viernes, 27 de septiembre de 2019

Mundo marino





¡Viernes de relato! y hoy tenemos con nosotros a Ariel S. Tenorio, director de la revista de horror y humor negro The wax, escritor de terror y ciencia ficción que además de haber publicado en revistas especializadas de género ha participado en varias antologías como Hola Babel o Pelos de punta. Sin más, os dejo que disfrutéis (o sufráis) la depravación de Mundo marino para que podáis darla la buena nota que se merece al pie de la entrada ;)





¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Por supuesto que no! Yo era un simple aprendiz en ese momento y sin embargo mi nombre apareció en la lista de implicados… Sí, sí, está bien, los empleados contratados también somos parte del staff. Pero no somos ningunos fetichistas de la fauna marina como ustedes afirman. 

  ¿Qué? ¡Claro que fue un caos horroroso! Psicosis en masa con manifestaciones de zoofilia, ¿te parece justo el titular? Eso dijeron en los diarios locales, y en cuestión de horas lo reprodujeron con saña en todas las emisoras del país. No nos dieron tiempo a reaccionar. Al principio pensé que no podía ser tan malo, pero cuando empezaron a trascender nuestras identidades, me quise morir. Nos hicieron pedazos. ¡Ustedes nos hicieron pedazos! Así y todo, los medios —cómo no— omitieron mucha información. Porque entre tantas mentiras y especulaciones, se les escapó una realidad más perversa, más oscura y aún más inexplicable. No dejo de pensar que si Lorena no hubiera intimado con Tifón, el Delphinus delphis macho del acuario de recuperación, ninguno de nosotros estaría soportando este escarnio. Y lo peor es que fui yo quien los descubrió. 

  Siguiente pregunta… ¿A qué te referís con trauma? Sí. ¿A vos qué te parece? Una cosa indescriptible. Un shock en el más estricto sentido, señores, créanme ¡Créanme o revienten! Hay imágenes que no se pueden borrar. Se los demostraré: 

  Fue un martes por la mañana, y el Zar (Ajá, cuando digo “el Zar” me refiero a Martinero, el jefe de adiestradores) estaba de mal humor, para variar. Tenía la cara apretada como un culo de perro y vociferaba órdenes a todos sus subordinados. El equipo de buceo vino a buscarme al depósito y yo pensé que no me vendría mal enrollar un porro y relajarme un rato antes de volver al anfiteatro. Así que agarré el carrito y salí sin chistar. Era una mañana de verano con un sol grande como un pomelo, pero también soplaba brisa desde el mar y el calor no era tan aplastante como podría ser. Yo, a diferencia del Zar, estaba siempre de buen humor. Mientras atravesaba el parque, canté como la Dorita del mago de Oz sobre el camino de baldosas amarillas, pasé junto a los estanques de tortugas que estaban en refacción y saludé a los albañiles —estaban aletargados y sudorosos y apenas me respondieron el saludo—, después corté camino por el sendero que se abre a la izquierda desde el peñón de los lobos marinos hacia el Oeste del parque y desde ahí me escabullí por los pasillos del acuario siete. Sabía que a esa hora era poco probable encontrar personal trabajando y que allí podría fumar tranquilo. Por lo general los entrenadores y veterinarios llegaban pasado el mediodía, por lo que entré confiado y me ubiqué en un banco entre dos lockers, justo debajo del extractor de aire. No sé cuánto tiempo pasé ahí, tal vez cinco o diez minutos. A mi mente, por lo general, le gusta divagar, pero cuando se trata de picar un prensado mi concentración es total. Así que ahí estaba yo, totalmente absorto en mi tarea, cuando empezaron a oírse los chapoteos. 

  Chapoteos y borboteos. Eran unos sonidos extraños. Al principio los atribuí a una bomba centrífuga o algún sistema nuevo de filtrado, pero tenían una cualidad rítmica, con secuencias que no coincidían con los sistemas automáticos. Afiné el oído para identificarlos mejor y me di cuenta que provenían del estanque chico. La pileta cuatro, para ser más preciso. Era un sector que no se veía desde mi posición, para acceder a él debía bajar por las gradas y rodear el estanque mayor que estaba en el centro del acuario. Tironeado por la curiosidad, guardé mis provisiones y me dispuse a investigar. 

  Ahora espero que entiendan esto: de haber sabido lo verían mis ojos, me habría preparado mejor. Mental y espiritualmente, quiero decir.

  Pero no lo sabía, así que me asomé y observé

  Desconcierto no es la palabra adecuada. 

  Mis ojos escanearon la escena pero no entendían lo que veían. Lorena estaba ahí con el delfín, pero… ¡Parecía que lo estaba entrenando, por el amor de Dios! Después vi que Lorena tenía el traje de neopreno enrollado a la altura de las rodillas y que su culo rosado brillaba a ras del agua como una puesta de sol. Tifón apareció de pronto por detrás y la montó con precisión. Fue un ensamble de ingeniería mamífera. Lorena gimió y se soltó del borde, por unos segundos quedó como enganchada y un momento después se sumergieron juntos. Yo parpadeaba y respiraba con pesadez ¿Sexo con delfines? ¿Me estaban gastando una broma? Los vi emerger al unísono, artísticamente casi, y en la cara de Lorena se veía una inconfundible expresión de placer. Tifón chasqueaba, silbaba y clickeaba como un sonajero gigante. En sus ojos negros no detecté sentimiento alguno y sin embargo —lo más chocante, dentro de lo chocante— parecía sonreír con lascivia. En esa intimidad perversa, la entrenadora y el delfín efectuaron una serie de movimientos sincronizados y alcanzaron un orgasmo tan ruidoso y obsceno que me entraron nauseas. Sentí como mi desayuno trepaba por mi garganta con determinación y no tuve más alternativa que escapar hacia el exterior para no ser descubierto. 

