miércoles, 30 de mayo de 2018

Devilman Crybaby





Título original: Basado en Devilman de Gō Nagai

Nacionalidad: Japón

Año de producción: 2018





No conozco la obra de Gō Nagai, aunque tampoco solía considerarme una persona amiga de los animé. Por supuesto, tampoco había leído un manga en mi vida. Reconozco que Netflix ha sido el impulso que necesitaba para acercarme a este otro universo de ficción y conocer obras tan elementales como Death Note, Neo Tokyo, u otras más actuales como Attack on Titan. La cuestión es que un día me convencieron para que viese un remake que estrenó Netflix a principios de año; el título de la obra es Devilman: Crybaby, y es conocida por sus explícitas escenas de sexo, desnudos, romances, muertes gore, y por un estilo de animación que se zambulle de lleno en lo extravagante. 

  Nada más terminarlo, lo primero que hice fue investigar si el final del remake era igual al del manga, y, en efecto, lo son. Porque es de esos finales tan tristes que desgarran el corazoncito. Simplemente grotesco. Ahora mismo no dejo de hablar de otra cosa que no sea Devilman, no puedo abandonarla, conocer el mundo de Devilman y su historia ha sido un placer que sin Netflix ni me habría planteado probar.


  La historia del remake se ambienta en la actualidad; de hecho hay una demoledora crítica a los medios de comunicación de la que hablaré más adelante. Comprendo lo espinoso que resulta tratar el tema de la fidelidad hacia la obra original, pero gracias a Dios, no haber leído el manga me ayudó a no establecer un canon inamovible, y a evitar decepciones. Sí, tengo que reconocer cierta dificultad para aceptar la “original” animación. No es el típico animé; de hecho, no recuerdo haber visto ningún animé con una animación parecida, y pasó un buen rato hasta que comencé a apreciar sus innegables aciertos.



Básicamente, la historia va del reencuentro de dos amigos íntimos. Ambos comparten un nexo en común: salvar la humanidad. Ya desde el principio, sorprende la personalidad de los personajes. Akira es una persona débil, empática, pasional e inocente, mientras que Ryo es astuto, calculador, hermético, hermoso e inteligente. Pero hay un respeto mutuo, e incluso a veces parece que su relación podría ir más allá de la amistad. Ryo le explica a Akira que el mundo está siendo invadido por demonios que se ocultan entre los humanos. Su plan consiste en tratar de invocar a los espíritus para convertir a su amigo Akira en el ser fuerte que necesitan para ganar la guerra contra los demonios. De este modo termina transformándose en Devilman, lo que cambiará para siempre su vida y la de sus allegados. En este punto, la historia presenta más o menos valores familiares intrínsecos a este tipo de series animadas: la amistad, la muerte de seres queridos, el amor, el compañerismo, la traición… Una sonata que suena más o menos familiar, si no fuera por el exceso de sexo, muerte, tragedia, drama y monstruos que veremos durante el trayecto.



  Importante: Su increíble guión es de lo mejorcito, con una crítica tremendamente realista y despiadada al mundo de la televisión, y otra algo más positiva al mundo de las redes sociales. Lo que trata de decirnos Devilman es que actualmente los humanos carecemos de juicio crítico. Creemos que porque un señor doctorado en alguna ciencia, al que no conocemos de nada, asegura que la Tierra es plana, efectivamente lo es, sin cuestionarlo, mientras que algo publicado por nuestra mejor amiga en su cuenta de twitter es puesto en duda al instante.

  Sobre la mitología de la obra no voy a comentar nada porque estaría soltando grandes spoliers, aunque sí puedo adelantar que deja pocas incógnitas sin despejar. La historia cierra de forma sublime, dejando un poso enigmático alrededor de varios hallazgos ¡SPOLIER! sobre nuestro universo, como la aceptación de la Teoría del Gran Impacto, por explicación divina ¡FIN DEL SPOILER! Detalles interesantes que suman puntos al cómputo final.

  Creo que debéis verla. Ponedla en vuestra lista de prioridades; reconozco que su comienzo es algo dudoso, pero os garantizo que sus dos últimos episodios compensan con creces todo lo anterior.






8,50/10

Fdo: Redrum




viernes, 25 de mayo de 2018

Hijo de sangre Vs. Martin






Esta semana Caosfera recibe a Jorge Zarco, habitual de las filas de Splatterpunk, página de género dirigida por Vicent Hammet. Jorge nos habla de la indiscutible deuda del mítico cineasta George A. Romero con el genial escritor Richard Matheson.



