viernes, 6 de agosto de 2021

Manteca de cacahuete

 




En más de una ocasión, he colaborado con la amabilísima gente de Revista Tundra, un punto de encuentro para autores de gran calidad. Hace ya algún tiempo, fui también contactada por Revista Tártarus como escritora invitada gracias, precisamente, a la recomendación de los amigos de Tundra. Acepté el reto y escribí este humilde cuentecito por encargo que apareció, por vez primera, en el número 15 de susodicha revista, correspondiente a Junio de 2019. reitero mis agradecimientos tanto a Tundra por la recomendación, como a Tártarus por la publicación. Y a partir de hoy, podéis disfrutarlo también en Caosfera, su casa, el refugio de esta mente loca, ni más ni menos que donde debe estar...




Hace mucho, mucho tiempo, en la China imperial vivía un emperador bueno, muy querido por su pueblo. El hombre era feliz, pero le quitaba el sueño que su hija no mostrase interés alguno en contraer matrimonio. Desesperado, le pidió a la princesa que pusiese una única condición para escoger un marido. La joven adoraba a su padre, por lo que accedió a su petición. La condición que puso era pretendidamente imposible: se casaría con aquel caballero que le regalase una rosa azul...


  —Jo, mamá, nunca he visto una rosa azul...

  —Yo tampoco.

  —¿Existe alguna en el mundo?

  —No puedo saberlo.

  —¿Algún príncipe encontró una rosa azul?

  —¿Quieres que te siga contando el cuento o no?

  —Vale vale. Perdona.


  Los caballeros del reino se rindieron ante esta petición imposible. Sólo tres de sus pretendientes se propusieron encontrar la codiciada flor. El primero de ellos era un guerrero que marchó a tierras lejanas. Ordenó a un orfebre que tallara un zafiro azul con la forma de una rosa. La princesa se mostró agradecida, pero rechazó el presente al no tratarse de una flor.

  El segundo de los pretendientes era un jurista que mandó fabricar un vaso de cerámica con una preciosa rosa azul dibujada en el centro. Evidentemente, también fue rechazado.

  Llegó el turno del tercero, un mercader que había acudido a la mejor floristería del reino para conseguir la preciada flor al precio que fuese. Al no conseguirlo, decidió teñir una rosa blanca y consiguió engañar a la princesa. Pero una mariposa se posó sobre la flor y murió envenenada.


  —Jo... Entonces nunca se casó.

  —Ay hija, déjame terminar el cuento.

  —Vale vale.


  Un día conoció a un apuesto trovador que cantó bajo su ventana. El joven le sonrió y alabó su belleza. Emocionado, le tendió una flor blanca y la princesa dijo que esa era la única y verdadera flor que había estado buscando toda su vida. Se marchó con su amor a las montañas y jamás se supo de ambos. Se dice que ambos son inmortales, ya que su amor prevalece convertido en una rosa azul, la única que existe en el mundo y que los hombres jamás podrán encontrar.

 —Entonces, ¿la princesa se convirtió en una rosa a

 —Ajá.

 —¿Y las rosas azules pueden convertirse en princesas?

 —Bueno, primero hay que encontrar una para saberlo...

 —¿Y se riegan igual que las demás flores?

 —Pues...digo yo

 —¿Y seguro, de verdad de la buena, que hay solo una en el mundo?

 —Eso parece.

 —Pues no me lo creo.

 —Bueno hija, que ya es tarde.

 —Yo quiero una rosa azul.

 —Ya hablaremos, ahora acuéstate.

 —¿Tendré mi rosa azul, la tendré, la tendré?

 —Si no te acuestas no.

 —Vale vale vale, ya me duermo.


 Soñó con princesas que se convierten en flores y con flores que se convierten en princesas. Pronto se acercaba su cumpleaños y tenía claro lo que quería: una rosa azul, así se lo había hecho saber a su mamá y así se lo haría saber a su papá. Cuidaría la rosa azul día y noche, para que se convirtiese en la princesa más hermosa del mundo entero.

  Así fue como al final tuvo su preciado regalo el día que cumplió los siete añitos. Papá y mamá habían encontrado la única rosa azul del mundo para ella, y se la entregaron en una maceta rosa que venía envuelta en una pequeña cúpula de cristal. Al principio no entendió por qué, pero su mamá le dijo que era una flor mágica y que estaba prohibido regarla. Evidentemente, la flor era sintética y no deseaban que la niña se llevase una desilusión.

  Puso la flor en su cuarto y esperó, pero los días pasaban y no daba señales de convertirse en princesa. Comprendió que faltaba algo. Quizá unas palabras mágicas, o puede que algún tipo de ingrediente secreto. Hasta que una noche, mientras mamá le contaba uno de esos preciosos cuentos que tanto le encantaban cayó en la cuenta: sin un príncipe no hay princesa, ¿cómo no lo había comprendido eso? Si un príncipe besaba a la princesa esta se despertaría de su letargo.

  Necesitaba un príncipe guapo, porque a las princesas solo les gustaban los príncipes guapos. Pero no conocía ningún principe, así que pensó que tal vez un chico guapo podría despertar a su princesa. E inevitablemente pensó en Javi, un niño de su clase con los ojos verdes.

  —Te invito a merendar a mi casa.

  —Pues no.

 —¿Por qué no?

 —Porque eres tonta.

 —Pues tú te lo pierdes, porque te iba a enseñar una cosa que no ha visto nadie.

 —¿El qué?

 —Pues no, ya no quiero.

 —Quiero verlo.

 —Pues no, porque no quieres merendar conmigo.

 —Venga vale, voy.


  Sus papás no estaban esa tarde y la abuela llegaría un poco más tarde, así que dejó que Javi la acompañara. Sonriente, abrió la puerta y llevó al niño a su cuarto.


 —Mira, es mi regalo de cumpleaños.

 —Es solo una flor.

 —Pues no, listo, es una princesa.

 —Mentirosa, es solo una flor,

 —Si le das un beso verás cómo se convierte en princesa.

 —No pienso besar a una flor.

 —No besarás a una flor, besarás a una princesa.

 —Eres tonta. Me voy.

 —Mi mamá ha traído nocilla, y te he dicho que te invito a merendar.

 —Bueno, pero después me voy.


 Bajó a la cocina y preparó una par de emparedados. Subió al cuarto y le dio uno a Javi, que se había sentado sobre el colchón. El niño mordió el pan con despreocupación, pero al segundo bocado comenzó a sentir algo extraño.


 —Sabe a cacahuete, puaghhh


 El niño comenzó a mostrar ronchas por todo su cuerpo, le faltaba el aliento y la glotis se le había inflamado. Cayó al suelo con los ojos en blanco. Ella sonrió, sabía perfectamente que Javi era alérgico al cacahuete.


 Ya no tenía ni princesa ni príncipe, solo un par de sandwiches de nocilla con manteca de cacahuete...




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