  Afuera, bajo los rayos del sol matutino y abrazado a una joven Ptychosperma elegans, vomité a chorros y derramé lágrimas de asco y confusión. 

  También me masturbé.

  ¡Vos! El del acné con cara ¿Por qué me interrumpís? ¿No era esto lo que querías saber? ¿Qué pasó con quién? ¿Con Lorena? ¡Ah! Qué difícil es relatar la historia para su capricho ¡Caterva de amarillistas! Ni siquiera me están prestando atención. Ustedes son peores que nosotros ¿Lo sabían? De Lorena diré que recibió su merecido… No ¡Pero qué digo! ¿Ves lo que me haces decir, sorete? Ella no se merecía nada de lo que pasó. Ahora me viene su triste imagen, arrastrando una joroba y dando tumbos patichuecos como de pingüino, penosamente, por todos los rincones del parque. Se había enfermado, no sé. Estaba hecha mierda. Es muy confusa esa etapa. En alguna momento se convirtió en esa masa informe y apestosa que la policía confundió con una pila de caca. Sé que no estoy siendo justo con ella al decirlo así. 

  Siguiente pregunta… No. Eso está claro ahora. No debimos culparla, tuvo la mala suerte de ser la paciente cero y por eso su comportamiento quedó estigmatizado en nuestras mentes. 

  Volviendo a esa mañana terrible, me encontré con Julito a medio camino, yo estaba dando vueltas como un idiota sin saber qué hacer, cada vez que pensaba en lo que había visto me entraban ganas de vomitar o de llorar. Julito se acercó y me pegó una piña en el hombro. Tenía los cachetes colorados por correr al rayo del sol.

  —¿Qué hacés acá, boludo? —me dijo—. El Zar anda como loco preguntando por vos. Ya rompió una silla y le pegó un cachetazo a Marisol ¿Y el traje de buceo?

 —Julito, olvidate del traje de buceo ¿Si te cuento algo me prometés guardar el secreto?

  Julito me miró de un modo raro. La cicatriz del viejo labio leporino se sumergía sin éxito entre los vellos de un bigotito suave y poco creíble.

 —¿Qué cosa?

 —¡Es horrible¡ ¡No sé ni por dónde empezar!

 —Empezá por el principio.

 —Bueno, hace un rato…

  Julito extendió una mano y me acomodó una rasta por detrás de la oreja. Después se acercó más y me estampó un beso en la boca. Sentí su lengua explorando en mi cavidad bucal como un animalito desesperado.

  Lo aparté de un empujón.

 —¿Qué hacés, pelotudo?

  Él se pasó la yema del pulgar por el labio inferior y me miró con intensidad.

 —¿Vomitaste?— Preguntó, y acto seguido se me pegó como una lapa. Noté su erección frotándose contra mi entrepierna, y para mi horror, sentí como mi pene se encabritaba debajo de mis pantalones. Todo sucedió muy rápido. Antes de que pudiera rechazarlo ya nos estábamos besando en un arrebato incontrolable. Sí, en efecto, nos besábamos, como caracoles, en el medio del sendero principal de Mundo Marino, al lado del puestito de merchandising y a pocos metros de la laguna central donde los flamencos pescaban larvas y renacuajos, ajenos a todo. Es una suerte que el parque esté cerrado por reparaciones, pensé con incoherencia. Y me vino a la mente el vago recuerdo de que yo era heterosexual, que tenía una novia que tocaba el saxo en una banda de reggae y que, hasta este momento, ella representaba el núcleo de toda mi atracción física. También había creído que el sexo con ella era algo más que placer físico. Pero ahora empezaba a tener dudas. Preso de esta nueva y aterradora fiebre, aquel erotismo me resultaba tan insulso y aburrido como una planilla de cálculo.

  Entre jadeos y sin despegar sus labios de los míos, Julito me condujo a los empujones hasta el edificio que estaba junto al depósito de suministros. Entramos a los tumbos, arrancándonos la ropa y sin ningún temor de que alguien nos pudiera ver. La maquinaria que se había desencadenado era frenética y demoledora y no le importaban las apariencias. El frigorífico estaba vacío, era un recinto rectangular con paredes y techos de azulejos blancos, con una luz de tubos fluorescentes que parpadeaban de manera insana. El piso —que no era blanco sino gris— tenía un esmaltado epoxídico de alta resistencia y estaba permanentemente sucio y mojado. En una de las paredes un viejo termómetro industrial marcaba 3° Celsius. Julito se acercó con unos contenedores plásticos, los destapó y arrojó su contenido en el suelo. 

  Yo no podía dar crédito a mis ojos. 

