domingo, 16 de octubre de 2022

Historias de Dämon Schwarze & Ópal Mond Volumen 5





¡Nuestro querido Sergio Vargsson ataca de nuevo! Es un placer poder presentaros otro relato de la saga Dämon Schwarze & Ópal Mond, una saga llena de misterios, erotismo, terror y reminiscencias Lovecraftianas. Más completo, imposible...
 



¡El futuro siempre es intrigante...! Desde tiempos remotos la humanidad ha confiado sus temores acerca de lo que ha de venir a los oráculos, sibilas, adivinos y demás especialistas en el porvenir. Incluso, algunos sostienen la creencia de que, asomarse al futuro mediante medios tales como el tarot, puede dejar fijado para siempre el futuro de la persona.

    Por esto, hoy, cuanto los últimos atisbos de la luna llena mueren en el cielo tapados por nubes de mortecino color violáceo, Yo, Dämon Schwarze he regresado. Y vuelvo a estar con vosotros para mostraros la historia de una hembra poco común. De una mujer que tiene atisbos sobre el futuro...

    Con un leve giro de muñeca di la vuelta a la última de las cartas sobre la mesa. Las miré fijamente y luego respiré con profundidad. El significado parecía estar intuitivamente claro en mi mente. Algo extraño se avecinaba e iba a rodear mi vida al igual que la hiedra rodea un viejo muro derruido.

    Lentamente, recogí las cartas de encima de la mesa y procedí a barajarlas de nuevo. Era extraño y recurrente, desde hacía una larga temporada, cada vez que intentaba ver algo en mi futuro, tenía la misma sensación. Sin embargo, no siempre había sido así. Recuerdo cuando era una niña pequeña y vivía en aquella población, también pequeña y cercana a Massachusetts llamada Providence. Mis padres, habían muerto en un accidente de coche cuando yo era apenas un bebé por lo que me crié, con mi abuela materna.

    Ella, era una extraña mujer de adusto carácter, rasgos acusados y mirada intrigante. Probablemente, mi infancia no fuera especialmente diferente a la de cualquier niña de mi edad, salvo porque aquella anciana me hacía estudiar, a parte de las materias comunes que me enseñaban en el colegio, extraños textos que guardaba en una vieja arqueta de bisagras de hierro negro. Textos que hacían referencia a cuando la tierra era mucho más joven y deambulaban por ella seres primigenios que no se gobernaban por las leyes físicas que ahora rigen en el mundo material. Quizás fuera por esto o por una aguda predisposición hacia los temas ocultos, el caso es que fui desarrollando paulatinamente una especie de hipersensibilidad mística.

    Conforme iba madurando, cada vez iban siendo más frecuentes unos determinados flashes de conocimiento, en los cuales, me parecía ver el futuro más o menos lejano de la persona que tenía delante. Lo cual, causaba verdadero pavor entre mis condiscípulos y maestros, casi todos fruto de una educación aparejada con la nueva Inglaterra rural, de forma que al cabo de unos pocos meses, tuve como apodo susurrado a mis espaldas el apelativo de “la bruja, nieta de la vieja bruja”.

    Mi abuela, guardaba en un viejo cofre sobre su mesita de noche, los dos únicos objetos materiales a los cuales le vi tener apego. Tratábanse éstos, de una vieja y muy desgastada por el uso, baraja de “tarot” y de una extraña joya labrada en plata antigua. Era, una cadena rematada por dos a modo de trenzas de cabello humano en los cierres, que asimismo tenía colgando en cada extremo unas extrañas efigies en miniatura, de una figura bípeda y escamosa, con alas desplegadas de murciélago y venenosos ojos rojos violáceos producidos por la incursión en el metal de cuatro de las amatistas de más extraordinarias que jamás habían contemplado ojos humanos. Bajo esos ojos, una uniforme masa tentacular ocupaba lo que debería haber sido el rostro de las criaturas.

    Recuerdo que la primera vez que pude contemplar la joya, cuyo extraño brillo hacía pensar que había extraño metal de fuera de este mundo aleado con la plata, pensé que era hermosa y atrayente y que el diseño de los adornos me recordaba a algunas de las figuras de uno de los libros que había estudiado cuando era más joven. La imagen de un demonio Primordial llamado Cthulu. Pero, lo olvidé casi enseguida y mi abuela, con una extraña sonrisa en la boca, me dijo que esos dos objetos serían un día mi herencia, ya que, se transmitían siempre a la rama femenina desde hacía generaciones.

