viernes, 9 de agosto de 2019

Algún día se encontrarán vol 1




¡Seguimos con la hornada de relatos splatterpunk! En esta ocasión podéis leer la primera parte de Algún día se encontrarán, un relato del escritor José Martínez Moreno, a quien podéis leer en varias antologías. Entre ellas la reciente En nombre del mal, coordinada por el también escritor Narciso Piñero, donde participa junto a una servidora. Recordad que, si os gusta esta historia podéis darle la puntuación que merece al final del post ;)



Zona sur del lago Baikal, Siberia. Octubre de 1799. 


Las estrellas y la luna permanecen silenciosas en el firmamento, pero la abundante nubosidad no permite su visión. Un manto de oscuridad se cierne sobre la inhóspita región mientras el gélido viento sopla inclemente. A pesar de las numerosas tribus que habitan los alrededores, no se ve ni un alma.

  En el corazón del bosque existe un enorme lago que permanece helado durante los fríos y largos meses de invierno. De pronto se escucha un borboteo y un gran témpano de hielo emerge desde las profundidades tras atravesar más de mil seiscientos metros de agua, rasga la capa helada y queda a flote. Hay algo atrapado en su interior: un borrón oscuro de forma antropomorfa. 

   Dos meses después, el deshielo favorece que el bloque sea empujado por las corrientes hacia la orilla. Oculto entre la vegetación, el témpano tarda casi un mes en derretirse y cuando lo hace en el despunte de una mañana también nubosa y fría, deja a la vista el cuerpo desnudo de un hombre. O algo con aspecto de hombre. 

  Apenas dos horas después de que la extraña criatura sea liberada de su cárcel de hielo, un claro se abre entre las nubes y permite vislumbrar, durante unos segundos, el brillo de un cometa atravesando el cielo. Antes de que las nubes imposibiliten de nuevo su visión, el cuerpo celeste emite un imposible destello. 

   En ese preciso instante, el  ser abre los ojos. 


*** 


Cuando amanece, el manto de nubes ha desaparecido por completo. La criatura se  incorpora, no parece afectada por el airé frío que acaricia su piel desnuda. Tambaleante, camina a través del tupido bosque, escudriñando el terreno con atención. No sabe dónde está, no sabe quién es ni cómo ha llegado hasta allí. Pero hay una cosa que sí sabe: está hambrienta.

  Una pareja de jóvenes venados bebe agua muy cerca de donde él se halla, sin mostrar temor alguno. Los observa con indiferencia. Ninguna de las especies que habitan el boscoso terreno calmarán su apetito. Se siente como un bebé que busca por instinto el pecho de su madre. Sabe que para alimentarse debe abandonar aquel lugar. 

  Examina su cuerpo con interés. Comprueba que es robusto y musculado; sus brazos son firmes, sus piernas poderosas y posee un pecho amplio. Ni más ni menos que el cuerpo de un guerrero. Palpa su cabeza y su rostro, lo que le permite descubrir que posee una larga cabellera negra que cae sobre sus hombros, cejas tupidas y una frondosa barba. Tras el breve reconocimiento físico se pone alerta. La pareja de venados huye del lugar de manera precipitada y cuando echa una mirada a su alrededor comprende el motivo: está rodeado de una gran manada de lobos hambrientos. Se acercan poco a poco, estrechando el círculo mientras gruñen de manera amenazante. Sus miradas evidencian un hambre voraz. Las bestias le muestran su afilados dientes, pero él aguarda el ataque sin temor ninguno. Cuando apenas están a diez metros de él, un lobo enorme de espeso pelaje negro avanza. Se trata del macho alfa de la manada, un animal de formidable estampa. Emite un gruñido grave mientras observa al recién llegado con sus magnéticos ojos verdes, como si lo estuviera evaluando. El guerrero clava sus profundos ojos oscuros en los del alfa y el gruñido cesa. Tras unos tensos segundos, el animal adopta la típica postura de sumisión canina: orejas replegadas y rabo entre las piernas. Un momento después vuelve a erguirse con toda su majestuosidad, gira la cabeza hacia la manada expectante y lanza un aullido que es respondido por todos a la vez, formando un coro fantasmal. Tras la tétrica sonata, abandonan el lugar para ir en busca de alguna pieza con la que aplacar su hambre mientras el guerrero los observa marcharse, satisfecho. 

  De pronto, varias palabras le llegan como un fogonazo: «Moscú», «ciudad», «marchar»... Comprende que tiene que partir y se pone en marcha hacia esa distante ciudad. Un largo viaje que debe emprender porque así se lo dicta la voz de su conciencia. 