 Eran sardinas podridas. Cientos de sardinas podridas. Oh ambrosía. El olor rancio y penetrante se clavó como una aguja en mi cerebro y tuve que luchar por mantener el control. Tomé un recipiente y ayudé a Julito a cubrir el piso con pescado. Solo cuando el lecho estuvo listo, nos terminamos de desnudar y nos arrojamos en esa podredumbre. No voy a relatar con lujo de detalles mi encuentro sexual con Julito. No esperen eso. Pretendo conservar la poca dignidad que me queda. En cuestión de segundos, nuestros cuerpos quedaron cubiertos de una capa grisácea y aceitosa y nuestras pieles se volvieron brillantes como la de dos dioses paganos. Las lenguas describieron garabatos efímeros sobre los restos de pescado, saturando las papilas gustativas con ese sabor ácido. Nos abrazamos. Nos retorcimos. Nos contorsionamos. Estábamos lustrosos y nos costaba aferrarnos, pero logramos hacer contacto luego de varios intentos. Fue una penetración doble y perfecta. Nunca sentí algo así en toda mi vida. El tiempo colapsó y se desintegró en blandos pedazos tibios. Cuando acabé, grité como un cacique descarriado, un ululato largo y agudo que rebotó en el recinto. Unos segundos más tarde Julito acabó en mi espalda, sentí el chorro caliente de jugo de pescado y eso no hizo más que excitarme hasta el límite. Él no esperó la calma, se dio vuelta con una sonrisa y aferró mi lábrido… mi pene, todavía erecto. Se lo introdujo en la boca y lo lamió con entusiasmo. Pero no logré mantenerme a la altura. Yo comenzaba a asfixiarme. El olor a pescado podrido era tan penetrante que me estaba afectando el cerebro. Abrí la boca y aspiré una bocanada para que entrara oxígeno pero la maniobra no pareció dar resultado. Mis branquias comenzaron a agitarse. Tuve convulsiones. Ante la necesidad de aire, me libré con violencia de Julito y salí del frigorífico a los tumbos. Era la segunda vez en la mañana que no entendía lo que pasaba. Julito gritó a mis espaldas. No creo que haya sido un grito articulado, fue más bien un llamado que contenía dolor. En aquel momento no podía voltear para verlo. En mi desesperación por conseguir aire puro, me desentendí de todo. Logré empujar la puerta y salí nuevamente al exterior. El mismo sol. Los mismos flamencos. Solo que ahora los flamencos copulaban en medio de una orgía salvaje. No sólo copulaban sino que se agredían con furia entre sí. La laguna era un hervidero de plumas, sangre y graznidos insoportables. Pensé en el carnaval de Río. Pensé en el frenesí de crustáceos del que hablaban los expertos en los seminarios de fauna marina. 

  Siguiente pregunta… No. Julito no se murió. Ahora está en el estanque cuatro junto con el tiburón Maliki. Sí. Se sigue llamando Julito. Si prestan atención todavía se ve la cicatriz de labio leporino en la trompa… ¿Qué cómo me sentía en ese momento? ¿Cómo creen? Como un zombie ¡Como un zombie violado! Caminé hacia la entrada del parque, desnudo y lleno de restos de sardinas. Mis rastas se habían transformado en una masa apelmazada y goteante, y para peor, un enjambre de moscas verdes comenzó a orbitar alrededor como pequeños satélites. 

  Yo estaba en shock, en el sentido amplio de la palabra. Deambulé por el parque dialogando con oscuras ideas que no eran propias de mi mente. Pensaba en fecundar huevos. Pensaba en desgarrar presas de carne fría con mis dientes viliformes. Apenas registré la dantesca actividad que se estaba produciendo entre los albañiles dentro de la fosa de las tortugas. Recuerdo muy por encima del horror, que uno de ellos introducía un falo anormalmente largo, rojo y articulado, en la cabeza decapitada —¡pero aún con vida!—de uno de sus colegas. Me concentré, como Dorita, en el camino de baldosas amarillas. Pensé que Dorita querría volver a Kansas, pero que el hombre de hojalata, el león y el espantapájaros, por el contrario, querrían abrirse paso por su blanca piel y devorar su cuerpo antes del fin. 

  Tal vez por inercia, me dirigí de nuevo al anfiteatro donde Martinero enseñaba las coreografías a los adiestradores novatos. En lugar de acceder por las puertas del personal, di un largo rodeo y accedí por la entrada del público. Como un turista, subí las escaleras y entré directamente a las gradas principales. 

  Allí estaba el Zar y algunos de mis compañeros. El lobo marino, Rufus, un formidable Otaria Flavescens de trescientos cincuenta kilos, le practicaba sexo oral al Zar justo en el borde del acuario. El Zar, por su parte, tenía los brazos en jarras, pero su rostro estaba rojo como un tomate y expresaba tal mueca de horror que difícilmente pueda olvidarlo. Junto a ellos, desparramados en el suelo en grotesco desorden de torsos y miembros, yacían los restos de Rodrigo y Azul, los biólogos que habían llegado el viernes desde Santa Cruz. El charco de sangre tenía una cualidad vibrante a la luz del sol y se derramaba dentro del estanque en pequeñas oleadas. Teñía de rojo carmesí el agua cristalina con un intrincado mapa de hilachas y espirales. En un costado, junto a los chalecos salvavidas y unas cubetas llenas de pescado, Valeria permanecía en posición fetal. Tenía los ojos cerrados y estaba semidesnuda. Desde mi posición no alcanzaba a ver todo su cuerpo, pero sí pude ver que entre sus omóplatos asomaba una aleta puntiaguda y membranosa. 

