viernes, 30 de agosto de 2019

Volver después de tanto tiempo vol.1







¡Seguimos una semana más con la hornada de relatos splatterpunk! Hoy os presentamos  la primera parte Volver después de tanto tiempo, del autor Manuel Gris, que también colabora con sus reseñas y artículos de opinión en la revista digital Yellowbreak. Dentro de un par de semanas disfrutaréis de la segunda parte, pero mientras recordad que podéis votar a pie de página para que podamos mencionar los autores y relatos que más os han encantado ;)


Hacía mucho que no sentía algo así. Demasiado.

     Hay cosas que no sabes que echas tanto de menos hasta el momento que vuelves a tenerlas delante de tus narices, dándote patadas en las espinillas con una bota de buzo. Cuando era pequeño, creo que con unos 6 años, tuve esa sensación por primera vez. Se trata del mismo sentimiento que nos transmiten los momentos que perduran en nuestra memoria para siempre, por ejemplo el primer viaje al extranjero o el regalo que te hizo tu abuelo el día de la comunión. Como dije, recuerdos que están siempre ahí.
 
     La noche antes del día señalado para sacar a Antonio de la faz de la Tierra, me invadió el mismo cosquilleo suave y a la vez molesto que noté en mi interior hace 30 años. Recuerdo que era la noche de reyes y, ansioso, esperaba encontrar a la mañana siguiente sobre el hueco del sofá destinado a mis regalos, el fuerte de Playmobil. Tenía ganas de jugar con él, de montarlo cuidadosamente y después organizar una guerra entre indios y vaqueros para hundirlo con violencia. Se podría decir que ya entonces pensaba en matar, solo que no me daba cuenta debido a la perspectiva inocente de aquel juego .

     Volviendo a mi historia, había escogido el viernes 12 de marzo debido a que había una alta probabilidad de que mi víctima apareciese. Si por un casual no era así, contaba con la ayuda de mis compañeros, los Ángeles Negros para acudir al club a diario hasta que el tipo diese la cara. Necesitaba su ayuda porque los sábados no podía acudir debido a mi trabajo. Desde hacía 2 años trabajaba todos los sábados de 2 a 8 de la madrugada como bajista de una banda que toca en directo para un programa que adoran las abuelitas solitarias. Las pobres mujeres solo saben gastarse el dinero de sus difuntos maridos en llamadas telefónicas para escuchar los consejos del "gran" Sandro Rey. Lo que voy a decir puede resultar extraño, pero no es un mal tipo, lo único que hace es mentir a cambio de dinero como cualquier vendedor a domicilio, director de empresa o presidente del gobierno. Conozco bien a su camello y es muy fiable, hasta el punto de que nuestras hijas medianas son grandes amigas.

     La noche anterior a mi plan, no pude pegar ojo. Opté entonces por usar el mejor somnífero que existe en el mundo: el buen sexo. Pero después del segundo polvo mi mujer, H, me mando a la mierda y me dijo que me la cascara. Ella tenía que madrugar al día siguiente, comprendí su desgana y miré con desesperación el reloj de mi mesita de noche.

     Las 4:33. Puta mierda.

    Me levanté de la cama, fui a beber agua, después al lavabo y a la cocina. Decidí sentarme en la mesa mientras contemplaba el paisaje a través de la ventana.

     No había ni una maldita nube, todo estaba en calma y silencioso. Fantaseé con convertirme el único ser humano vivo en el mundo. Abandonado por mi especie, seguramente acabaría muriendo por mi escasa pericia culinaria. Aún a pesar del riesgo, la idea de una vida en la más completa soledad me produjo alivio. Hacía demasiado tiempo que estaba cansado de la escoria que habita el mundo. Me refiero a esos seres frívolos que presumen de tener yates y licores de 500 euros la botella. Por desgracia, frecuento esos ambientes debido a mi trabajo y he llegado a sentirme exactamente igual que en ese preciso momento: sólo y olvidado, fuera de lugar.

     Por desgracia, jamás habrá esperanza para los que sí merecen habitar el mundo. Transitan en silencio, y aunque piensan que tal vez deberían coger un rifle y matarnos a todos, prefieren permanecer en el anonimato.

    Tan absorto estaba en esas ideas, que no escuché los pasos que se acercaban a la cocina.