  Al pasar cerca de un grupo de árboles se fija en el cartel de madera clavado en uno de ellos. Se aproxima y lo lee. Alguien ha escrito en caracteres cirílicos el nombre de ese lugar, de esa enorme extensión de agua dulce: Lago Baikal. Le gusta el nombre, tiene una sonoridad que le fascina y por eso se bautiza a sí mismo con un nombre de semejantes características: Bolkoi.


Varios días después. 

Un callejón cualquiera en un barrio periférico de Irkutsk. Dos mujeres jóvenes: una está viva, la otra yace en el suelo. Sus ojos parecen congelados en un último instante de horror. Tiene la garganta, brutalmente desgarrada por el ataque de unos colmillos hambrientos. A través de la incisión puede verse la tráquea entre los restos de una masa de carne sanguinolenta. El culpable de la masacre acerca su boca hedionda y húmeda al cuello de la otra chica que aún sigue con vida, la cual solloza de terror. El vampiro sabe que le observan, algo que no es novedoso. Comprende que son muchos los seres humanos que, aunque se sienten horrorizados, sienten fascinación al verlo en acción. Sin hacer caso a sus espectadores, se prepara para hundir sus colmillos en el cuello de la joven. Entonces se detiene de pronto y se gira con rapidez sobrenatural. A escasos metros de él, oculta en la penumbra del callejón, se yergue una sombra. Observa a la criatura que se ha acercado en silencio, sin que él lo percibiera. Únicamente El Creador, El Amo, El Primigenio, sería capaz de haberse acercado con tanto sigilo sin ser descubierto. Es algo extraño, una novedad que le disgusta y le incomoda. 

  ¿Quién es ese hombre? ¿Por qué no tiembla ante su presencia? ¿Por qué no intenta huir de él? Son interrogantes que fluyen en la mente del no-muerto, que necesita respuestas. 

  «¿Quién eres?» –proyecta la pregunta con la mente. 

  Es una artimaña que emplea a menudo para confundir y amedrentar a sus víctimas. Aunque no tiene problemas para expresarse oralmente, de hecho su voz es cavernosa y terrorífica, prefiere usar esta vieja táctica. Sin embargo, el desconocido se muestra imperturbable y responde la pregunta del mismo modo que él la ha formulado. 

  «Tu juez. Tu verdugo» –lanza con el pensamiento. 

  Esta cuatro palabras causan gran sorpresa en el vampiro, que no se esperaba semejante respuesta. Pero a pesar de que es la primera vez que alguien le responde de esa manera hosca y amenazante, procura no mostrar debilidad. Una criatura como él está creada para infundir temor, no para sentirlo. Durante sus más de trescientos años masacrando seres humanos y alimentándose de ellos, ha relegado ese inútil sentimiento al olvido. Es poderoso; se siente casi invencible, y esa figura oscura que tiene ahora frente a él, aunque supera el metro noventa con claridad y presenta un aspecto robusto, no es rival para él. Ningún humano lo es. 



  Contempla la insolente sombra mientras deja escapar una risa irónica, con aires de superioridad. 

  —Vas a morir, estúpido humano. Voy a reventar tu garganta y me voy a beber toda tu sangre. Luego arrojaré tu cuerpo al suelo como si fuera otra más de las mierdas de perro que pueblan este callejón repugnante. 

  Hace intención de atacar al desconocido aprovechando su velocidad, pero entonces ocurre algo que consigue provocarle una punzada de temor. La sombra se planta ante él, cien veces más rápido de lo que dura un parpadeo. Pero eso no es todo. De repente su estatura y corpulencia se han duplicado y ahora es enorme, alcanzando casi los tres metros de altura. El vampiro comprende entonces que no se halla ante un hombre. Pero a pesar de su inicial desconcierto no se amedrenta; él alcanza a medir los dos metros de altura y sigue pensando que es superior debido a su sobrenatural fortaleza, por eso se lanza sobre el extraño, dispuesto a destrozarle el cuerpo con sus garras. Adelantándose al ataque, el gigante le agarra ambos brazos con unas zarpas descomunales y los quiebra con una facilidad pasmosa. Entre los jirones de carne blanquecina asoman las puntiagudas esquirlas de los huesos quebrados. La carne se torna  grisácea y viscosa por la cantidad de sangre que resbala a ras del tegumento. El coloso le arranca los antebrazos y le revienta los ojos, dejándolo ciego. El no-muerto cae de rodillas mientras su garganta emite un seco alarido a causa del dolor extremo que siente y que ya casi había olvidado. Siente una furia inmensa hacia su enemigo, un odio feroz, pero ese odio apenas le dura un segundo, porque el gigante le sujeta la cabeza entre sus poderosas garras y se la arranca de cuajo con un descomunal estirón. Una miríada de coágulos sanguinolentos y negros como el petróleo salpican el suelo y el cuerpo del gigante, que en ese mismo momento exclama:

   — ¡Sh'k Anh'k! 

