viernes, 11 de mayo de 2018

Ginger


Imagen cedida por Líneas Sin más


Esta semana, Caosfera presenta el trabajo de dos buenas amigas. Por un lado, la polifacética artista Angie Om, cuyos trabajos podéis seguir en los espacios Angie Om oficial facebook y Angie Om oficial instagram  y, por otro, la ilustradora Líneas Sin más, a quien podréis encontrar en LineasSinmás





1993

Hola, me llamo Travis, Travis Morgan, tengo 62 años y soy dibujante. Trabajo para una importante editorial como ilustrador. Quienes me conocen dicen que soy un tío solitario y reservado.

  Tengo un físico rudo.

  Soy fumador. Sí, sé que debería dejarlo, pero me gusta el sabor del tabaco rubio acompañado por un buen bourbon, y a estas alturas es todo cuando me queda. Además, hoy estoy de celebración. Hace diez años, diez largos años, pero lo siento como si hubiese sido ayer.

  Ahora mismo escucho la canción I just died in your arms tonight de Cutting Crew; os preguntareis qué mierda hace un tío como yo escuchando esta ñoñería de tema, ¿verdad?

  ¿Queréis escuchar mi historia?

  ¿Veis este dibujo? Lo diseñé hace una década. Si no lo he dibujado un millón de veces no lo he dibujado ninguna.

Esta mujer podría colarse en el cielo o en el infierno, y sería recibida como una diosa en ambos reinos. Se llamaba Ginger, o al menos es el nombre me dio cuando la conocí en uno de esos grupos de radioaficionados que tanto porculo daban en los ochenta. Yo me hacía llamar Sr. X para pasar desapercibido. Hasta que un día apareció ella... Tenía veinte años menos que yo, y unas ganas de comerse el mundo veinte veces mayor de las que yo había tenido jamás. Su voz era sensual, muy sensual. La broma del teléfono erótico se volvió algo muy recurrente, quizá porque empecé a desearla cada vez con más fuerza. 

  Un día decidimos vernos. Nos citamos en un conocido pub de la ciudad. No llegué tarde, no. De hecho la estuve esperando un buen rato con una copa en la mano y, estoy seguro, una expresión de idiota feliz como no tenía desde mi más tierna juventud. Sonaba el tema Maneater de Daryl Hall & John Oates. El silbido brabucón de uno de los hombres que había en la entrada me puso en guardia.



If you're in it for love

You ain't going to get too far



  Tragué saliva: aquella canción debía ser cosa del mismo Diablo. Ni en mis sueños más húmedos habría imaginado algo como aquella preciosa pelirroja de cabello largo y crepado, con una chaqueta de piel, minifalda, medias de rejilla y tacones. Ella lo sabía, no necesitaba vender humo, ya había ganado, pero pisoteó lo que quedaba de mi autocontrol contoneándose como una gata mientras bajaba la escalera y me buscaba con la mirada. Vacié la copa de un trago, dejé el taburete y me coloqué voluntariamente su correa para mascotas babeantes. Ni siquiera recuerdo si me presenté antes. 

  A lo largo de la noche nos dedicamos a viajar de garito en garito; mi cartera menguaba con cada paso que dábamos pero era algo que carecía de importancia. Hoy en día vaciaría un millón de carteras como aquella con tal de verla de nuevo gatear sobre una mesa de billar. ¿Cómo fue? Ah, sí, la ayudé a bajar y terminamos comiéndonos la boca.

  Fue el primero de muchos encuentros. Aquella mujer de fuego me volvía loco. La perfección de su anatomía, sus pechos, su sexo, sus curvas, su boca, su cabello… Pero lo que más me enloquecía eran sus ojos, de un ámbar que me dejaba atrapado como un mosquito en la resina. Y estaba su… problema con el control. Ginger siempre quería más, y lo quería como ella lo había imaginado antes. Darle menos estaba penalizado y jamás aceptaba un «no» por respuesta. Era un animal salvaje imposible de domesticar, y yo su presa. Es algo que no tardé en aceptar. Me robaba la energía, la fuerza vital, enfermé. ¿Qué era Ginger? El color ambarino de sus ojos cada vez se asemejaba más al de una enorme serpiente con tacones. Comencé a tener miedo de su hambre insaciable, a preguntarme qué me quitaría después de la vida. ¿El alma, quizá?

  Una noche logré reunir las pocas fuerzas que me quedaban y la aparté de un empujón. Cayó fuera de la cama y me contempló desde el suelo, relamiéndose con esa mirada de otro mundo. ¡Me había estado acostando con un puto súcubo! No sé por qué mi imaginación acuñó aquel término mitológico poco antes de que cogiese mi ropa y abandonase medio desnudo aquel maldito apartamento. Súcubo. O quizá sí lo sepa. El recuerdo de sus ojos permanece como una confirmación. Era un demonio sexual, sí. Es el único modo que tengo de explicar la enfermiza dependencia que me llevé cuando huí para salvar la vida. ¿Qué me había hecho? ¿Cómo puedo explicar que, meses después de lo sucedido, me sorprenda a mí mismo frecuentando los mismos lugares donde compartimos aquel diabólico ritual de expoliación vital, como un yonqui miserable? Ahora la dibujo; tengo las paredes llenas de dibujos suyos. Y les hablo. Han pasado diez años y continúo hablándoles: Ginger, te daría lo que me queda de vida sólo por verte una vez más. Mi dulce e insaciable diablesa con cara de ángel, yo te invoco, ¡ven a mí!


«¿Travis, eres tú?»





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