El cineasta de Pittsburg (Pennsylvania) George Aaron Romero (1940-2017), siempre tuvo una deuda pendiente con el escritor fantástico y guionista de origen noruego Richard Matheson (1926-2013), forzoso manipulador de su propio legado en muchas ocasiones; ya fuera por cuestiones de trabajo u obligado a intentar evitar las consecuencias de las abominables adaptaciones que solían tener sus obras a manos de guionistas y cineastas sin talento o infectos productores y divos sin escrúpulos. ¿Han oído hablar de una abominación llamada Soy leyenda, de Will Smith, o cómo manufacturar un pestilente engendro por y para fundamentalistas religiosos a partir de una pieza dramática escrita por un ateo? El pobre Matheson debe estar revolviéndose en su tumba… Sí señores, Hollywood es una cloaca y hay ciertos guionistas (Akiva Goldsman y sus 40 estafadores) cuyo trabajo apenas vale el papel y la tinta que gastan.




  
  Richard Matheson escribió la revisión de Edgar Allan Poe que ideara Roger Corman en la década de los sesenta —¿dónde estás, Tim Burton? ¿Buscas ideas para remakes que valgan la pena?—. También escribió una adaptación de su Soy Leyenda para el gran Terence Fisher, responsable de los mejores Drácula de Christopher Lee para la mítica Hammer —cuya credibilidad para los estudios cayó en picado por culpa de su incorregible alcoholismo—. Ahí acabó el sueño de Matheson, la posibilidad de ver su obra maestra literaria adaptada por fin en condiciones de admirable dignidad fílmica.

  Matheson tenía un soberbio cuento corto, Hijo de sangre (Drink my red blood), en el que hablaba de la obsesión de un niño con la idea de convertirse en vampiro, y las consecuencias que esto tiene en su entorno más inmediato; hostilidad, relativamente justificada aunque monstruosa, hacia un inadaptado que no muestra su lado más inquietante hasta ciertos coqueteos dialécticos con el síndrome de Reinfield u obsesión con la ingesta de sangre, animal o humana. Es entonces cuando la “necesidad” de eliminarlo en aras de la seguridad de la comunidad se hace más fuerte. El relato sigue un desarrollo realista durante una gran parte del mismo, y no es hasta el último tercio que el fantástico hace acto de presencia, de ese modo característico, marca de la casa, en que Matheson sabía incluirlo. Aún quedaban bastantes años hasta la llegada de Jack Ketchum y la crudeza ultrarealista.

  En 1978, George A. Romero se disponía a rodar la adaptación de la novela de Stephen King, Salem´s Lot, pero el director, en plena vorágine zombi, abogó por incluir la violencia del relato original y el festín ultragore que el encargado de los efectos especiales, el gran Tom Savini, había preparado para la ocasión, lo que obtuvo una respuesta negativa por parte del estudio que llevó el proyecto por derroteros bien distintos. Ya como una producción para la pequeña pantalla, con un presupuesto inferior, lo primero en cambiar fue la mano que había capitaneado la adaptación desde el principio; el tejano Tobbe Hooper, de carácter mucho más manejable, fue el encargado de sustituir a Romero, aunque se rumorea que hubo otro grande tras la pista de esta adaptación, nada más y nada menos que John Carpenter.





 
  Sobre el interés que llevó a Romero a coquetear con esta adaptación sabemos que entre 1975 y 1976, había rodado en su Pittsburg natal una insólita aproximación al vampirismo que presentaba el mito como una ambigua enfermedad cercana a la porfiria. Desprovista de todo elemento fantástico y asumiendo al vampiro como una criatura totalmente “realista”, Martin (1976) es una rara avis, un perro verde tanto dentro del fantástico de los setenta como en la filmografía del padre del zombi moderno. En un principio, Romero decidió darle un tratamiento barato, en unos dieciséis milímetros hinchados posteriormente a treinta y cinco, y que en el proceso de revelado adquirirían un blanco y negro granuloso cercano al cine expresionista del alemán Murnau, al que tanto admiraba y cuyo magistral Nosferatu (1922) sirvió de principal referencia, pero Richard P, Rubinstein, el tío que ponía la pasta, se negó. El blanco y negro no vendía en los setenta; habría desconcertado a los espectadores (o eso decía Rubinstein).

