viernes, 29 de junio de 2018

El amor es una flor carnívora







Directo de las filas de la página Splatterpunk, liderada como ya sabéis por nuestro colaborador Vincent Hammet, nos llega un nuevo artículo de Jorge Zarco, devorador de libros, películas y todo lo que sea cultura general. Os dejo con Jorge y su análisis de la terrible y decadente relación de Pola Kinski con su padre, el afamado actor Klaus Kinski. Una historia verdaderamente oscura...





Dice un dicho popular alemán: «Por la boca de los niños y los locos siempre sale la verdad». Pola Kinski, la hija mayor del mítico actor germano-polaco Klaus Kinski, conmovió al mundo al revelar a mediados de 2012 que su padre, cuya voracidad sexual no era un secreto para nadie tras sus explosivas memorias Yo necesito amor, la había convertido en su particular juguete sexual. 

  Papá Kinski había devorado literalmente la vida de su hija, dejando tras de sí un rastro de dolor y ensañamiento del que su propia ex esposa y el futuro padrastro de la niña llegaron a ser cómplices, con un comportamiento que rayó en el más abyecto proxenetismo.

  Adicto al sexo hasta el último día de su vida, Klaus Kinski rodó centenares de películas, la mayoría detestadas por él mismo. Rechazó a directores importantes, y con su carácter incontrolable, violento y excesivo (decir que era un maniaco es quedarse corto) sólo el también cineasta germano-polaco Werner Herzog le hizo justicia como interprete a lo largo de cinco obras maestras: Aguirre la cólera de Dios (72), Woyzek (79), Nosferatu: Vampiro de la noche (79), Fitzcarraldo (82) y Cobra verde (87). Tras su muerte, Herzog dejó un excelente documental sobre su relación con Kinski como testimonio al que tituló Mi enemigo íntimo (1999). Pero Kinski nunca mencionó a Pola, ni en sus memorias ni en ningún otro medio. Algo olía a podrido.



Portada de la edición de Tusquets
de Yo necesito amor (1995)



  Fue a raíz de la dolorosa confesión de Pola Kinski en 2012 cuando el mito empezó a desmoronarse. Pola era una actriz totalmente desconocida en España al igual que su hermano Nicolai (sobreprotegido hasta la asfixia por el propio Klaus y llamado Nanhoi por su origen vietnamita), pero sus declaraciones la colocaron en primera plana. «¿Por qué has tardado tanto en confesarlo?», le preguntaron. «Porque nadie me habría creído», respondió.

  No voy ha engañarles señores. Yo fui uno de aquellos imberbes de los noventa que devoraron el libro Yo necesito amor (como si fuera hierba de la buena), donde Kinski daba incontables pistas sobre lo que había sido, era y continuaría siendo la vida de un verdadero esclavo del deseo sexual. Sin embargo, sería su libro Me muero por tu boquita de fresa, prohibido en Alemania en la década de los setenta, el que dio la primera voz de alarma sobre las inclinaciones pedófilas y sexualmente amorales del actor.

  Pola nació en 1952 de un embarazo no deseado, el de su odiosa madre Gislinde Kühbeck, que jamás sintió el menor afecto por ella. Mientras, su padre se cepillaba todo lo que se ponía a su alcance y peleaba por convertirse en el actor más grande de Alemania, pasando por encima de quien hiciese falta, pues su egoísmo era legendario. Durante estos primeros cinco años de vida, Pola es “aparentemente” feliz. “Aparentemente”, claro, pues no era difícil observar el rastro de los castigos desproporcionados que ya por entonces le infringían su madre y su padrastro. Un buen día, Kinski la llevó a la habitación de a un hotel; allí perdió para siempre su inocencia y se convirtió en el juguete sexual de su padre. La adicción de Kinski por su hija dio comienzo oficialmente en aquella habitación, y se alargó durante años. Al principio, el depredador se sirvió de oportunos pagos a Gislinde, que le permitía el acceso a su hija como si de una prostituta se tratase; posteriormente, sin embargo, Kinski tuvo que recurrir a un acoso brutal para conseguir sus fines, al menos hasta que Pola conoció a quien se convertiría en su compañero sentimental: Wolgang Hoepner.



Portada del libro de Pola Kinski
Nunca se lo digas a nadie (Circe, 2014)




—¡No volverás a tocarme! —sentenció una Pola algo más crecidita, enfrentándose al odio de un padre vengativo y rencoroso que acababa de perder su “boquita de fresa”, y que amenazaba con hundirle su carrera de actriz. Así como a la rabia no menos podrida de una madre que se había quedado sin su “fuente de ingresos”.



El amor, muchas veces, es una flor carnívora.

  











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