Hoy os quiero presentar un cuento oscuro, un relato de mi autoría que escribí en el año 2018 expresamente para la voz de Toni López. Espero que disfrutéis de esta fantasía con un ligero toque tenebroso e infantil que, como os digo, podéis escuchar en la voz de Toni López. Os dejo también el enlace al final del post ;)
Era como un bello y exótico pajarito. Un pajarito encarcelado en una jaula de oro llena de caprichos y maravillas procedentes de todas partes del mundo. Puede que existan quienes piensen que una condena semejante bien podría ser el paraíso, pero para ella tenía el significado estricto de la palabra. El sabor amargo de sus lágrimas la transportaba a lugares en los que el cielo lloraba lágrimas de sangre.
Los amaneceres, prístinos, le regalaban el fulgor que un sol radiante y cálido proyectaba a través de la pétrea ventana. Cada vez que abría los ojos contemplaba desesperada la belleza de aquella estancia ordenada y llena de hermosas pertenencias. Lo primero que veía era el hermoso y barroco mueble, lleno de cajoneras y ribetes dorados, donde guardaba sus secretos de belleza. En la parte superior, un enorme espejo ovalado con los bordes bañados en plata y un coro de angelitos tallado alrededor le servía para acicalarse. En la encimera reposaban horquillas doradas, un peine de cristal con forma cuadrada y varios frascos de cerámica, dentro de los cuales guardaba collares de plata y otras joyas preciosas. El ritual que realizaba cada mañana, nada más despertar, era siempre el mismo: se levantaba de la cama, cubierta por un dosel de madera labrada del que colgaba una cortina sedosa y transparente. Al lado de su lugar de descanso, sobre un pequeño diván aterciopelado, solía encontrar cada día un lujoso vestido y un frasco de perfume con los que engalanaba y daba un olor seductor a su delicado cuerpecito. Después se sentaba en el tocador y acicalaba su bello rostro.
No recordaba cuánto tiempo llevaba encerrada en aquel Torreón, solo sabía que cada vez que miraba por la ventana el alma le dolía al comprobar la terrible distancia que la separaba de la verde hierba. No era capaz de recordar nada, por eso a menudo se preguntaba cuán terrible debía haber sido su falta para verse condenada a esa privación de libertad tan terrible e incierta.
Muchos fueron los príncipes que acudieron con intención de rescatarla, pero la suerte de todos ellos era la misma: una terrible y feroz bestia alada abría sus tremebundas fauces sobre las cabezas de los incautos, que morían decapitados y convertidos en irreconocibles amasijos de carne.
¿Qué era esa terrible criatura que la privaba de libertad? No acertaba a comprender por qué aquel monstruo asesino no se había cebado en sus carnes. Cuando la más profunda desesperación se apoderaba de su frágil alma solo pensaba en terminar con su vida, pero nunca tenía el valor suficiente. Recordaba que una vez se sintió tan triste y cansada que, cegada por la agonía, asomó medio cuerpo por la ventana con la intención de arrojarse al vacío. Escuchó un feroz bramido y palideció, después sintió cómo una sombra se cernía sobre su cabeza y un tajante golpe la conducía al mundo de los sueños. Cuando despertó de la conmoción estaba tumbada sobre la sedosa colcha y todo seguía como siempre. Jamás volvió a cometer una locura semejante.
Pero ella no comprendía que los planes que le tenía reservado el destino sobrepasaban su imaginación. Aquellas noches fueron las últimas en las que lamentó su mundana existencia. Una luna llena de color fuego refulgía en aquel firmamento oscuro. La negrura de la noche estaba iluminada por millones de estrellas; brillantes y lejanas luciérnagas que iluminaban su dulce pena. El mundo le parecía hermoso a pesar de sentirse más inquieta. La tercera noche experimentó la más asombrosa de todas las sensaciones: se sentó en el tocador y comenzó a peinarse, entonces advirtió que sus pupilas estaban inusualmente dilatadas. Se asustó y notó cómo se le aceleraba el corazón. Un lejano aunque contundente ruido la puso en guardia. El sonido creció hasta convertirse en un ritmo acompasado y poderoso. Volvió a mirarse en el espejo y de su garganta brotó un grito desgarrador. El ritmo se había transformado en una melodía rápida y siniestra acompañada de un coro de voces ambiguo y siniestro.
Corrió hacia la ventana con el rostro lleno de lágrimas. La visión que tuvo fue hermosa y sobrecogedora a un mismo tiempo: los planetas se alineaban en círculo, formando una curiosa conjunción cromática. A su alrededor, las diminutas luciérnagas dibujaban diferentes figuras que danzaban y se contorsionaban con viveza. Contempló el espectáculo en silencio, impertérrita y fascinada. Parecía una bella estatua desprovista de emociones.
Los coros se convirtieron en un estruendo; sintió entonces una brisa cálida y comprendió que no estaba sola. Atemorizada, contempló la enorme sombra que, recortada en la oscuridad, la observaba con un brillo maligno en sus ojos. La criatura abandonó las tinieblas, mostrando su gran tamaño y su piel cartilaginosa. En el lomo tenía dos enormes alas huesudas surcadas por capilares. El engendro se arrodilló y le tomó la mano. Curiosamente, ella había dejado de sentir miedo.
El ser volvió a levantarse, la tomó en brazos y la condujo frente al tocador; ella volvió a contemplar su imagen, pero esta vez con orgullo: su rostro se había vuelto afilado y su piel casi transparente, el tegumento estaba trazado por un mapa de arterias y capilares. Las amarillentas y alargadas pupilas le ofrecían una percepción desconocida del mundo. A pesar de todo, se sentía hermosa. Una cálida vibración recorrió su anatomía cuando el aliento fétido de la criatura resopló en su oído y pudo escuchar aquella voz aberrante y, a la vez, gloriosa:
—Sé libre..
Siguió el ritmo de los tambores ceremoniales y corrió hacia la luz. Sus alas se desplegaron como dos gigantescas velas púrpuras y la convirtieron en una lejana estrella.
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