¡Nuestro Sergio Vargsson regresa de nuevo a Caosfera! Como no, nos trae un nuevo capítulo de nuestra saga favorita. Esta vez tenemos mucho erotismo, una auténtica subida de tono...
¿Cuántas criaturas que la raza humana no conoce acoge la noche en su seno...? ¿Y cuantas de ellas son tan ajenas a la humanidad que de vivir en el mismo plano irresistiblemente causarían el colapso de la sociedad tal y como la conocemos hoy en día...?
Hechas estas consideraciones, podemos pasar a los saludos. ¡Buenas noches, monstruitos y monstruitas...! una vez más soy yo, Dämon Schwarze, el ser más morboso y oscuro de este cementerio... que, llega a vosotros para relataros una nueva historia. Así que, acomodaos a mi lado en el interior de este viejo panteón, abrid bien vuestras orejas y disfrutad de cada palabra...
Lentamente, aparté la mirada del marfileño círculo de la luna y echando mi mano hacia atrás ahuequé mi frondosa cabellera granate. Una leve brisa fresca pareció llegar de todas partes y de ninguna a la vez, para hacer ondear el leve camisón negro que cubría mi cuerpo. Los largos dedos del viento, como los de un amante etéreo, apretaron la vaporosa tela sobre mi silueta, delineando en el leve contraluz lunar mi breve cintura y mis largas piernas rematadas por anforadas caderas. Me estremecí agradecida de que el suave soplo de aire evaporara las pequeñas gotas de sudor que como joyas, constelaban mi suave piel en esta calida noche de agosto.
Crucé los brazos sobre mis macizos pechos, redondos, suaves, con los pezones enhiestos y marcados que presionaban contra el fino tejido. Posé mis manos en mis redondos hombros, abrazándome... entrecerré la ardiente mirada de mis ojos verde jade intenso y al hacerlo, evoqué mi vida en los últimos años. Dejé vagar mi vista por los campos extendidos por nueva Inglaterra. La verdad, es que no había vuelto a Dunwich desde los extraños días de mi infancia. Al recordarlos, mi mente parecía salir de una extraña niebla y mostrar cada vez los detalles más claros, como una película antigua a la que se somete a reenfoque al proyectarla...
Por lo que yo puedo recordar, mi madre era tan parecida a mí, que si estuviera viva hoy en día, probablemente, pareceríamos hermanas de una misma familia en lugar de madre e hija... oh sí!, la recuerdo alta y majestuosa. Vestida usualmente de negro, un unas altas cejas delineadas que enmarcaba unos ojos tan extraordinarios cono inteligentes. Con una figura espléndida a pesar de su edad y un cerebro privilegiado. Mi madre, estaba probablemente a un nivel que sus conciudadanos no alcanzarían nunca. Quizás fue por esto, o bien por el aire regio que revestía hasta el más mínimo de sus gestos, por lo que todo el mundo la solía llamar “la Duquesa”...
Viuda desde muy temprana edad, mi madre era usufructuaria de enormes recursos financieros probablemente heredados de mi padre. Bienes, que nos permitían llevar una vida acomodada y sin fatigas. La familia de mi padre, por lo visto, había sufrido una extraña afección (alguna especie de virus desconocido que alguno de sus miembros había contraído en tierras extrañas), que la había extinguido progresivamente hasta no dejar más que a mi padre con vida, de forma que, al morir éste se extinguió con el linaje familiar. En cuanto a la familia de mi madre, residía toda en Europa, por lo que no pude conocerla hasta que mis viajes de estudios me llevaron allí.
¡Pero estoy divagando...! decía yo, que mi madre tenía una posición económica desahogada. Posición que parecía funcionar por si misma, dado que jamás vi a mi madre tomar una decisión de negocios. Una vez al mes se recibía en nuestra casa la visita de un extraño personaje al cual yo, había identificado siempre con una especie de secretario abogado que nos aportaba grandes cantidades de dinero en efectivo que servían para el pago de los criados y el sostenimiento de la hacienda.