  Se trata de palabras de poder, vocablos primitivos que pertenecen a una lengua muerta, perdida en la noche de los tiempos y que él domina por puro instinto. Al decir estas palabras consigue algo primordial: que el vampiro al morir no se desintegre en una nube de polvo para así poder alimentarse de él. Contempla ahora la cabeza arrancada que tiene entre sus manos. La sujeta con la mano derecha por la parte baja del cráneo  y,  con una uña dura como el diamante, traza una línea que corta la carne y el hueso, bordeando el perímetro craneal. Levanta la tapa de los sesos igual que haría un forense en una autopsia. A continuación se lleva el hueso seccionado a la boca y lo lame con deleite. Una vez extraído, lo arroja a un lado y se fija en su objetivo principal: la masa craneal, que presenta un aspecto muy diferente al de un ser humano. Es una masa pulposa y negruzca bañada en un denso líquido cefalorraquídeo de olor pestilente. Un hervidero de larvas rojizas pululan por su superficie sin dejar de contorsionarse, alteradas por la luz.

  Lo extrae con ambas manos y lo alza sobre su cabeza. Entonces desencaja la mandíbula y aumenta el diámetro de su boca varias veces, algo parecido a lo que haría una serpiente para tragar una presa grande. Se introduce el cerebro contaminado en la boca de una sola vez, sin despreciar las larvas, por supuesto, y mastica despacio con evidente placer. 

  Cuando ha terminado de tragar el encéfalo del no-muerto aún tiene hambre y por eso se arrodilla ante su cuerpo. Hunde las garras en su pecho y le revienta el tórax para extraer el corazón. El cuerpo de un vampiro por dentro, sobre todo el de los más viejos, es un espacio casi hueco, con los órganos atrofiados y resecos igual que globos desinflados. El corazón es algo semejante a un trozo irregular de carbón brillante y pringoso. Se sujeta a las costillas mediante una especie de tendones negruzcos que lo mantienen amarrado. El sistema circulatorio es algo muy primitivo que no tiene tampoco nada que ver con el humano. La sangre no bombea, ya que el corazón no late. Al ser consumida se introduce en las venas y capilares, donde es almacenada. El organismo del vampiro la consume hasta agotarla, momento en el que siente de nuevo la necesidad de alimentarse. 


  Bolkoi arranca el negro órgano de su jaula de huesos y lo observa en su mano. Es extrañamente pesado e igual de frío al tacto que el cerebro y también emite un olor pestilente que repugnaría a cualquier ser humano. Pero Bolkoi no es un humano. Se acerca el corazón a la boca y lo introduce para masticarlo con calma y extraer todos sus nutrientes. 


  Una vez saciado el hambre vuelve a pronunciar las palabras de poder, pero en sentido inverso. De inmediato los restos del vampiro se transforman en cenizas y son barridos por un viento repentino que ningún humano puede sentir. 

  Un sonido llama la atención de Bolkoi, que ha retornado a su tamaño original. Se gira y ve cómo la chica superviviente, de la cual se había olvidado por completo, le contempla con los ojos llenos de terror mientras llora sentada en el suelo, agarrándose las rodillas presa del histerismo. Tras dedicarle una mirada de indiferencia, abandona el callejón. 


Tres meses después. 

Un hombre tiene retenida a una chica joven en una casa que parece una pocilga, en las cercanías de Krasnoyarsk. La ha obligado a desnudarse y la ha puesto de espaldas frente a una vieja mesa de madera. La tumba con brusquedad y la penetra analmente de forma brutal. El hombre da violentas embestidas mientras la chica grita. Es un violador y asesino habitual, está acostumbrado. Sabe muy bien que todas juegan a lo mismo, se hacen las estrechas, pero en el fondo lo que piden es ser folladas por todos sus agujeros. Y esta no es distinta a las demás. La muy puta grita que no, pero su cuerpo y el agujero de su culo gritan que sí. ¡Vaya si lo hacen! 


  Aumenta el ritmo de sus embestidas mientras ella aumenta el volumen de sus gritos. Casi está a punto de correrse. Algo metálico brilla en su mano derecha. Es el mismo cuchillo que ha utilizado en todos sus asesinatos. Hoy volverá a probar la carne, una vez más. Cuando está apunto de experimentar el orgasmo, comienza a apuñalar a la chica por la espalda de manera frenética. Los gritos de ella enmudecen pronto, justo cuando él siente que va a eyacular. Pero en ese momento un gigante lo agarra por detrás, lo estampa contra la pared y su cuerpo cae desmadejado al suelo, en estado semi inconsciente. El violador termina eyaculando sobre su propio cuerpo, moribundo. Bolkoi levanta con una sola mano al humano, que recupera la consciencia justo a tiempo de sentir cómo el gigantesco desconocido revienta su cabeza como si fuera la cáscara de un huevo con la mano/garra que tiene libre para sorber después la sangre y los trozos de cerebro que le chorrean entre los dedos. No es gran cosa 

como alimento, ya que la maldad de un ser humano, por muy abyecto que sea, no es comparable con la de otros seres y entidades malignas, pero algo es algo. Desde que partió del Baikal ha encontrado poca comida por el camino, algún vampiro recién convertido y poco más. 