     —¿Papá? —era la mediana. Siempre ha tenido un sueño muy ligero. Se parece mucho a mí.

     —¿Sí, cariño?

     —¿No puedes dormir?

     Se acercó mientras arrastraba la sábana por el suelo, era una manía que tenía. Decía que cuando paseaba por la casa de noche, se sentía más segura si tenía algo con lo que protegerse de los malos.

   —No —nunca he podido mentirles. Como mucho he maquillado la verdad, mentir me cuesta muchísimo. —. Es que estoy nervioso. Mañana va a ser un día muy importante.

     —¿Por qué?¿Vas a conocer a Melendi? —se le iluminó la cara. Era muy fan de su música, al igual que la de da Sabina, aunque no entendiese ni la mitad de lo que cantaba, cosa que, como ya he comentado antes, me hacía la hostia de feliz.

    —No, cariño. Mañana voy a conocer a alguien nuevo. Alguien a quien muy poca gente conoce.

     —¿Dónde lo conocerás, en uno de esos concursos de la tele que tan poco gustan? —mis hijas me conocían demasiado bien.

     —No, pero no te preocupes que cuando tenga algo suyo te lo enseñaré. Seguro que te gusta. —he aquí una de esas verdades maquilladas. No valía la pena entrar en detalles, y menos con mi hija. Preferí traerle el disco de alguno de esos nuevos talentos por los que nadie apuesta hoy día. Las coartadas, con los niños son lo mejor que hay en el mundo. Todos ganamos.

     —¡Bien!

     —Shhhh... Que tus hermanas duermen.

     —...Perdón...

    Se me acercó y trató de escalar por mi pierna, fallando estrepitosamente, así que la cogí en brazos y la senté sobre mi rodilla derecha. Apoyé su espalda en mi pecho y seguí mirando por la venta ventana mientras sentía el calor de mi hija.

     —¿Y por qué te pone tan nervioso conocerle?

  —Porque lo que voy a hacer con él va a ser muy importante. Es algo que tengo que hacer para unos amigos.

    —¿Más músicos?, —en realidad pronunció mújicos, pero he preferido no resaltar su mala dicción ahora mismo —¡qué bien!

    —Sí, hija, —trate de calmarla. Noto cuando la mediana está a punto de animarse hasta el límite de perder el control de su cuerpo y comenzar a dar vueltas por toda la casa bailando y gritando. Se parece mucho a mí. —son músicos también. Nos estamos ayudando los unos a los otros para seguir adelante y ser felices.

    —A mí también me va a hacer feliz vuestra música, papá

  —giró su cabecita tratando de mirarme, y cuando lo consiguió me clavó esos enormes, brillantes y redondos ojos del color del cielo que había heredado de su madre. Estaban tan llenos de vida, comprendí que esa criatura estaba en un pleno despertar, tenía que ver y vivir tantas cosas, tantas... Entonces le dije algo que, un año más tarde, acabaría tatuado en mi gemelo izquierdo.

     —De tu felicidad nace la mía.

……

     El coche parecía ir a la misma velocidad que mi corazón. Exactamente a la misma. A veces los objetos parecen tener vida propia, un alma que se une a la nuestra cuando experimentamos fuertes sensaciones.

     —Cariño, te he dicho que no.
 
   Por muchos años que pasemos juntos, nunca voy a aprender que para H. un “no” es algo así como un susurro inaudible.

     ─Quiero hacerlo, F. Y lo voy a hacer. Déjalo ya porque tendrías que estar pensando en otras cosas y no en tratar de convencerme, algo que no va a pasar.

     Aun así la quiero más que a mi vida.

     Según mis planes,  el trabajo de H. se limitaba a estar en el club y llevar a Antonio hasta la sala privada. Allí, yo le administraría una dosis de cloroformo. H. sólo tendría que ayudarme a meterlo en el coche y marcharse a casa. Pero no sucedió nada de eso.

     —Pero, ¿por qué quieres estar en la Caja conmigo?, ¿por qué quieres participar ahora? —H. dijo que sólo quería mirar, pero nunca, jamás de los jamases, nadie me había observado mientras lidiaba con la repugnante escoria que tenía como clientela. Me resultó extraño.