  Otro elemento original que acabó mutando fue la idea de hacer de Martin un anciano. Romero había tropezado con un talentoso actor adolescente, John Amplas, aficionado a montar y dirigir sus propias funciones teatrales y que por aquel entonces trabajaba en una obra sobre el mártir romano Philemón. Romero quedó impactado al instante por la fuerza y el dramatismo que desprendía el trabajo de Amplas; una especie de James Dean local —salvando las distancias—, que terminó convirtiéndose en el gran acierto de esta película rodada con cámara en mano, estética de documental, cercana al cinema verité de la época, y un elenco de actores desconocidos o pertenecientes al círculo íntimo de Romero, como Tom Savini, encargado de interpretar al novio resentido y sin trabajo de la protagonista, o el propio Romero, que hizo de sacerdote. El retrato del escenario, donde conviven inmigrantes de Europa del este, recuerda al mostrado por Michael Cimino en su pieza maestra, El cazador.




  

  La historia nos habla de un chico de quince años que cree tener ochenta y siete. En el tren nocturno de camino a Pittsburg, ataca y droga a una mujer madura, sodomiza su cuerpo y corta sus venas con una cuchilla de afeitar. Luego bebe su sangre mientras viola el cadáver, buscando, tal y como recalca el personaje, algo de amor en sus víctimas. Un tema realmente espinoso que hoy en día, lejos de aquel libre-libertino 1976, haría gritar de indignación a la mayor parte del público. Rodada con apenas 100.000 dólares de presupuesto, Martins fue demasiado lejos incluso para la censura de la época, que dejó constancia de su paso por el metraje del film, o para la codicia de Rubinstein, artífice de la importante amputación final que sufrió la primera versión del montaje, y que convirtió las tres horas iniciales en poco más de noventa minutos. Tras dos años de reajustes, Martin se estrenó por fin en 1978, entre críticas elogiosas, mientas la gran obra maestra de su director, Zombie, terminaba su rodaje y se disponía a arrasar en los cines.

  Sí, Romero le debía mucho a Matheson, como todo aficionado al terror crecido en la década de los cincuenta o sesenta. Ahora, nuestra deuda como aficionados es doble
.




viernes, 18 de mayo de 2018

Zombi




Una semana más Caosfera tiene el placer de contar con el buen hacer de Vincent Hammet, amante de la literatura de género y, en general, de la calidad. Si queréis saber más entrad en su página de facebook dedicada a la literatura splatterpunk. Os dejamos con Vincent y con Jezabel



Permitidme la utilización de la primera persona del singular mientras escribo la presente reseña. Entre otras cosas, porque no se me ocurre una mejor manera de expresar las sensaciones que ofrece una novela splatterpunk que desde la propia experiencia de la lectura. 

  Supongo que debería empezar por un dato, que en breve me tocará desmentir: he tardado dos días en leer la obra de Juan Díaz Olmedo. Aproximadamente veinte horas en las que he abierto y cerrado el libro unas pocas veces, en las que he buscado en internet referencias de cultura popular que Olmedo utiliza para envolver al lector hasta dejarlo cautivo. ¿Por qué debería desmentir este dato? Fundamentalmente, porque durante estos dos días he vivido en el mundo oscuro y decadente que se describe en Zombi. He leído y releído cada capítulo, en especial los actos de violencia y sexo, recogiendo detalles e impresiones que aquel primer picoteo ya suscitó. Entre otras cosas, porque con la literatura splatterpunk siempre deseo que se me inflijan heridas graves desde la primera página. Sin embargo, el mundo decadente que nos propone el escritor gaditano, está plagado de una violencia y de un lenguaje narrativo que lo hacen diferente al resto. 

  Tal vez Zombi no sea tan extremo como Vacas, de Matthew Stokoe, o tan moralmente incómodo como La chica de al lado de Jack Ketchum, pero hay algo en la escritura de Olmedo que me resulta sobrecogedor. Puede que no haya dedicado el tiempo suficiente a pensarlo, pero me inclino a creer que se trata de esa ambigua sintonía que establece entre la enfermedad terminal y la vida llevada al máximo de intensidad: prostitución, drogas duras y peleas ilegales, todo ello aderezado con un estilo literario tan labrado, centrado en la riqueza expresiva y la descripción precisa y minuciosa, que pronto se granjeó mi admiración y (con toda seguridad) el favor de un público que demandará nuevas ediciones con la misma composición. 

  Mentiría si no reconociese lo mucho que me fascina el fervor de Olmedo por todo aquello que relata, tanto da si se trata de una puta con piel de seda o un par de luchadoras que resisten con estoicismo la cascada de golpes sobre el cuadrilátero. Porque Olmedo las describe con tanta pasión, las reconstruye con tal minuciosidad, que se convierten en puntos cardinales del arte underground. La mayoría de los personajes de Zombi son puteras lesbianas, drogadictas y luchadoras asesinas. Moribundos que sufren una enfermedad terminal o bien se encuentran en un estado crítico; cuyas metas se reducen a ganar dinero, emborracharse, esculpir su cuerpo o tener sexo. La vida y la muerte ya no tienen significado para ellos, de ahí que el título del libro haga referencia a los zombis, que refleja la subsistencia de estos parias sociales. 

