"La habitación de Jack el Destripador", por Walter Richard Sickert |
Siguiendo su estela de colaboraciones excepcionales, hoy Caosfera tiene el inmenso placer de recibir a Gabriel Antonio Pombo, escritor uruguayo licenciado en derecho y ciencias sociales, y especialista en el tratamiento de perfiles criminales. Sus investigaciones se centran, sobre todo, en la figura de Jack el Destripador, por eso Caosfera os trae este artículo que resume su libro El monstruo de Londres, un artículo que pudo leerse hace unos años en la web H enciclopedia.
También podéis leerle en su blog Pombo y
Pombo y, más abajo, encontraréis los enlaces para adquirir sus
obras. Os dejo con Gabriel:
Los crímenes
En las postrimerías del siglo XIX, Londres, capital de Inglaterra, se erigía como la metrópoli del mayor imperio mundial de la época. La zona más paupérrima de la gran urbe la conformaban los barrios bajos del sector este londinense, el llamado East End. Este último era considerado un ámbito marginal en abierta oposición al West End, donde se congregaba la clase alta inglesa. Dentro del territorio del East End se ubicaba el distrito de Whitechapel (Capilla blanca) con sus barrios pobres y conflictivos. Este sector de la ciudad configuró el terreno que sirvió de coto de caza durante un muy restringido período, entre agosto y noviembre de 1888, a un asesino en serie que mató y mutiló con insólito ensañamiento al menos a cinco mujeres.
La primera víctima oficial e indiscutida del Jack el Destripador la constituyó Mary Ann Nichols, conocida en su ambiente con el apodo de Polly. Su mutilado cadáver fue descubierto cerca de las tres y cuarenta y cinco de la mañana del 31 de agosto de 1888 por el Agente John Neil, mientras éste cumplía su patrullaje de rutina por la zona de Bucks Row. En este caso llamó la atención la escasa cantidad de sangre percibida a su alrededor y lo seco que estaban el cuerpo y sus ropas pese a la lluvia caída en la noche del crimen.
Mary Ann "Polly" Nichols |
El segundo homicidio incuestionable de esta vesánica saga tuvo efecto el sábado 8 de septiembre de 1888, en cuya madrugada el cadáver de Annie Chapman, de cuarenta y siete años, a quien sus allegados llamaban Annie la Morena, fue hallado frente al patio trasero de una casa de inquilinato sita en el número 29 de la calle Hanbury, lugar frecuentemente utilizado por las meretrices para ejercer el comercio sexual. La desdichada era de baja estatura, obesa, y sufría los estragos de una enfermedad pulmonar tan avanzada que, en opinión del médico que la examinaba, estaba destinada a fallecer en los próximos meses, por más que no hubiera entrado en escena su victimario.
Annie Chapman |
Los homicidios números tres y cuatro de la serie tuvieron lugar durante la madrugada del 30 de setiembre de aquel fatídico año, y estuvieron separados por un lapso de menos de una hora. La mujer de cuarenta y cinco años y de origen sueco apodada Long Liz, cuyo nombre de casada era Elizabeth Stride, fue encontrada muerta con el fatídico y característico corte, infligido de izquierda a derecha, y a la altura del cuello. Su cuerpo exánime yacía tendido en un oscuro pasaje próximo a la entrada de un club político emplazado en la calle Berner. Según toda la apariencia, esta vez el asesino no dispuso de tiempo suficiente para saciar su sed mutiladora, tal vez al ser interrumpido por la presencia de un ocasional transeúnte.
Elizabeth Stride |
¿Y qué había sido del criminal entre tanto? Sabemos que salió prestamente en busca de una nueva víctima con la cual saciar su frenesí sangriento, sin reparar en los crecientes riesgos de ser atrapado. Tras su primer ataque, el psicópata se toparía con Catherine Eddowes, de cuarenta y tres años, eliminándola con más saña aún que la empleada en las situaciones anteriores. También aquí el inicial acto homicida consistió en el clásico corte profundo inferido de izquierda a derecha en la garganta de la occisa. A escasas cuadras del escenario fatal se localizó sobre la vereda un trozo de delantal empapado en sangre perteneciente presuntamente a la difunta. A pocos metros, en un muro, se encontró una inscripción trazada con tiza cuyo texto contenía la extraña alusión a que los judíos serían los hombres a los que no se culparía de nada.