  El hecho de sea enemigo de las fuerzas oscuras no se debe interpretar como que forme parte de los «buenos»; del mismo modo que comerte un par de ensaladas no te convierte en vegetariano. No hay en él nada de bondadoso, compasivo o humanitario. Sus ansias de despedazar a esos odiosos esbirros bebedores de sangre y otras criaturas no obedece a elevados principios morales como la bondad o la justicia, sino a algo mucho más prosaico: el hambre. Bolkoi se alimenta del mal —y de sus súbditos—, lo necesita para subsistir. 

  Todavía no sabe qué o quién es. Siente que pertenece a otro mundo distinto, quizás a otra dimensión. Lo que tiene claro es que es un guerrero. Con eso le basta.

  Después de alimentarse con la cabeza exprimida del hombre, hunde una garra en su pecho. Atraviesa la carne y le rompe las costillas como si fueran palillos. Consigue arrancarle el corazón con una facilidad pasmosa, extrae el g órgano todavía palpitante y lo devora en cuestión de segundos. Sigue pareciéndole poca cosa. El resto del cuerpo no es aprovechable para él. 

  La chica está muerta. No ha podido hacer nada por ella. Tampoco es que lo pretendiera, era una simple humana más. Contempla la obra del salvaje que la ha asesinado. El ano de la chica está desgarrado y de él sale una oscura mezcla de sangre y mierda. De pronto la visión de ese culo y de su cuerpo desnudo y sangrante turba su mente. Sin poder evitarlo, siente una erección poderosa e instantánea que endurece su polla al momento. Nunca ha tenido sexo con nadie desde que despertó y ahora es como si toda esa tensión sexual explotara de repente y se adueñara de su voluntad. Poseído por una lujuria desconocida e indomable, se baja los pantalones a toda prisa y su enorme verga asoma. Es tres veces más larga que la del violador y al menos dos veces más gruesa. Se acerca con una zancada veloz hasta la joven inerte y sin más le introduce la polla por el culo. Siente que el ano se desgarra un poco más y libera una nueva tanda de fluídos. Está excitado como un animal en celo y sólo tiene en su cabeza una idea: follarse ese culo hasta el final. 

  Agora es él quien embiste con ímpetu, con fiereza, casi con desesperación. Pronto sus jadeos aumentan de intensidad mientras empala una y otra vez el cadáver apuñalado de la muchacha, que se sacude con sonidos acuosos a causa de la sangre y mierda desparramadas. Acelera el ritmo y termina con un alarido de placer al tiempo que unos chorros blanquecinos salen disparados de su polla. Su eyaculación casi parece una riada. Bolkoi retira su miembro viril, todavía tan erecto como una estaca, cubierto de restos de sangre, mierda y esperma. Pero aún continúa excitado. Entonces voltea el cuerpo de la chica sin ningún esfuerzo. Agarra su cabeza, le separa las mandíbulas, le introduce la verga y viola su boca hasta conseguir otra ingente eyaculación que prococa que el cadáver expulse  borbotones de semen por la boca,la nariz, los oídos y los ojos. 

  Satisfecho tras su acto necrófilo, abandona la casa. 


Cuatro meses después. 

Bolkoi continúa su andadura a través de Siberia para llegar hasta Moscú. Sabe de manera instintiva que ese viaje forma parte de un «entrenamiento» que se extenderá de manera muy prolongada en el tiempo y que servirá para fortalecerle, por eso no tiene prisa por llegar a su destino. Ahora atraviesa una solitaria región cercana a la ciudad de Novosibirsk con la luna llena como única compañera. De pronto, un aullido escalofriante desgarra el silencio de la noche y él se detiene. Un recuerdo atávico irrumpe en su memoria y le permite identificar ese sonido familiar que acaba de escuchar. Sabe a ciencia cierta que no se trata de un lobo. Su instinto se pone de nuevo en marcha para advertirle que otro siervo del mal anda muy cerca.