  Zombi podría ser el ensayo definitivo sobre el arte moderno gótico o una reflexión sobre la imposibilidad de creer en el futuro de una sociedad enferma de intolerancia. No obstante, voy hacer hincapié en la libertad artística y en erradicar el pensamiento lineal y jerárquico, que son los objetivos del splatterpunk (por lo menos bajo mi humilde punto de vista). 

  La novela de Olmedo tiene un fuerte componente erótico y lésbico. Las chicas visten de oscuro, corpiños muy escotados, minifaldas y medias de rejilla negras —rotas intencionadamente por varios sitios— y botas de plataforma; amén de tatuajes y/o perforaciones corporales, a cual más exóticos. El desnudo femenino es tratado con serena perversidad: pechos firmes, traseros redondeados y vaginas rasuradas; un auténtico deleite para todos los amantes del erotismo (no pornográfico). Al mismo tiempo el ego de las protagonistas se eleva sobre los tejados de los suburbios oscuros y sucios, provocando la muerte física y moral de sus habitantes. Estos egos nos proporcionan célebres capítulos de justicia callejera, como por ejemplo el enfrentamiento contra una vieja curandera, o contra un predicador que asegura hablar en nombre de Dios. Ninguno de estos episodios tiene desperdicio. 

  Por otra parte, las peleas ilegales son descarnadas, sangrientas y duras. De hecho, una de las escenas más violentas tiene lugar entre dos luchadoras inexpertas, cuyo resultado final es realmente trágico y duro. Es cierto que en algunos combates de Jezabel (la protagonista), se notan ciertas reminiscencias de superheroína de anime, de forma que las numerosas contusiones y las costillas astilladas no parecen afectarle demasiado. No obstante, sospecho que este efecto de viñeta es algo intencionado por el autor para crear ciertos vínculos con la cultura popular japonesa, de la que se revela un gran admirador. 

  Finalmente, quiero destacar la excelente labor de la editorial Vernacci (y su línea Puño sucio), al reeditar y mejorar esta novela, añadiendo como extra el relato inédito La chica del parche rojo, que es la cereza que corona una copa frívola y extravagante. Por otra parte, la encuadernación es digna de su contenido, con una artística portada sumergida en rojo sangre y el lomo de las hojas en un negro fúnebre. 

Así que, después de dos días, o después veinte horas, la experiencia de Zombi continúa resultándome inabarcable, como lo fueron las de Vacas o La chica de al lado. Y acabo con la sensación de que al splatterpunk le queda mucho que decir, mucho que transgredir, mucho que sangrar… Y espero estar allí para presenciarlo.


¿QUERÉIS CONSEGUIR ZOMBI?






viernes, 11 de mayo de 2018

Ginger


Imagen cedida por Líneas Sin más


Esta semana, Caosfera presenta el trabajo de dos buenas amigas. Por un lado, la polifacética artista Angie Om, cuyos trabajos podéis seguir en los espacios Angie Om oficial facebook y Angie Om oficial instagram  y, por otro, la ilustradora Líneas Sin más, a quien podréis encontrar en LineasSinmás





1993

Hola, me llamo Travis, Travis Morgan, tengo 62 años y soy dibujante. Trabajo para una importante editorial como ilustrador. Quienes me conocen dicen que soy un tío solitario y reservado.

  Tengo un físico rudo.

  Soy fumador. Sí, sé que debería dejarlo, pero me gusta el sabor del tabaco rubio acompañado por un buen bourbon, y a estas alturas es todo cuando me queda. Además, hoy estoy de celebración. Hace diez años, diez largos años, pero lo siento como si hubiese sido ayer.

  Ahora mismo escucho la canción I just died in your arms tonight de Cutting Crew; os preguntareis qué mierda hace un tío como yo escuchando esta ñoñería de tema, ¿verdad?

  ¿Queréis escuchar mi historia?

  ¿Veis este dibujo? Lo diseñé hace una década. Si no lo he dibujado un millón de veces no lo he dibujado ninguna.

