viernes, 3 de septiembre de 2021

La verdadera historia de Jack el destripador

 




El pasado martes, 31 de agosto del año 2021, se cumplieron 133 años de uno los crímenes más tristemente célebres de la historia: el cruel homicidio de Mary Ann "Polly" Nichols, la primera víctima de Jack el destripador. La leyenda negra había dado comienzo, trasladándose, inevitablemente, muchos años después, a la ficción en forma de cómics, libros o peliculas. A día de hoy, los crímenes de este asesino siguen siendo un misterio, además de muy rentables. Se trata de un fenómeno sin precedentes, una cruel historia que hoy queremos rememorar en Caosfera con la ayuda, como no, de nuestro colaborador y gran experto: Gabriel Pombo. 

 En esta ocasión, os traemos un curioso relato titulado La verdadera historia de Jack el destripador, relato que podemos encontrar a su vez dentro de la novela más conocida de Gabriel: El animal más peligroso. Sin más dilación, aquí lo tenéis:


Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres. Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los ciudadanos británicos estaban acostumbrados. Lo que llenaba de terror a la población inglesa consistía en unos sucesos mucho más macabros. No era para menos. Desde aquel mes de agosto los periódicos no paraban de informar que en los barrios bajos del este de la capital -sobre todo en el maltrecho distrito de Whitechapel- un maníaco venía asesinando a mujeres de vida alegre. Los crímenes tuvieron su inicio en la noche del 7 de agosto cuando Martha Tabran murió violentamente, tras recibir treinta y nueve puñaladas. A esa desdichada la acompañaron en fatídico destino Mary Ann Nichols, el 31 de agosto, Annie Chapman, el 8 de septiembre, Elizabeth Stride y Catherine Eddowes, ambas durante la madrugada del 30 de ese mes y -después de una engañosa interrupción- la joven y bella Mary Jane Kelly el 9 de noviembre.

  Con cada nuevo homicidio el ejecutor se tornaba más feroz y más convencido de que nunca lo iban a detener. La espantosa lista de víctimas, lejos de concluir, proseguía agrandándose, y la policía británica -la famosa Scotland Yard- se mostraba impotente para capturar al sádico delincuente. Por si fuera poco, esa tarde se volvió inesperadamente sombría: una falla en el sistema de farolas a gas, que por entonces iluminaba a la Inglaterra gobernada por la reina Victoria, sumergió a los londinenses en la más tétrica de las penumbras.

  Ese atardecer, el asesino que la prensa bautizaba con el alias de "Jack el Destripador" estaba decidido a atacar de nuevo. Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa y saco negro, y corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su sombrero de copa favorito.

  Salió de su residencia con paso firme, casi presuroso, sin olvidar llevar consigo el maletín de cuero -similar al que usaban los médicos de esa época- en cuyo interior escondía un juego de cuchillos de recia empuñadura que, con mucho esmero, acababa de afilar. Una vez que avanzaba sobre las adoquinadas calles llamó su atención la cerrada oscuridad que inundaba todo a su alrededor, aunque aún faltaba bastante para que cayera la noche.

  —¡Maldito apagón! —, se dijo contrariado.

  Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a beber una copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas.

  Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente, las acechaba sigilosamente y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponer la menor resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta.

 —Esta noche no va a ser la excepción —pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro.

  Sin embargo, esta vez Jack, quien usualmente apenas bebía alcohol, precisaba un trago de whisky. No lo necesitaba a fin de infundirse coraje antes de matar, pues para él la vida humana nada significaba. Deseaba ingerir una generosa ración de licor antes de ponerse a conversar con un extraño al cual contarle las ideas que rondaban por su cabeza. Quería jactarse de sus tristes hazañas, y anunciar a otros las maldades que, en un futuro cercano, planeaba cometer.

 —Uno será muy asesino, pero es un ser humano al fin y al cabo —se dijo.

  La ocasión le venía de perillas porque no se veía nada a causa del apagón, por lo cual nadie lo iría a reconocer ni podría, por ende, denunciarlo. Llegaría a una taberna, pediría al cantinero que le sirviera un trago, y hallaría a algún parroquiano a quien hacer partícipe de sus confidencias y, de paso, pegar un gran susto.

  Caminó y caminó, hasta advertir unas luces muy tenues cuyo reflejo le permitió vislumbrar una entrada. Una taberna abierta y oscura, sin duda. Ingresó, y enseguida oyó el parloteo de varias personas dialogando. Voces masculinas todas ellas, ninguna voz femenina alcanzó a percibir.

