viernes, 5 de octubre de 2018

Manila, la ciudad de las lágrimas



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Nuestro colaborador, economista y experto en historia bélica, David López Cabia, regresa a Caosfera con uno de los capítulos más cruentos de la Segunda Guerra Mundial. Podéis leer a David en su página oficial, donde encontraréis además de artículos, información sobre sus novelas.


En 1945 la perspectiva no era nada esperanzadora para Japón. Su flota había dejado de existir como fuerza de combate tras la Batalla del Golfo de Leyte. Los bombarderos B-29 despegaban desde sus bases en las Islas Marianas para arrasar las ciudades japonesas; las viviendas niponas, fabricadas con madera, paja, barro y papel eran devoradas por inmensos mares de fuego desatados por las bombas incendiarias. Su falta de recursos era palpable, y la dieta de cualquier nipón en 1945 no sobrepasaba las mil seiscientas ochenta kilocalorías diarias. 

  En el Pacífico, los marines, a costa de sangrientos combates, lograban conquistar diminutas islas que les conducían directamente hacia las costas principales de Japón. Mientras tanto, el general Douglas MacArthur, cumpliendo su promesa de regresar a las Filipinas, desembarcó con su ejército en el golfo de Lingayen (isla de Luzón) el 9 de enero de 1945. 


General Douglas MacArthur


  Entre infectas junglas pobladas por alimañas, los soldados no disfrutaron del mismo éxito que en otras ciudades como Roma, París o Bruselas. Todo cuanto les aguardaba en este nuevo escenario eran enfermedades tropicales, territorios impenetrables y soldados japoneses dispuestos a luchar hasta la muerte. 

  Mientras el ejército de MacArthur avanzaba tierra adentro, un suculento objetivo llamó la atención de los estadounidenses. Se trataba de Manila, capital de las Islas Filipinas, denominada la perla del Pacífico. Liberar la ciudad suponía un codiciado botín que podía reportar prestigio y notoriedad al ególatra MacArthur. 

  Los japoneses encargados de la defensa de Luzón, estaban dirigidos por el general Yamashita, que era consciente de que con sus limitados recursos no podría defender Manila ni alimentar a sus ochocientos mil habitantes. Yamashita ordenó destruir las instalaciones portuarias, volar los puentes sobre el río Pasig y proceder después a la retirada. 

  Sin embargo, el vicealmirante Sanji Iwabuchi no compartía el criterio de Yamashita. Iwabuchi estaba decidido a presentar batalla. Para ello, disponía de dieciséis mil hombres del personal naval. Como el ejército de tierra no tenía autoridad sobre las tropas navales, Iwabuchi ordenó suministrar armas y municiones a sus soldados. 

General Tomoyuki Yamashita
       
Vicealmirante Sanji Iwabuchi


  
  El ejército de MacArthur se acercaba a Manila, pero los habitantes de la capital filipina no tenían mucho que celebrar. Los alimentos escaseaban, los precios del arroz se habían disparado e incluso los japoneses pasaban hambre. El tifus y la disentería se extendieron por la ciudad y el alcalde recomendó a los segmentos de población más afectados por la hambruna que abandonase Manila. 

  Las milicias colaboracionistas denunciaban a los sospechosos de ser espías estadounidenses, a los que se enviaba a los calabozos del fuerte español de Santiago. Los primeros sospechosos eran los occidentales y la policía secreta japonesa. El Kempeitai interrogaba, torturaba y ejecutaba impunemente. Mientras tanto, los marineros japoneses procedieron a guarnecer Manila con fortines y barricadas. 

  Los estadounidenses llegaron a la codiciada ciudad y cercaron a las fuerzas japonesas que aguardaban en su interior. La pinza se había cerrado sobre los defensores nipones, no había posibilidad de escapar. El 3 de febrero de 1945, las fuerzas estadounidenses entraron en Manila. 

  Al principio, los estadounidenses recibieron una cálida bienvenida por parte de la población civil, pero a medida que se internaban en la ciudad los combates se recrudecieron. El pueblo nipón se defendía con ahínco calle por calle y casa por casa. Los francotiradores causaban estragos entre las tropas estadounidenses. El ejército de MacArthur estaba acostumbrado a los desembarcos y a combatir en la jungla, pero no tenía experiencia en combates urbanos. 

  La lucha en Manila fue salvaje. Las cifras no ofrecen lugar a dudas: se calcula que hasta cien mil filipinos fueron masacrados por las fuerzas japonesas. Este dato la convierte en la ciudad más castigada durante la Segunda guerra mundial, después de Varsovia. 


víctimas civiles en Manila


  Mientras las balas agujereaban las paredes de las casas y el fuego de los cañones reducía a escombros los edificios, los japoneses perpetraron horribles matanzas. Su argumento era simple: cualquiera que estuviese presente en el campo de batalla era un guerrillero. 