*** 

A escasos kilómetros de allí, en una apartada aldea, Yuri y Valeria dan rienda suelta a su pasión en el granero de los padres de ella. Los besos y caricias preliminares han dado paso al sexo puro y ahora follan de manera apasionada, ajenos a su dramático final. La chica cabalga sobre el chico, que soba sus pezones enhiestos con ambas manos mientras ella, ligeramente echada hacia atrás, masajea sus huevos con una mano de manera que empuja su polla un poco más adentro en la cálida profundidad de su coño. Ambos jadean mientras se dicen obscenidades mezcladas con expresiones de cariño. Ahora cambian de postura y ella se pone a cuatro patas, ofreciendo su empapado sexo a la vista de Yuri, que guía su enhiesto falo hasta él y la penetra de inmediato. Permanecen durante unos minutos más follando en esa postura. Luego el chico se despega de ella, se tumba boca arriba y ella se sienta sobre su cara. Él hace resbalar la lengua por su clítoris una y otra vez mientras con los dedos explora el interior de su sexo. Ella gime con tal intensidad que la polla de Yuri se endurece como una de las vigas que sostiene el granero. Ahora es ella la que baja hasta su miembro y se lo introduce en la boca mientras le sonríe de manera pícara. Le mordisquea el glande con suavidad y él, loco de lujuria, le agarra la cabeza para que se la chupe hasta la misma base. La melena de Valeria sube y baja mientras sus labios y su lengua se deslizan por la férrea barra de carne que es la polla de su novio. Cuando está a punto de correrse, ella se detiene y vuelve a montar encima de él. Valeria gime al sentir el ardiente miembro de Yuri abriéndose paso dentro de ella. Comienzan a moverse rítmicamente y apenas un par de minutos después ella se siente al borde del orgasmo. Yuri lo percibe y empuja con más ahínco, también él a punto de eyacular, mientras le mordisquea los pezones sin parar. 

  —¡Más, más, más...! —grita Valeria a punto de entrar en éxtasis. 

  Pero ya no hay tiempo para más. Se estremece de placer mientras los chorros de semen escapan de la polla de su novio al ritmo de las contracciones orgásmicas que le abren y cierran el coño. El granero se llena con los sonidos de los amantes, que poco después despegan sus sexos empapados y se quedan abrazados uno al lado del otro. 

  Apenas unos minutos más tarde Valeria se sobresalta. 

  —¿Has oído eso, Yuri?

  Yuri la abraza más fuerte, posa una mano sobre una de sus tetas y le acaricia el pezón.
  
  —Creo que es el sonido de mi polla, que vuelve a levantarse —bromea él.

  —Hablo en serio. He escuchado algo. ¿Y si fuera mi padre? —dice preocupada, empezando a vestirse.

  —Sabes de sobra que tu padre estará en la taberna, bebiendo hasta las tantas, y tu madre estará roncando como un oso ahora mismo —contesta él sonriendo.

  Pero eso no tranquiliza a la chica y Yuri accede a echar un vistazo fuera del granero a pesar del frío. Se pone el abrigo sobre el cuerpo desnudo y sale, no sin antes darle un apasionado beso a Valeria.

  —Ahora vuelvo —le dice—. Ve calentando esa jugosa rajita tuya, que ahora mismo vamos a repetir.

  Ella responde con una sonrisa forzada. No se puede quitar de encima la inquietud que le ha producido el sonido, ni una repentina sensación de estar siendo observada. 

  Yuri asoma la cabeza fuera del granero. La luna llena en el cielo es como el ojo de un enorme cíclope que le observa con indiferencia. Hay un silencio extraño, como si el mundo estuviera envuelto por mantas que amortiguan los sonidos. Entonces escucha algo parecido al ruido de una rama al quebrarse, procedente de unos árboles cercanos. Sospecha que puede tratarse de algún animal que merodea por allí en busca de comida. ¿Qué otra cosa puede ser? Decide que está perdiendo el tiempo y prefiere volver junto a Valeria. Se da la vuelta para regresar y entonces escucha un ruido que parece provocado por algún animal grande y pesado. Con los sentidos alerta, pensando que tal vez se trate de un oso, se gira de nuevo en dirección a los árboles. Pero lo que ve allí no es ningún oso. Es una criatura enorme, recubierta de pelo con sus ojos, rojos como rubies, fijos en él. Yuri contempla aterrorizado sus fauces abiertas, de las que cuelgan hilos de espesa baba que caen desde los gigantescos colmillos. Se queda petrificado, sintiendo cómo se mea encima. En ese momento la enorme bestia salta sobre él .

  Valeria se extraña de la tardanza de Yuri. Tiene miedo y necesita su compañía, así que termina de vestirse y decide salir a buscarlo, pero antes coge una horca como arma. Se siente más segura. En cuanto sale contempla una escena dantesca, que la conduce al borde de la locura y le rompe el corazón al mismo tiempo. La joven cae de rodillas al suelo llena de espanto, con los ojos anegados en lágrimas. Desea morir en ese mismo momento. No tardará mucho en hacerlo. 

