viernes, 22 de marzo de 2019

Ramree, las mandíbulas de la guerra



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¡Por fin! Ya tenemos un nuevo post para los amantes de la historia bélica. Hoy, David López Cabia nos trae uno de los episodios más polémicos y viscerales de la Segunda Guerra Mundial: la masacre de Ramree, registrada en el libro Guinness de los records como la mayor matanza llevada a cabo por animales. Recordad que, si os gusta la historia,  podéis visitar la página oficial del autor.



Era 1945 y el Imperio japonés se desmoronaba. Los nipones habían perdido el control de sus estratégicas islas en el Pacífico, y en Birmania el 14º Ejército británico del general Slim pasaba a la ofensiva. Los planes de los británicos consistían en invadir la isla de Ramree y la vecina Cheduba. Por lo visto, Ramree tenía un importante valor estratégico, pues se pretendía conquistar el aeródromo y avanzar hasta el puerto de Kyaukpyu. 


  Así pues, los británicos pusieron en marcha la denominada Operación Matador y el 21 de enero de 1945, tras un fuerte bombardeo naval, las tropas de la 26ª División India desembarcaron en Ramree. Por su parte, las fuerzas de tierra contaban con el apoyo del acorazado Queen Elizabeth, del crucero ligero Phoebe y del portaaviones de escolta Ameer. 


  Las tropas indias encontraron una fuerte resistencia japonesa, a los combates se sumaron los marines reales británicos. Pese a lo encarnizado de la defensa nipona, las tropas británicas e indias consiguieron flanquear a unos mil soldados nipones. Las tropas japonesas se hallaban en una delicada situación, podían rendirse o bien atravesar 16 kilómetros de peligrosos manglares. Rendirse no era una opción para los japoneses, pues se les había inculcado que la capitulación era la mayor de las deshonras, por lo que su única opción pasaba por abrirse camino a través de aquellos manglares infestados de cocodrilos, serpientes y escorpiones. 

  Los soldados se internaron en los manglares; el agua y el barro les llegaba hasta la cintura. Entre aquellas aguas aguardaban toda clase de alimañas. Las picaduras de los insectos podían hacerles contraer la malaria, mientras que las picaduras de las serpientes eran letales. Por no hablar de los escorpiones o de los temidos cocodrilos de agua salada. Aquellos cocodrilos podían llegar a medir un máximo de 7 metros, mientras que su masa máxima rondaba los 1.500 kilogramos (en el caso de los machos). No obstante, las hembras eran de menor tamaño, tenían una longitud máxima de unos 3,5 metros y su masa se estimaba en 500 kilos. 





  El terreno era inhóspito, anegado por aguas negruzcas sobre las cuales volaban bandadas de insectos que se introducían en los manglares. La vegetación espesa hacía de aquel lugar un paraje impenetrable. 


  Por su parte, los marines británicos, situados en al borde de los manglares, impedían que cualquier japonés intentase escapar. El terreno se habían convertido en una trampa mortal. 


  Los nipones avanzaban entre el barro y el agua, debilitados por enfermedades como la malaria, a la que muchos sucumbieron. Las picaduras de serpientes e insectos también causaron estragos entre las filas japonesas, sin olvidar la deshidratación que causaba la falta de agua potable. 

  Al caer la noche del 19 de febrero de 1945 comenzó la masacre. Desde el límite del pantano, los británicos podían escuchar los alaridos de los soldados japoneses al ser devorados por los cocodrilos. 





  Los japoneses respondían a los enormes reptiles disparando, pero el estruendo, los gritos y el olor de la sangre atrajeron a más cocodrilos. Posteriormente, la marea arrastró a los heridos, que languidecían en el barro. Los cadáveres de los más desafortunados comenzaron a emerger.  


  Un soldado japonés pudo contar que los disparos no ayudaron a detener la masacre. Es más, aquel veterano afirmó que hubiera preferido morir a manos del enemigo. 


  En la oscuridad resonaban aullidos de terror y dolor, al tiempo que escuchaba el crujido de los huesos triturados por las poderosas fauces de los cocodrilos. Los japoneses trataban de abrirse camino en la oscuridad, pero los aviesos reptiles emergían de entre las aguas para devorar a sus presas, que desaparecían entre remolinos de barro y agua. 

  Javier Sanz, en su obra “Caballos de Troya” relata que un soldado japonés que había estudiado en Estados Unidos y Gran Bretaña se entregó a los aliados. Los aliados le pidieron que convenciese a sus compañeros para que se rindiesen, sin embargo, ningún japonés apareció. 





  Según el naturalista Bruce S. Wrighten solo encontraron una veintena de japoneses vivos. Los pocos supervivientes estaban deshidratados, faltos de alimentos y psicológicamente destrozados por la matanza. Por el contrario, para los aliados había sido la perfecta carnicería, pues simplemente se habían apostado al límite del pantano, esperando a que las enfermedades, las picaduras de insectos, las serpientes y los cocodrilos terminasen su trabajo. 

  
  Ahora bien, la versión del naturalista canadiense Bruce S. Wrighten ha generado una gran polémica. Hay quienes consideran que las muertes que Wrighten atribuye a los cocodrilos son excesivas. En su favor, Wrighten cuenta con el apoyo de la Burma Star Association, una asociación de veteranos de la campaña de Birmania que respalda las tesis de Wrighten. También el Libro Guiness de los Records ha recogido la masacre como la mayor matanza perpetrada por animales contra seres humanos. 


  Entre quienes critican la versión de Wrighten se encuentra el National Geographic. Ya en 2017 señalaron sus dudas respecto a la cantidad de muertos provocadas por los cocodrilos. Si bien las últimas versiones no niegan que se produjese la matanza, pero sí que reducen el número de muertes causadas por los reptiles. 

  El historiador Frank McLynn en su obra “The Burma Campaign: Disaster Into Triumph, 1942-45” argumenta que la población de cocodrilos de acuerdo a la versión de Wrighten era excesiva, pues no hubieran podido subsistir ni antes ni después de la masacre. Y es que, el ecosistema de los manglares no hubiera podido soportar la existencia de tantos y tan voraces reptiles. 




  Los cocodrilos no fueron la única causa de las masivas muertes de soldados japoneses. La deshidratación, la falta de alimento, la malaria y la disentería también se cobraron un buen número de muertes. 


  Pese a los cientos de muertes que se atribuyen a los cocodrilos, se calcula que unos 500 japoneses lograron escapar con vida. En cualquier caso, la masacre de Ramree, nunca exenta de polémica, parece situarse a caballo entre el mito y la realidad.




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2 comentarios:

  1. Leyenda histórica-bélica-urbana o no, la sola idea es potentísima. Gracias por compartir.
    Nos seguimos leyendo.

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