  Los testimonios sobre las matanzas perpetradas por los japoneses son espeluznantes. William Manchester, en su obra American Caesar escribió: «Los hospitales fueron incendiados, los cuerpos fueron mutilados, mujeres de todas las edades fueron violadas antes de ser acuchilladas. Los ojos de los niños, arrancados de las órbitas, fueron arrojados a los muros como si fueran gelatina»

  Son muchos los episodios que ilustran la crueldad japonesa. En el almacén de maderas de Paco, situado en Moriones y la avenida Juan Luna, cien hombres además de mujeres y niños, fueron atados y después fusilados o ejecutados a golpe de bayoneta. Algunos cuerpos se quemaron, mientras que otros se descompusieron bajo el sol. 

  Lugares como el colegio de Santa Rosa, la catedral de Manila, la iglesia de Paco, el convento de San Pablo y el hospital de San Juan de Dios se convirtieron en escenarios de las más atroces masacres. 

  Los civiles fueron sacados con violencia de sus casas. Las mujeres jóvenes acabaron en el Coffee Pot y después en el Hotel Bay. Aquellos establecimientos habían preparado burdeles para ofrecer una experiencia sexual a sus soldados antes de que murieran en combate. 

  En la línea del frente, los soldados estadounidenses podían escuchar los gritos, cánticos y risas de los japoneses, que se entregaban a la depravación y al desenfreno antes de dar la vida por el Emperador. Entre aquellas voces resonaba el estrépito de las granadas, utilizadas por los nipones para suicidarse o asesinar a los filipinos. 

  El Club Alemán fue escenario de una de las masacres más repugnantes. La cifra de muertos en el lugar se estima en 500 personas. Los japoneses atacaron a una familia —los Rocha Beech— con bayonetas y la quemaron viva junto a la niñera. 

  La orgía de violencia era interminable. En la calle de Isaac Peral se encontraba la casa del doctor Rafael Moretta, donde unas setenta personas se refugiaban. Veinte soldados japoneses irrumpieron violentamente. Separaron a hombres y mujeres, saquearon todo lo que fuese de valor y encerraron a los hombres en un cuarto de baño dentro del cual arrojaron granadas. Los supervivientes de la matanza lograron salir y vieron a treinta mujeres violadas, algunas se hallaban al borde de la muerte. Sus hijos se encontraban en el mismo estado. 



  Los estadounidenses quedaron estupefactos ante el salvajismo japonés. El general Oscar Griswold, al frente del 14º Cuerpo de Ejército de Estados Unidos quedó horrorizado al leer el diario de un soldado nipón. En él describía la belleza de la puesta de sol, posteriormente narraba una masacre de civiles en la que golpeó a un bebé contra un árbol. 

  Pero el ejército del sol naciente no era la única amenaza para la supervivencia de los filipinos, también los estadounidenses contribuyeron a esto con el uso de sus cañones. Y es que la sangrienta liberación llevaba aparejada la destrucción de numerosos edificios y la muerte de muchos civiles. En el Hospital de los Remedios, el fuego de artillería acabó con la vida de cuatrocientas personas. 

  De la misma forma, el ejército español padeció en sus carnes la sed de sangre nipona. A pesar de las buenas relaciones diplomáticas entre el gobierno japonés y el régimen de Franco, los soldados españoles fueron masacrados a bayonetazos. Un total de ciento treinta perdieron la vida. Las tropas entraron por la fuerza en la embajada española y mataron a todos los que se refugiaban en el edificio. Enfurecido, el ministro José Luís Arrese llegó a solicitar el envío de una División Azul contra el Imperio japonés. Pero finalmente, España se limitó a romper relaciones. 

  Tal era el nivel de violencia y destrucción en la ciudad que no fue considerada segura hasta el 3 de marzo de 1945. La resistencia japonesa se había prolongado durante un mes. Este trágico y largo episodio se estima en mil muertos y más de cinco mil heridos para el pueblo estadounidense. La guarnición nipona fue aniquilada. 

  A la tragedia humana hay que añadir el desastre cultural. Escuelas, universidades, templos religiosos, edificios gubernamentales y otros tesoros fueron destruidos por la barbarie de la guerra. 


Imágenes de la liberación de Manila
   
                                   




BIBLIOGRAFÍA 

Némesis: La derrota del Japón, 1944-1945. Max Hastings. 

Recordar Pearl Harbor. Manuel Leguineche.




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