  Yuri yace despedazado en el suelo en medio de un gran charco de sangre mientras un animal gigantesco que se parece a un lobo devora sus restos. Su cabeza se halla a unos metros de distancia. La cara ha sido atravesada por un zarpazo y le falta gran parte de la mejilla y una oreja. Observa que uno de los ojos le cuelga del nervio óptico como si se tratase de un macabro yo-yo. Las piernas, arrancadas y medio devoradas, están tiradas a unos metros del tronco. Tiene el abdomen desgarrado y sus intestinos han sido amontonados, semejando un montón de gruesas cuerdas mojadas. Paralizada por el pánico, contempla cómo el hombre lobo se inclina sobre el sexo de su amante con el hocico totalmente cubierto de sangre, y de un solo bocado le arranca el miembro viril. En el silencio de la noche, se escucha el siniestro ruido que hace al masticarlos. Valeria se desgañita gritando hasta que pierde el conocimiento. Jamás despertará, pues la bestis se encargará de darle el mismo truculento fin que a su novio. 

*** 

Bolkoi posee un sexto sentido para el mal, algo semejante a un radar psíquico que se altera y le avisa cuando cerca de él hay alguna criatura o ser humano con una especial carga de maldad. Pero este infalible detector de maldad no es un detector de peligro, por lo que no consigue evitar que el hombre lobo al cual había detectado antes —el mismo que ha asesinado y devorado a Yuri y Valeria— se le eche encima por sorpresa. Una mole de casi dos metros y medio de altura, rugiendo de forma atronadora, apestando a sangre reciente y poseída por una furia indomable. Las garras de la bestia se clavan en su pecho, atravesado sus ropas y dejando unos profundos surcos escarlatas en su carne. Bolkoi lanza un grito de dolor al tiempo que repele la agresión de su enemigo de un potente empujón, pues de nuevo ha adquirido la estatura de un formidable gigante y ahora supera la de su oponente. 

  El guerrero observa con atención los ojos de la bestia, dos piedras rojas fulgurantes que parecen querer atravesarle. Nubes de vaho fluyen de sus fosas nasales debido al contraste entre el frío del ambiente y su elevadísima temperatura interna. Un bramido descomunal escapa de sus fauces instantes antes de abalanzarse sobre Bolkoi de nuevo. Pero en esta ocasión, aunque herido, el guerrero está preparado. Espera con tranquilidad la embestida del lobo y entonces realiza una maniobra espectacular al mismo tiempo que lanza dos salvajes zarpazos. Alcanza a la criatura en un costado y le provoca un aullido de dolor que reverbera en sus oídos hasta el punto de parecerle que van a reventar. La nieve queda salpicada de rojo al instante. A través de la herida abierta en el costado de la bestia mana sangre de manera abundante y asoma algo oscuro y brillante que sin duda debe ser alguna víscera. Bolkoi se observa las garras; trozos de carne sangrante con piel cubierta de abundante pelo negro están pegados a ella. Su visión le provoca una punzada instantánea de hambre y ahora es él quien ataca. Su rival está de espaldas a él, a cuatro patas en el suelo. Gruñe poseído por la rabia y respira con dificultad. Pero el lobo herido es un temible rival y su furia irracional es extremadamente peligrosa. Cuando Bolkoi salta sobre él para clavarle las garras en su poderosa espalda, la criatura se vuelve con una rapidez animal y lanza una salvaje dentellada que se hunde en el brazo del guerrero. El dolor trepa hasta el cerebro de Bolkoi, que lo siente como metal al rojo vivo horadando su carne. La bestia afloja su presa para lanzar frenéticas dentelladas hacia su rostro. A pesar del daño infligido, la garra del otro brazo del guerrero ha impactado en el pecho de su rival. El desgarro es tan grande que una pequeña catarata de sangre rocía a Bolkoi, empapando su rostro. Un olor metálico inunda sus fosas nasales y ahora es él quien se ve invadido por una descomunal rabia. La noche se llena con los furiosos rugidos de uno y con los rabiosos alaridos del otro. En kilómetros a la redonda los animales se esconden en sus madrigueras o se quedan petrificados, sin atreverse a mover un músculo. Bolkoi emplea entonces armas que desconocía poseer. Ensancha sus mandibulas y las proyecta hacia adelante; sus labios se retraen y de pronto asoman cuatro caninos de tamaño exagerado. Con un movimiento vertiginoso que apenas dura un latido, asesta un colosal mordisco en el cuello del lobo y le arranca la piel, los músculos y las vértebras, de tal modo que lo decapita en el acto. Los gruñidos enmudecen y el colosal cuerpo de la peluda criatura se desploma el suelo, bañado en sangre. La luna parece parpadear. 

  De inmediato Bolkoi lanza sus palabras mágicas e impide que la bestia recupere su forma humana al morir. 

  —¡Sh'k Anh'k! —exclama con la respiración jadeante a causa de la lucha.