  Me pregunté, con los ojos acuosos y sin darle demasiado crédito a nada de lo que veía, dónde estaría Marisol ya que nunca se despegaba del Zar y fue allí, como la pincelada final de un cuadro macabro, cuando obtuve la respuesta. 

Vi emerger de entre las aguas la silueta monstruosa de la Orca, sus líneas onduladas de muerte y su colosal sombra, que tapó el sol de la mañana. Como un eclipse, como el fantasma de una muerte más allá de toda posibilidad, Leviatán quedó suspendido en el aire y, entonces, vi el cuerpo inerte de Marisol. Marisol empalada en su falo como un mártir. Segundos eternos. La mole cayendo en el agua y lanzando pesadas olas de sangre y espuma. 

  Se me escapó un gemido, pero eso fue todo. No podía llorar, gritar ni hacer ninguna otra cosa. Entendía que nada volvería a tener sentido en adelante. Luego noté que tenía una nueva erección, y por supuesto, me masturbé. 

  Unos días después de la pesadilla, cuando pasaron el asombro, el asco y la vergüenza, todo el mundo tuvo algo que decir. Y vaya que se dijeron cosas, pero la verdad es que ninguno de nosotros pudo explicarse nada. En términos prácticos, algunos sobrevivimos y otros no. Algunos contrajimos la enfermedad a finales de febrero, la cepa más leve, por suerte. Albergo la esperanza de que con ayuda de los medicamentos tal vez no suframos grandes cambios. Otros, los que se infectaron primero, bueno, ellos no tuvieron tanta suerte. 

  De PETA y las otras entidades no quiero hablar. Ellos se han convertido en una amenaza para nosotros. Creo que son demasiado radicales y están demasiado confundidos, así que no se trata de un combo muy tranquilizador. 

  Supe que raptaron al Zar, a Martinero, y lo sometieron a torturas indescriptibles. Le desfiguraron el rostro, le cortaron las orejas y los labios. Supongo que lo hubieran matado de no ser por aquella pequeña mutación. 

  No. No se trata de algo en los órganos sexuales. Es simplemente una membrana mucosa por encima de la córnea. 

  Es igual que la que tengo yo ¿Ven? 

  Se supone que nos ayuda a ver mejor debajo del agua. 

  No. No he sufrido la aparición de aletas todavía. 

  ¿Siguiente pregunta?


viernes, 20 de septiembre de 2019

Estreno mundial del cortometraje "Pornovenganza", de Ignacio López Vacas





Si recordáis, hace algún tiempo os hablábamos del nuevo trabajo de nuestro compañero Ignacio López Vacas, titulado Pornovenganza. Si queréis saciar vuestra curiosidad aquí tenéis nuestra entrada con toda la información.

   En esta ocasión, por fin podemos confirmar su estreno el próximo viernes 11 de octubre a partir de las 21:00 horas en la sección Imagen Death de la sala Brigadoon del festival de Sitges. 

   Para ir abriendo boca aquí tenéis el trailer oficial ;)





PARA SABER MÁS


viernes, 13 de septiembre de 2019

Volver después de tanto tiempo vol. 2




Imagen sujeta a derechos de autor


¿Esperábais con ansias la segunda parte del relato de Manuel Gris? Pues por fin la tenéis aquí. Disfrutad de pura matraca no apta para estómagos sensibles ;)




Di una palmada en el aire y los ojos de la víctima se abrieron. H. se rió desde su esquina. 



  —¡Despiértate, Antonio! 


  Mi susurro pareció ser más efectivo que cualquiera de los golpes que pensaba propinarle. El poco cloroformo que quedaba en su organismo dejó de hacerle efecto. Se despertó a los 5 segundos.

 —¿Dónde coño...? 

  Comenzó a buscar a su alrededor algo que se le antojase conocido y le tranquilizase, pero no tuvo suerte. Cuando por fin vio a H. le cambió la cara

  —¡Tú!, ¡maldita zorr...! 

  El sonido del guantazo que le arreé atravesó la habitación de un lado a otro. 

  —Yo que tú no haría eso. Insultar a mi mujer solo empeorará las cosas. 

  Me acerqué al ordenador, que permanecía encendido sobre la mesa. Mientras Antonio continuaba insultándonos, busqué una carpeta llena de temas musicales y seleccioné la reproducción aleatoria. 

  —Dependiendo de cómo te portes —dije al tiempo que me acercaba a él, sin inmutarme por sus palabras —,te explicaré el por qué de todo esto. Además, tendré el detalle de desvelarte tu desenlace...

  Su boca hizo amago de esputar insultos, pero vio la calma intranquilizadora de mi rostro y decidió cerrar la boca. Únicamente asintió. 

  —Así me gusta.

  Comencé a dar vueltas alrededor de la silla de ruedas, que ya no tenía batería. Le habíamos atado las muñecas a los reposabrazos con bridas. 

  —Verás, Antonio, como no eres gilipollas la explicación de cómo has llegado hasta aquí sobra.

  —En el privado… —comenzó a susurrar —estaba con ella y...creo que algo me golpeó, algo que me hizo verlo todo negro… ¡Fuiste tú! ¡Maldito cabrón! 

  Sus ojos me regalaron odio. Perfecto, pensé, porque me encanta cuando veo eso. 

  —Exacto.

  Continué dando vueltas alrededor de la silla. Sonaba Vasoline, de Stone Temple Pilot. 