    A decir verdad, nunca supe muy bien de que vivía mi abuela. No poseíamos ningún tipo de cuentas bancarias, ni grandes propiedades y ni siquiera bonos del estado, pero sin embargo, dos veces al año, un extraño hombre de tez muy pálida, con ojos de color indefinido, el pelo rubio y vestido enteramente de negro, nos visitaba, dejando en manos de mi abuela, grandes cantidades de dinero en efectivo que parecían servir para permitirnos vivir de una forma desahogada durante largos meses.

    En un principio pensé que era una abogado o algún tipo de albacea testamentario, pero cuando fui algo mayor me di cuenta de la fría mirada apreciativa a la que me sometía mientras sus labios parecían flexionarse en un atisbo de una cruel sonrisa. Así mismo, también me llamó la atención el servilismo con el que lo trataba mi abuela.

    Más tarde tuve que ir a la universidad y dejé de ver definitivamente a mi abuela. Sus lacónicas cartas me hacían referencia a que todo estaba bien en la antigua casa. Entretanto mis estudios seguían discurriendo y pronto pude ostentar un título de licenciada en psicología por la universidad de Miskatonic.

    Y una noche, en la que me hallaba tranquilamente viendo la televisión en mi apartamento, tuve, de pronto, la extraña sensación de que mi abuela había muerto. Fue como un helado rayo de conocimiento que traspasó la barrera del inconsciente pero, sin embargo, tuve la seguridad de que no se trataba de una falsa impresión. Me levanté del sofá y agarré el abrigo y salí a respirar aire fresco.

    Anduve y anduve hasta que llegué a uno de los parques del centro de la ciudad. Allí mientras observaba la luna llena en el cielo, me vi envuelta por una extraña niebla que parecía sofocar los ruidos y opacar las sensaciones, y entonces, allí, del mismísimo corazón del vaho extraño, apareció él. Con un paso que parecía no mover si quiera la hierba bajo sus pies. Avanzó a mi encuentro. Parecía no haber envejecido ni un día después de la última vez que le vi. Seguía teniendo el mismo pelo rubio y corto, los mismos ojos insondables y el rictus de crueldad retorcida levemente en la punta de su sonrisa. La negra gabardina parecía ondear a su alrededor como las alas de un gigantesco murciélago infernal... se acercó a mí y con una voz cono el apagado tañido de un gong de bronce me dijo.

    —Tu abuela ha muerto. No es necesario que vayas a sus honras fúnebres ya que la mansión ardió hasta los sótanos, y no se pudo recuperar nada de su cuerpo. No obstante, ha llegado el momento de que asumas tu herencia y hagas honor a tus antepasados...

    Y diciendo esto me alargó el antiguo cofrecillo de madera que había reposado sobre la mesita de noche de mi abuela. Con un estremecimiento extraño lo abrí sabiendo en mi interior lo que iba a encontrar dentro. La tapa giró con un leve chirrido mostrando agazapada en el hueco como una serpiente venenosa la extraña cadena. Bajo ella, estaba el antiguo mazo de cartas, yo, levanté la cabeza y mirando sus fríos ojos pregunté...

    —¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer?

    Con una gélida calma me respondió...

    —Debes hacer lo que tu interior te dicte. En todo caso, debes saber que en el momento en el que aceptes esta joya arcana, tendrás que estar dispuesta a aceptar las cosas tal y como vengan sin fijarte ningún tipo de límite y vivir plena y conscientemente y sin sujetarte a más leyes morales que las que tu te marques...

    A lo cual yo nada pude reponer, bajé los ojos y volví a observar durante unos segundos el contenido de la caja y al levantar de nuevo los ojos, el hombre de negro ya se había marchado. Casi parecía que jamás hubiera estado allí, sólo la caja y su contenido daban visos de realidad con su existencia física a la realidad de lo sucedido.

    Regresé a mi piso y mientras cavilaba a cerca de lo que me acababa de ocurrir, amaneció, y con la salida del sol una extraña premura asaltó mi mente. Debía de abandonar Providence y buscar un lugar en el mundo exterior... un lugar en la soledad.

    Al cabo de un par de meses de gestiones conseguí un trabajo como psicóloga clínica en un Hospital de Los Ángeles, un apartamento y sin dudarlo más me trasladé. Viví sin más sobresaltos más o menos durante seis meses y al llegar la fecha de mi cumpleaños, todo pareció precipitarse.