  Se aproxima al enorme monstruo echado en el suelo y abre un boquete en su pecho a base de violentos zarpazos hasta que encuentra su comida. 

  El corazón de un hombre lobo durante el periodo en que se halla transformado en bestia es de color blanquecino, dos veces más grande que uno humano y duro como la piedra. A simple vista se puede llegar a pensar que se trata de un trozo de la luna, esa misma que le obliga a matar, ya que las similitudes son más que evidentes. Pero a diferencia del gélido astro, esta es una roca ardiente, casi tanto como la lava, aunque eso no supone un problema para Bolkoi, que desencaja una vez más su mandíbula y lo engulle entero. A continuación trepana el enorme cráneo lobuno y hunde las garras en su ardiente masa encefálica. Es un desmesurado cerebro rojizo que huele a sangre de manera tan intensa que aviva su hambre de forma inmediata. No se lo traga de un bocado, sino que arranca grandes pedazos a mordiscos para saborearlo despacio. En pocos segundos sus heridas sanan solas y recupera todo su vigor. A pesar de haber sido herido por el hombre lobo la maldición no le afectará, debido a su especial naturaleza. Después de haber comido retorna a su tamaño original y entonces repite las palabras mágicas a la inversa. El humano aparece, sustituyendo a la bestia muerta. Es un joven de unos veinticinco años, con un rostro que Bolkoi olvida al instante, en cuanto se da la vuelta y se marcha del lugar.


Doce meses desde su partida del lago. 

Un camino solitario pasa cerca de una minúscula granja igual de solitaria en una zona cercana a la ciudad de Omsk. Bolkoi transita por él, guiado como siempre por su detector de maldad, que le ha conducido hasta aquellos lares transcurrido más de un año desde que inició su andadura. Al acercarse al lugar, la presencia del mal se percibe de manera notable. 

  En el exterior de la modesta granja dos chavales lloran sentados en el suelo y Bolkoi se acerca a ellos para obtener información. Los chicos levantan las miradas llorosas y observan al desconocido, aunque sin rastro de desconfianza. 

   —¿Ocurre algo, muchachos? —les pregunta. 

   —Por favor, señor, ayúdenos —contesta el mayor, que debe tener unos doce años—. Nuestra madre está en cama desde hace una semana. Creemos que tiene un demonio dentro, pero no sabemos qué hacer ni a quién acudir. Nadie quiere ayudarnos porque tienen miedo. Estamos desesperados. ¿Puede hacer algo, por favor? 

   El guerrero escucha su petición y asiente con la cabeza. 

  —Está bien —dice—. Llevadme junto a vuestra madre. 

  Los hermanos se ponen en pie y conducen a Bolkoi hasta el dormitorio de su madre con nuevas esperanzas. 

  Un candil ilumina la modesta habitación, que apesta a mierda y a meados. En un rincón hay un humilde catre donde descansa la madre de los chicos, tapada con unas mugrientas sábanas llenas de manchas de fluidos corporales. Bolkoi se acerca a ella; los ojos cerrados parecen indicar que está dormida. Tiene el rostro transfigurado, deformado de manera antinatural, y emana malignidad a raudales de la misma manera que un volcán expulsa lava. Está poseída, sin duda alguna. También comprueba que se encuentra muy grave y muy debilitada, sin apenas fuerza vital. 

  —Tenga cuidado, señor —advierte el hermano mayor—. Es muy violento y peligroso. Menos mal que nunca se levanta de la cama, como si no pudiera, pero a veces nos hace creer que mi madre duerme para intentar pillarnos desprevenidos. 

  Como si hubiera escuchado al niño, la madre/demonio se incorpora de golpe con el cuerpo rígido. Suelta un alarido y trata de alcanzar a Bolkoi, que da un paso atrás para evitarlo. Los ojos de la mujer son dos esferas ambarinas cuyas pupilas verticales le observan con desprecio. 

  —¿Quién eres tú, bastardo? —habla con una voz cavernosa y gutural imposible para una garganta humana—. ¿Has venido a follar con la putita? —dice tras lanzar una enorme carcajada y levantarse el sucio camisón que lleva, para mostrar su sexo y frotarlo luego con vigor. 

  La cama tiembla y levita un par de centímetros antes de volver a posarse en el suelo. La ventana se abre de par en par de repente y el candil se mantiene encendido de puro milagro, aunque amaga con apagarse varias veces. Los chicos gritan y Bolkoi se tensa, preparado para actuar. El demonio percibe su tensión y se dirige a él de manera burlesca.

  —No me digas que has venido a hacer un exorcismo —una sonrisa grotesca se forma en su boca negruzca y una fea lengua bífida asoma unos instantes—. No pienso abandonar el cuerpo de esta zorra y tú no me vas a echar. 