  —Y déjame decirte que esos dos rusos que te cubrían no son muy buenos. Ni se movieron de la barra. Quizá hasta sigan ahí todavía. Deberías despedirles, si consiguieses salir de aquí. Pero los dos sabemos que no va a ser así. Voy a divertirme un rato contigo, así tendrás algo cachondo que contarle a San Pedro. Tu vida no vale una mierda, Antonio Manrique.

  Seguía sin decir nada. Hay gente que no es capaz de expresar o sentir emociones debido a traumas del pasado. Ese tío era un auténtico monstruo sin escrúpulos.

  —No me importa… —su tono me daba a entender que pretendía tenerlo todo bajo control —porque van a pillarte. Voy a gritar como un loco en cuanto empieces, entonces alguien me oirá y te cazarán, ¡gilipollas! ¡Y mi padre se encargará de que sufras tanto antes de que acaben contigo que desearás estar en el infierno! 

  —De acuerdo. Crees que soy un descuidado, que estás en la habitación de algún hotel. Claro, lo entiendo 

  Me paré detrás de él y coloqué mis manos sobre sus hombros. Comenzaron a sonar los primeros acordes de Angel of Death, de Slayer.

  —Pero ¿y si te dijera que estás en un almacén a tomar por culo de la civilización y que el único que sabe que estamos aquí es un guardia de seguridad al que le importas un cojón? Además, realmente cree que sólo estamos ella y yo follando.

  Señalé a H, que me regaló una sonrisa inocente.

  El transporte de material musical es algo tan normal en estos almacenes que cuando el de seguridad me vio llegar acompañado de mi mujer con el camión que había alquilado para esa noche y una caja de 3 por 1’5 metros me dejó pasar sin problemas. Me deseó que pasase una buena noche mientras me guiñaba un ojo. Esto último quería decir que el próximo día tendría que contarle las ficticias escenas de sexo que H. y yo íbamos a tener esa noche. En fin, cada uno entiende el morbo como quiere. 

  Antonio palideció de golpe cuando, tras abrir una funda de bajo Fender e introducir mi mano, saqué un cuchillo jamonero afilado hasta decir basta. 

  —Siempre has ido por la vida pensando que las cosas que haces quedarán impunes. Como si el sufrimiento de los demás no fuese más que confeti que se tira a la basura después de una fiesta de cumpleaños. Pero no es así. 

  Tras subir el volumen de la música que salía de los altavoces —en aquel momento sonaba Raise Your Hand de Janis Joplin— cogí también un tubo de goma, de los que solían usarse antiguamente en los hospitales para hacer visibles las venas y así poder extraer la sangre más fácilmente. 

  —Todo lo que has hecho, todo, ha causado daño. Así que quiero que compruebes en tus propias carnes que, aunque tú no puedas sentir el dolor, existe.

  Le até con fuerza el tubo de goma por encima de la rodilla de su inútil pierna derecha y, cuando comenzó a ponerse algo morada, empecé a cortársela como si se tratase de jamón. Las primeras tiras de piel comenzaron a caer al suelo, eran del mismo tamaño que las láminas de bacon. Comencé a cortar por debajo de la rodilla, en dirección hacia el tobillo. El gelatinoso charco de sangre creía a medida que los trozos de carne se deslizaban en el suelo. De vez en cuando me giraba y miraba a H, que reflejaba felicidad en su cara. me mostró esos blanquísimos dientes que le regala al mundo con cada sonrisa. 

  No me detuve en mi tarea, a pesar de que la víctima se deshacía en histéricas y forzadas carcajadas con la intención de atacarme los nervios. Pero nada podía arrebatarme el poder. Mi finalidad era llegar al hueso. Tras dejar el suelo lleno de láminas cortadas con una precisión digna de cualquier restaurante de Kebabs, toqué los trozos de carne que asomaban por el enorme boquete. Restregué mis dedos en la sanguinolenta masa y los chupé. Quería saborear la muerte. Por fin había dejado el hueso al descubierto, metí la lengua y lo chupé. 

  Sonaba Buena Suerte, de Hamlet. 

  Me acerqué a su oído, para que pudiese escucharme. la música estaba a tope. Continuaba riéndose, como si fuese inmune al dolor y la humillación. 

  —¿Quieres saber por qué lo hago? Te contaré toda la historia. 

  Tragué saliva. Quería decirlo del tirón, sin dejarme nada. El discurso de despedida perfecto. De mi barbilla colgaba un hilillo de sangre 


  —Me apunté a un aula de escritura solo para sacar de mi interior todo el talento posible, pero no fue lo único que conseguí. Mis compañeros, al igual que yo, necesitábamos que alguien, algún hijo de puta como tú, muriese para que nuestras vidas y las de todo el mundo fuesen mejores. Y tu futuro me tocó a mí, ¿entiendes? 
  »¿Te suena el nombre de Julio Losantos? Seguro que sí. Él te puso en esta silla y él también apuntó tu nombre en la lista. Necesitaba verte muerto porque, tras matar a su nieta, hiciste de su vida un puto infierno.Y esto me lleva a una pregunta. 

  Me acerqué de nuevo a la mesa y levanté un paño bajo el cual guardaba una espada Tanto japonesa de 30,5 centímetros de largo. Lo desenvainé y dejé que el brillo de su filo inundase nuestros rostros. Volví a colocarme muy cerca de su oído, tanto que pude oler su sudor. Un sudor cargado de terror. 

  —¿Qué pensaste esa mañana al despertar? ¿Creías que te irías de rositas? 