Esta mujer podría colarse en el cielo o en el infierno, y sería recibida como una diosa en ambos reinos. Se llamaba Ginger, o al menos es el nombre me dio cuando la conocí en uno de esos grupos de radioaficionados que tanto porculo daban en los ochenta. Yo me hacía llamar Sr. X para pasar desapercibido. Hasta que un día apareció ella... Tenía veinte años menos que yo, y unas ganas de comerse el mundo veinte veces mayor de las que yo había tenido jamás. Su voz era sensual, muy sensual. La broma del teléfono erótico se volvió algo muy recurrente, quizá porque empecé a desearla cada vez con más fuerza. 

  Un día decidimos vernos. Nos citamos en un conocido pub de la ciudad. No llegué tarde, no. De hecho la estuve esperando un buen rato con una copa en la mano y, estoy seguro, una expresión de idiota feliz como no tenía desde mi más tierna juventud. Sonaba el tema Maneater de Daryl Hall & John Oates. El silbido brabucón de uno de los hombres que había en la entrada me puso en guardia.



If you're in it for love

You ain't going to get too far



  Tragué saliva: aquella canción debía ser cosa del mismo Diablo. Ni en mis sueños más húmedos habría imaginado algo como aquella preciosa pelirroja de cabello largo y crepado, con una chaqueta de piel, minifalda, medias de rejilla y tacones. Ella lo sabía, no necesitaba vender humo, ya había ganado, pero pisoteó lo que quedaba de mi autocontrol contoneándose como una gata mientras bajaba la escalera y me buscaba con la mirada. Vacié la copa de un trago, dejé el taburete y me coloqué voluntariamente su correa para mascotas babeantes. Ni siquiera recuerdo si me presenté antes. 

  A lo largo de la noche nos dedicamos a viajar de garito en garito; mi cartera menguaba con cada paso que dábamos pero era algo que carecía de importancia. Hoy en día vaciaría un millón de carteras como aquella con tal de verla de nuevo gatear sobre una mesa de billar. ¿Cómo fue? Ah, sí, la ayudé a bajar y terminamos comiéndonos la boca.

  Fue el primero de muchos encuentros. Aquella mujer de fuego me volvía loco. La perfección de su anatomía, sus pechos, su sexo, sus curvas, su boca, su cabello… Pero lo que más me enloquecía eran sus ojos, de un ámbar que me dejaba atrapado como un mosquito en la resina. Y estaba su… problema con el control. Ginger siempre quería más, y lo quería como ella lo había imaginado antes. Darle menos estaba penalizado y jamás aceptaba un «no» por respuesta. Era un animal salvaje imposible de domesticar, y yo su presa. Es algo que no tardé en aceptar. Me robaba la energía, la fuerza vital, enfermé. ¿Qué era Ginger? El color ambarino de sus ojos cada vez se asemejaba más al de una enorme serpiente con tacones. Comencé a tener miedo de su hambre insaciable, a preguntarme qué me quitaría después de la vida. ¿El alma, quizá?

  Una noche logré reunir las pocas fuerzas que me quedaban y la aparté de un empujón. Cayó fuera de la cama y me contempló desde el suelo, relamiéndose con esa mirada de otro mundo. ¡Me había estado acostando con un puto súcubo! No sé por qué mi imaginación acuñó aquel término mitológico poco antes de que cogiese mi ropa y abandonase medio desnudo aquel maldito apartamento. Súcubo. O quizá sí lo sepa. El recuerdo de sus ojos permanece como una confirmación. Era un demonio sexual, sí. Es el único modo que tengo de explicar la enfermiza dependencia que me llevé cuando huí para salvar la vida. ¿Qué me había hecho? ¿Cómo puedo explicar que, meses después de lo sucedido, me sorprenda a mí mismo frecuentando los mismos lugares donde compartimos aquel diabólico ritual de expoliación vital, como un yonqui miserable? Ahora la dibujo; tengo las paredes llenas de dibujos suyos. Y les hablo. Han pasado diez años y continúo hablándoles: Ginger, te daría lo que me queda de vida sólo por verte una vez más. Mi dulce e insaciable diablesa con cara de ángel, yo te invoco, ¡ven a mí!


«¿Travis, eres tú?»





viernes, 4 de mayo de 2018

Ponencia y presentación del libro de Gabriel Pombo: Jack el Destripador, la leyenda continúa






Nuestro colaborador Gabriel Pombo, sobradamente conocido en Caosfera y fuera de ella por ser un incansable investigador de la figura de Jack el Destripador, ofreció el pasado mes de abril una ponencia de lujo en la Casa de Cultura de Manises con motivo del 130 aniversario de los legendarios crímenes que tuvieron lugar en Whitechapel. Una gran charla analítica que hará las delicias, incluso, entre los más neófitos dentro del tema.






PARA SABER MÁS:







Y TAMBIÉN: