Continuamos con la segunda parte de "Valquiria", el segundo de los relatos que nos llegaron durante nuestra convocatoria splatterpunk.
AUTOR: Samir Karimo.
IMAGEN: Julian Manuel Cambero Sánchez, de la colección Necroarte
Tras esta traumática experiencia, comieron pasteles acompañados con unas palomitas y gaseosa.
Supongo que os estaréis preguntando por qué mis padres no cortaron la cabeza de tres de esas criaturas para culminar su misión. Es sencillo, tales seres no tenían la pureza suficiente para servir como sacrificio.
Continuaron su viaje, y cuando les quedaban escasos kilómetros para llegar a su destino se toparon con la llamada nube asesina. Se trataba de una nebulosa inmensa y terrorífica. Vieron multitud de cráneos y huesos rotos esparcidos por el suelo. Mis padres comprendieron que aquellos restos óseos pertenecían a las valquirias demoníacas. Les pareció irónico que una nube gigante fuese la primera en tratar de aniquilar a esa maldita especie.
Teniendo en cuenta el apetito voraz de la nube por los cadáveres de aquellos monstruos con piel de cordero decidieron, sabiamente, tomar la poción fuera del territorio nebuloso. No tardó en actuar y quedaron convertidos en dos criaturas hermosas y malignas. Por supuesto, habían llegado a suelo valquirio.
El territorio era frío e inhóspito. No existía flora ni fauna, su aspecto era vacío y triste.
Camuflados por el nuevo aspecto que les había conferido la poción, se mezclaron con las criaturas y conocieron sus costumbres. Entre otras cosas, les gustaba bañarse en un lago helado de color púrpura mientras tomaban unas infusiones de sabor inclasificable.
Eran adictas a unas sustancias bastante fuertes. De hecho, casi siempre iban drogadas. Para su asombro, descubrieron su forma de procrear y dar a luz: tomaban una pastilla que las hacía entrar en éxtasis, quedarse encinta y alumbrar seiscientas sesenta y seis hijas a la vez. Estas hijas recibían el nombre de Draconianas. No se trataba de un parto normal, sino que alumbraban huevos que se convertían en capullos. Del interior de estas gelatinosas crisálidas salían las famosas muchachas infernales.
Mis padres comprendieron que se trataba de una especie tremendamente evolutiva y, durante un momento, sintieron tener que aniquilarla.
Como ya he dicho, les encantaba bucear en el maligno lago helado. Podían hacerlo debido a que tenían una piel especial capaz de resistir tanto las altas como las bajas temperaturas.
Habían pasado dos días y mis padres no habían encontrado la oportunidad de decapitar a tres criaturas. Era hora de actuar. La mejor solución era aplicar el ungüento de Carlomaño en sus bustos mientras conciliaban el sueño. Ardua tarea, ya que apenas dormían.
Finalmente llegó el día en que sus cuerpos no pudieron más. Fue entonces cuando mis progenitores lograron iniciar su plan.
Sin embargo, los cuerpos de aquellos extraños seres contaban con un mecanismo de defensa. De sus sienes salieron unas pinzas mortíferas y mis padres estuvieron a punto de perecer hechos trizas. Las pinzas contaban con unos garfios acabados en punta capaces de desgarrar todo tipo de tejidos.
Alertadas, las valquirias despertaron de su sueño. Identificados como traidores, mis padres fueron perseguidos por una horda de iracundas criaturas.
Por desgracia, fueron alcanzados y algo les golpeó hasta dejarles sin sentido. Cuando abrieron los ojos se encontraron de frente con el ser más hermoso y maligno de todos: la Valquiria madre, que lucía un traje engalanado y se tomaba un bebistrajo o brebaje especial.
Así fue como empezó la mutación de aquella regia criatura: sus ojos se le volvieron rojos, de su frente emergieron unas astas puntiagudas y la piel se transformó en un manto escamado y gelatinoso. Miraron con temor sus uñas afiladas y aquel pelo azulado que trazaba ondas en el aire gélido. De su pecho emergían unos pegajosos tentáculos.
Se vieron perdidos y sumidos en una amalgama de golpes que dejó sus cuerpos doloridos e inútiles. Mi padre tomó la mano de mi madre y la miró fijamente. De repente recordó que, camuflada bajo aquella falsa túnica que cubría su transformado cuerpo, guardaba la minicucharrracuchillaeléctrica que pensaba usar para decapitar a esos monstruos. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Con un último esfuerzo, introdujo la mano bajo sus ropajes y sacó de su faltriquera el afilado artilugio. El acero se expandió en el aire y mi padre, con ánimo resolutivo, dio un grito y se abalanzó sobre la Valquiria madre. Cuando el filo traspasó su pecho el monstruo lanzó un terrible alarido y cayó. Mi progenitor levantó ambos brazos y, de un golpe, amputó su codiciada cabeza.
Tras haber matado a la reina Valquiria, vieron como el resto de monstruos retrocedían horrorizados. Mi padre se envalentonó y corrió tras ellos. Lanzó la minicucharrracuchillaeléctrica y atravesó a una de las criaturas por la espalda. Se acercó corriendo al cadáver y, tras arrancar de la carne el afilado arma, le amputó la cabeza. Igual que un guerrero, continuó persiguiendo a los avernales seres y volvió a lanzar su arma como si de una jabalina se tratase. Esta vez tuvo más tino, y atravesó el cráneo de otra de las criaturas, que cayó fulminada. Extrajo con fuerza el arma e, igual que los casos anteriores, amputó su cabeza. Por fin había cumplido su misión, por lo que dejó de perseguir a los asustados seres.
Recogió las cabezas ensangrentadas y ayudó a mi madre, que todavía permanecía malherida a los pies del cadáver de la Valquiria madre.
—Debemos irnos rápido.
Con la muerte de su líder, el territorio valquirio comenzó a destruirse, pero mi padre logró escapar con su esposa antes de que llegase la hecatombe. Tras adoptar su verdadera forma, deshicieron el camino para regresar a casa de Xamane.
Ante todo, mis padres eran honrados y visitaron a los amigos de Xamane para devolverles los objetos que les habían prestado. Ninguno de ellos quiso aceptar la vuelta de estos presentes. Por el contrario, les ofrecieron comida y alojamiento además de curar a mi madre.
Cuando por fin lograron llegar a casa de Xamane, este les recibió con los brazos abiertos.
—Tal y como nos dijiste, hemos descabezado a tres de esos terribles seres. Entre ellos a su líder.
Xamane sonrió y fue conciso:
—La maldición ha concluido.
En efecto, así fue. La mujer con forma de estatua se debilitó y mi alma, transmutada en su interior, fue liberada. Inmediatamente, llamé a mi Aura y esta abandonó el cuerpo de aquel amable sepulturero para volver a componer mi esencia.
Mi gélido cuerpo, postrado en la cama, volvió a cobrar vida, recuperé mis ojos y, por fin, pude abrazar a mis progenitores, los verdaderos héroes de esta historia.
—Hijo, tengo un regalo muy especial para ti.
Mi padre estaba muy emocionado mientras decía estas palabras.
Me entregó la cabeza de la reina de las malditas, disecada sobre una peana de roble labrada con forma de hojas de acanto.
Con orgullo la coloqué sobre la pared y después me senté a escuchar a mis padres, que me refirieron la increíble historia que os he contado.
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