El célebre Albert Einstein advirtió al gobierno de los Estados Unidos sobre la posibilidad de que la Alemania nazi lograse fabricar su propia bomba atómica. Para ello, los estadounidenses se pusieron manos a la obra e iniciaron el llamado Proyecto Manhattan, que estuvo bajo la dirección del físico Robert Julius Oppenheimer.
Pero los aliados no solo trabajaron para tener su bomba atómica antes que los alemanes. También planificaron una serie de trabas que permitirían retrasar los progresos de los alemanes.
Los servicios secretos británicos estaban al tanto de los esfuerzos alemanes en su proyecto atómico. Corría el año 1942, en la Noruega ocupada, los alemanes estaban incrementando la producción de agua pesada. Todo ello atrajo la atención de los británicos hacia la fábrica de agua pesada en Vermork, situada en la región de Telemark. Dicha instalación había sido inaugurada por la compañía Norsk Hydro en 1934. Con la invasión alemana de Noruega en 1940, la planta terminó cayendo en poder de las fuerzas germanas.
El agua pesada es un elemento fundamental en la elaboración de una bomba atómica, pues permite moderar los procesos de fisión nuclear. De ahí que la fábrica de agua pesada atrajese la atención de los británicos. Así pues, los británicos eran conscientes del peligro que representaba la posibilidad de un arma atómica en manos de los nazis, por lo que se pusieron manos a la obra para sabotear los esfuerzos alemanes.
Inicialmente, el primer ministro británico Winston Churchill propuso un bombardeo aéreo sobre la fábrica de Vermork. Sin embargo, la resistencia noruega advirtió de los peligros que entrañaba un ataque de los aviones de la Royal Air Force. Existía la posibilidad de que las bombas no alcanzasen su objetivo y terminaran diezmando la cercana población de Riukan. El gobierno noruego en el exilio salió en defensa de sus compatriotas y logró que los británicos descartasen la opción del bombardeo.
Rechazada la propuesta de un ataque aéreo, se decidió enviar un grupo de comandos para destruir las instalaciones de Vermork. Para semejante cometido, los británicos dispondrían de la ayuda de Einar Skinnarland, que había trabajado para la compañía Norsk Hydro. Skinnard, saltó en paracaídas sobre la Noruega ocupada e informó de todo cuanto acontecía en Vermork. Las noticias que enviaba Skinnard a los británicos desataron todas las alarmas, pues avisaban de importantes cantidades de agua pesada preparadas para ser enviadas a Alemania.
Los británicos reaccionaron y pusieron en marcha la Operación Grouse. El 19 de octubre de 1942, cuatro comandos noruegos saltaron en paracaídas sobre Noruega. Desafortunadamente, aterrizaron muy lejos de su objetivo, por lo que tras reunir todo el material con el que habían sido lanzados, se pusieron en marcha hacia Riukan, atravesando los gélidos glaciares y lagos. Después de tres semanas lograron alcanzar su objetivo. Sus órdenes eran preparar la llegada de un nuevo contingente de comandos británicos.
El 17 de noviembre de 1942 despegaron de Escocia los bombarderos que debían remolcar a los planeadores. La meteorología adversa provocó que dos planeadores terminasen estrellándose. Los supervivientes de tan abruptos aterrizajes terminaron siendo capturados por los alemanes y fueron fusilados. La Operación Freshman había resultado ser un rotundo fracaso. Para mayor desgracia de los aliados, los alemanes se percataron de las intenciones británicas de destruir la planta de Vermork, por lo que reforzaron las defensas en torno a tan importante instalación.
Londres se negó a tirar la toalla. Se planificó la Operación Gunnerside, un ataque de comandos a la fábrica de Vermork. Esta incursión sería llevada a cabo por comandos noruegos. Por fin, el 16 de febrero de 1943 seis noruegos, liderados por Knut Haukelid saltaron de un bombardero Halifax. Tras cuatro días de búsqueda, lograron reunirse con los cuatro noruegos que habían tomado tierra en octubre de 1942. Así pues, ya totalizaban diez hombres para el ataque a Vermork.
Saboteadores del ataque a Vermok. |
La fábrica de agua pesada estaba ubicada en una elevación de terreno rocoso, en un valle flanqueado por montañas. El acceso no iba a ser sencillo. Solo había dos formas de penetrar en las instalaciones. La primera era a través de un puente que salvaba una caída de doscientos metros, mientras que la segunda consistía en descender un barranco hasta llegar al río y después ascender la pared contraria hasta llegar a las vías del tren.