 Tal cosa era normal porque a esa hora tan temprana las mujeres de vida alegre aún no comenzaban su labor. Sólo había hombres: marineros, oficinistas aburridos, y obreros que cansados de su jornada en las fábricas acudían a las cantinas para relajarse bebiendo licor.

Tropezó en medio de la penumbra con una silla sobre la cual se sentó, al tiempo que se quitaba su sombrero de copa.

 —¡Boby! —llamó con voz autoritaria.

 Cuando no conocía el nombre del tabernero nunca le fallaba requerir ser atendido por algún empleado que se llamara Boby, dado que el diminutivo de Robert era muy común en la Inglaterra victoriana.

 No fue diferente esta vez, y de inmediato escuchó el rumor de unos pasos aproximarse.
—¿Qué se le ofrece mister?

—Pues que me sirvan una jarra de cerveza. ¡No! mejor sírveme un vaso de whisky. Escocés por supuesto. Esta noche tengo muchas ganas de hablar con alguien, y beberme un whisky será un buen comienzo.

 Hizo una pausa mientras procuraba distinguir entre las sombras las facciones de su interlocutor.

  —En realidad mister, no creo que aquí podamos ayudarlo. Si usted busca con quien hablar deberá dirigirse a otro sitio.

  Fue la fría respuesta.

  Jack hirvió en cólera. Era hombre de pocas pulgas al cual le disgustaba que lo contradijesen.

 —Claro que me servirás, cantinerito de cuarta —, rugió con mal humor. —Me traerás el trago que te ordeno, y me escucharás muy atento, te guste o no.

  Realizó un paréntesis a fin de dar más énfasis a sus amenazas.

  —¿Sabes con quién estás tratando mocito? Pues nada menos que con el tipo al cual todos llaman Jack el Destripador. No necesito aclararte porqué me apodan así. ¿No crees?

 Las rudas palabras del criminal parecieron surtir efecto. El sujeto anónimo pareció tragar saliva, y cambiando de tono le dijo respetuosamente:

 —Disculpe usted. Con esta tremenda oscuridad uno no puede saber con quien está tratando. Claro que haremos todo lo posible por servirlo.

  Repuso, y con un gesto rápido de su mano llamó a un compañero. Cuando unos pasos se aproximaron Jack oyó que el primero le decía al otro:

  —El señor es Jack el Destripador. Nos hace el honor de visitarnos. Ve a la trastienda en busca de una botella de scotch, de la máxima calidad.

 Más calmado, al comprobar que sus órdenes eran obedecidas, el delincuente prosiguió:

  —Bien muchacho, así está mejor... Bueno, como te decía, no sé porqué razón, pero mientras caminaba rumbo a esta taberna me vinieron una enormes ganas de hablar con alguien, con un desconocido. Y ahora que te has puesto amable creo que te elegiré a ti para hacerte algunas confesiones...

Jack pudo sentir que la respiración de su anónimo oyente se tornaba más pesada... 

  —Este pobre cantinerito debe estar muerto de miedo, ja, ja. 

  Pensó, y esa idea lo puso de ánimo alegre. Siempre resultaba bueno sentirse distendido en aquellas noches cuando se aprestaba a salir a "trabajar" provisto de sus filosos cuchillos. Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría al oír los gritos de sus víctimas, y mientras emprendía la huida por las estrechas callejuelas burlando a los estúpidos policías. No obstante, sabía que soportar mucho stress era malo para su salud.

  —Lo escucharé con toda la atención que usted se merece. 

 Respondió suavemente el otro.

 —Bien Bobby, te contaré porqué maté a la primera. A esa gorda fea, la cual,al día siguiente leyendo los periódicos, supe que se llamaba Martha Tabran. Yo estaba en la taberna "El Angel y La Corona" y me aprontaba para retirarme cuando la mujer iba saliendo del brazo con un guardia de la Torre de Londres. Un muchachito que, se veía a la legua, estaba gozando de su día franco, y al cual no se le ocurrió mejor idea que gastarse la paga con una apestosa como esa. ¿Sabes? La muy furcia estaba borracha, y al pasar me dio un pisotón. Sé que lo hizo sin querer. Pero, ¡por mil diablos! ¡cómo me dolió!, me apretó justo la uña encarnada. Bueno, claro que no decidí matarla sólo por eso. Pero la seguí hasta la calle para insultarla a ella y al mequetrefe que tenía por cliente, y al aproximarme logré verle bien la cara...y ahí fue que me vinieron unas ganas bárbaras de cortar su grueso pescuezo. ¿Quieres saber por qué?