    Hacía tiempo que mantenía una relación con uno de los médicos internistas. Un joven cirujano de Wisconsin. Me había invitado a cenar, habíamos tomado copas juntos y por fin la noche de mi veintidosavo cumpleaños nos acostamos juntos. Debo decir que hasta el momento, el sexo no me había importado demasiado, pero al llegar a esta fecha fue como si algo cambiara en mi interior. De hecho, en cuanto mi acompañante se hubo dormido, me levanté y fui hasta la sala donde tenía un armario con un espejo de cuerpo entero, y una vez allí, me contemplé detenidamente, como nunca antes lo había hecho.

    Por primera vez en mi vida fui consciente de la carga erótica que tenía mi ondulada y larga melena, mis ojos de un verde fulgido, pasé despacio mi mano por el lateral de mi garganta de piel suavísima y muy blanca y, continué bajando la mano razonado mis pechos grandes, turgentes, redondos y alzados con los pezones largos y que el orgasmo aún mantenía enhiestos.

    Suavemente llevé mi mano sobre mi plano vientre y mis caderas y al final la introduje entre mis muslos , justo bajo el rojizo pelo pubiano que semejaba una llamarada sensual. Y de allí, retiré mis dedos manchados de sangre. La sangre de mi virginidad.

    Con un súbito impulso abrí el armario sacando el pequeño cofre de su interior. Abriéndolo saqué la baraja y la antigua joya. Me sorprendí al ver que tanto las cartas como la cadena no resultaron manchadas de sangre y que, la que ensuciaba mis dedos, había desaparecido cono absorbida por el material de los dos objetos sin dejar rastro.

    Lentamente, dejé los naipes sobre la mesita y me puse la joya y... al hacerlo, todo pareció cambiar. Las cosas parecían vibrar con auras desconocidas y mi visión abarcaba más dimensiones de las usuales. Invadida por un extraño sopor me volví a la cama y me dormí en un sueño agitado y lleno de visiones.

    Por la mañana nada había cambiado. Anthony y yo volvimos a hacer el amor y al terminar él pasó a la ducha, mientras, yo me demoraba desperezándome sensualmente sobre la cama. De pronto, algo pareció llamar mi atención. Era la baraja del tarot, que sobre la mesita parecía llamarme. Al cabo de un rato de indecisión, me decidí a cogerla y sin otra intención, empecé a tirar las cartas tal y como mi abuela me había enseñado. Al terminar de echarlas, no pude por menos sentir que las cartas me decían que lo mío y de Anthony no duraría mucho.

    El joven cirujano salió en ese momento de la ducha y al encontrarme embelesada con cartas empezó a reír de buena gana, a la vez que, me hacía groseros comentarios sobre el nivel cerebral de la gente que cree en el ocultismo. Después de un rato se vistió y salió para ir a trabajar, no obstante quedamos para vernos después del trabajo.

    Pasaron los meses y nuestra relación fue haciéndose más tempestuosa. Pasamos a compartir apartamento y Anthony, comenzó a iniciarme paulatinamente en una serie de prácticas sexuales a las cuales era muy aficionado, aún a despecho de que a mí, algunas de ellas me parecieran dolorosas y humillantes.

    Nuestra vida en común se fue degradando paulatinamente. Él se dedicó a traer otras mujeres a nuestro apartamento para practicar sexo en grupo y juegos de dominación. Yo, cada vez, me sentía peor. Iba cayendo paulatinamente en un pozo de depresión sin fondo. Cada vez dependía más de mis cartas para encontrar el centro de mi ser. Por supuesto, efectuaba mis prácticas a escondidas ya que Anthony me había pegado varias veces al encontrarme consultándolas llamándome aldeana, retrasada mental y otras lindezas.

    Hasta que por fin un día en el que fui humillada de forma cruel, siendo sometida a diferentes tipos de degradaciones físicas, con la cara manchada de diversos fluidos de entre los que se encontraba mi propia sangre, decidí dejarlo.

    Mi amante, había salido poco después de terminar nuestra sesión amorosa para acompañar a la profesional que había estado compartiendo con nosotros nuestro lecho, cuando me decidí a echar las cartas. Pero, mientras estada abstraída empapándome de las extrañas vibraciones que parecían surgir de ellas, Anthony volvió.