Una vez apagados los ecos de aquel fatídico 30 de setiembre la prensa arreció, concediendo gran difusión al tema de los asesinatos en la mayoría de los casi doscientos periódicos que se publicaban en el país. Por si algo le faltaba a la trama, un inquietante apodo relacionado con el, hasta entonces, anónimo asesino, comenzó a adquirir proporciones de dominio público. No cabe dudar que de no haber sido por el inspirado nombre con que ese asesino se bautizó a sí mismo -o fue bautizado por otros- sus crímenes, pese a lo espantosos que fueron, habrían quedado relegados al olvido. A su vez, parecía estarse operando un intervalo. No se sumaban nuevos crímenes. El culpable parecía replegarse y descansar. Ningún homicidio con su sello se verificó durante el mes de octubre de 1888 en Whitechapel y tampoco en el resto de Inglaterra.
El despliegue policial no tenía precedentes. Se requisaron las casas, tabernas y pensiones del distrito. Los miembros civiles del Comité de Vigilancia cooperaban patrullando día y noche por las calles más peligrosas. Los afiches con el texto y la letra de las cartas que presuntamente habían sido enviadas por Jack se reproducían en las comisarías y en distintos lugares de la vía pública. Hasta se había llegado a recurrir al uso de perros sabuesos. Se volvía evidente que la cacería se hallaba en pleno apogeo. ¿Presintiendo el cerco, se habría acobardado Jack el Destripador? ¿Cambiaría al menos de escenario buscando uno menos arriesgado donde proseguir sus ataques? Pronto, la población saldría de dudas.
Así fue que en los primeros días de noviembre de aquel año toda Gran Bretaña se vería estremecida al tener constancia de uno de los asesinatos más horrorosos e indignantes de sus anales criminales. La orgía de sangre desatada por el psicópata llegaría a su paroxismo con el crimen de la más joven y atractiva de sus víctimas, Mary Jane Kelly de 25 años, a la cual literalmente descuartizaría dentro del estrecho interior de una miserable chabola situada en el número 13 de Miller´s Court, durante la madrugada del 9 de noviembre del trágico otoño de 1888. "¡Parecía más la obra de un demonio que de un hombre!", exclamó Mr. John Mc Carthy, casero de la infortunada inquilina, al deponer en el sumario subsiguiente, dejando constancia de la terrible impresión que le produjo el hallazgo que estremeció incluso a los más endurecidos policías que visitaron la tétrica habitación.
Escena del crimen de Mary Jane kelly |
Jack, el asesino mediático
¿Fue el verdadero Destripador un criminal bromista, un guasón que enviaba cartas confeccionadas por su propia mano a los periódicos, a la policía, e incluso a ciudadanos particulares, alardeando de sus nefastas hazañas? La policía de aquel entonces se vio literalmente bombardeada por cientos de mensajes cuyos signatarios proclamaban ser el matador de prostitutas de Whitechapel. Los escritos oscilaban entre los que dejaban seudo pistas para la resolución del enigma y aquellos donde los remitentes se entregaban a la fina ironía, la burla torpe, el lenguaje soez, o incluso las amenazas morbosas.
Hasta el título de la taquillera película From Hell (Desde el Infierno) debe su procedencia a una de las más notorias y espeluznantes misivas que se mandaron en el curso de estos infaustos acontecimientos. Nos referimos a la que, un 16 de octubre de 1888, llegó al domicilio de George Alkin Lusk, presidente del llamado Comité de Vigilancia de Whitechapel, creado a instancias de un grupo de comerciantes preocupados por los efectos nocivos que los crímenes provocaban en la zona. Menudo sobresalto sufriría el buen Mr. Lusk cuando al abrir la caja de cartón que llegó a su casa vio que contenía la mitad de un riñón humano conservado en alcohol.