 — No me puedo imaginar. Dígamelo Mister

 —Pues porque la cretina era idéntica a mi tía Etelvina. La muy zorra de mi tía que me hacía la vida imposible cuando yo era chico. La vieja hace años que está muerta. De niño siempre quise vengarme de ella, pero se murió antes de que yo llegase a ser adulto. Y ahora, al verle el rostro bajo la luz de aquella farola a gas a Martha Tabran, supe que mi tía se había reencarnado en ella. Esa fue la primera vez que lo hice. Treinta y nueve tajos le pegué. Tuve que darle tantos para liquidarla porque el puñal lo llevaba desafilado.
Después de esa vez siempre voy preparado y llevo al menos un par de cuchillos bien afiladitos, ja, ja.

  —Y a las demás mujeres: ¿También las asesinó porque se parecían a su tía?

  —No te hagas el chistoso Bobby Las maté porque le agarré el gustito a la sangre, ja,ja. Además, con lo idiota que es nuestra policía de seguro nunca me van a atrapar,

  —No tengo el gusto de compartir su mala opinión sobre la policía de Londres.

  —¿Y tú que sabes de eso infeliz?

  Como ya hemos dicho al criminal no le agradaba que lo contradijeran.

  —Aquí en Inglaterra todos los policías son idiotas, ¿me oyes? Y dicho sea de paso: ¿para cuándo el whisky?

  —Disculpe Mister, mi compañero demora porque fue hasta la bodega a buscar un whisky acorde a la calidad de un distinguido visitante como usted.

  —Bueno, pero que no tarde. Me muero de ganas por beber un buen trago. Como te venía contando, una vez que uno le agarra la mano a esto de cortar cuellos y destripar ya no se puede parar.

  Hizo una interrupción teatral para asustar a su interlocutor, y remató:

  —Y esta noche, cuando salga de esta taberna, pienso despachar a un par de prostitutas más, por lo menos.

  Se quedó aguardando el efecto que surtían sus amenazas. 

  —El tipo a esta altura debe haberse hecho encima de los pantalones , ja,ja.

 Supuso, mientras saboreaba la agradable sensación de causar miedo. Sin embargo, un nuevo comentario de "Boby" volvió a sacarlo de sus casillas.

  —Como ya le dije, pienso que la policía de acá no es tan tonta como usted cree. Es más, me parece que su carrera criminal ha terminado, y que ya no podrá asesinar a ninguna mujer más.

  Le retrucó con inesperada serenidad el otro.

  —Claro que seguiré despanzurrando prostitutas a diestra y siniestra. ¡No dejaré de matarlas hasta que me harte!

  Bramó el homicida múltiple.

  —¿Quién se piensa este desgraciado que es? —se dijo—. Como me siga llevando la contraria abriré mi maletín, tomaré uno de mis cuchillos y le rebanaré el cuello. Lástima que no puedo verlo con esta maldita oscuridad...

  Pero antes de que pudiera ejecutar movimiento alguno escuchó a su oponente repetir:

  —Le aseguro que su carrera criminal ha terminado y que ya no volverá a lastimar a nadie más.

  El timbre del otro sonaba curiosamente muy seguro.Tanta rabia le provocó esa afirmación y el tono con que la misma fue dicha que, por instinto, Jack adelantó sus manos con ambos puños crispados amenazando hacia las sombras, hacia donde provenía la voz de aquel impertinente fastidioso.

  —¿Cómo te atreves a decirme que ya no podré volver a matar a quien a mí se me antoje?

  Rugió totalmente fuera de sí el Destripador.

 —Porque usted no se encuentra dentro de una taberna. ¡Estas son las oficinas de la jefatura de policía de Scotland Yard!

  Le espetó secamente el agente, al tiempo que cerraba un par de esposas en torno a las muñecas del atónito asesino en serie.


 Si sois más de audiorelatos, aquí tenéis la versión narrada de esta historia por parte del equipo de Lux Ferre Audios:




 También podéis escuchar los especiales de Martes de terror, con los relatos de Robert Bloch: Atentamente Jack el destripador, y Un juguete para Juliette, amén de la intervención de Gabriel Pombo:







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