Este oscuro personaje era un hombre de tez clara y extraños ojos de un color indefinido entre el verde y el marrón. De estatura más que mediana y ancho de espalda. Su pelo, era de un tono rubio poco corriente y vestía siempre de negro. Parecía tener una edad comprendida entre los 25 y 35 años y jamás, por más años que pasaran, le vi envejecer ni un día. Recuerdo que un día cuando yo tenía seis años, entré en el despacho donde él y mi madre estaban hablando y girándose hacia mí con una extraña y cruel sonrisa en los labios dijo...
—¡No puede negarse que es de la familia... !
A lo que mi madre, después de soltar una carcajada cristalina, me hizo salir del despacho mientras continuaban hablando.
Al cumplir los ocho años recuerdo que uno de los criados me regaló un conejito blanco al que llamé “Wally” y al que tomé un gran cariño. Desgraciadamente, un mes después sucedió un incidente que me marcó profundamente. Al levantare una mañana no encontré a “Wally” en su jaula. Lo busqué por el jardín y lo encontré entre unas matas muerto. Tenía la garganta destrozada y su cuerpo fláccido y exagüe presentaba señales de haber sido lacerado por los colmillos de una bestia feroz. Uno de los mozos de las cuadras comentó que probablemente, el pobre animal, se había escapado de su jaula para caer en las mandíbulas de alguno de los perros de guardia que de noche se soltaban por la propiedad. El incidente se grabó perennemente en mi mente infantil, y desde entonces he sido incapaz de soportar la visión de conejos en sus jaulas sin que un estremecimiento me recorra de arriba a bajo.
Más tarde, al cumplir los doce años, fui enviada a Europa para completar mi educación. Fui llevada a un internado muy exclusivo en Suiza, donde bajo una disciplina férrea, aprendí desde Geografía e Historia hasta Física Cuántica, sin olvidar Griego, Latín, Francés, Alemán y Ruso. Tampoco podía faltar la Literatura y Filosofía, de las cuales, me doctoré en ésta última.
También aprendí cómo debe comportarse una señorita y a tocar el piano a nivel de concertista. De hecho, la directora del internado pareció tomarse mi educación como algo personal. Era una mujer muy atractiva y casi intimidante, que podría, perfectamente, pasar por la hermana de mi madre si no fuera por algunas sutiles diferencias. De todas formas si que había algo que compartían las dos. Mi directora llevaba siempre puesta una joya antigua igual a la que siempre había llevado mi madre. Se trataba de una cadena de plata en cuyos extremos estaban fijadas sendas trencillas de lo que parecía cabello humano. A la vez que unas pequeñas figuras en miniatura de lo que parecía un extraño lagarto bípedo y alado con la cara llena de tentáculos. Los ojos de cada una de las efigies brillaban con la ultraterrenal luz que les prestaban unas amatistas engastadas en las órbitas. El metal, daba la impresión de ser muy antiguo y de tener aleado algún mineral que no era de este mundo. Al final opté por pensar que muy probablemente la Directora y mi madre se conocían y que tal vez las dos joyas procedieran de una misma fuente.
Lentamente pasaron los años de mi aprendizaje siendo el único contacto con mi hogar, las periódicas visitas de aquel extraño hombre de negro, que parecía ostentar una gran familiaridad con la directora del centro. Y por fin, al cumplir los veintiún años fui llamada al despacho de la directora. Dónde, en presencia de ésta, el extraño secretario de mi madre, me comunicó que puesto que había cumplimentado ya mi educación, se me iba a facilitar el dinero suficiente para que viera mundo y fuera presentada en sociedad. Podría viajar tanto como quisiera y cuando me casara, sólo tendría que llamar al internado y hablar con la directora, y ésta, lo arreglaría todo para adquirir una casa, un coche y lo que necesitara en la ciudad de Europa que yo deseara. La única condición era que debía de pasar al menos un año residiendo independientemente antes de volver a mi casa en Dunwich. Se me comunicó que esto se hacía para que aprendiera a dirigir mi vida yo misma después de tantos años de dependencia de los demás.