Junto al horrible obsequio iba un recado escrito con letra irregular, tosca y plagada de errores gramaticales -que en esta transcripción se obvian-: "…Desde el infierno. Mr. Lusk: Señor. Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer. La otra mitad la freí y me la comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el que lo saqué, sólo si espera un poco. Firmado. Atrápame si puedes. Mr. Lusk…".
Se tuvo en cuenta la autopsia sobre el cadáver de Catherine Eddowes. El fragmento fue llevado para su análisis al patólogo Dr. Thomas Oppenshaw quien ratificó el carácter humano del riñón en el examen, concluyendo que había pertenecido a una mujer adulta de cuarenta años o más, afectada por enfermedades vinculadas al exceso de alcohol. Prevaleció la idea de que el trozo de víscera podía haber sido obtenido de una persona muerta a la que se hubiese realizado una autopsia y del cual un estudiante de medicina podría haberse apropiado para llevar a cabo una desagradable travesura. Contrario a esa posición era el Jefe de Policía de la City de Londres. Teniente Coronel Sir Henry Smith, quien se mostró a favor de la teoría que relacionaba el lúgubre mensaje con el mismo asesino.
El primer mensaje veraz ligado con los crímenes del cual se posee conocimiento cierto fue mandado al máximo jefe de la policía inglesa, Sir Charles Warren. Data del 24 de setiembre de 1888, y en él el emisor se describe anunciando que: "…soy el hombre que cometió todos esos asesinatos…", y que quería entregarse porque las pesadillas lo torturaban, puesto que: "… si alguien viene a prenderme me rendiré, pero no voy a ir a la comisaría por mí mismo…". Culminaba sus líneas el dibujo de un cuchillo y debajo se proclamaba: "…Éste es el cuchillo con que he hecho esos asesinatos. Tiene una empuñadura corta y una hoja larga de doble filo…".
mensaje recibido por la Central News Agency de Londres el 25 de septiembre de 1888 |
Este primigenio comunicado se mantuvo oculto a la opinión pública porque las autoridades creyeron que se trataba de una tosca chanza. Pero llegaría el 27 de setiembre de 1888. Ese día, la denominada Agencia Central de Noticias de Londres alegaría haber recibido una carta firmada por el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29 de ese mes se la hizo llegar a la policía. La famosa epístola decía así:
"…Querido Jefe:
Constantemente oigo que la policía me ha atrapado pero no me echarán mano todavía. Me he reído cuando parecen tan listos y aseguran estar detrás de la pista correcta. Ese chiste sobre el Delantal de Cuero me dio risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas hasta que me harte. El último fue un trabajo grandioso. No le di tiempo a la señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? Me encanta mi trabajo y quiero empezar de nuevo si tengo oportunidad. Pronto oirán hablar de mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una botella de cerveza de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, ja, ja. En el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y se las enviaré a la policía para divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y afilado que quisiera ponerme a trabaja ahora mismo si tengo la ocasión. Buena suerte.
Sinceramente suyo,
Jack el Destripador".
Catherine Eddowes, tenía un corte en el lóbulo de su oreja derecha. El seccionamiento de ese órgano dio la impresión de no haber sido intencional sino una de las cuchilladas inferidas por el Destripador en su éxtasis frenético. Por eso no existe evidencia sólida de que intentara cortarles las orejas a las víctimas como futuro "regalo" para la policía. De lo que se infiere que la mención formulada en la célebre carta "Querido Jefe" a lo máximo podría reputarse como una mera coincidencia.
Cadaver de Catherine Eddowers |
Podrá creerse que el auténtico maníaco no elaboró ninguno de los mensajes y que la integridad de los sucesos publicitarios se debieron a la inspiración de la prensa o a la de terceros, movidos por las más variadas intenciones. Podrá también sostenerse que todos o, al menos, casi todos los actos mediáticos fueron autoría de una sola persona. La evidencia conocida y el sentido común rechazan esta postura. La tercera posibilidad radica en que algunos de los actos mediáticos resultaran creación del verdadero asesino. Esto no necesariamente equivale a aceptar que éste fuera el inventor de su tan mediático apodo criminal, sino que pudo limitarse a aceptar- quizás muy satisfecho- el alias que otros le fabricaron.