     —Sólo quiero estar esta vez. No sé cómo explicarlo, —hizo una pausa y continuó mirando a través de la ventanilla. Los árboles parecían haber sido dibujados por un enfermo de párkinson con deficiencia mental y las nubes caramelos masticados y escupidos—. Quiero estar contigo cuando acabes con ese cabrón —volvió a mirarme —, lo necesito.
 
     Tras tantos años compartiendo nuestra vida, entendí que necesitase estar presente en ese momento. H. necesitaba ayudarme hasta el final. Era un Ángel Negro en la sombra.  Actuaría como testigo de nuestro crucial acto.

    —Vale, cariño —le acaricié la barbilla con mi mano derecha, olvidándome de la carretera —. Vamos a hacerlo.

……


     El club estaba tranquilo. Había algo más de 10 personas.  La mayoría hombres que se hartaban a copas mientras contemplaban el “ganado”, tal era la forma en la que se referían despectivamente a las trabajadoras que paseaban vestidas de forma provocativa y en ropa interior.
 
     Yo era un mirón más. Nadie reparó en mí. Lo importante era no llamar la atención, pasar por otro cliente onanista.

     Cuando llegamos a la puerta trasera del local, Josef nos recibió con palabras amables, abrazos sinceros y miradas de aprobación. Nos dijo que las chicas estaban al tanto del asunto. Ninguna me hablaría a no ser que Antonio estuviese hablando conmigo. En ese momento todas me tratarían como un cliente VIP. En el caso de que Antonio se tragará el anzuelo, lo cual era algo casi seguro, aparecería H. Había escogido un conjunto de ropa interior de esos que las casadas solo se compran para aniversarios o viajes especiales. Nosotros nunca hemos sido de esas parejas que buscan situaciones especiales para regalarse cosas o para hacer el amor salvajemente, era algo tan común como ir a cenar al chino todos los sábados. A veces decimos, en broma, que nuestra vida en pareja parece sacada de un catálogo de Victoria’s Secretm excluyendo la anorexia y las caras de asco características de las modelos de hoy en día.

     Mi primera copa estaba empezando a quedarse sin hielo, por lo que el color rojizo de mi cubata empezaba a ser algo más cercano al del té que usan en las películas para simular whisky, pero no me pedí otro. Mi atención debía estar al 300% en la gente que entraba. H. daba vueltas por la sala, quitándose de encima a los puteros que preguntaban por sus servicios. A juzgar por las caras de estos, debían ser cantidades estratosféricas. Sonreí y, de repente, se obró el milagro.
 
     La víctima cruzó el umbral

     Su dos guardaespaldas rusos tampoco eran tan grandes como me había imaginado. Era cierto que parecían peligrosos, pero los hombres muy musculados suelen ser exageradamente lentos en las peleas. Calculé que podría defenderme en caso de que algo saliese mal. Me relajé por primera vez en todo el día. Miré la cara de Antonio, el puto cabrón que había causado un sin fin de lágrimas a un montón de familias, además de a mi amigo Julio. Acababa de firmar su sentencia de muerte.

     Hice una nota mental. Decía “pregúntaselo más tarde”.

    La silla de ruedas eléctrica se acercó lentamente a la barra, haciendo que todo el mundo se apartará. Se acomodó a pocos centímetros de mí. Le pedí a Sarah, una guapísima polaca que aquella noche le tocaba turno de barra, que me sirviera un vodka con naranja y grosella. Aquella era otra de las señales que habíamos acordado para que todos se pusieran al corriente de que la víctima había llegado.

     Me lo sirvió guiñándome un ojo y  usó el móvil para enviar el mensaje que debía poner en marcha la maquinaria.

     Era mi turno. Debía comenzar mi acercamiento.

     Fingiendo que me había tomado las copas necesarias para ser locuaz sin llegar a borracho pesado, me di una vuelta por la sala, lo cual me sirvió para poner al tanto a H. Me acerqué de nuevo a  la barra y me acomodé en un taburete cercano al hijo de puta y sus perros.

     —¡Joder!, ¡que tío más grande eres!

     Antonio se giró para mirarme, al tiempo que uno de sus guardaespaldas lo sentaba en el taburete. Hizo un amago de sonrisa.