Así lo hice, y me dediqué durante seis meses a viajar por todo el mundo. Visité sitios tan dispares como Río de Janeiro y el Tíbet o Kenia y los bosques de Canadá. A veces, en algunos de estos diferentes parajes, me parecía entrever portadas por mujeres de singular belleza, joyas iguales a la de mi madre. Pero, si alguna vez quise comprobarlo, me fue imposible puesto que sus dueñas parecían evaporarse entre el gentío.
Al fin decidí establecerme y escogí como ciudad París. En esta ciudad seguí las instrucciones del hombre de negro y compre un apartamento doble con vistas al Sena. Conseguí establecerme como crítica de arte en una galería y comencé a frecuentar la noche parisina... Al cabo de un tiempo era ya muy conocida tanto por mi trabajo, como por mi reputación de joven heredera millonaria. Lo cual me abrió la puerta a fiestas exclusivas de altísimo nivel y, fue allí donde finalmente lo encontré.
Se llamaba Nikonos Arbulaitis, pero todo el mundo lo llamaba Niko. Era un joven de veintisiete años, de tez muy morena y cuerpo que haría palidecer de envidia a Apolo. Llevaba el pelo algo más largo de lo normal y recogido en una coleta. Con su profundo color ala de cuervo, todavía hacía más sensual su cara mediterránea. Un anillo de oro en su oreja izquierda le daba un cierto aspecto piratesco. Unos ojos de iris negrísimos y una boca bien delineada hacían irresistible el conjunto. A todos los efectos, era el relaciones públicas de varios de los locales nocturnos más importantes. Pero, todo en su aspecto, su traje Armani, sus colonias caras y su forma de tratar a las mujeres decía su verdadera ocupación... “gígolo”...
Yo, ya había tenido mis experiencias con los hombres, de hecho, el viaje alrededor del mundo me había servido para evidenciar que mi figura y rostro resultaban muy atractivos para los varones. De todas formas, Niko me sedujo como nadie lo había hecho hasta el momento. Me dijo, que todas las demás mujeres eran sólo una forma de mantenerse, que la infancia, carente de casi todo en las calles de su Creta natal, le había volcado a explotar su único capital en esta vida, su físico. Que al poco de cumplir los dieciséis años se había dado cuenta que le vida le había negado. Tan solo tenía que ser amable y, complacer a las mujeres.
Sus planteamientos llegaron a mi corazón y acabé justificando su actitud. Casi sin saber cómo, me encontré tomando la última copa con él en mi apartamento. Hacía rato que estábamos sentados en el sofá cuando de pronto, se giró a medias hacia mí para darme la cara y se me acercó. Su larga melena cayó hacia la izquierda, aún no había contacto entre nosotros.
—¿Me deseas? —¡dijo susurrante como el oleaje—¿Quieres hacer el amor conmigo...?
—¡Sí.
Dije trémulamente. Noté una extraña anticipación que nunca antes había sentido. Miré al fondo de sus ojos mientras mi vientre se tensaba. Pasé mi lengua por los labios resecos y noté un extraño estremecimiento en la base de la columna.
Él, no dijo nada más. Sentí más que vi la proximidad de sus brazos mientras me envolvían. Vagamente intuí el ardor desenfrenado de la música “blues” que asomaba de fondo justo un instante antes de que sus labio cubrieran los míos. Inmediatamente mi boca se abrió bajo la suya y noté, como nuestros cuerpos, también se apretaban por entero haciéndome generar calor entre los senos, en el vientre y la unión de mis muslos.
Casi parecí arder cuando sus labios me acariciaron el largo cuello y recorrieron la superficie redondeada de la clavícula. Sus manos tiraron de la parte superior de mi vestido. Yo, le apliqué los labios al lóbulo de la oreja y lo cosquilleé con la lengua dando vueltas y más vueltas como la última gaviota hambrienta sobre el cielo nocturno de la playa.
Me hizo levantar los brazos y el vestido salió fácilmente por arriba. Con una mirada apreciativa a mis pechos, se inclinó adelante para lamer las axilas y continuar muy despacio hacia los enhiestos y enardecidos pezones.
