¡Por fin! hacía varias semanas que no disfrutábamos de un buen relato y más con un tándem de lujo. Regresa la tercera parte de la colección Historias de Dämon Schwarze and Opal Mond, por obra y gracia de nuestro querido Sergio Vargsson (Conversaciones con un vampiro). Y para más inri os lo traemos acompañado de una preciosa ilustración de la sinpar Líneas Sinmás (Líneas Sinmás ilustraciones). ¿Puede haber mejor plan?
Os recuerdo que podéis leer también Historias de Dämon Schwarze and Opal Mond volumen 1 e Historias de Dämon Schwarze and Opal Mond volumen 2.
¡Buenas noches, seres nocturnos! Vuelvo a ser yo, Dämon Schwarze, quien desde una lápida mohosa y agrietada con el nombre borrado por la lluvia va a proceder a contaros una nueva historia... una historia sobre hembras peligrosas....
Fue a mediados de agosto del año 1995 cuando ocurrieron estos hechos que marcarían mi vida para siempre. A decir verdad, mi existencia hasta entonces se reducía a la triste y gris rutina de una empleada de codificación de datos informáticos contratada por una gran firma de seguros. Antes de comenzar, procuraré hacer todo lo posible para que el lector comprenda lo que puede suponer a nivel psicológico descubrir que tu herencia genética no es, para nada, común.
Como ya os dije antes, mi vida era triste, fría y monótona. Hasta donde puedo recordar, siempre fue así. Nací en una pequeña comunidad rural de Massachusetts llamada Arkham. Se trata de una de esas pequeñas agrupaciones de labradores, cerrada a los forasteros y anclada en sus tradiciones que subsisten aún en la nueva Inglaterra de hoy.
Cuando tuve edad para optar a una carrera universitaria, mis madre se afanó en enviarme a uno de los mejores centros de pago. Pero a pesar del esfuerzo económico que aquello suponía para ella y de mi amor por el aprendizaje, me negué a permanecer en un lugar donde no me sentía querida. Mis compañeras, de elevada posición social, me despreciaban llamándome pueblerina hasta que un desgraciado enfrentamiento con una de ellas propició que me expulsaran para siempre. Jamás logré acceder a estudios superiores y opté por aprender codificación informática, que me serviría para conseguir mi actual trabajo.
En cuanto a mis relaciones sentimentales, siempre han venido marcadas por el abandono de mis parejas, que prefieren alejarse de lo que supone un compromiso.
Si hay algo que me fascina de toda la vida, es la luna. Cuando salgo a pasear sola bajo la luz de la luna llena, me siento completa y realizada. De pequeña, me encantaba salir de noche y permanecer bajo su brillo hasta que despuntaba el alba. Mi madre me decía, con una extraña sonrisa en los labios,que tenía espíritu de gato.
Mi madre era muy hermosa, atractiva y lánguida. Ella me legó esta curiosa languidez. Jamás la vi ponerse otra joya que no fuese una cadena de plata cuyos cierres terminaban en una suerte de trenzas hechas con cabello humano. De estas trenzas pendían unas figuritas exóticas que representaban a una especie de deidad desconocida con cuerpo de lagarto bípedo, alas de murciélago y el rostro lleno de tentáculos. En los ojos de cada una de las figuras se habían incrustado sendas amatistas de un hipnótico color violeta. Estas piedras preciosas destacaban sobre el brillo lunar y blanquecino del metal. Como decía, no vi jamás a mi madre llevar otra joya. Cuando le preguntaba acerca de su origen, no solía responder. Una vez, cuando era mayor, decidió hacerlo y me contó que era herencia de su madre y que también debía pasar por mis manos.
Mi padre, en cambio, era
un sujeto gris y sin personalidad propia que desapareció sin dejar rastro
un verano, cuando yo tenía diecinueve años.