     —¿A que sí lo es? Yo tampoco había visto a ningún tío tan alto hasta que le conocí. —me sorprendió que Antonio se dirigiese tan pronto a mí, que me tratase como una especie de amigo. Eso me gustó, porque sería mucho más sencillo llegar a esa parte de la conversación a la que me interesaba llevarle.

     —Es que da miedo, la verdad ¿De dónde ha salido tú amigo? —me dirigí directamente a Antonio. Era el momento de acercarme más a él.

     —Es mi guardaespaldas, no mi amigo. Mi padre les obliga a ser mi sombra —hizo un gesto a la camarera, que se acercó y le tomó nota. Una ginebra con tónica —. Son un coñazo.

     —Sobre todo en un lugar así. ¿Qué hacen cuando estás con alguna de estas zorras? ¿Te dan ánimos desde la puerta?

     Antonio dejó escapar una carcajada sincera. De las que no se pueden controlar.

     —¿Te lo imaginas, Iván, tú en la puerta viendo como una puta de estás me la chupa? Ja, ja, ja —su risa hizo que algunos clientes se girasen, buscando ese chiste tan gracioso —. Que bueno, joder.

     Di el último trago a mi copa y le hice una señal a Sarah.

     —¿Qué desea, señor Sam? —me guiñó un ojo, como hizo al servirme el vodka

     —Lo de siempre, preciosa. ¿Ha venido hoy Cinder? —lo dije lo suficientemente alto como para que Antonio me oyese sin que pareciese que era lo que buscaba.

     —Claro, señor Sam. Ella siempre está cuando sabe que va a venir usted —me sirvió mi cubata y, después, volvió con Antonio, que miraba la escena con una intriga que podía verse en la venas de su frente— . ¿Qué es lo que me pidió usted?

     Mi nuevo y sorprendido amigo le contestó sin dejar de mirarme. Me estaba haciendo una radiografía.

     ─Así que señor Sam... Sí que te tratan bien.

     —Bueno. Digamos que vengo bastante. Este es mi patio de recreo, siempre que mi mujer viaja, que es muy a menudo, acabo aquí las noches.

    —Entiendo —me guiñó un ojo, acompañado de una sonrisa pícara  —, y esa tal Cinder… ¿Quién es?

     Para que un pez pique el anzuelo solo hacen falta dos cosas: un buen cebo y que sea estúpido. Mi besugo cumplía ambas condiciones. Sólo era cuestión de tiempo.

     —Una muy especial. Solo viene de vez en cuando porque es demasiado selectiva. Solo acepta a unos pocos clientes.

     —Entiendo… ¿y no hace excepciones?, je, je, je. Ya me entiendes.

     —Bueno… no sé yo… —me hice el interesante —quizá si le digo que eres amigo mío… quien sabe. ¿Puedes pagarla? te aviso que es cara de cojones.

     —¿Ves a estos dos?, seguramente cobren al mes lo que todas estás putas en 1 año. Así que puedes apostarte lo que quieras a que podré pagarme los servicios de esta chica tan especial. ─volvió a guiñarme el ojo. Empecé a creer que era más un tic que no un gesto de amistad, pero que más daba.

     —Viéndolo así, seguro que querrá. Mírala, es esa de allí.

   Señale hacía donde H. estaba sentada, jugando con la caña que salía de un vaso de tubo vacío. Le daba pequeños y juguetones, de esos que a los hombres nos encantan que nos den cuando nos hacen una mamada.

    —Joder… pude notar en sus pupilas la erección que debería tener en sus pantalones si no fuese un jodido parapléjico—. Desde luego debe valer lo que me dices… —miro al ruso de su izquierda y le hizo una señal con la cabeza. El mastodonte respondió sentándole de nuevo en su silla de ruedas—. Pídete otra copa de mi parte —me dijo sin mirarme—, y cuando vuelva, si no me has mentido, te invitaré a la chica que quieras.

     —Vaya, encantado de conocerte…

    —Antonio. Antonio Manrique. El placer es mío, señor Sam.

     —El que tendré yo cuando te mate dentro de un rato —pensé.


4 comentarios:

  1. esperando la continuación de las aventura de MR.sam , enhorabuena

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  2. Uf, qué intrigante. A la espera de la continuación. Le doy un 10... de momento ��

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