Título:
Murder set pieces
Nacionalidad:
Estados Unidos
Director:
Nick Palumbo
Guión:
Nick Palumbo
Intérpretes:
Sven Garret, Cerina Vincen, Tony Todd
Hablábamos en el post anterior del complejo mundo del arte. De la lucha por
alcanzar la gloria, de la envidia ante el talento, de “pecados”
que acababan redimiéndose con sangre a manos de un siniestro asesino
de artistas. Este es el caso contrario: se trata de la visual puesta
en escena de las andanzas de un artista asesino.
Un
fotógrafo misógino y perturbado que vive en la ciudad de las Vegas
descubre que sus vocaciones son la humillación, la tortura y la
muerte. Su vida aparentemente es normal, salvo a los ojos de la
hermana de su novia, Charlotte, una desconfiada niña de once años.
Hablar
de Murder set
pieces es
una tarea harto complicada, y no me refiero a la mera complejidad que
reviste a cualquier producto controvertido, bien por sus altas cotas
de violencia o por sus recurrentes escenas pseudopornográficas, que
es precisamente de lo que se nutre la película; no, resulta un tema
engorroso debido al bombo y platillo de Palumbo en las redes, quien
llegó a jactarse de haber filmado la obra más “violenta,
perturbadora y cruel” de la historia del cine. ¿Y qué hay de
cierto en todo esto? Vayamos por partes: el formato 35 mm de la
cinta, unido a una
ingente
proliferación de escenas sádicas, crean un conjunto insano que,
ciertamente, puede impresionar al espectador poco curtido en estas
lides. Y precisamente ese es uno de los problemas que restan puntos
al trabajo de Palumbo, pues su film se convierte en un cinema
exploitation
softcore
donde la línea argumental queda olvidada, resultando un cuadro
simplista, sin control y recargado. Eso sí, no se le puede negar su
honestidad, las malas pulgas en sus intenciones, la fuerza que
revistió el proyecto desde el primer momento, y, sobre todo, la
labor de su director en el ámbito publicitario que, para bien o para
mal, logró que el producto se transformase en uno de los más
criticados y amados del año 2004.
Lo
cierto es que Palumbo había logrado ya cierto peso dentro del cine
de género underground gracias a Nutbag
(2000), producción
en la cual se narraban las andanzas de un asesino, también misógino,
empeñado en limpiar el mundo. Y, precisamente, fue esa reputación
la que le sirvió para presentar su nueva obra cuatro años después
en Sitges, lo cual le acarreó un gran éxito, pues recibió el
beneplácito de medios como Fangoria
o incluso Variety.
Sin embargo, la gloria de palumbo pasó pronto por razones obvias,
entre ellas la apuestas constantes de nuevos y ambiciosos productos
que llegan a triplicar la brutalidad del filme aquí expuesto. Y es
que dar prioridad al fondo frente a la forma no es buena idea.
Tampoco lo es el introducir clichés que aludan a traumas infantiles
relacionados con la sexualidad, todo ello expuesto de una forma
ambigua, simbólica y con ligeros toques oníricos. Todo esto se
traduce en noventa minutos de diálogos minimalistas entre los cuales
se intercalan largas escenas de sexo, sangre y algún momento
flashback
puntual.
Cabe
resaltar lo insano de determinados momentos en los cuales se
involucra a menores, particularmente una escena junto a una cuna que
resulta escalofriante, así como lo acertado en sus ambientes, sobre
soto el “sótano
de los horrores” del
protagonista, que resulta un pretendido homenaje a varias películas
de culto de los años setenta y ochenta. Y es que de homenajes va
también la cosa, pues algunos de los momentos más sorprendentes del
film son la aparición de Tony Todd (Candyman)
como regente de un sex
shop
o el más que obvio homenaje al clásico firmado por Tobe Hooper en
los años setenta (La
Matanza de Texas) mediante
la incursión de un tercio final con el sonido de una motosierra como
protagonista. Una pena que el aspecto sonoro emponzoñe la brutalidad
de muchas de las escenas, lo cual se presta a confusión e
incredulidad por parte del espectador.
Obviando
sus pros y sus contras cabe espacio para ser condescendientes con el
trabajo de Palumbo. Sí, es cierto que la estructura de la cinta es
confusa, que su guión da más para un videoclip que otra cosa, que
los protagonistas de esta historia no son, precisamente, nuevas
promesas del cine, pues más bien patinan. Pero, como dije
anteriormente, ciertos momentos malsanos la encumbran, la lucha de un
director por su producto la encumbra, el haber estado en el punto de
mira la encumbra y, por supuesto, la honestidad en sus formas
amateuristas la encumbran. No, Murder
set pieces no
es en absoluto un producto reflexivo, sino un homenaje a las formas
zafias y desafiantes que no resulta fácil de digerir ni de
recomendar a cualquiera.
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