus palabras mágicas e impide que la bestia recupere su forma humana al morir. 

  —¡Sh'k Anh'k! —exclama con la respiración jadeante a causa de la lucha.

  Se aproxima al enorme monstruo echado en el suelo y abre un boquete en su pecho a base de violentos zarpazos hasta que encuentra su comida. 

  El corazón de un hombre lobo durante el periodo en que se halla transformado en bestia es de color blanquecino, dos veces más grande que uno humano y duro como la piedra. A simple vista se puede llegar a pensar que se trata de un trozo de la luna, esa misma que le obliga a matar, ya que las similitudes son más que evidentes. Pero a diferencia del gélido astro, esta es una roca ardiente, casi tanto como la lava, aunque eso no supone un problema para Bolkoi, que desencaja una vez más su mandíbula y lo engulle entero. A continuación trepana el enorme cráneo lobuno y hunde las garras en su ardiente masa encefálica. Es un desmesurado cerebro rojizo que huele a sangre de manera tan intensa que aviva su hambre de forma inmediata. No se lo traga de un bocado, sino que arranca grandes pedazos a mordiscos para saborearlo despacio. En pocos segundos sus heridas sanan solas y recupera todo su vigor. A pesar de haber sido herido por el hombre lobo la maldición no le afectará, debido a su especial naturaleza. Después de haber comido retorna a su tamaño original y entonces repite las palabras mágicas a la inversa. El humano aparece, sustituyendo a la bestia muerta. Es un joven de unos veinticinco años, con un rostro que Bolkoi olvida al instante, en cuanto se da la vuelta y se marcha del lugar.


Doce meses desde su partida del lago. 

Un camino solitario pasa cerca de una minúscula granja igual de solitaria en una zona cercana a la ciudad de Omsk. Bolkoi transita por él, guiado como siempre por su detector de maldad, que le ha conducido hasta aquellos lares transcurrido más de un año desde que inició su andadura. Al acercarse al lugar, la presencia del mal se percibe de manera notable. 

  En el exterior de la modesta granja dos chavales lloran sentados en el suelo y Bolkoi se acerca a ellos para obtener información. Los chicos levantan las miradas llorosas y observan al desconocido, aunque sin rastro de desconfianza. 

   —¿Ocurre algo, muchachos? —les pregunta. 

   —Por favor, señor, ayúdenos —contesta el mayor, que debe tener unos doce años—. Nuestra madre está en cama desde hace una semana. Creemos que tiene un demonio dentro, pero no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Nadie quiere ayudarnos porque tienen miedo. Estamos desesperados. ¿Puede hacer algo, por favor? 

   El guerrero escucha su petición y asiente con la cabeza. 

  —Está bien —dice—. Llevadme junto a vuestra madre. 

  Los hermanos se ponen en pie y conducen a Bolkoi hasta el dormitorio de su madre con nuevas esperanzas. 

  Un candil ilumina la modesta habitación, que apesta a mierda y a meados. En un rincón hay un humilde catre donde descansa la madre de los chicos, tapada con unas mugrientas sábanas llenas de manchas de fluidos corporales. Bolkoi se acerca a ella; los ojos cerrados parecen indicar que está dormida. Tiene el rostro transfigurado, deformado de manera antinatural, y emana malignidad a raudales de la misma manera que un volcán expulsa lava. Está poseída, sin duda alguna. También comprueba que se encuentra muy grave y muy debilitada, sin apenas fuerza vital. 

  —Tenga cuidado, señor —advierte el hermano mayor—. Es muy violento y peligroso. Menos mal que nunca se levanta de la cama, como si no pudiera, pero a veces nos hace creer que mi madre duerme para intentar pillarnos desprevenidos. 

  Como si hubiera escuchado al niño, la madre/demonio se incorpora de golpe con el cuerpo rígido. Suelta un alarido y trata de alcanzar a Bolkoi, que da un paso atrás para evitarlo. Los ojos de la mujer son dos esferas ambarinas cuyas pupilas verticales le observan con desprecio. 

  —¿Quién eres tú, bastardo? —habla con una voz cavernosa y gutural imposible para una garganta humana—. ¿Has venido a follar con la putita? —dice tras lanzar una enorme carcajada y levantarse el sucio camisón que lleva, para mostrar su sexo y frotarlo luego con vigor. 

  La cama tiembla y levita un par de centímetros antes de volver a posarse en el suelo. La ventana se abre de par en par de repente y el candil se mantiene encendido de puro milagro, aunque amaga con apagarse varias veces. Los chicos gritan y Bolkoi se tensa, preparado para actuar. El demonio percibe su tensión y se dirige a él de manera burlesca.

  —No me digas que has venido a hacer un exorcismo —una sonrisa grotesca se forma en su boca negruzca y una fea lengua bífida asoma unos instantes—. No pienso abandonar el cuerpo de esta zorra y tú no me vas a echar. 