  Me separé de Antonio sin esperar respuesta alguna. 

  Caminé hasta H. y la besé con tanto amor en mi interior que casi creí que iba a hacerle daño. Ella me agarró de la nuca y me apretó la cintura y la espalda. Sus manos recorrían mi cuerpo con cada nuevo beso que nos regalábamos. Entonces me separé de ella, se limpió los labios de la sangre que cubría mi cara, y me dijo chillando. 

  —Acaba con él. 

  Asentí y busqué la canción que creí debía ser la última que Antonio debía escuchar. La había colocado en una carpeta aparte. Era Wax Simulacra de The Mars Volta. H. me dijo que nuestra hija pequeña la estuvo bailando en el coche de camino al colegio. Me pareció perfecta, hacía lo menos 2 años que no la escuchaba. 

  Le di al play. 

  Al tiempo que sonaban los dos primeros y veloces acordes de la canción, mi fiel Tanto le había arrancado prácticamente el brazo izquierdo. Le asesté varios cortes en forma de cruz, que cruzaron su cuerpo horizontal y verticalmente. Seguí cortando frenéticamente al ritmo de la canción y el cuerpo exangüe hizo ademán de caer al suelo. Corté las bridas que ataban sus muñecas a la silla y dejé que el amasijo de carne se estampase contra el suelo ensangrentado. Frenético, comencé a bailar mientras continuaba realizando incisiones en la carne lacerada. Movía el cuchillo como si fuese la batuta de un director de orquesta. A esas alturas Antonio ya era historia.

  Pero yo continué con mi locura. Cuando sonó la primera estrofa clavé el filo en su hombro derecho para sacarlo con violencia mientras simulaba que el mango era un micrófono. Como si fuese yo y no Cedric quien cantara. Tuve una extraña alucinación, imaginé que Antonio me hacía los coros, emitiendo gritos de dolor y júbilo. La idea me excitaba. Cuando llegó el estribillo, cambié de postura y me coloqué frente a su cara, como si él pudiera verme. Le abrí los parpados y sus ojos inertes me transmitieron locura. Con cada nuevo y repetitivo riff mi mente enloquecía y continué cortando la carne a un ritmo vertiginoso. Mientras cantaba la segunda estrofa mis manos comenzaron a navegar en el amasijo de tripas y fluídos que brotaban del abdomen reventado. Seguí dejándome llevar por esa locura característica de The Mars Volta hasta que no tuve fuerzas para continuar mutilando aquel amasijo maloliente.

  H. me observaba impasible desde la esquina. Sus ojos brillaban, llenos de felicidad. Llenos de deseo. Me acerqué a ella y la cogí de la mano, iniciando así un baile que me recordaba al de nuestra boda. Mi Tanto simulaba a la antorcha de la Estatua de la Libertad, ella sonreía, animada, sintiendo el hipnotismo de la música.

  La segunda estrofa iba a comenzar. 

  Apunté al cadáver con mi cuchillo y lo clavé con fuerza sobre la carne del hombro. Susurré una frase al oído de H. Estaba en la cima de mi júbilo. 

  —Te toca. 

  Me miró algo sorprendida, pero asintió. 

  En teoría y según el juramento que hice junto a los ángeles negros, era yo, y solo yo, el que debía acabar con la vida que se me había asignado. Pero ninguno de ellos se iba a enterar de esto.

  H. agarró el mango y comenzó a moverlo de un lado a otro, haciendo que el hueso del hombro y el brazo se separasen como una almeja, creando una catarata de carne destrozada, sangre y músculos. Arrancó el brazo del cadáver por completo y, no conforme, comenzó a ensañarse con la cabeza. El filo topó con la frente y comenzó a amputar las orejas, la mandíbula y la nariz hasta desfigurar la cara por completo. Lo hacía con un odio irracional, el mismo que todos somos capaces de sentir por nuestro prójimo de cuando en cuando.

  Y entonces mi mujer, mi amor eterno, la primera persona por la que supe que daría la vida, introdujo el filo en la cavidad ocular del cadáver y atravesó la cabeza por completo. A esas alturas, la música había terminado. Mientras respiraba con dificultad, la escuché susurrar algo. Me acerqué por detrás y le puse las manos sobre los hombros. 

  —¿Qué dices cariño? —preferí preguntar. 

  —Le decía a lo que queda de este hijo de puta violador, asesino de niños y amante del fuego que salude a Satanás de mi parte. 

  Le pedí que se girase para que me mirase a mí y no a ese amasijo de carne, mierda y orina. 

  —Lo has hecho muy bien cariño. 

  Le besé la frente y noté el sabor de la sangre que salpicaba nuestros rostros. 

  —Te quiero. 

  —Y yo a ti. Más que a mi vida. 

  E hicimos el amor en el suelo, sobre los restos pegajosos y malolientes de Antonio Manrique.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Entrevista a David López Cabia






¡Por fin! Nuevo viernes de entrevista. Y en esta ocasión tenemos el gusto de contar con David López cabia, colaborador habitual de caosfera, economista y novelista. Todo un placer que espero os encante tanto como a nosotros ;)





1.¿A qué edad pusiste por primera vez una pluma en tu mano?

2. ¿Cuál fue la primera historia que plasmaste en papel?