Jack, el asesino escritor
En el correr del año 1992, transcurridos ya más de cien años desde los crímenes de Whitechapel, y cuando lentamente se iban extinguiendo los ecos producidos por un aluvión de publicaciones de libros y notas periodísticas que el centenario de aquel misterio concitara, otra noticia a su respecto vino a revolucionar el ambiente. Se dio difusión a un diario personal adjudicado a la pluma del mítico asesino secuencial de postrimerías del siglo XIX: Jack el Destripador. Este diario lucía escrito sobre las páginas de un álbum destinado a fotografías y postales, al cual le faltaban varias de sus hojas iniciales.
Su posible redactor lo constituía un adinerado industrial algodonero que en su época residió en la ciudad inglesa de Liverpool y que había fallecido bajo circunstancias confusas durante el mes de mayo de 1889. Su nombre: James Maybrick.
La credibilidad que merecería este presunto diario íntimo fue puesta en tela de juicio ya desde el principio. ¿Se trató de una burda falsificación? O, por el contrario, ¿nos encontramos frente a un documento atendible y -por tanto- sensacional? El diario de Jack el Destripador fue publicado finalmente por la editorial Smith Gryphon Ltda en el año 1993 con un extenso comentario de la escritora Shirley Harrison contratada al efecto. En dicho libro se ofrece una ampliación de la espeluznante foto tomada al mutilado cadáver de la desgraciada meretriz, en la que, un poco por encima del cuerpo sobre la cama, es posible apreciar con relativa nitidez una forma semejante a una letra eme mayúscula, y a la izquierda aunque no ya tan nítida, la consonante efe, también mayúscula.
Según narra el diario, la cónyuge del presunto autor -la hermosa y casquivana Florence Maybrick- fue la causa de los celos que incitaron la demencia homicida de James Maybrick, "F" y "M" constituían, pues, sus iniciales. Y tales iniciales son las que, supuestamente, dejó el asesino pintadas en sangre en la pared de aquella habitación antes de huir. En su supuesta confesión, el hombre hizo constar que la infortunada Mary Jane Kelly le traía recuerdos de su adúltera esposa. Los desconcertantes trazos sanguinolentos en forma de letras "F" y "M", estampados encima de aquel muro, encierran una seria y válida interrogante. ¿Cómo fue posible hacer mención en el diario a estas iniciales si ninguna información de la presencia de tales letras se poseyó hasta después de realizada la publicación del manuscrito en el año 1993?
Deviene igualmente bastante novedoso el terrible dato de que el asesino le arrancó el corazón a Mary Jane Kelly. Este hecho fue omitido de la lista interna confeccionada por la policía, y los médicos forenses actuantes fueron cautelosos al respecto y también lo callaron. Aparentemente, por ningún conducto se pudo saber que el cadáver de aquella desgraciada difunta fue profanado de tan cruel manera pero, pese a todo, en el escrito se formula una mención al robo de ese órgano. Al llegar casi al final de su redacción, se deja constancia: "…Esta noche rezaré por las mujeres que he asesinado. Que Dios me perdone los actos que cometí con Kelly, sin corazón, sin corazón…".
¿Quién fue James Maybrick, y qué "méritos" ostentó para ser postulado como sospechoso? El destino comercial de este hombre sería el comercio algodonero. En 1887 se trasladó a Estados Unidos y fundó una agencia. Desde entonces dividía su tiempo en la atención de negocios en Gran Bretaña y Norteamérica. En 1880, durante uno de esos frecuentes viajes marítimos, conoció a la joven Florence Chandler, de sólo diecinueve años. Aquella muchacha, que sería su futura esposa, era por demás atractiva, de cabellera rubia y cautivantes grandes ojos azules. Tras el casamiento la pareja pasó a residir en una mansión palaciega situada en la zona más coqueta y reservada de Liverpool, a la cual llamaron Battlecrease House, donde disfrutaban de múltiples comodidades entre las que se incluía el servicio doméstico de criadas, mayordomos y jardineros.