  —Esto no es un exorcismo, puto gilipollas —responde Bolkoi, y tras decir eso se arroja sobre la poseída, coge la cabeza transfigurada de la mujer entre sus manos y le rompe el cuello con un brusco movimiento que la mata en el acto. 

  Los dos hermanos contemplan la escena horrorizados y el más pequeño grita entre lágrimas: 

  —¡Ha matado a nuestra madre! ¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué?!! 

  —Lo siento, muchachos —responde, aunque en su voz no hay una pizca de compasión—, pero el demonio que tiene dentro le había consumido la vitalidad casi por completo y aunque hubiera abandonado el cuerpo, vuestra madre habría muerto en menos de tres o cuatro días. Lo que he hecho ha sido evitarle más sufrimiento. 

  Tal afirmación es en parte verdadera, pero no del todo. Cierto es que su madre estaba muy débil, pero había posibilidades de que se hubiera recuperado tras liberarla del ente maligno, aunque muy pocas. Bolkoi no es un exorcista, no está capacitado para exorcizar a nadie y sabe que la mujer de todos modos estaba perdida. Por eso ha actuado así.

  De la boca de la mujer muerta sale un vapor negruzco, denso y nauseabundo, que flota hasta el techo de la habitación. Bolkoi lo esperaba. Es el demonio, que al verse expulsado de su receptor intentará escapar a su dimensión infernal. Antes de que eso ocurra, resuenan en la habitación ciertas palabras ancestrales, destinadas en esta ocasión a obligar al ente diabólico a manifestarse con su forma física. 

   —¡Sh'k Anh'k! —exclama Bolkoi. 

  La hedionda nube vaporosa se agita frenética, como si estuviera bajo el influjo de unas corrientes invisibles. Una cacofonía de furiosos rugidos surge de ella mientras poco a poco desciende hasta el suelo y va perfilando una figura antropomorfa. Cuando la neblina negra desaparece del todo, muestra lo que ocultaba en su interior. 

  Se trata de un ser con el cuerpo escamoso, semejante en forma al de un hombre, pero de color negro y apariencia viscosa. Posee una robusta cola que mueve como un látigo y aunque es casi como un esqueleto con piel, no hay que menospreciar su fuerza y rapidez. Su cabeza reptiliana y desprovista de pelo presenta dos cuernos frontales del color de las brasas encendidas, igual que el de sus puntiagudos dientes y el de las afiladas uñas que coronan los ocho dedos de sus manos. Los ojos son los mismos que miraban a Bolkoi desde el rostro de la madre y siguen mostrando la misma mirada de desprecio, aunque ahora muestran un odio adicional. 

  —Ahora, chicos, es hora de marcharse si no queréis resultar heridos —les dice Bolkoi a los dos hermanos, que salen corriendo despavoridos ante lo que contemplan. 

  El demonio tiembla de rabia y ruge con una voz atronadora que semeja la de una legión de criaturas. 

  —¡¡¡Vas a pagar lo que has hecho!!! 

  Se abalanza sobre Bolkoi, el cual ha vuelto a duplicar su tamaño y ha metamorfoseado sus manos para combatir y se gira hacia la criatura demoníaca con tal velocidad que apenas se distingue un borrón oscuro cuando se mueve y se coloca a su espalda. Con una de sus recién creadas garras le sujeta la cola para que no pueda utilizarla y al mismo tiempo le propina con la otra un tremendo zarpazo en vertical con un movimiento ascendente que abre un surco colosal en su piel escamosa. La criatura vocifera a un volumen ensordecedor y se retuerce intentando liberarse, pero Bolkoi clava sus ganchudas uñas en su nuca y aplica una fuerza sobrehumana a su garra que arranca de cuajo la cabeza del demonio. De la herida mana un apestoso vapor azufrado que Bolkoi se apresura a atrapar aplicando su boca al cuello desgarrado. Luego estruja el cuerpo como si fuera un globo para terminar de sacar todo el vapor restante. Esta vez no hay corazón que devorar, pero el cráneo de la criatura una vez abierto presenta una suerte de encéfalo negruzco y repugnante que el guerrero devora con verdadero deleite. Una vez terminado el festín debe hacer desaparecer los restos del demonio derrotado y para ello pronuncia de nuevo las palabras mágicas en sentido inverso. 

  —¡Anh'k Sh'k! —exclama con énfasis.

  Un oscuro remolino se forma de la nada sobre el cuerpo mutilado del demonio, como un agujero negro en miniatura, y lo absorbe junto a su cabeza destrozada. Al terminar se repliega sobre sí mismo y desaparece como si nunca hubiera existido. 

  Bolkoi abandona el lugar y prosigue su camino, dejando tras de sí dos niños huérfanos y el cadáver de una madre. Más víctimas colaterales en su lucha contra las fuerzas del Mal.