  —Esto no es un exorcismo, puto gilipollas —responde Bolkoi, y tras decir eso se arroja sobre la poseída, coge la cabeza transfigurada de la mujer entre sus manos y le rompe el cuello con un brusco movimiento que la mata en el acto. 

  Los dos hermanos contemplan la escena horrorizados y el más pequeño grita entre lágrimas: 

  —¡Ha matado a nuestra madre! ¡¿Por qué?! ¡¡¿Por qué?!! 

  —Lo siento, muchachos —responde, aunque en su voz no hay una pizca de compasión—, pero el demonio que tiene dentro le había consumido la vitalidad casi por completo y aunque hubiera abandonado el cuerpo, vuestra madre habría muerto en menos de tres o cuatro días. Lo que he hecho ha sido evitarle más sufrimiento. 

  Tal afirmación es en parte verdadera, pero no del todo. Cierto es que su madre estaba muy débil, pero había posibilidades de que se hubiera recuperado tras liberarla del ente maligno, aunque muy pocas. Bolkoi no es un exorcista, no está capacitado para exorcizar a nadie y sabe que la mujer de todos modos estaba perdida. Por eso ha actuado así.

  De la boca de la mujer muerta sale un vapor negruzco, denso y nauseabundo, que flota hasta el techo de la habitación. Bolkoi lo esperaba. Es el demonio, que al verse expulsado de su receptor intentará escapar a su dimensión infernal. Antes de que eso ocurra, resuenan en la habitación ciertas palabras ancestrales, destinadas en esta ocasión a obligar al ente diabólico a manifestarse con su forma física. 

   —¡Sh'k Anh'k! —exclama Bolkoi. 

  La hedionda nube vaporosa se agita frenética, como si estuviera bajo el influjo de unas corrientes invisibles. Una cacofonía de furiosos rugidos surge de ella mientras poco a poco desciende hasta el suelo y va perfilando una figura antropomorfa. Cuando la neblina negra desaparece del todo, muestra lo que ocultaba en su interior. 

  Se trata de un ser con el cuerpo escamoso, semejante en forma al de un hombre, pero de color negro y apariencia viscosa. Posee una robusta cola que mueve como un látigo y aunque es casi como un esqueleto con piel, no hay que menospreciar su fuerza y rapidez. Su cabeza reptiliana y desprovista de pelo presenta dos cuernos frontales del color de las brasas encendidas, igual que el de sus puntiagudos dientes y el de las afiladas uñas que coronan los ocho dedos de sus manos. Los ojos son los mismos que miraban a Bolkoi desde el rostro de la madre y siguen mostrando la misma mirada de desprecio, aunque ahora muestran un odio adicional. 

  —Ahora, chicos, es hora de marcharse si no queréis resultar heridos —les dice Bolkoi a los dos hermanos, que salen corriendo despavoridos ante lo que contemplan. 

  El demonio tiembla de rabia y ruge con una voz atronadora que semeja la de una legión de criaturas. 

  —¡¡¡Vas a pagar lo que has hecho!!! 

  Se abalanza sobre Bolkoi, el cual ha vuelto a duplicar su tamaño y ha metamorfoseado sus manos para combatir y se gira hacia la criatura demoníaca con tal velocidad que apenas se distingue un borrón oscuro cuando se mueve y se coloca a su espalda. Con una de sus recién creadas garras le sujeta la cola para que no pueda utilizarla y al mismo tiempo le propina con la otra un tremendo zarpazo en vertical con un movimiento ascendente que abre un surco colosal en su piel escamosa. La criatura vocifera a un volumen ensordecedor y se retuerce intentando liberarse, pero Bolkoi clava sus ganchudas uñas en su nuca y aplica una fuerza sobrehumana a su garra que arranca de cuajo la cabeza del demonio. De la herida mana un apestoso vapor azufrado que Bolkoi se apresura a atrapar aplicando su boca al cuello desgarrado. Luego estruja el cuerpo como si fuera un globo para terminar de sacar todo el vapor restante. Esta vez no hay corazón que devorar, pero el cráneo de la criatura una vez abierto presenta una suerte de encéfalo negruzco y repugnante que el guerrero devora con verdadero deleite. Una vez terminado el festín debe hacer desaparecer los restos del demonio derrotado y para ello pronuncia de nuevo las palabras mágicas en sentido inverso. 

  —¡Anh'k Sh'k! —exclama con énfasis.

  Un oscuro remolino se forma de la nada sobre el cuerpo mutilado del demonio, como un agujero negro en miniatura, y lo absorbe junto a su cabeza destrozada. Al terminar se repliega sobre sí mismo y desaparece como si nunca hubiera existido. 

  Bolkoi abandona el lugar y prosigue su camino, dejando tras de sí dos niños huérfanos y el cadáver de una madre. Más víctimas colaterales en su lucha contra las fuerzas del Mal.


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