Florence y James Maybrick |
Sin embargo, ninguno de tales bienes y privilegios acabaría siendo suficiente para evitar la desgracia que caería sobre la pareja tras cierta infidelidad. La bella Florence encontraría un amante en la persona de un próspero comerciante vinculado a los negocios de su esposo, Alfred Brierley, hombre apuesto y adinerado de treinta y seis años. Si concedemos crédito a lo que dice el manuscrito, resultarían el dolor y la furia desatados al descubrir la infidelidad de su esposa lo que transformaría a James Maybrick de apacible y clásico burgués victoriano en un sanguinario asesino en serie.
Estamos ante una historia con ribetes casi románticos: la pasión sexual irrefrenable, el amor propio herido del esposo engañado, la doble moral burguesa de la Inglaterra de aquella época. Todos esos conceptos confluyendo como si de piezas de un demencial rompecabezas se tratase. Aunque cabe preguntarse: ¿cuántos son los maridos de tiempos antiguos o modernos que tras descubrir la infidelidad de su pareja toman venganza matando a terceras personas? Esto parecería que es llevar la ausencia de motivaciones lógicas a extremos demasiado absurdos, aún en uno de los casos más misteriosos y raros de la historia del delito como lo fue el de Jack el Destripador.
El texto del diario por fuerza debe calificarse como muy contradictorio, y el primer impulso que nace es el de negar la veracidad de su contenido y coincidir con quienes opinan que se trata de un fraude bastante burdo. Algunos datos, empero, no aceptan fácilmente tan cómoda explicación y la polémica encendida desde el año 1993 - hace ya más de una década- prosigue en pie. James Maybrick, presumiblemente a su pesar, se ha convertido por obra y gracia del ingenio de los propulsores y beneficiarios del ya famoso diario en uno de los sospechosos más populares a ocupar el cargo de haber sido el tristemente célebre y elusivo "Jack el Destripador".
Jack, el asesino conspirador
El despliegue policial, periodístico y también social llevado a cabo para lograr la captura del criminal que desde el año 1888 conmocionó a toda Inglaterra con sus atrocidades, y su consiguiente fracaso inapelable, hizo casi inevitable que se avivasen en Gran Bretaña el recelo y la suspicacia. Ese estado de alma constituía terreno fértil para que se sospechase de la policía y de los poderes que desde el gobierno monárquico podrían haber impedido la eficaz actuación de ésta. Sólo una conspiración o conjura de muy alto nivel era apta para explicar que aquel feroz delincuente del cual se suponía había llegado al colmo burlándose de sus perseguidores en cientos de cartas, se mantuviera impune para siempre.
El terreno estaba adecuadamente abonado, pero los flemáticos ingleses tardarían varias décadas en trasladar al papel de un libro las suspicacias anidadas en su inconsciente colectivo. Así sería que en el año 1976, casi noventa años después de transcurridos los sucesos, vería la luz pública el primer libro que, con minuciosidad de datos y argumentos, ofrecerá una investigación aparentemente sólida en respaldo de la que se diera en llamar teoría de la conspiración o de la conjura, también conocida como teoría de la conspiración monárquico-masónica.
Jack el Destripador. La solución final se tituló dicha primigenia obra debida a la capacidad e imaginación del periodista y escritor Stephen Knigth, y con diversas variantes conformaría la base para películas mejor o peor formuladas y actuadas, de mayor o menor éxito, pero donde entraría como núcleo de su entramado esta atrayente propuesta. De acuerdo con la historia planteada, el Príncipe Albert Víctor no resultaba ser el victimario, por más que le correspondería un papel destacado en la narración.
El Duque de Clarence merodearía por los arrabales del East End londinense bien lejos de las indiscretas miradas que lo vigilarían si hubiera pretendido divertirse en la lujosa zona del West End. El bohemio y talentoso pintor Walter Sickert, de quien Eddie fingiría ser el hermano menor, oficiaría a modo de baqueano cicerone del joven de sangre real durante esas incursiones. El muchacho conocería a la juvenil y sensual Annie Elizabeth Crook, una modesta dependienta que a la sazón trabajaba en una confitería emplazada en la calle Cleveland. Los jóvenes se convertirían en amantes y la chica daría a luz una hija natural del aspirante a monarca a la cual se bautizaría con el nombre de Alice Margaret. El posterior casamiento de sus padres -en una iglesia católica y con la presencia de Walter Sickert como testigo del novio y de Mary Jane Kelly asistiendo a la novia- concedería legitimidad al nacimiento de la pequeña.