    Al ver lo que estaba haciendo montó en cólera y empezó a pegarme de forma brutal mientras de su boca, brotaban las peores injurias. Lentamente retrocedí de espaldas arrastrándome por el suelo hasta llegar a un rincón. Allí, me acurruqué como un bebé y mientras recogía mis piernas, hecha un ovillo, llorando histéricamente, agarré instintivamente la joya que colgaba de mi cuello y justo en ese momento...

    Una silueta negra pareció emerger de la baraja de cartas diseminada por el suelo. La sombra tomó entidad para transformarse en la macabra imagen de la carta de la muerte. Un descarnado esqueleto avanzó hacia Anthony blandiendo una afilada guadaña. Mientras este, todavía con el rostro congestionado por la ira no se apercibía de nada. Con los ojos desmesuradamente abiertos vi como demoníacos brazos de hueso blandían la curvada hoja para descargarla en un movimiento fulgurante. Al iniciarse el cual, sólo pude gritar mientras un piadoso velo negro caía sobre mis ojos privándome de la consciencia.

    Al despertar, me encontré en la sala de urgencias del hospital general. Por lo visto, mi grito había alertado a los vecinos que a su vez habían avisado a la policía, quién forzó la puerta del apartamento y nos había encontrado, a mí, tendida en el suelo con los rastros visibles de los golpes recibidos y a él, tumbado boca abajo en el suelo, víctima aparente de un ataque al corazón.

    Al cabo de unos días me dieron por fin el alta. Mientras abandonaba el hospital y me trasladaba a mi apartamento, deduje que la visión que había contemplado, muy probablemente había sido fruto de la tensión histérica del momento. De lo único que estaba segura es de que nunca nadie, volvería a tratarme como él lo había hecho.

    Por fin abrí el bolso que la policía me había traído al hospital desde mi casa junto con algunas prendas de ropa, cuando en el interior pude apreciar la silueta de la baraja del tarot y el mortecino brillo lunar de la extraña joya. Bañada en una calma interior que nunca antes había sentido, saqué del interior del bolso la antigua cadena y con una extraña sonrisa en mis labios me la puse, mientras que con los pensamientos cada vez más claros, devanaba lentamente la baraja pude advertir que faltaba en el mazo una única carta. La muerte.

    Y mientras me alejaba taconeando avenida adelante, exclamé en voz alta...


    ¡Qué diablos... parece que tendré que conseguir una baraja nueva si quiero que nadie me vuelva a tratar como él lo hizo...!

    Y con una cristalina carcajada dejé que la ciudad me tragara en su manto movedizo.




INFORME EXPEDIENTE FORENSE KW/678933421

A las 17:00 horas de hoy, ha sido conducido al depósito el cuerpo de un varón caucasiano de pelo castaño, constitución media, ojos claros, aproximadamente 80 kg. de peso y 180 cm de alto.

    Al serle practicado el reconocimiento preliminar se diagnosticó como causa aparente de la muerte, un fallo del músculo cardíaco o una fibrilación completa de la válvula mitral. De todas formas, al ser practicada la disección del órgano para comprobarlo se constató que la causa real del deceso fue, la intrusión de un cuerpo extraño en la víscera cardiaca. Concretamente, se extrajo del interior del tejido orgánico del centro del músculo del corazón, una carta de aproximadamente 10 x 6 cm. Perteneciente a una baraja clásica del tarot (según queda reflejado en el anexo 1 se rata en particular de la carta denominada “la muerte”), que fue la causante real del fallecimiento de la víctima. A decir verdad, se carece por completo de ninguna pista de cómo pudo llegar semejante objeto a dicho lugar, ya que, no se encuentran en el cuerpo señales de cortes, lesiones, rasgaduras u orificios de entrada a través de los cuales, pudiera ser depositada ahí.

    Visto lo cual, el equipo médico forense ha decidido dar como primera causa de la muerte, simplemente, infarto de miocardio, y dejar el expediente como anomalía científica y caso sin resolver.




    ¡Bien... bien... bien...!

    Resulta evidente que a partir de ahora va a haber que tomarse mucho más en serio el Tarot. Y si te acuestas con una mujer y ésta se empeña en echarte las cartas, mejor que midas y pese lo que dices, ya que, a pesar de que todas las adivinadoras suelen decir que “las cartas influyen pero no obligan...” al pobre Anthony, una carta le obligó a pasar a mejor vida...

    ¡Buenas noches, seres de la noche...!, espero que la luna os guarde. En todo caso, me voy a despedir hasta la próxima carta pero no sin antes saludaros a todos, mis pequeños monstruos.

Lou Cypher



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