viernes, 18 de mayo de 2018

Zombi




Una semana más Caosfera tiene el placer de contar con el buen hacer de Vincent Hammet, amante de la literatura de género y, en general, de la calidad. Si queréis saber más entrad en su página de facebook dedicada a la literatura splatterpunk. Os dejamos con Vincent y con Jezabel



Permitidme la utilización de la primera persona del singular mientras escribo la presente reseña. Entre otras cosas, porque no se me ocurre una mejor manera de expresar las sensaciones que ofrece una novela splatterpunk que desde la propia experiencia de la lectura. 

  Supongo que debería empezar por un dato, que en breve me tocará desmentir: he tardado dos días en leer la obra de Juan Díaz Olmedo. Aproximadamente veinte horas en las que he abierto y cerrado el libro unas pocas veces, en las que he buscado en internet referencias de cultura popular que Olmedo utiliza para envolver al lector hasta dejarlo cautivo. ¿Por qué debería desmentir este dato? Fundamentalmente, porque durante estos dos días he vivido en el mundo oscuro y decadente que se describe en Zombi. He leído y releído cada capítulo, en especial los actos de violencia y sexo, recogiendo detalles e impresiones que aquel primer picoteo ya suscitó. Entre otras cosas, porque con la literatura splatterpunk siempre deseo que se me inflijan heridas graves desde la primera página. Sin embargo, el mundo decadente que nos propone el escritor gaditano, está plagado de una violencia y de un lenguaje narrativo que lo hacen diferente al resto. 

  Tal vez Zombi no sea tan extremo como Vacas, de Matthew Stokoe, o tan moralmente incómodo como La chica de al lado de Jack Ketchum, pero hay algo en la escritura de Olmedo que me resulta sobrecogedor. Puede que no haya dedicado el tiempo suficiente a pensarlo, pero me inclino a creer que se trata de esa ambigua sintonía que establece entre la enfermedad terminal y la vida llevada al máximo de intensidad: prostitución, drogas duras y peleas ilegales, todo ello aderezado con un estilo literario tan labrado, centrado en la riqueza expresiva y la descripción precisa y minuciosa, que pronto se granjeó mi admiración y (con toda seguridad) el favor de un público que demandará nuevas ediciones con la misma composición. 

  Mentiría si no reconociese lo mucho que me fascina el fervor de Olmedo por todo aquello que relata, tanto da si se trata de una puta con piel de seda o un par de luchadoras que resisten con estoicismo la cascada de golpes sobre el cuadrilátero. Porque Olmedo las describe con tanta pasión, las reconstruye con tal minuciosidad, que se convierten en puntos cardinales del arte underground. La mayoría de los personajes de Zombi son puteras lesbianas, drogadictas y luchadoras asesinas. Moribundos que sufren una enfermedad terminal o bien se encuentran en un estado crítico; cuyas metas se reducen a ganar dinero, emborracharse, esculpir su cuerpo o tener sexo. La vida y la muerte ya no tienen significado para ellos, de ahí que el título del libro haga referencia a los zombis, que refleja la subsistencia de estos parias sociales. 

  Zombi podría ser el ensayo definitivo sobre el arte moderno gótico o una reflexión sobre la imposibilidad de creer en el futuro de una sociedad enferma de intolerancia. No obstante, voy hacer hincapié en la libertad artística y en erradicar el pensamiento lineal y jerárquico, que son los objetivos del splatterpunk (por lo menos bajo mi humilde punto de vista). 

  La novela de Olmedo tiene un fuerte componente erótico y lésbico. Las chicas visten de oscuro, corpiños muy escotados, minifaldas y medias de rejilla negras —rotas intencionadamente por varios sitios— y botas de plataforma; amén de tatuajes y/o perforaciones corporales, a cual más exóticos. El desnudo femenino es tratado con serena perversidad: pechos firmes, traseros redondeados y vaginas rasuradas; un auténtico deleite para todos los amantes del erotismo (no pornográfico). Al mismo tiempo el ego de las protagonistas se eleva sobre los tejados de los suburbios oscuros y sucios, provocando la muerte física y moral de sus habitantes. Estos egos nos proporcionan célebres capítulos de justicia callejera, como por ejemplo el enfrentamiento contra una vieja curandera, o contra un predicador que asegura hablar en nombre de Dios. Ninguno de estos episodios tiene desperdicio. 

  Por otra parte, las peleas ilegales son descarnadas, sangrientas y duras. De hecho, una de las escenas más violentas tiene lugar entre dos luchadoras inexpertas, cuyo resultado final es realmente trágico y duro. Es cierto que en algunos combates de Jezabel (la protagonista), se notan ciertas reminiscencias de superheroína de anime, de forma que las numerosas contusiones y las costillas astilladas no parecen afectarle demasiado. No obstante, sospecho que este efecto de viñeta es algo intencionado por el autor para crear ciertos vínculos con la cultura popular japonesa, de la que se revela un gran admirador. 

  Finalmente, quiero destacar la excelente labor de la editorial Vernacci (y su línea Puño sucio), al reeditar y mejorar esta novela, añadiendo como extra el relato inédito La chica del parche rojo, que es la cereza que corona una copa frívola y extravagante. Por otra parte, la encuadernación es digna de su contenido, con una artística portada sumergida en rojo sangre y el lomo de las hojas en un negro fúnebre. 

Así que, después de dos días, o después veinte horas, la experiencia de Zombi continúa resultándome inabarcable, como lo fueron las de Vacas o La chica de al lado. Y acabo con la sensación de que al splatterpunk le queda mucho que decir, mucho que transgredir, mucho que sangrar… Y espero estar allí para presenciarlo.


¿QUERÉIS CONSEGUIR ZOMBI?






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