1 y 2 (Te respondo a estas dos preguntas conjuntamente porque están muy relacionadas)

  Siempre me ha gustado contar historias. Desde mi infancia escribía pequeños cuentos en un folio. Pero, a medida que iba creciendo, un gran acontecimiento histórico llamó mi atención: se trataba de la Segunda Guerra Mundial. Así pues, esta gran pasión caló muy hondo en mí, por lo que ya cuando estaba en el Instituto escribía pequeños relatos relacionados con el tema que, con el paso del tiempo, fueron mejorando. 

  Ya en la Universidad comencé un relato titulado El día de los días, una pequeña historia sobre los canadienses en el desembarco de Normandía que fue recibida con mucho cariño por mi familia y amigos. Tras otro relato titulado El día de los días decidí que era el momento de dar un paso más y escribir una novela. ¡Qué recuerdos! Aquel verano de 2013 estaba haciendo prácticas en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, mientras comenzaba a visualizar en mi mente la historia del sargento Eames y el soldado Saito. Por fin, en un frío mes de febrero de 2014, concluí mi primera novela La última isla.



3. Si tuvieras que decirme el nombre de un autor referiencial en tu infancia y juventud, ¿cuál sería? 

4. ¿Y el del autor que finalmente te consolidó en el género histórico? 


3 y 4 (también las veo muy relacionadas, porque en este caso es el mismo escritor)

  Sin dudarlo un instante Bernard Cornwell, todo un referente en el género de novela histórica, especialmente en la época napoleónica. Me impresionaba lo bien que perfilaba a sus héroes, al tiempo que te hace odiar con todas tus fuerzas a los villanos. ¡Cornwell es un genio! No solo por su capacidad a la hora de crear personajes, sino por el respeto con el que aborda la historia.

  Recuerdo que cuando tenía quince años devoraba las novelas históricas del fusilero Richard Sharpe, en las que Cornwell cuenta las aventuras de este valiente soldado británico en la guerra de la Independencia. Era maravilloso, no podías soltar aquellos libros. Cornwell te hacía sentir como si viajases con el ejército del general Wellington por España, plantando cara a los ejércitos franceses junto a los soldados españoles y portugueses.

  La forma en la que cuenta las historias Cornwell me animó a lanzarme a escribir ficción histórica de la Segunda Guerra Mundial.  



5. ¿Qué opinas sobre el auge de la literatura histórica actual a nivel mundial? ¿Piensas que el mercado es amplio? 

Si echamos un vistazo a nivel mundial, no cabe duda de que encontramos una gran variedad de títulos. La novela histórica no entiende de fronteras ni de nacionalidades. No solo se trata de una tendencia que tiene lugar exclusivamente en España. En este sentido encontramos escritores de renombre como Ken Follett, Valerio Massimo Manfredi, Santiago Posteguillo, mi apreciado Bernard Cornwell o Emilio Lara, a quien tuve el placer de poder conocer personalmente. Y esos solo son unos pocos nombres.

  El público busca aprender historia de manera dinámica, y la novela histórica es una herramienta para suscitar la curiosidad del lector, eso sí, siempre que esté escrita desde el respeto a los acontecimientos históricos.



6. ¿Por qué crees que el público es más receptivo a las historias ambientadas en Gracia o Roma (sobre todo esta última)? Te hago esta pregunta por experiencia personal ya que en género bélico son los tipos de libros que más he encontrado en el mercado. 

Precisamente cuando presenté mi novela “Sangre y fuego en Tobruk” en la librería Tercios Viejos, en Madrid, comentábamos que hay una gran abundancia de novelas que se ambientan en civilizaciones como Grecia y Roma, pero que apenas hay novelas de la Segunda Guerra Mundial. No tienen nada de malo las historias de figuras históricas como Alejandro Magno, Julio César y Escipión. Todo lo contrario, Grecia y Roma son dos civilizaciones sin las cuáles no puede entenderse la civilización occidental.

  Ahora bien, ocurre que la Segunda Guerra Mundial está más cercana en el tiempo y, por ello, puede resultar un tema más polémico. Sin embargo, el estudio de una etapa histórica como la Segunda Guerra Mundial resulta de gran ayuda para comprender el mundo actual. Bien es cierto que fue una tragedia para la Humanidad, pero también se produjeron importantes avances científicos y tecnológicos, no solo aplicables en el plano militar, sino en áreas como la medicina, la industria o en productos que hoy en día son de uso cotidiano.  


7. Explícanos cuales son, según tú, los pasos a seguir para el proceso de creación de una novela de este corte.

Todo surge cuando la idea brota en tu mente. Empiezas a imaginar los personajes, las dificultades que van a tener que abordar, sus problemas, sus demonios, sus ilusiones y los escenarios en los que se va a desarrollar la historia. Precisamente en cuanto a los escenarios es muy importante el trabajo de investigación, tratando de reflejar cómo era la sociedad de la época: la mentalidad, diferencias sociales, la alimentación, las costumbres y cómo los grandes acontecimientos afectaban individualmente a cada persona. Por otra parte, hay que ser preciso con las localizaciones, la descripción de las ciudades, de los campos de batalla, del armamento y de la estrategia. 

  En resumen, se trata de combinar las historias humanas dentro del contexto histórico. Las emociones y los sentimientos de los personajes, sumergidos en experiencias que los llevan al límite, contribuyen a acercarlos al público, a hacerlos queridos.



