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¡Viernes de historia! Nuestro querido David López Cabia regresa a Caosfera recordándonos que la historia esta muy presente en nuestro día a día y que no debemos olvidarla. Y en esta ocasión nos habla de la utilización de armas químicas durante la Primera Guerra Mundial, según sus acertadas palabras, un terrible desastre humano que tenemos la suerte de no haber vivido...
La Primera Guerra Mundial, además de un terrible desastre humano, supuso una forma nueva de combatir. Los campos de Europa quedaron surcados por interminables alambradas y horadados por trincheras embarradas entre las que pululaban las ratas.
Entre las armas que hicieron su debut en la gran guerra se encontraban el carro de combate y la aviación militar. Fruto de este macabro ingenio puesto al servicio de la guerra, fueron las armas químicas. Y es que, el gas venenoso se empleó masivamente en la Primera Guerra Mundial. Ni aliados ni alemanes vacilaron a la hora lanzar grandes bombardeos con gas sobre las trincheras enemigas.
Ya en 1914 los alemanes habían utilizado bombas lacrimógenas. Estas bombas habían sido empleadas con fines policiales, pero su uso fue más allá y trascendió a los campos de batalla. Estas granadas provocaban una dolorosa irritación en los ojos e incluso podían ser perjudiciales para el sistema nervioso. Ahora bien, nada tenían que ver con las grandes nubes tóxicas que llegaron a emanar de los proyectiles disparados por los cañones.
El 31 de enero de 1915 tuvo lugar el primer bombardeo con gases tóxicos en la batalla de Bolimov, en el frente oriental. En esta ocasión, los alemanes lanzaron 18.000 proyectiles de bromuro de xililo sobre las posiciones rusas. El bromuro de xililo que es una variante del gas lacrimógeno fue lanzado con bajas temperaturas, lo que impidió que fuese efectivo. Para mayor desastre, el gas terminó precipitándose mediante gotas de lluvia sobre los soldados alemanes.
Empleo de Gas venenoso. imagen sujeta a derechos de
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Pese a que la utilización de armas químicas estaba terminantemente prohibida por la Convención de la Haya, los alemanes fueron pioneros en el desarrollo de este tipo de agentes irritantes. Cabe destacar el nombre del científico alemán Fritz Häber, del Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín.
Así pues, el cloro, que había sido utilizado en la fabricación de tintes se convirtió en un arma de guerra. Se pretendía utilizarlo en forma de nube tóxica contra el enemigo. Ya en 1915, en Langemarck, el 22 de abril de 1915, los soldados franceses padecieron en sus carnes un bombardeo masivo de cloro. Una densa nube de tonalidades verdes grisáceas engulló las posiciones francesas. Lo que parecía una nube de humo para ocultar a la infantería alemana, era una devastadora nube de cloro. Fuertes picores en la garganta y el pecho castigaron a los franceses al aspirar el gas, pues el cloro afectaba al sistema respiratorio.
Ante los efectos provocados por el gas, las tropas francesas y argelinas dejaron una brecha en el frente. Los alemanes lograron ganancias territoriales, si bien el avance pudo haber sido mucho mayor. De hecho, la falta de máscaras de gas, la insuficiencia de reservas de cloro y el temor a caer en su propia nube, terminaron por limitar el avance alemán.
Alertados del bombardeo que habían sufrido sus aliados franceses, los canadienses llegaron a protegerse con mascarillas impregnadas con orina.
A medida que transcurría la guerra, se sucedían los ataques con gas y los aliados no dudaron en responder de forma idéntica a sus oponentes alemanes. En la batalla de Loos (septiembre de 1915), los británicos bombardearon con cloro por primera vez a los alemanes. Miles de cilindros fueron lanzados sobre las posiciones alemanas, pero el viento dejó de soplar en dirección a las defensas alemanas y la nube de cloro quedó flotando en tierra de nadie. Y es que, la dirección del viento podía resultar terriblemente peligrosa en un bombardeo químico.
Para que un bombardeo químico fuese efectivo había que contar con una favorable dirección del viento y lanzar una enorme cantidad de proyectiles sobre la misma zona.
Pero el desarrollo de las armas químicas no se detuvo y un nuevo gas entró en liza de la mano de Fritz Häber. Se trataba el fosgeno. Este gas, incoloro, resultaba asfixiante y era mucho más letal que el cloro. Además de llevar a la muerte por asfixia, también podía provocar terribles quemaduras. De hecho, un hombre podía sufrir una muerte por fosgeno de lo más agónica tras expulsar litros de vómito.
Molécula de fosgeno |
También el gas mostaza tuvo efectos devastadores en las trincheras. Al entrar en contacto con la piel produce quemaduras y ampollas. Fritz Häber volvió a idear un agente químico que consumía la piel hasta llegar al hueso. Especialmente duros eran los efectos del gas mostaza sobre los ojos, sin olvidar que también provocaba dolorosos estragos en los genitales, la nariz y los pulmones.
Ante el peligro que significaba el gas mostaza, las tropas escocesas, que iban ataviadas con sus características faldas, recurrieron a las mallas femeninas para protegerse en caso de un bombardeo con gas mostaza.
Como contramedidas frente al lanzamiento masivo de aquellos agentes irritantes, se introdujeron las máscaras antigás. Inicialmente, fueron muy rudimentarias, pues consistían en mascarillas de caucho con un paño bañado en agentes químicos que quedaba a la altura de la nariz. Los modelos posteriores fueron mejorados, añadiendo cristales que permitían la protección de los ojos y un cilindro con un filtro que facilitaba la respiración.
También el cuero resultó de gran utilidad a los soldados que malvivían en las trincheras, pues les protegía de las quemaduras que podían causar los bombardeos químicos.
Para alertar a las tropas de un bombardeo químico, un soldado golpeaba una campana cada vez que el enemigo emprendía un bombardeo con gas.
Las armas químicas tuvieron un efecto terrible sobre la moral de los soldados, llegando a provocar el 3% de las muertes en combate en la Primera Guerra Mundial. Una imagen bastante familiar de aquel conflicto es la de filas de soldados con los ojos vendados, temporalmente cegados por el gas.
La conmoción que causó el uso de gases venenosos en la Primera Guerra Mundial llevó a que en 1925 se firmase el Protocolo sobre el Gas en la Tercera Convención de Ginebra. De este modo, quedaba prohibido el uso de armas químicas en la guerra.
BIBILOGRAFÍA
-La Primera Guerra Mundial, Michael Howard
-La Primera Guerra Mundial contada para escépticos, Juan Eslava Galán
-Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial, José Luís Hernández Garvi
-Grandes Batallas de la Primera Guerra Mundial, Anthony Livesey
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