Como decía, mi vida era anodina hasta aquella noche de
agosto del año 1995. Recuerdo que e cielo estaba iluminado por una extraña y rojiza luna llena. El calor
me hizo salir de mi apartamento y caminar sola por las calles de
Nueva York, hasta llegar a Central Park. Allí me detuve en un claro, bajo un grupo de árboles, y me quedé extasiada mirando el
cielo. En mi interior notaba que pronto algo iba a cambiar. De repente, atisbé una figura cerca de mí y giré
la cabeza. vi una silueta difusa que iba ganando corporeidad mientras avanzaba hacia mí.
Me estremecí por un
momento al pensar que estaba en una de las zonas más peligrosas de
la ciudad, pero conforme la figura se iba distinguiendo, una extraña
tranquilidad pareció calar en mi espíritu. La persona que se
acercaba era un varón blanco de tez muy pálida y cabello rubio.
Vestía completamente de negro, incluyendo la gabardina que ondeaba movida por el cálido aire nocturno. Un estremecimiento
placentero me recorrió al ver su altura y la anchura de sus espaldas.
El desconocido se acercó a mí sigiloso, parecía no tocar la hierba, y alargó su mano. Su tacto era extrañamente frío, pero no desagradable. Tras mirarme fijamente a los ojos, soltó mi mano y me entregó un estuche de terciopelo negro que sacó del bolsillo. Cuando lo recogí, simplemente me dijo...
—¡Tu madre se ha ido... !
Efectivamente, al abrir
el estuche pude comprobar que en su interior descansaba la antigua
joya que tantas y tantas veces había admirado.
Me sorprendí al
comprobar que mi corazón no se sentía destrozado por la triste noticia y, mientras me sentía extraña, el hombre de
negro continuó hablando...
Y sin decir más,
retrocedió dando la vuelta para perderse en el interior de una
extraña niebla que pareció surgir del suelo. Después de mirar por última vez aquel objeto que descansaba entre mis manos, cerré la tapa del estuche y volví a mi piso con la
cabeza extrañamente ligera.
Cuando me levanté para ir a trabajar, todavía seguía pensando en los extraños sucesos de la
noche anterior. Hice una pausa para tomar café y fui abordada
por George, el joven diseñador de la sección de proyectos. Era el
típico rompecorazones que siempre se veía atraído por mi físico. Puedo parecer engreída, pero sé que mi mirada verdosa y el rojo fuego de mi cabellera, hacen que no pase desapercibida. Pero no soy idiota, también
tenía muy claro que George sólo buscaba sexo fácil conmigo. Yo significaba sólo otra
marca más que añadir a su agenda, ya que tenía la peor fama de
conquistador de toda la empresa. Hasta ese día lo había rechazado
sistemáticamente, pero esta vez, no sé por qué fue diferente. Me
contoneé levemente ante él y quedamos en su apartamento para cenar.
Notaba mi cuerpo
excitado sin encontrar una explicación lógica.
Llegué a casa y empecé a prepararme. Me bañé sensualmente
usando las sales de baño que compré antes de llegar y me puse ropa interior
de color negro, un ligero y unas medias caladas. Ceñí mi cuerpo
en el interior de un vestido negro ajustado y abrí el estuche, para sacar la antigua joya de plata, que parecía relucir con un extraño
brillo. Me la puse sin pensar.
En el acto pude notar
cómo el mundo adquiría una extraña dimensión, era como si conociese todo de nuevo por primera vez. Mis pezones se endurecieron sin motivo alguno. Con esa
extraña sensación todavía flotando en el ambiente, tomé mi bolso
y acudí a mi cita.
Llegué al apartamento
de George a última hora de la tarde. Él había preparado una cena
ligera que tomamos a la luz de unas velas. El ambiente estaba
milimétricamente preparado para seducirme, en aquel
momento me pareció perfecto. Las horas fueron avanzando y mientras
pasaba el tiempo hablamos mucho sobre cada uno de nosotros. Me contó que no estaba satisfecho con su actual relación,
que pensaba terminarla y que creía sinceramente que nosotros podíamos
tener un futuro juntos.