Finalmente, el 25 de febrero de 1943, los comandos noruegos abandonaron su guarida ataviados con uniformes blancos, y marchando sobre sus esquíes recorrieron una distancia de 70 kilómetros. Instalados en una cabaña abandonada próxima a Riukan, ultimaron los detalles del sabotaje.
La noche del 27 de febrero, tras descender un barranco, vadear el río y escalar un precipicio, alcanzaron la puerta de la fábrica. Valiéndose de una cizalla, lograron penetrar en las instalaciones de Vermork. Una vez en el interior de la fábrica, llegaron hasta la planta de electrólisis. Allí se toparon con un empleado que cooperó de manera entusiasta.
Los comandos noruegos se encargaron de colocar los explosivos en las cámaras de electrólisis de agua pesada. Para evitar represalias entre la población civil, se decidió dejar un subfusil británico. De ese modo, los alemanes creerían que se trataba de una operación exclusivamente británica.
Los explosivos estallaron. A continuación se desencadenó el estridente sonido de las alarmas y las tropas alemanas salieron en su búsqueda. Pero para entonces, los comandos noruegos habían huido hasta la vía del tren. Una vez llegaron a la vía férrea, descendieron la pared de piedra, vadearon el río, ascendieron la pared contraria y huyeron valiéndose de sus esquíes.
El sabotaje de los comandos noruegos había sido un éxito, pero los teutones, rápidamente comenzaron con los trabajos de reparación. Seis meses después, las instalaciones volvían a estar operativas.
Los alemanes, aprendiendo de sus errores, procedieron a reforzar la seguridad en Vermork, instalando obstáculos en las carreteras que llevaban a Riukan y colocando más minas en los campos próximos a la pequeña localidad. Para camuflar las tuberías de alimentación se plantaron árboles a su alrededor, de tal manera que dificultase la visibilidad de los aviones de la Royal Air Force.
La reconstrucción de la fábrica de Vermork fue una mala noticia para los aliados, que se percataron de que una operación de comandos no era suficiente. Tenían que arrasar la fábrica. Para ello, Vermork debía ser bombardeada desde el aire. Así pues, el 16 de noviembre de 1943, las llamadas fortalezas volantes, los B-17, volaron hacia Noruega. Un total de 143 bombarderos despegaron para arrasar la planta de la Norsk Hydro. El bombardeo no fue muy preciso, pero las bombas que lograron impactar en el objetivo consiguieron destruir la fábrica de agua pesada.
Los daños causados por las fortalezas volantes provocaron que los alemanes decidiesen dar por finalizada la producción de agua pesada y enviar a Alemania todas las reservas de tan codiciado elemento. Nada más y nada menos que 14 toneladas de agua pesada estaban preparadas para ser transportadas hasta Alemania. Winston Churchill, percatándose de la importancia de semejante cargamento, optó por su destrucción.
El trayecto que debía seguir la valiosa mercancía presentaba una excelente oportunidad para los aliados. En el lago Tinn, no era posible transportar por ferrocarril los barriles de agua pesada, por lo que el cargamento debía ser transportado en un ferry. La opción de los aliados pasaba por volar el ferry, hundiéndolo con su preciada carga.
El 20 de febrero de 1944, los saboteadores noruegos lograron colocar explosivos en el ferry. Las cargas estallaron en el transbordador SF Hydro y la embarcación se fue a pique con las existencias de agua pesada. Desgraciadamente, un total de catorce civiles fallecieron en este acto de sabotaje.
Transbordador SF Hydro |
El sabotaje al SF Hydro supuso el epílogo a la denominada “Batalla del Agua Pesada”, que concluyó con la victoria de los aliados, mientras que la Alemania nazi no pudo conseguir su propia bomba atómica.
David López Cabia, escritor de novela bélica y redactor de artículos bélicos y economía. Para saber más:
o en Caosfera:
BIBLIOGRAFÍA:
-Raids y comandos, Pere Romanillos, Editorial Robinbook
-Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial, Jesús Hernández, Editorial Nowtilus
-Operaciones especiales de la Segunda Guerra Mundial, Manuel J. Prieto, Editorial La esfera de los libros
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