8. Ya que nos ponemos, háblanos doble el proceso creativo de tu primera novela: La última isla.

Siempre me ha atraído el frente del Pacífico. En aquellas diminutas islas hasta el último hombre luchaba con una ferocidad inigualable. El soldado japonés prefería la muerte a vivir en la humillación de la derrota, mientras que, para el combatiente estadounidense, el asalto a un pequeño atolón se convertía en una interminable pesadilla.


 Buscaba una visión humana de la batalla de Okinawa, narrando las vivencias de dos jóvenes que, con la supervivencia como objetivo, nos resultasen entrañables en medio de la más absoluta catástrofe.

  Por tanto, mi objetivo en La última isla era intentar acercar al público la campaña del Pacífico que la Historia ha dejado en un segundo plano, crear una novela con mucha acción, pero que también estuviese dotada de una gran fuerza emocional.

9. ¿De dónde surgió la inspiración para la escritura de tu segunda novela: Infierno blanco? Háblanos también de ella. 

Navidad y guerra son una combinación muy triste. Eso era lo que pensaba cada vez que, en mi adolescencia veía fotografías sobre la batalla de las Ardenas. Los aliados se preparaban para pasar unas Navidades tranquilas, lejos de casa, pero sin mucha actividad en el frente. Las ilusiones de terminar la guerra antes de diciembre de 1944 se habían desvanecido y las incombustibles tropas alemanas habían demostrado que podían continuar prolongando la guerra. Sin embargo, cuando los aliados menos lo esperaban, los alemanes lanzaron una contraofensiva en las Ardenas (Bélgica) tratando de cambiar el curso de la contienda. Las fuerzas estadounidenses son vapuleadas y, en la ciudad de Bastogne, una encrucijada de vital importancia estratégica, la mítica 101ª División Aerotransportada y otras pequeñas unidades habían quedado rodeadas, protagonizando un épico asedio.
  
  Este trasfondo buscaba acercar al lector a lo que fue aquel espeluznante cerco. La comida, los suministros médicos y la munición escaseaban, los soldados estaban enterrados en la nieve y los cañones alemanes y los temibles panzers les tenían acorralados. Esa es la historia que trato de contar a través de los ojos del soldado Evans.


10.¿Crees que tu penúltimo libro: Indeseables, ha servido para ayudarte en tu proceso de madurez como escritor? 

Me divertí mucho con este proyecto, investigando sobre comandos, operaciones especiales y el mundo del espionaje. Traté de crear unos personajes cercanos, con grandes defectos que terminaran por resultar jocosos pero que, a medida que transcurriese la historia, se ganasen el cariño del público. ¡Menudos rufianes!

  Aquí entró en juego un nuevo elemento, el humor, que siempre ayuda a sobrellevar situaciones difíciles. Ya había alguna pincelada de humor en mi segunda novela, no obstante, en Indeseables, el humor pasaba a ocupar un peso mucho más importante.

  Fue otra forma de encarar la Segunda Guerra Mundial, con un tipo de guerra distinta, entrando en escenarios menos conocidos para el público. Al igual que ocurrió con La última isla y En el infierno blanco, fue una novela que me ayudó a mejorar, a crecer.



11. Acabas de editar tu última obra: Sangre y fuego en Tobruk, por obra y gracia de la editorial Circulo rojo. Dales a los lectores un buen motivo -o varios, como prefieras- para que se decanten por tu novela

Imaginemos un oasis en el desierto. Todas las fuerzas de élite británicas se reúnen a la sombra de las palmeras en Kufra (Libia). Los rumores se han extendido más allá de los despachos. Se sabe en los bares de Alejandría y en las calles de El Cairo. Los aliados van a dar un golpe de mano en Tobruk y, esta vez, los rumores son ciertos. Se trata de la Operación Agreement, una desesperada y espectacular incursión de comandos británicos en Tobruk.

  Bien es cierto que el cine trató de abordar esta operación en películas como Comando en el desierto o Tobruk, sin embargo, el resultado de ambos largometrajes es un colosal despropósito a nivel histórico. La verdadera historia es mucho más espectacular y eso es lo que trato de acercar al lector en Sangre y fuego en Tobruk, pues cuento la historia de un puñado de valientes que atravesaron cientos de millas a través del desierto para cambiar el curso de la guerra en uno de los momentos más apurados para la Humanidad.
Así pues, todo está preparado. Los motores de los camiones rugen, la tensión se palpa en los rostros de los comandos, por delante queda un largo viaje y una ciudad plagada de soldados enemigos. Pero el sargento Hicks y sus comandos están dispuestos a jugársela. Gran Bretaña atraviesa una situación límite y un puñado de granujas acude a la llamada del deber.  


12. De todos tus libros. ¿cuál dirías que es el que más te ha hecho disfrutar durante el proceso creativo?


Sería injusto decir que he disfrutado más en la creación de un libro que de otro. Todos ellos me han aportado algo. En algunas obras haces más énfasis en los sentimientos y en otras le concedes más protagonismo al humor, si bien es cierto que en todas ellas hay elementos comunes.

  Siempre es un placer sentarse delante del ordenador e ir plasmando una historia que poco a poco se dibuja en tu mente y eso es algo que me ha hecho disfrutar en todos y cada uno de mis libros. Te encariñas con los personajes, te emocionas o te sumerges en la acción más trepidante.

13. Háblanos sobre tus proyectos y añade todo lo que quieras.

Siempre tengo nuevas historias en mente, pero ahora es demasiado pronto para decirlo.


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