Mis dedos, con desesperación y urgencia, lo despojaron de su camisa y bajaron la cremallera de sus pantalones. Me puse en tensión de nuevo, cuando el me besó con los labios abiertos la suave curva de los senos y fue descendiendo hacia dentro en espiral.
—¡Por favor...! —¡musité yo—¡Por favor...!
Y le hice salir de sus pantalones con el aparato genital casi erecto, con premura lo llevé a la excitación total acariciándolo delicadamente mientras él, me mordisqueaba los pezones.
No podía esperar más. Cuando me disponía a bajarme las sutiles bragas de seda él, me detuvo y me levantó de la alfombra poniéndome una mano debajo de las nalgas y la rabadilla para dejarme caer de nuevo en el sofá. Luego, se inclinó sobre mis muslos y buscó con los labios las suaves aras internas de la misma, para moverse luego hacia arriba hasta mi monte de Venus cubierto de seda.
Mis dedos se tornaron blancos al asir con fuerza los bordes del sofá. Su lengua, exploró la seda húmeda y yo, gemí otra vez mientras se arqueaba la espalda.
Comenzó a lamerme salvando la tenue barrera de seda y mis manos le cogieron la cabeza acariciándole las orejas. El se movió un poco hacia arriba rodeando mi vulva con los labios a la vez que con sus manos arrancaba la seda. Yo, le arañé la espalda y crucé con fuerza mis piernas sobre su espina dorsal y, mientras me arqueaba hacia arriba, lancé un chillido inarticulado.
A renglón seguido, y todavía húmeda y febril, le hice tenderse de espaldas cabalgando sobre él. Entonces, justo cuando sus manos se apoyaban restregando mis senos turgentes, perdí todo el dominio sobre mí misma y me llené de fuego hasta la garganta.
Al cabo de una semana se había trasladado a mi apartamento y estabamos compartíamos una vida agitada. Por las noches, vivíamos una fiesta continua y durante el día, hacíamos el amor de una forma casi animal. Éste, era el estado de las cosa hasta que un día apareció él...
En el umbral de la puerta se encontraba el hombre de negro. Sencillamente, alargó la mano hacia mí y me entregó un estuche de terciopelo negro. Al abrirlo, vi que dentro descansaba la antigua joya de mi madre. Le miré a los desvalidos ojos y me dijo...
—¡Ella se ha ido... ! —tras lo cual añadió—. Ha llegado el momento de que asumas el destino para el cual has sido preparada. Debes volver a Dunwich y hacerte cargo de la herencia familiar.
Yo, seguía contemplándolo incapaz de llorar. Él me contempló impávido y añadió...
—¡Debes hacer lo que tu interior te dicte. En todo caso, debes de saber que en el momento en que aceptes esta joya arcana, tendrás que estar dispuesta a aceptar las cosas como vengan sin fijarte ningún tipo de límite... y, vivir plena conscientemente sin sujetarte a más leyes morales que las que tu marques...
Dicho lo cual, se dirigió a las escaleras bajando en dirección a la calle. Cuando me hube repuesto de la impresión me dirigí hacia la barandilla y miré hacia abajo, el extraño había desaparecido.
Viví al interior del apartamento y le expliqué a Niko que mi madre había muerto y tenía que volver a los Estados Unidos, a lo que él me comentó que me acompañaría.
Y ahora estoy aquí, en la terraza, intentando comprender el porqué de todo lo sucedido.
Al llegar a la mansión familiar sentí el impulso de ponerme la joya y en cuanto lo hice, las cosa parecieron adquirir otra dimensión insospechada... las mentes y las almas de las personas parecían estar abiertas como libros para mí. Me estremecí al leer las verdaderas intenciones de Niko. Él, intentaba que yo lo nombrara heredero universal, y entonces, al cabo de unos meses, yo sufriría un inconveniente accidente. Después, al cabo de un tiempo, el joven heredero, podría volver a París a gastar su recién adquirida fortuna. Así se mantenía realmente, yo no sería nada más que una, en una larga lista.