Que el futuro Rey contrajera matrimonio clandestinamente en una iglesia católica y que su esposa plebeya hubiera engendrado una niña apta para aspirar al trono inglés era suficiente motivo para un gran escándalo y este hecho constituía una razón de trascendencia para que la Corona, enterada de tan anómala situación, tomara cartas en el asunto mediante la intervención de la policía secreta, a la cual se haría entrar en acción gracias a una gestión del Primer Ministro Lord Robert Salisbury, pretendidamente masón, para separar mediante la fuerza a la pareja. Albert Víctor sería reprendido por su desatinada conducta. Annie, mientras tanto, quedaría confinada en una institución para enfermos mentales, víctima de una manipulación en su glándula tiroides y sin carente de credibilidad alguna si deseaba revelar la historia de su casamiento con el Príncipe, la existencia de una hija de ambos y los derechos al trono que ésta tendría.
Albert Victor, duque de Clarence y Avondale, junto a la princesa Victoria María de Teck |
Estas maldades infligidas contra la pobre Annie estaban supervisadas por el médico real Sir William Withey Gull. Este hombre, igual que sucediera con Lord Salisbury y los altos cargos Charles Warren y Robert Anderson resultaría fue tachado de elevado integrante de la masonería. La beba, mientras tanto, había quedado bajo los cuidados de Mary Kelly, la mejor amiga de la infortunada Annie, y luego pasaría a manos de sus abuelos maternos. Mary regresaría a su Irlanda natal, pero años más tarde volvería a Inglaterra y se dedicaría a la prostitución trabando amistad con otras colegas, a saber. Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Elizabeth Stride. En el curso de sus aventuras por los bajos fondos del East End , contaría a sus compañeras la triste historia de su amiga Annie Crook, enclaustrada en un hospicio para dementes. También los detalles sobre el casamiento clandestino de ésta con el Príncipe y sobre el bebé con presuntos derechos a la sucesión real.
Necesitadas de dinero creerían que un práctico camino para obtenerlo consistía en chantajear a la casa real reclamando dinero por su silencio. Aquí aparecería en escena el Dr. William Gull contactado para que eliminara el peligro representado por las prostitutas alineadas contra la Corona. Las dos grandes pasiones de la vida del Dr. Gull eran la monarquía británica y la orden masónica, y haría cuanto fuera preciso en salvaguarda de estas instituciones. Con la ayuda de un cochero cómplice, John Netley, pondría manos a la obra en su labor finiquitadota.
¿El móvil de Gull el Destripador? Su creciente insania, producto de un accidente cardíaco y cerebral, le generaría alucinaciones tan graves que le hicieron creer que al mutilar ritualmente a aquellas a quienes veía como enemigas estaba cumpliendo con su ineludible deber como estricto masón.
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ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, Nibia. Este es un tema muy delicado y no todo el mundo sabe darle una visión rigurosa. Esperamos entrevistar a Gabriel Pombo dentro de poco para saber más del tema.
ResponderEliminarUn artículo repleto de información valiosa, que nos ayuda a entender más sobre las crueldades de Jack el Destripador, que es uno de los asesinos seriales más famosos del mundo. Por desgracia, su celebridad le viene por su extrema psicopatía contra las prostitutas, que como siempre acaban sufriendo las peores consecuencias, y este caso no iba a ser una excepción.
ResponderEliminarPor otra parte, la leyenda negra de Jack el Destripador —al igual que Vlad Drăculea o Erzsébet Báthory— se fue macerando con los años gracias a diversas novelas de ficción, películas y una cultura popular que alimentó la figura del asesino en serie hasta elevarla más al mito que a la realidad. Cosa que no me parece ni bueno ni malo; neutral.
Muchas gracias por tu apreciación, Vincent. Como ya sabes gabriel es uno de los investigadores más prestigiosos y sus aportes son siempre interesantes.
EliminarUn abrazo :)