Escuchaba sus palabras envuelta en una bruma rosada de algodones. Después,
puso una música suave e incitante y nos pusimos a bailar
estrechamente abrazados. Poco a poco, nuestras manos iniciaron los ritos previos al encuentro
amoroso. Con mucha suavidad, me despojó de la parte superior de mi
vestido y acarició con lascivia mis turgentes pechos, ahora
completamente libres de la opresión del vestido. Tras besarnos con ansia procaz durante un rato, pasamos al
dormitorio donde él me hizo sentarme en su cama. Una vez allí, me
insinuó que me iba a enseñar a experimentar sensaciones nuevas y, recostándome de espaldas, procedió a encadenarme las muñecas con
unos grilletes que tenía dispuestos en la cabecera del lecho. Sin preocuparse en absoluto de mi bienestar, desgarró
mis braguitas y me usó de forma cruel y desconsiderada para su
propio placer.
Rebajada a la
condición de mero objeto de placer, George se levantó de la cama y, soltando las esposas, dejó libres mis muñecas. Recogió mi vestido y
me lo tiró encima mientras me decía con tono frío...
—¡Ahora puedes vestirte y largarte... zorra!
En mi interior fueron incubándose lentamente un odio frío y una ira que parecía abrasar
mis entrañas. Mientras él entraba dándose una ducha en el cuarto de baño, me acerqué a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos llorosos. Contemplé el
cielo nocturno y allí, por encima de las azoteas de los
edificios, observándome como un enorme ojo perlado,
estaba ella... la luna... en un precioso plenilunio que parecía
iluminar las cosas con un halo sobrenatural, creando un universo fantástico.
Se abrió la puerta del
baño y George salió de la ducha mientras secaba con una toalla su cuerpo
desnudo. Sus músculos destacaban poderosamente y el largo cabello húmedo empapaba sus hombros. Con una sonrisa sardónica dijo...
—¡Vaya, vaya, putita! ¿Aún estás aquí...? ¿Es que no has
tenido suficiente...?
Avancé hacia él
contoneándome y, mientras mis pupilas lanzaban unos sospechosos destellos verdosos, le dije
con voz más ronca de lo usual...
Con su masculino ego por las nubes, amplió su sonrisa y me dijo con voz cínica...
Avancé hacia él de forma sinuosa y mi figura pareció ondular y cambiar al contraluz, fluyendo como el mercurio. Por un momento, pude ver el terror en sus ojos cuando clavé mis uñas en sus
hombros y le obligué a arrodillarse... Luego, todo se volvió
negro...
Desperté en mi
apartamento y, al principio, creí que todo había sido un sueño,
pero al mirarme las manos pude comprobar que estaban teñidas por
un espeso y carmesí líquido que no daba lugar a confusión.
Con extraña y placentera indiferencia, me desperecé sensual y
gatunamente. Lamí mis manos con intención de limpiarlas.
Mientras me dirigía a la ducha, pensé que jamás nadie volvería
a tratarme de forma tan despreciable. Por cierto, me habría gustado ver
la cara de la persona que encontró el cuerpo de George sobre su cama, con
la garganta semi devorada. Pero lo más divertido fue la licencia "artística" que me tomé. Le clavé los grilletes de tal forma que atravesaron su cuerpo
justo por debajo del esternón para asomar por la columna vertebral. Tal era mi bestial fuerza en aquel momento, ¡no podía creerlo! Se podría decir que había encadenado su alma para
siempre...
Con una mueca maliciosa
me complací en recordar la sonrisa truncada de George y su expresión
cuando descubrió que la vulnerable mujer a la que había humillado,se había
transformado en una bella, sensual y mortífera... pantera negra.
¡Bueno... bueno...
bueno...!
Parece ser que a partir
de ahora tendrás que mirar muy de cerca con quién te acuestas, no
vaya a ser que intentes meter una “gatita” en tu alcoba y luego
te des cuenta que en lugar de eso, has metido en tu cama una
verdadera fiera...
¡Salvo que quieras acabar como George, claro...!
Y ahora me despido. El
sol empieza a asomar por encima del horizonte y aunque estoy muy
cómodo aquí, aún me quedan muchas cadenas de plata que repartir...
¡Buenas noches, queridos monstruos...!
Dämon Schwarze
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