Aquella noche me vestí especialmente para él. Me puse un vestido negro que había pertenecido a mi madre, y bajo él, el más sugestivo conjunto de ropa interior que encontré en mi vestuario. Hecho lo cual y con la joya puesta, bajé al comedor. Tras una cena romántica con velas y en la que hablamos de cosas sin importancia, despedí a los criados y pasamos al salón. Allí, le hice sentar en un sofá y le pregunté si recordaba la primera vez que habíamos hecho el amor. Él me respondió...
—¡Cómo no voy a recordarlo, fue en un sofá como este...! ¿por aquel entonces tu eras una chiquilla sin apenas experiencia...!.
Yo le miré, entre sardónica y divertida y le dije...
—¡Pues relájate y te demostraré lo que he aprendido...!.
Me arrodillé ante él y le despojé de toda su ropa mientras yo me desnudaba conservando, tan sólo, e liguero y las negras medias de seda. Me incliné hacia adelante y atrapé en mi boca su masculinidad. Rodeé con los labios su glande... apretándolo suavemente. Mi lengua, lamió lasciva y suave recorriéndolo de arriba abajo mientras mi mano, acariciaba su escroto. Noté como gemía incontrolado y cada vez que él parecía eyacular yo, paraba un momento, apartaba la boca y le apretaba la base hasta que el espasmo remitía. AL final, casi borracho de placer, me pedía a gritos que terminara...
Con un contoneo sensual me monté sobre él y cabalgando fieramente haciéndole llegar al clímax, justo en ese momento en el que la eyaculación embotaba todos sus sentidos, acerqué suavemente mi boca a su cuello y mordí violentamente su yugular con mis colmillos que creciendo de golpe, se habían desarrollado hasta tomar la apariencia de los colmillos de un lobo. Por supuesto, la neurotoxina segregada por mi saliva lo paralizó casi al instante pero, no amortiguaría para nada el dolor ni las demás sensaciones.
Con una carcajada sardónica me bajé de su cuerpo dejándolo como una marioneta rota. Ahora que había bebido su sangre, todos sus síntomas serían los de un ataque cardíaco. En una última prueba de desdén, besé sus paralizados labios y le cerré los ojos. Por supuesto, le daría el mejor entierro que el dinero pudiese pagar, iba a ser muy estimulante pensar en su cerebro vivo por toda la eternidad mientras los gusanos hacían su trabajo.
Y como os contaba, ahora estoy aquí, y tengo la seguridad de que mi madre no ha muerto. Probablemente se halle ahora en Suiza en un muy especial internado, y se, que cuando llegue el momento, yo también daré a luz una hija que criaré según la norma..., y tarde o temprano yo, también iré allí cuando llegue mi hora, aunque o moriré nunca, porque soy lo que los humanos llama un sucumbo, un vampiro demoníaco... una de las de la gran raza.
Una última advertencia para todo aquel que oiga esta carta. Si alguna vez es publicada, significará que yo he abandonado la vieja casa de Dunwich y recorro el mundo cazando. Así pues, si alguna vez encontráis a una mujer que cumple lo que pensáis y nunca os atrevisteis a decir, cuidado... puedo ser yo...
¿Os ha gustado... viciosos seres de la noche...?
En todo caso a mí si me gustó cuando lo oí. Recuerdo que me dio el manuscrito una extraña mujer que vino a depositar flores en este panteón en el que estoy sentado. Un panteón en cuya lápida pone algo así como... “Nikonos Arbulaitis... lleva mi beso durante toda la eternidad...”
Por cierto, a menudo, en las noches tranquilas, parece que detrás de la lápida se oigan gemidos ahogados. Pero claro, seguro que se trata de las ratas... ¡Porque, nadie puede estar vivo en la mente mientras su cuerpo se corrompe! ¿no?...
Y llega el momento de despedirse, no sin antes dedicar mis saludos a todos vosotros, los seres nocturnos…
Lou Cypher
ENTREGAS ANTERIORES